Ley de Educación Sexual



Difunden información sobre los pretendidos cambios en educación sexual

Los fieles que acudieron a las misas de este fin de semana en la arquidiócesis de Santa Fe de la Vera Cruz recibieron información sobre los pretendidos cambios a la Ley de Educación Sexual Integral (ESI), que impulsan un grupo de legisladores nacionales.

Intenciones e información sumaria

Por indicación del arzobispo, monseñor Sergio Fenoy, adjuntamos al presente una sumaria información sobre la Ley de Educación Sexual Integral, para que sea compartida con los fieles en las misas.

Solicitamos también se incluyan, dentro de la oración comunitaria, las intenciones que a continuación compartimos:
1.- Por quienes tienen a su cargo el tratamiento y elaboración de la Ley de Educación Sexual Integral, para que respeten y acompañen a los padres en su tarea educativa, reconociéndolos primeros educadores y promuevan una auténtica formación integral de la persona. Oremos.
2.- Por todos los padres de familia para que se comprometan en la defensa de sus derechos como educadores de sus hijos y los acompañen en su crecimiento personal, brindándoles su tiempo, disponibilidad, cercanía, consejo y ayuda. Oremos.

O bien,
1.- Para que, quienes tienen a su cargo el tratamiento y elaboración de la Ley de Educación Sexual Integral, respeten y acompañen a los padres en su tarea educativa, reconociéndolos primeros educadores y promuevan una auténtica formación integral de la persona. Oremos.
2.- Para que, todos los padres de familia se comprometan en la defensa de sus derechos como educadores de sus hijos y los acompañen en su crecimiento personal, brindándoles su tiempo, disponibilidad, cercanía, consejo y ayuda. Oremos

PARA INFORMARSE…

Ante el tratamiento, por parte de los Legisladores sobre modificaciones (a nivel nacional) y creación de una ley (a nivel provincial) acerca de un tema muy sensible como es la Educación Sexual Integral, es necesario tener en cuenta que:

1-“La sexualidad humana, como don y tarea, requiere una educación para el amor lejos de falacias facilistas, promotoras de una cultura de lo superficial y efímero, que propician, sobre todo en los jóvenes, conductas de riesgo que muchas veces pagan con la vida propia o con daños irreparables sobre sí mismos y sobre quienes están junto a ellos”.[1]
2-Todos los proyectos proponen una sola mirada que es la de la teoría de género en dónde la sexualidad es vista sólo como una construcción personal y social, sin asidero en la realidad biológica que nos viene dada, lo que implica el riesgo de manipulación por parte de los grupos de poder.
3-Compleja es la mirada sobre los padres: ya que no se los considera como los primeros responsables de la educación de sus hijos en este tema, sino que el sistema educativo los reemplaza.
4-Se aborda la Educación Sexual Integral desde la profilaxis o desde la salud pública (para evitar embarazos y el contagio de enfermedades de transmisión sexual) y no desde una mirada integral de la persona (corporeidad, afectividad y razón).

Como bautizados, entonces, es necesario que tomemos conciencia de la importancia que tiene este tema para conocer la situación, acopiar principios y argumentos que nos permitan un diálogo concreto y sincero con los que piensan distinto; asumiendo la propia responsabilidad no sólo en la participación activa en la sociedad, en nuestras comunidades de fe, en nuestros ambientes laborales, sino también con el diálogo sincero, informativo y responsable con nuestros hijos.+

(Aica,  3 Oct 2018)



La defensa de la vida humana



 51 Congreso sobre Cuestiones Internacionales

Observatorio Cardenal Van Thuan, 2 ottobre 2018

S. E. Mons. Giampaolo Crepaldi

Dedico esta intervención a reflexionar sobre la importancia que tiene el tema de la defensa de la vida humana, desde la concepción hasta su final natural, para la Doctrina social de la Iglesia y, en general, para seguir permitiendo que la religión católica tenga un papel público, como necesariamente debe tener[1]. Considero importante situar la reflexión de la defensa de la vida en el marco de la Doctrina social de la Iglesia, es decir, en el marco de la relación de la Iglesia con el mundo. Porque en esto consiste el papel público de la fe católica, que no habla sólo a la intimidad de las personas, que no es un viático sólo para los fieles ni es un positivismo católico, sino que manifiesta la Verdad y, al hacerlo, habla a todos los hombres con el lenguaje de todos los hombres. Sin esta dimensión pública, la fe católica se convierte en una gnosis individual, un culto no del Dios Verdadero y Único, sino de los dioses, una secta que persigue objetivos de tranquilización psicológica ante el miedo de ser “lanzados” a la existencia.

Ante todo, el tema de la defensa de la vida lleva en sí el mensaje de la naturaleza. Nos dice que existe una naturaleza y, sobre todo, una naturaleza humana. No hay otras motivaciones válidas para pedir el respeto del derecho a la vida; y, por otra parte, quien no respeta este derecho es porque niega la existencia de una naturaleza humana, o la reduce a una serie de fenómenos gobernados por la necesidad o caracterizados por el azar. La vida, en cambio, nos reconduce a la naturaleza orientada hacia un fin, como lengua, como código[2], como vocación. Nuestra cultura ha perdido la idea de fin[3]. Empezó a perderla cuando Descartes interpretó el mundo como una máquina y a Dios como aquel que le ha dado una patada al mundo, o tal vez antes. Hoy vivimos en una cultura posnatural, como demuestra ampliamente la perseverancia de la ideología de género[4], a la que hay que considerar una cultura posfinalistíca. El principio de causalidad, que en la filosofía clásica estaba unido al de finalidad, se ha separado. La realidad ya no expresa un plan, sino sólo una secuencia de causas materiales. Relanzar una cultura de la defensa de la vida significa también recuperar la cultura de la naturaleza así entendida y la cultura de los fines.

