audaz, profética y cada vez más actual
Luis Francisco
Ladaría Ferrer
Prefecto Dicasterio para la Doctrina de la Fe
Brújula cotidiana,
20-05-2023
Publicamos
“Humanae Vitae como una encíclica audaz y profética. Su relevancia hoy en
día" por el cardenal Luis Francisco Ladaria Ferrer, quien intervino en la
conferencia “El cuerpo es mío”. Humanae Vitae, la audacia de una encíclica
sobre la sexualidad y la procreación organizada por la Cátedra Internacional de
Bioética Jérôme Lejeune (Roma, 19-20 de mayo).
***
Saludo a los
participantes
Quiero saludar
cordialmente a la Presidenta de la Fundación en España, la Dra. Mónica López
Barahona, y agradecerle su invitación a participar en este Congreso
Internacional sobre Humanae Vitae organizado por la Cátedra Internacional de
Bioética Jérôme Lejeune. Saludo también a todos los participantes y les deseo
un feliz estancia en Roma.
Introducción
La encíclic
Humanae vitae abordó cuestiones relativas a la sexualidad, al amor y a la vida,
que están íntimamente interconectadas entre sí. Son cuestiones que nos afectan
a todos los seres humanos de cualquier época. Por este motivo, su mensaje se
mantiene hoy vigente y actual. El papa Benedicto XVI lo expresaba con estas
palabras: «lo que era verdad ayer, sigue siéndolo también hoy. La verdad
expresada en la Humanae Vitae no cambia; más aún, precisamente a la luz de los
nuevos descubrimientos científicos, su doctrina se hace más actual e impulsa a
reflexionar sobre el valor intrínseco que posee»[1]. El mismo Papa Francisco
nos invitaba, en su Exhortación postsinodal Amoris Laetitiae, a volver a
«redescubrir el mensaje de la encíclica Humanae vitae de Pablo VI»[2], como una
doctrina que no solo debemos conservar, sino que se nos propone para ser
vivida. Una norma que transciende el ámbito del amor conyugal y que es
referencia para vivir la verdad del lenguaje del amor en toda relación
interpersonal.
La audacia de la
Humanae vitae
Se ha insistido en
la audacia de Pablo VI por resistir las presiones para aprobación del uso de
los anticonceptivos hormonales en las relaciones sexuales dentro del matrimonio
católico. Sin embargo, en mi humilde opinión, la verdadera audacia de la encíclica
es mucho más profunda. Es de carácter antropológico y es, en ese sentido, que
esta encíclica nos puede ayudar hoy a afrontar los desafíos antropológicos que
aparecen en nuestra sociedad.
La encíclica, al
responder al problema del uso de los anticonceptivos, sitúa su juicio moral en
una amplia perspectiva antropológica, con una visión integral del hombre y de
su vocación divina[3]. La encíclica fundamenta su doctrina, sobre la verdad del
acto de amor conyugal, en “la inseparable conexión que Dios ha querido y que el
hombre no puede romper por propia iniciativa, entre los dos significados del
acto conyugal: el significado unitivo y el significado procreador” [4]. Con
este fundamento, se opone la antropología dominante que considera al ser humano
constructor de sentido a través de sus acciones. Esto se traduce, en el ámbito
de la sexualidad, en la pretensión que el hombre no puede limitarse a ser
sujeto pasivo de las leyes de su propio cuerpo, sino que debe ser él quien dé
significado a su propia sexualidad. Es la antropología que antepone la libertad
a la naturaleza, como si se tratasen de dos elementos irreconciliables. Sin
embargo, Pablo VI advierte que, previos a la libertad, existen unos
significados, comprensibles al hombre por la razón, que el hombre no ha
elegido, y que orientan y regulan su comportamiento. Si el hombre es capaz de
reconocer e interpretar los significados unitivo y procreativo del acto
conyugal, realizará rectamente su propia existencia y la llevará a plenitud.
Para la encíclica, la naturaleza no está en tensión con la libertad, sino que
da a la libertad los significados que posibilitan la verdad del acto de amor
conyugal y le permiten su plena realización. Ésta es, a mi modo de ver, la
verdadera audacia de Humanae vitae y que da a la encíclica su radical
actualidad.
Rechazar la
encíclica no supone, solamente, aceptar la moralidad de la anticoncepción, sino
que implica asumir una antropología dualista que ve en la naturaleza una
amenaza a la libertad y que considera que manipulando el cuerpo se pueden
cambiar las condiciones de verdad del acto conyugal. La posibilidad de un amor
con sexo pero sin hijos, derivará en la realidad de un sexo sin amor, que no
solo ha producido una trivialización de la sexualidad humana, sino que ha provocado
una transformación de la comprensión de lo que es la intimidad sexual y de lo
que son, a nivel social, las relaciones sexuales.