El concepto de naturaleza lleva en sí la dimensión de lo indisponible. Si la naturaleza es “discurso” y “palabra”, esa expresa un significado que nos precede. No sólo somos productores de palabras, sino que somos también oyentes de la palabra que emana de las cosas, de la realidad, de la sinfonía del ser. Admitir la vida como don inestimable significa reconocer que en la naturaleza hay una palabra que viene a nuestro encuentro y que nos precede. Cada una de nuestras acciones debe tener en cuenta algo que viene antes: recibir precede al hacer[5]. Hay algo que es estable antes de cada devenir. Negar la naturaleza abre la puerta cultural a la manipulación de la vida, porque se reduce la dimensión de la acogida y la gratitud. No se es acogedor o grato por lo que producimos, sino sólo por lo que viene a nuestro encuentro y se manifiesta como don de significado. Si esta dimensión es reducida en la vida que nace, se debilitará también en todas las otras situaciones de la vida, y la sociedad perderá inexorablemente la dimensión de la recíproca responsabilidad, como afirma Caritas in veritate en el párrafo 28[6].

Si la naturaleza es un discurso que nos interpela no es, sin embargo, su fundamento último. La naturaleza no habla sólo en referencia a sí misma. La vida que nace no habla sólo en referencia a sí misma. Es un discurso que remite a un Autor. Tampoco en la persona humana ningún nivel habla sólo en referencia a sí mismo, y no hay nada en el hombre que sea esclusivamente material. Ningún nivel de la realidad es plenamente comprensible permaneciendo en su propio nivel. Cuando pretendemos considerar algo sólo a su nivel, acabamos no considerándolo ni siquiera a ese nivel: «Cuando las cosas nos parecen que son sólo lo que parecen, pronto nos parecerán aún menos»[7]. La naturaleza revela al Creador, se presenta no sólo como discurso, sino también como “discurso pronunciado”, como Palabra. Cuando se siente la tentación de separar la naturaleza del Creador, se acaba perdiendo también la naturaleza. Cuando se quiere separar el derecho natural del derecho divino, se acaba perdiendo el derecho natural. Cuando se separa la dimensión física de la persona de su dimensión espiritual y transcendente, se acaba no tutelando su dimensión física. Si se piensa que la naturaleza habla sólo en referencia a sí misma, acaba no diciendo nada. Hoy, la vida que nace corre el riesgo de no decir ya nada, es decir, de no ser entendida ni siquiera como vida que nace, sino como simple proceso biológico. Respecto a ella nos comportamos cada vez más como productores más que como oyentes. Pero ya no es la naturaleza la que no nos dice nada, es nuestra cultura la que ha perdido el código para comprenderla. Y este código no es sólo un alfabeto humano.

Entonces, el tema de la defensa de la vida hace referencia a la naturaleza, a lo que nos precede, y al Creador. Defender la vida es defender la vida, pero es también llevar a cabo una operación cultural alternativa a la cultura actual: es volver a empezar a hablar de un orden y no sólo de autodeterminación. Hay un orden que nos precede deseado por Alguien que Ordenó. La Creación es un orden, y no un montón de cosas lanzadas al azar. Este orden es ordenado y ordinativo, es decir, expresa un tener que ser y un tener que hacer. En otras palabras, es un orden moral. Si el orden ontológico es un orden, no puede no traducirse en un orden moral[8]. Eliminado el bien ontológico ya no hay espacio para el bien moral. Al orden moral arraigado en el orden ontológico pertenece también la sociedad, la convivencia humana. Esta es la razón por la que el tema de la defensa de la vida es esencial para la construcción de la convivencia humana digna de la dignidad natural y sobrenatural de la persona. Esta es la razón por la que -creo poder decirlo-, en los listados de los llamados “principios no negociables” el principio de la vida figura siempre en el primer lugar y no falta nunca.

Sólo si existe una naturaleza, y sólo si esta naturaleza es en sí un discurso, es posible el uso de la razón. Y no me refiero aquí a la razón que mide los fenómenos, sino a la razón que descubre horizontes de significado. Sólo si el orden social se funda en una naturaleza así es posible el uso de la razón pública. En caso contrario, lo único que se tendrá es la razón operativa o de procedimiento[9]. Se comprende, por lo tanto, por qué la defensa de la vida tiene una importancia fundamental para reconstruir la posibilidad misma de un uso público de la razón. Y de hecho, lo estamos viendo, la negación del deber público de proteger a la vida que nace surge del abandono de la razón a ser razón pública, reduciéndose a razón privada. La verdad une, las opiniones dividen. Es significativo que filósofos como Habermas hayan reconocido recientemente la importancia fundamental del concepto de naturaleza[10], que aunque es vista aún en sentido no pleno, es ya tal que se pueden reconocer los límites de una razón sólo de procedimiento.

El uso público de la razón es de importancia fundamental para el papel público de la fe católica. Esta, de hecho, no transfiere inmediatamente el derecho revelado en derecho civil, sino que se encomienda al derecho natural, por lo tanto, al concepto de naturaleza y de razón pública[11]. A esta última le espera la tarea de reconocer el orden social como discurso finalístico sobre la convivencia humana. La fe no se sustituye a la razón, pero tampoco la abandona a sí misma. Si no hay orden natural, no hay razón pública; si no hay razón pública, no hay diálogo público entre razón y fe. Si no hay diálogo público entre razón y fe, no hay dimensión pública de la fe católica. Si no hay dimensión pública de la fe católica, no hay fe católica. Podemos verificarlo: a medida que la razón se privatiza, también la fe se privatiza. Si el creyente, cuando salta a la arena pública, tiene que renunciar a las razones de la propia fe, al final piensa que su fe no tiene razones. Pero sin razones no sólo se elimina el aspecto público de la fe, sino también el personal e íntimo. Por esto, el tema de la defensa de la vida humana desde la concepción es fundamental para mantener y desarrollar el diálogo entre la razón y la fe. Y, como es bien sabido, precisamente en esto consiste la Doctrina social de la Iglesia.

Actualmente, desde muchas partes del mundo católico se piensa que las comunidades cristianas, y sobre todo los laicos, tienen que limitarse a sembrar valores más que a comprometerse en el ámbito de las leyes en favor de la vida o de las políticas gubernamentales provida. Se considera que un compromiso público provida “visible” y organizado constituye una prueba de fuerza que transforma la fe cristiana en ideología política. Además, se piensa que ha llegado el momento de difundir el tema de la vida más allá de los dos momentos del nacimiento y la muerte (aborto y eutanasia,) para afrontar el tema de la vida en todos sus aspectos. La bioética y la biopolítica tendrán que ampliar su propio horizonte. A este respecto desearía hacer dos breves observaciones. La idea que afirmar la verdad en público, incluidos los niveles políticos y jurídicos, sea un acto de fuerza que trasforma la fe en ideología es eco de la influencia del pensamiento moderno débil, según el cual la afirmación de la verdad es fundamentalmente una arrogancia. Nosotros, en cambio, pensamos que es un deber moral y un acto de caridad. En lo que atañe a la ampliación del tema de la vida más allá de los temas, digamos, clásicos, para incluir también a los migrantes, los parados o la defensa del medio ambiente del calentamiento global, quiero señalar que al ampliar el tema de la vida y poner todos al mismo nivel, el peligro es disminuir la comprensión y perder de vista la gravedad especial y trágica del aborto, la eutanasia o del sacrificio de embriones humanos con la fecundación artificial. El resultado sería un cambio inaceptable de la agenda de la lucha por la vida.

La fe en la vida es beneficiosa también para la vida de la fe. Para obtener este resultado es necesario situar el tema de la defensa de la vida en el marco de la Doctrina social de la Iglesia, como ya hizo el Magisterio empezando por la Evangelium vitae. Así, no se delimita el tema de la vida a un ámbito. En realidad, al hacer esto lo estamos situando allí donde la Iglesia se conecta con el mundo, y donde razón pública y fe pública dialogan entre ellas dentro de la unidad de la Verdad.

S.E. Mons. Giampaolo Crepaldi

Instituto Nicolò Rezzara – Vicenza

[1] He ilustrado las razones teológicas del papel público de la fe en el primer capítulo de mi libro Il Cattolico in politica. Manuale per la ripresa, Cantagalli, Siena 20122.

[2] De la naturaleza humana como “lengua” ha hablado, por ejemplo, Benedicto XVI en el Discurso a un grupo de Obispos de los Estados Unidos en visita “ad limina” el 19 de enero de 2012.

[3] Cf R. Spaemann-Reinhard Löw, Fini naturali. Storia e riscoperta del pensiero teleologico, Ares, Milano 2013.

[4] Cf G. Crepaldi e S. Fontana, Quarto Rapporto sulla Dottrina sociale della Chiesa nel mondo – La colonizzazione della natura umana, Cantagalli, Siena 2012.

[5] J. Ratzinger, Introduzione al cristianesimo. Lezioni sul Simbolo apostolico, duodécima edición con un nuevo ensayo para la introducción, Queriniana, Brescia 2003, pp. 41. He considerado que tenía que interpretar la encíclica de Benedicto XVI Caritas in veritate en esta clave: G. Crepaldi, Introduzione a Benedetto XVI, Caritas in veritate, Cantagalli, Siena 2009, pp. 7-42.

[6] «Si se pierde la sensibilidad personal y social para acoger una nueva vida, también se marchitan otras formas de acogida provechosas para la vida social» (Benedicto XVI, Encíclica Caritas in veritate  n. 28).

[7] In margine a un testo implicito, Adelphi, Milano 1996.

[8] Lo explica muy bien J. Pieper en La realtà e il bene, Morcelliana, Brescia 2011.

[9] G. Crepaldi, Ragione pubblica e verità del Cristianesimo negli insegnamenti di Benedetto XVI, en G. Crepaldi, Dio o gli dèi. Dottrina sociale della Chiesa, percorsi, Cantagalli, Siena 2008, pp. 81-94.

[10] M. Borghesi, I presupposti naturali del poter-essere-se-stessi. La polarità natura-libertà di Jürgen Habermas, en F. Russo (a cura di), Natura cultura libertà, Armando, Roma 2010.

[11] Benedicto XVI, Discurso en el Reichstag de Berlín, 22 de septiembre de 2011.