Solo así se
explica la incapacidad, que se da en las sociedades occidentales actuales, para
reconocer las diferencias morales que se dan entre la unión sexual de un hombre
con una mujer y la unión sexual entre dos personas del mismo sexo. Si es la
persona quien tiene que dar sentido a su sexualidad, a través de sus actos
libres, entonces, no hay problema en admitir, por ejemplo, la relación sexual
entre personas del mismo sexo, pues lo único que importa es que esa “unión
afectiva” sea libremente consentida. Así, según esta perspectiva, la libertad
es la que determina la verdad de la acción. No se considera necesario que el
acto humano, en este caso el acto de amor conyugal, responda a ningún
significado preexistente, o natural, o establecido por Dios, sino que sea,
simplemente, un acto libre. La encíclica se opuso a esta antropología y supo
adelantar los problemas que de ella se derivan con una visión profética[5].
El aspecto
profético de Humanae vitae: El cuerpo como problema
El rechazo de la
Encíclica no solo ha afectado a la visión del amor y la sexualidad, también ha
afectado a la percepción del propio cuerpo. La antropología anticonceptiva es
una antropología dualista que tiende a considerar el cuerpo como un bien
instrumental y no como una realidad personal. La expresión que da título a este
congreso, “Mi cuerpo me pertenece”, recoge ese carácter instrumental del
cuerpo, ese dualismo, donde el cuerpo queda reducido a pura materialidad y, por
tanto, a objeto susceptible de manipulación.
Esta cosificación
del cuerpo no solo supone la perdida de la verdad del amor humano y de la
familia, sino que ha producido una alarmante disminución de los nacimientos y
una multiplicación del número de abortos. El rechazo a la indisolubilidad de
los dos significados, que proclamaba la regulación de la natalidad con el uso
de los anticonceptivos, he evolucionado en la manipulación artificial de la
transmisión de la vida, a través de las técnicas de reproducción asistida.
Primero se aceptó una sexualidad sin niños y después se aceptó producir niños
sin el acto sexual. La vida, fabricada, ya no se considera, por sí misma, como
“don”, sino como “producto” y pasa a ser valorada en función de su utilidad.
Esta utilidad, medida en funciones concretas, es lo que se denomina ahora “calidad
de vida”. La calidad de vida se convierte así en un concepto discriminante
entre vidas dignas de ser vividas y vidas indignas y que, por lo tanto, pueden
ser suprimidas: abortos eugenésicos, eliminación de personas con discapacidad,
eutanasia de enfermos terminales, etc. Y todo ello edulcorado con una cierta
“compasión” hacia las personas que se encuentran en estas situaciones
(eliminando al enfermo), compasión hacia sus familiares y hacia una sociedad
que se librará de costes innecesarios[6].
Esa manipulación
del cuerpo, propia del relativismo moral y presente en la antropología
anticonceptiva, está presente en dos ideologías actuales: la ideología de
género y el transhumanismo. Las dos parten de la premisa que no existe ninguna
verdad que puede limitar la implantación de sus postulados ideológicos. De
nuevo la libertad se coloca en contraposición a la naturaleza. Esta exaltación
de la libertad, sin relación con la verdad, hace que ambas ideologías presenten
el deseo y la voluntad como los garantes últimos de las decisiones humanas. Por
eso la continuación de la frase “Mi cuerpo me pertenece” será… “y hago con él
lo que quiero”. Este “lo que quiero” es la expresión del solo deseo como
garante de la decisión moral. Pero es, precisamente, el propio cuerpo humano el
que aparece como un obstáculo, como un límite, a la realización del deseo.
Si la ideología de
género pretende que los ciudadanos construyan socialmente su propio sexo, a
partir de una supuesta neutralidad sexual, entonces debe negar una verdad
antropológica básica como es el dimorfismo sexual (varón y hembra) propio de la
especie humana. Y por eso, la ideología de género, niega que la identidad de la
persona esté relacionada con su cuerpo biológico: la persona se identifica no
por su cuerpo (sexo) sino por su orientación. Se borra toda relación con el
género binario para proclamar la diversidad sexual.
De la misma
manera, en el transhumanismo, la persona queda reducida a su mente, o mejor
dicho, a sus conexiones neuronales como soporte de su singularidad. La
singularidad es ahora la esencia de la persona, sin el cuerpo, que la
identifica y que puede ser transferida a otro cuerpo humano, a un cuerpo
animal, a un cyborg o a un simple archivo de memoria.
La ideología de
género y el transhumanismo son expresiones de esa antropología, rechazada por
Humanae vitae, que niega al cuerpo su carácter personal y lo reduce a mero
objeto manipulable. La identidad cultural, social y jurídica de la persona no
está intrínsecamente ligada a su masculinidad o feminidad. Su identidad
personal se basa ahora en su orientación, es decir, sin conexión con el propio
cuerpo y sin relación con el cuerpo del “otro”, con el sexo opuesto. Es una
antropología que ha separado la vocación al amor de la vocación a la fecundidad.