Recensión



Hernández, Héctor H. Pensar y salvar la Argentina II. Sobre la participación política de los católicos; Ediciones Escipión, Mendoza, 2016, 228. pp.

El profesor Hernández continúa inasequible a todo desaliento, en lo que pareciera ser una prédica en el desierto, pues la mayoría de quienes deberían intervenir en la polémica, que no inició el autor, prefieren abstenerse de opinar en público.

En síntesis, se trata de determinar si es lícito moralmente el ejercicio del voto, estando vigente el sistema de sufragio universal y el monopolio de la representación política en manos de los partidos, tal como establece la normativa argentina. Hernández sostiene que, sin perjuicio de señalar los errores del actual sistema, y de procurar su modificación, intervenir en la vida cívica en estas condiciones no constituye ninguna falta moral. En definitiva, no hace más que recordar la doctrina  de los grandes pensadores clásicos y el Magisterio de la Iglesia, sobre la política.

Quienes difunden una posición diferente, se basan en lo que el autor denomina Nueva Teoría de la Participación Política (NTPP), cuyo único promotor sería el profesor Antonio Caponnetto, quien afirma que intervenir en las condiciones señaladas, constituye un acto inmoral, un verdadero pecado mortal. Por el principio lógico de no contradicción, ambas partes no pueden estar en lo cierto.

Considera el autor, entre otras cosas, que “pensar que es imposible vivir en la política la moral católica es desconfiar de Dios y de la naturaleza movida por Él; de que Dios ha hecho al estado perfectivo del hombre, y de que estamos obligados a buscar el bien común político” (p .28). También afirma que:  
“si se dice que la constitución no contamina la actuación de los grupos de la comunidad que son necesarios y naturales, por ejemplo el matrimonio y la familia, y los sindicatos y corporaciones, y en ellos podemos seguir actuando, ¿por qué no pensar que es de derecho y obligación natural insoslayable la sociopoliticidad y los deberes con la Patria y con el Estado y que existe el deber sobrenatural con la Religión de defenderla en el campo que sea, diga lo que diga la Constitución, participando en la política que hay?”

“¿En qué concedieron a la doctrina de la soberanía popular, a que la mayoría siempre tiene razón, a los principios liberales, los Martínez Zuviría, los Castellani, los Genta? ¡Por favor!” (p. 37).

O “¿por qué no pensar que hay un deber natural en pensar la política y proponer ideas y cursos de acción y el deber de conductas en la política para el bien común, sea o no con partidos políticos? La ley injusta no puede derogar la justa. Con leyes injustas o doctrinas erróneas no nos pueden impedir luchar por Dios y la Argentina. ¡De ninguna manera! Es un grave error” (p. 37).

La NTPP cuestiona el sufragio universal, sin haberlo definido, siendo que es un concepto técnico que implica el derecho de todo ciudadano de votar, y de poder ser elegido; es decir, se diferencia del voto calificado. En ese marco general, luego el sistema electoral reglamenta el modo concreto de emitir el voto. Por lo tanto, no tiene sentido afirmar que quien acepta el sufragio universal convalida la ideología liberal y la teoría de la soberanía popular: estas han sido condenadas por la Iglesia, el sufragio universal nunca. Acota Hernández un dato curioso: en Italia, tanto socialistas como liberales desconfiaban del sufragio universal pues consideraban que el voto de las mujeres sería influenciado por el clero. Recién en 1946 se realizaron en ese país las elecciones con inclusión del sufragio femenino (p. 102 y nota 49).

Por su parte, Pío XII, ante las elecciones de 1948, considerando que el triunfo comunista sería muy grave, emprendió ese desafío con espíritu de cruzada, criticando la abstención electoral y afirmando que: “en las presentes circunstancias es obligación estricta para los que tienen este derecho, hombres y mujeres, el tomar parte en las elecciones. Quien de ello se abstiene, especialmente por indolencia o por pereza, comete un pecado en sí grave, una culpa mortal” (p. 103).

Razona el autor que, si no hubo ningún Papa, ni teólogo, ni Episcopado que haya sostenido que votar con sufragio universal sea intrínsecamente malo, la teoría aludida no tiene fundamento serio. Ya la encíclica Inmortale Dei, de León XIII, había enseñado que: “no querer tomar parte alguna en la vida pública sería tan reprensible como no querer prestar ayuda alguna al bien común”.

Podríamos agregar que, el mismo sumo pontífice Pío IX que utilizó en una alocución la repetida frase sufragio universal es la mentira universal, no incluyó en el Catálogo de errores modernos (Syllabus) al sufragio universal ni a la democracia, entre los errores condenados. Tampoco  ninguno de los 11 sucesivos Papas consideró moralmente reprochables dichos aspectos de la vida cívica.

La Nota doctrinal sobre la política, de la Congregación para la Doctrina de la Fe (2002), afirmó: “Todos pueden contribuir por medio del voto a la elección de los legisladores y gobernantes y, a través de varios modos, a la formación de las orientaciones políticas y las opciones legislativas que, según ellos, favorecen mayormente el bien común” (p. 38).
Esperemos que el esfuerzo realizado por el Dr. Hernández impulse a otros pensadores argentinos a continuar el estudio de un tema imprescindible para que los políticos se sientan respaldados al ejercer un noble oficio al servicio de la Patria.


[Preparada para la revista Gladius]

Ciclo de Apologética



GUARDIA DE HONOR  

Grupo de Estudios
San Martín de Porres                                                  


2018

Agosto 8                   Origen católico de la Argentina

Setiembre 12            Leyendas negras: evangelización de América

Octubre 10                ¿Es razonable creer en Dios?

Noviembre 14           La verdad sobre la Inquisición

Diciembre 12            El caso Galileo

El segundo miércoles de cada mes, desde las 18 horas, en el Centro Apostólico Santo Domingo, se reunirá el Grupo para tratar temas que suscitan dudas o polémicas. Luego de una breve exposición que realizará un miembro del Grupo, se analizará el tema respectivo a la luz del Magisterio y de la obra de especialistas.

Av. Vélez Sarsfield 32



Homenaje a la encíclica Humanae vitae, de Pablo VI



Proyección social y política de la Humanae vitae *

Al cumplirse 50 años de este documento, nos interesa analizar  la relación entre la encíclica y la esfera pública de la fe cristiana, glosando lo publicado recientemente por el Observatorio Cardenal Van Thuan, de Italia.

Pablo VI en su encíclica enseña la doctrina moral sobre el matrimonio propuesta por el Magisterio de la Iglesia con constante firmeza. Concretamente declara “que hay que excluir absolutamente, como vía licita para la regulación de los nacimientos, la interrupción directa del proceso generador ya iniciado”, así como “la esterilización directa…tanto del hombre como de la mujer” (p. 14). Únicamente se considera lícita la utilización de los ritmos naturales de fecundidad (p. 16).

No hace,  sino continuar la doctrina de la tradición católica, de la Casti connubii (1930) de Pío XI, de las enseñanzas de Pío XII, las mismas que Juan Pablo II reitera después en la encíclica Familiaris consortio (1981) y en el Catecismo de la Iglesia Católica (1992), así como Benedicto XVI en Dignitas Persona (2008).

Publicada la encíclica, inmediatamente se desata una polémica que se prolonga hasta la actualidad. Ya se lo esperaba Pablo VI: “Se puede prever que estas enseñanzas no serán, quizá, fácilmiente aceptadas por todos: son demasiadas las voces –ampliadas por los modernos medios de propaganda- que están en contraste con la de la Iglesia” (p. 18).

La doctrina católica, sin embargo, sostiene una posición muy clara: que es intrínsecamente mala “toda acción que…se proponga como fin o como medio hacer imposible la procreación” (Catecismo, 2370). Evitar deliberadamente la procreación afectaría a la sociedad, que tendería a desaparecer. La producción artificial de individuos en lugar de su procreación natural puede ser posible, como ya ocurre en parte con la fertilización artificial. En estos casos, sin embargo, la sociedad ya no sería una sociedad humana, a menos que se concibiera como una serie de individuos que se acercaran unos a otros como entidades numéricas de acuerdo con la concepción de Hobbes o Rousseau. Si la sociedad también es una comunidad, y no está claro cómo la sociedad humana puede no serlo, entonces no puede reducirse a una suma de individuos originalmente no relacionados, así como sería una sociedad de individuos producidos en lugar de generados.

Para el pensamiento clásico, la filosofía cristiana y la doctrina social de la Iglesia, la sociedad es connatural al hombre, que es un animal social. La conjugación hombre-mujer es natural y original, al punto que la familia que nace de ella no puede ser ubicada entre los cuerpos intermedios de la sociedad, siendo en cambio una comunidad natural, preexistente a todos los demás grupos. Pero de acuerdo con la mente abierta de la anticoncepción y luego desarrollada hasta la teoría de género actual, en el origen de la sociedad dos individuos serían neutrales con respecto a cualquier orden natural y objetivo y en una relación recíproca de naturaleza instrumental. Esta situación recuerda aquella teorizada por los pensadores políticos modernos sobre el origen de la sociedad atribuido al consenso. Esto se ve en Hobbes: el pacto social imaginario no concierne a una comunidad ya dada, creada por Dios, ni siquiera a un orden natural preexistente; más bien, el Estado  es el resultado del intelecto humano y de la capacidad creativa humana, y solo del pacto proviene su origen

El Leviatán imagen del Estado, no está constituido por el acuerdo, el Leviatán es como un Dios en la tierra, por su artificialidad funcional es una máquina, De esta manera, llegamos a la neutralidad actual del Estado con respecto a los contenidos. Si el estado es artificium magnun, entonces es un instrumento técnico neutral, cuyo valor radica en ser independiente de cualquier contenido de propósito o creencias.
las leyes actuales contra el matrimonio, la familia y la vida presuponen esta concepción del poder y la ley.. Las similitudes entre la situación de la pareja relacional indiferente a un orden dado, y la construcción política moderna, que también aspira a la neutralidad, son sorprendentes. Se bloquea la politicidad en sus comienzos. Se puede decir que no permite su implantación.

Sin embargo, un aspecto del análisis del Leviatán no debe escapar. Los hombres se ven obligados a inventar el Leviatán debido a la situación de desesperación en la que se encuentran en estado natural. Homo homini lupus, el hombre es lobo para el hombre, puesto que el egoismo es la base del comportamiento humano, que solo por necesidad cede parte de libertad para unirse a otros. Solo un hombre desesperado puede ponerse en manos de un poder que es Dios, hombre, animal y máquina. El pensamiento político y jurídico moderno de Hobbes surge de la desesperación del hombre desnudo en un estado de naturaleza endémica conflictiva, un hombre tan desesperado que se somete al Estado-Dios que le garantiza la paz, pero no puede garantizarle la esperanza.