En este sentido es, fundamentalmente, una antreopología a-histórica, que busca
solo el momento presente, una antropología del carpe diem.
En esta
antropología, el cyborg aparece como su realización plena. A través del cyborg
se alcanzará la verdadera emancipación biológica:
a) porque
posibilitará la construcción del cuerpo y del sexo a través de la
biotecnología;
b) porque el
cyborg permite un mundo sin reproducción humana sexual; un mundo sin
maternidad, sueño del feminismo radical.
El cyborg proyecta
la ideología de género hacia un futuro post-género y el transhumanismo quiere,
a través del cyborg, que ese futuro sea además post-humano.
La única respuesta
posible frente a estas ideologías pasa por el redescubrimiento de una
antropología integral de la persona, como proponía Humanae vitae, como unidad
de cuerpo y alma; una antropología capaz de comprender la plenitud la libertad
en la integración con la naturaleza humana. Solo así el ser humano llegará a
ser él mismo. Benedicto XVI lo expresaba así en la Encíclica Deus caritas est:
«El hombre es realmente él mismo cuando cuerpo y alma forman una unidad íntima
[…] es el hombre, la persona, la que ama como criatura unitaria, de la cual
forman parte el cuerpo y el alma. Sólo cuando ambos se funden verdaderamente en
una unidad, el hombre es plenamente él mismo»[7]
Conclusión
Ya Juan Pablo II
hizo notar, con motivo del vigésimo aniversario de la publicación de la
Encíclica Humanae vitae, su carácter profético: «los años posteriores a la
Encíclica – decía Juan Pablo II -, a pesar de la persistencia de las críticas
injustificadas y de silencios inaceptables, han podido demostrar con claridad
creciente que el documento de Pablo VI fue siempre no sólo de palpitante
actualidad sino de un rico significado profético»[8].
El sentido
profético de la Encíclica encuentra su fundamento en la concepción
antropológica integral de lo que significa la verdad del amor, de la sexualidad
y de la vida. Una antropología integral que rechaza, por una parte, el
reduccionismo biológico del transhumanismo y, por otra parte, la negación del
cuerpo que hace la ideología de género. La encíclica sigue vigente porque es la
respuesta correcta, desde el Magisterio, a las antropologías dualistas que
quieren instrumentalizar el cuerpo y que no son nuevos humanismos, postmodernos
y seculares, sino verdaderos anti-humanismos. La encíclica nos propone una
antropología de la totalidad de la persona, un antropología capaz de aunar la
libertad con la naturaleza.
Hoy también se
cumple lo que ya anunciaba de sí misma la encíclica: «Se puede prever que estas
enseñanzas no serán quizá fácilmente aceptadas por todos: son demasiadas las
voces —ampliadas por los modernos medios de propaganda— que están en contraste
con la de la Iglesia. A decir verdad, ésta no se extraña de ser, a semejanza de
su Divino Fundador, “signo de contradicción” (cf. Lc 2, 34); pero no deja por
esto de proclamar con humilde firmeza toda la ley moral, tanto natural como
evangélica»[9]. También nosotros, en medio de nuestro mundo, estamos llamados a
ser “signo de contradicción”, proclamando con humildad y firmeza la verdad del
ser humano, del amor, de la sexualidad y de la vida.
Deseo que este
Congreso ayude a dar testimonio de esa verdad. Gracias.
[1] Benedicto XVI,
Discurso A los participantes en un Congreso Internacional sobre la actualidad
de la Humanae vitae, (10 mayo 2008).
[2] Francisco,
Exhortación apostólica postsinodal Amoris laetitiae, sobre el amor en la familia,
(19 marzo 2016), n. 82.
[3] Cf. Pablo VI,
Carta encíclica Humanae vitae, sobre la regulación de la natalidad (25 julio
1968), n. 7.
[4] Ibidem, n. 12.
[5] Ibidem, n. 17.
[6] Cf.
Congregación para la Doctrina de la FE, Carta Samaritanus bonus sobre el
cuidado de las personas en las fases críticas y terminales de la vida (22
septiembre 2020).
[7] Benedicto XVI,
Carta encíclica Deus cáritas est, sobre el amor cristiano, (25 diciembre 2005),
n. 5
[8] Juan Pablo II,
Discurso A los representantes de las Conferencias Episcopales en el XX
Aniversario de Humanae vitae, (7 noviembre 1988).
[9] Pablo VI,
Carta encíclica Humanae vitae, sobre la regulación de la natalidad, (25 julio
1968), n. 18.