La consecuencia es que el alcance de la transmisión de la vida en la familia, que la anticoncepción quería mantener en lo privado e individual, es invadido por el poder político. La apertura a la vida y la relación de acuerdo con un orden natural garantizan la dimensión pública de la sexualidad y recuerdan la institución del matrimonio dentro de la cual se realiza de una manera completamente humana. Esto también garantizó el espacio profundamente personal de la nupcialidad y lo defendió contra la intrusión y la invasión. Anticoncepción busca liberarse de la apertura a la vida y a un orden natural, considerándolos como una intrusión indebida en lo privado. 

Hoy la sexualidad humana vive esta contradicción: por un lado, está completamente privatizada y, por otro, está completamente publicitada. Se privatiza porque se transfiere completamente a las decisiones individuales de los socios, sean lo que sean y sean cuales sean sus decisiones. Esta es la consecuencia de la concepción de la autodeterminación como el único valor moral, político y jurídico. En este caso, esfera privada significa un contexto de toma de decisiones pura en el que se inhiben todas las reglas morales, sociales o políticas. Por lo tanto, los medios privados no solo están exentos de la intervención pública, sino que también y sobre todo no se juzgan por consideraciones comunes, compartidas o compartidas. Cualquier otro juicio que no sea individual se suspende. Lo privado es, por lo tanto, el espacio de la anomia, la ausencia de la ley, algo similar, como dijimos anteriormente, al estado de la naturaleza imaginado por los pensadores políticos modernos. Privado es el área en la que cada uno es soberano para sí mismo.

Pero el estado ejerce un poder absoluto sobre los particulares, hasta el punto de poder invadir la privacidad y cancelarla. Hobbes, de hecho, no admite ningún derecho de resistencia contra el Leviatán, es decir, no reclama un derecho privado con respecto al derecho público, ya que el Leviatán de hoy en día tiende a no admitir ningún derecho a la objeción de conciencia. Con el estado máquina de Hobbes, la "neutralidad" se funda lúcida y trágicamente, según la cual el "estado tiene su propio orden en sí mismo y no fuera de sí mismo". Puede reclamar obediencia incondicional y si hoy el estado no permite la objeción de conciencia es porque el Leviatán no puede admitir un "derecho de resistencia".
Así que estamos en presencia de la paradoja de un sector privado cada vez más invadido por el público, como la Humanae vitae previó con asombrosa clarividencia, en el párrafo 17:
“…los hombres, queriendo evitar las dificultades…que se encuentran en el cumplimiento de la ley divina, llegarían a dejar a merced de la intervención de las autoridades públicas el sector más personal y más reservado de la intimidad conyugal”.

Efectivamente, la sexualidad pasó del ámbito privado al público;  la censura ahora se considera una imposición injusta, se legaliza la prostitución, ya que la castidad es ridiculizada, y la poligamia sincrónica o diacrónica tolerada, así  como la imposición de la ideología de género en las escuelas. El estado ya no tiene su propia moralidad para guiar sus políticas, pero esto no lo induce a abstenerse, sino a ingresar al sector privado para imponer su ausencia de moralidad como un valor. A los niños se les enseña que existen varios tipos de familia y de orientación sexual. A los jóvenes se les exhorta a evitar las consecuencias de embarazos no deseados.
En muchos casos el poder político ha dictado reglas precisas sobre la procreación, no solo en los casos bien conocidos del comunismo chino. Los organismos de las Naciones Unidas llevan a cabo sistemáticamente programas de anticoncepción, esterilización masiva y aborto, en colaboración con gobiernos y ONG internacionales. A partir de 1994 con la Cumbre Internacional de Población y Desarrollo de El Cairo, la Organización de las Naciones Unidas interviene activamente en la materia. Los Tribunales Internacionales de Derechos Humanos procesan a los Estados que aún no han adaptado su legislación al reconocimiento de la inseminación artificial o el aborto.

Establecer la relación matrimonial no en términos de anticoncepción sino de apertura a la vida, nos permite salir de este control del contraste moderno entre lo público y lo privado. No se puede decir que la relación sexual entre el hombre y la mujer abierta a la vida sea privada o pública en los significados que ahora se ven. Es personal y comunal Al ser íntimamente personal, requiere la virtud de la modestia no solo entre los cónyuges sino que también requiere decencia social y pública, por así decirlo, teniendo en cuenta que la sociedad y la sociabilidad nacen allí.

Esta colonización del entorno personal y familiar por parte del público nace, como hemos visto, de la eliminación de la trascendencia en la relación esponsal y su reducción a la plena disponibilidad técnica. Esto depende de la nueva consideración del cuerpo humano seguida de la aplicación masiva en la segunda mitad de los sesenta de la píldora anticonceptiva. Esta invención cambió radicalmente el concepto del cuerpo, marcando un verdadero punto de inflexión, que la Humanae vitae había visto bien. A partir de ese momento, el cuerpo se convirtió en un instrumento para ser utilizado de manera discrecional, y se insiste en la propiedad del propio cuerpo para justificar el aborto.
Hoy en día, tal posición se puede llamar neocatarismo. La religión cátara, una expresión medieval de la gnosis, significaba el cuerpo humano como separado del alma, una consecuencia de la visión de la materia como maldad. Al ser mala la materia, en consecuencia, también el matrimonio y la procreación. Celebraron la sexualidad estéril. El cuerpo y el alma están yuxtapuestos, no están unidos.

La ocasión para un renacimiento del neocatarismo, fue la invención y la aplicación de la píldora anticonceptiva. La sexualidad fuera de la unión, un cierto feminismo como emancipación de la maternidad. La rectificación del sexo no solo a través de la cirugía sino con una simple declaración a la oficina de registro. El impacto en la sociedad y en las políticas ha sido enorme.

Paralelamente, la Doctrina Social de la Iglesia, en ese momento comenzó a negarse y contradecirse de una manera estructural. Este paralelo entre el destino de la Humanae Vitae y los de la Doctrina Social de la Iglesia bajo ataque concéntrico puede ser muy significativo para nuestro análisis. Afirma el papa: "Ningún fiel querrá negar que corresponda al Magisterio de la Iglesia el interpretar  también la ley moral natural. (…) cuyo cumplimiento fiel es igualmente necesario para salvarse.” (p. 4)
La encíclica de Pablo VI tiene un sistema de pensamiento basado, como se entiende a partir del pasaje que acabamos de citar, en la ley moral natural que también está en la base de la Doctrina Social de la Iglesia. La admisión de la ley moral natural implica la aceptación de un orden finalista de la naturaleza y, por lo tanto, requiere una mirada metafísica. La ley moral natural fue confirmada y profundizada por la Veritatis Splendor y el poder metafísico de la razón humana por Fides et ratio. La Doctrina Social de la Iglesia, por su parte y en paralelo, hace suyas ambas perspectivas. Esto es evidente por todas las enseñanzas sociales, desde Rerum novarum a Caritas in veritate . Finalmente, debe notarse que la referencia a la ley moral natural se refiere a su fundamento trascendente final y, por lo tanto, en el lugar de Dios en la esfera pública. La encíclica Humanae Vitae nunca deja de utilizar la expresión "ley natural y divina."

El último llamamiento de la Humanae vitae a las autoridades públicas se basa en estos fundamentos:
“no permitáis que se degrade la moralidad de vuestros pueblos; no aceptéis que se introduzcan legalmente en la célula fundamental, que es la familia, prácticas contrarias a la ley natural y divina. Es otro el camino por el cual los poderes públicos pueden y deben contribuir a la solución del problema demográfico: el de una cuidadosa política familiar y de una sabia educación de los pueblos, que respete la ley moral y la libertad de los ciudadanos. (p. 23)

41 años después, Benedicto actualiza esta demanda en Caritas in veritate:
“La religión cristiana y las otras religiones pueden contribuir al desarrollo solamente si Dios tiene un lugar en la esfera pública…La doctrina social de la Iglesia ha nacido para reivindicar esa carta de ciudadanía de la religión cristiana.” (p. 56)
En otro párrafo agrega:
“La apertura a la vida está en el centro del verdadero desarrollo. Cuando una sociedad se encamina hacia la negación y la supresión de la vida, acaba por no encontrar la motivación y la energía necesaria para esforzarse en el servicio del verdadero bien del hombre.” (p. 28).

La realidad ha desmentido la posibilidad de una explosión demográfica que justificaría medidas extremas para reducir la población mundial, ante el peligro de que no alcanzaran los alimentos para todos. El aumento demográfico ha disminuido y se prevé una meseta que no superaría los 11.200 millones para el 2.100. Mientras tanto, Colin Clark, premio Nobel de Economía estimaba ya en 1974, que utilizando los recursos disponibles se pueden producir alimentos para 35.000 millones.

Como es irrebatible la evidencia científica, se alude ahora a la calidad de vida, o de manera más sofisticada: la capacidad de carga del planeta, que implica la posibilidad de que todas las especies animales puedan convivir armoniosamente. Uno de los adalides de esta tesis, es el profesor Shellnhuber, miembro de la Pontificia Academia de Ciencias, quien sostiene que la capacidad de carga del planeta no debería superar los 1.000 millones de personas. Como actualmente existen 7.500 se debe suprimir de alguna manera a más de 6 mil millones (New York Times, 2009), postulando un gobierno mundial dotado de amplios poderes.

San Juan Pablo II, al inaugurar la conferencia de Puebla (1992):
“No se trata de reducir a toda costa el número de invitados al banquete de la vida; lo que hace falta es aumentar los medios y distribuir con mayor justicia la riqueza para que todos puedan participar equitativamente de los bienes de la Creación”.

  • Síntesis de lo expuesto en el Centro Apostólico Santo Domingo (Córdoba), el 11-6-2018.




El mal menor en la política




Mario Meneghini

1.Introducción

Nadie ignora que vivimos en una era de gran complejidad y acentuada confusión de ideas, de modo que no puede sorprender la enorme dificultad para un adecuado funcionamiento de la autoridad pública en las sociedades. Un alto porcentaje de la ciudadanía descree de la eficacia  del funcionamiento del Estado, al que se considera incapaz de resistir las presiones sumadas del mercado, de la prensa y de los grupos de interés. En la última década, en varios países han proliferado manifestaciones que expresaron de modo violento el descontento, exigiendo un cambio inmediato del gobierno; surgiendo las agrupaciones de indignados, como en España donde llegaron a ocupar espacios públicos, hasta dar origen a un partido propio que canalizara sus inquietudes[1]. Los partidos más antiguos se ven obligados a incorporar a sus listas de candidatos a deportistas y actores para intentar atenuar el descenso de popularidad. En Italia, un actor cómico, Beppe Grillo, fundó el Movimiento Cinco Estrellas, que pese a presentarse como antisistema, se ha convertido en el primer partido italiano, previéndose que el año próximo deberá competir con Silvio Berlusconi, un empresario devenido en político[2].

Consideramos que en este escenario, de alta volatilidad y desprestigio de la actividad política, a quienes poseen la vocación, honestidad y patriotismo necesarios para encarar esta misión de servicio a la comunidad, les resulta imprescindible utilizar la antigua doctrina del mal menor.

2. Doctrina del mal menor

Cicerón enunciaba la regla de doubus malis minus est semper eligendum (De officiis); y Santo Tomás afirma que: Cuando es forzoso escoger entre dos cosas, que en cada una de ellas hay peligro, aquélla se debe elegir de que menos mal se sigue[3]. Por cierto que nunca es lícito, ni aún por razones gravísimas, hacer el mal para conseguir el bien, es decir, hacer objeto de un acto positivo de voluntad lo que es intrínsecamente desordenado. La prudencia permitirá “saber elegir entre las distintas posibilidades prácticas, de modo que se consiga el mayor bien posible o se evite el mal mayor, y siempre sin utilizar el mal de un modo activo: no hay que hacer nunca el mal, aunque sea para conseguir un gran bien”[4].

Explica Fernández Sánchez que, en un sentido amplio, el principio del mal menor significa que, cuando se prevén males inevitables, es preferible permitir, mediante nuestra decisión aquel de ellos que es el menor, para evitar el que es mayor. En sentido estricto,  dicho principio significa que, cuando en apariencia todas las posibles decisiones que se pueden tomar son malas, y no puede evitarse decidir, hay que hacerlo por lo menos malo. En ambos casos, la aplicación del principio tiene límites éticos; pero el mal menor tiene categoría de bien, en relación con un mal mayor, por lo tanto es preferible, porque el bien que se pierde con el mal mayor es más valioso[5].
El riesgo siempre latente es el subjetivismo, pues la buena intención no autoriza a hacer ninguna obra mala; sin una “determinación racional de la moralidad del obrar humano, sería imposible afirmar un orden moral objetivo[6]”.

3. Aplicación a la política

Para vincular esta doctrina con la actividad política debemos dilucidar, primero,  en qué consiste. Siguiendo a Santo Tomás, Kéraly define a la política como “la ciencia encargada no solamente de estudiar sino también de conducir y de mantener a la ciudad en su finalidad específica”. La política, así entendida, pertenece a las ciencias prácticas, porque -señala Sto. Tomás- “la ciudad es una cierta entidad respecto de la cual la razón humana no sólo es cognoscitiva, sino también operativa”, debiendo incluirse entre las ciencias morales y no entre las ciencias productivas, porque la ciencia política tiene por objeto “el ordenamiento de los hombres”[7]. Y es la ciencia arquitectónica respecto de todas las demás ciencias prácticas, de allí que Aristóteles diga que la filosofía de las cosas humanas culmina con la política[8].

De acuerdo a la definición de Kéraly, la política abarca dos aspectos complementarios:
 a) un cuerpo de conocimientos teóricos y normativos fundado en una labor científica cuyo modo es especulativo y cuyo procedimiento es analítico (obra de la razón);
 b) un conjunto de aptitudes y de disposiciones activamente ordenadas al bien común de la ciudad, especie de saber hacer moral, cuyo modo es práctico y cuyo procedimiento es sintético (obra de la prudencia)[9].

Entonces, la política es ciencia y prudencia. Explica Leo Strauss que “la filosofía política clásica fue eminentemente práctica y que no es obra de la casualidad que la filosofía política moderna se autodenomine con frecuencia teoría”[10]. Agrega Hennis: “Que la política es una ciencia práctica es la herencia científico-teórica más importante de la tradición a nuestra disciplina, y su rechazo la verdadera causa de su crisis”[11].

4. Objeciones a la participación en política

En la actualidad, muchos intelectuales y dirigentes promueven la abstención en la vida cívica, por rechazo al régimen político vigente, que consideran debe ser modificado de raíz pues impide un gobierno que garantice el bien común. Procurar el reemplazo de los procedimientos actuales de selección de gobernantes, por otros que se consideran mejores, constituye un noble esfuerzo, siempre que la alternativa propuesta sea factible y no una fórmula teórica, para ser aplicada en un futuro indefinido. Si se sostiene que no se puede -o no se debe- actuar dentro del sistema político vigente, pues el sistema es la enfermedad, quedamos paralizados de entrada.

El sistema institucional actual nos incluye, mal que nos pese, puesto que somos ciudadanos de éste Estado, y debemos sujetarnos a las normas y trámites oficiales.  “En política es preciso tratar de las cosas no  como deberían ser, no como se desean, sino como son; lo demás es una política hipotética, no positiva…”[12]. Además, el poder no admite quedar vacante, debe ser ejercido[13].
Aristóteles advierte que, tal como hace el tejedor, que no fabrica la lana sino que se sirve de ella, evaluando su calidad, la política no hace a los hombres sino que los toma de la naturaleza y se sirve de ellos[14].

La única manera efectiva de procurar que mejore la realidad política es participando activamente en la vida cívica. Pero para eso, se debe partir de dos premisas doctrinarias: la licitud moral del voto[15], y la obligación de respetar el régimen institucional vigente[16], sin que ello implique avalar las imperfecciones que atribuyamos al sistema electoral y a la Constitución vigentes.

No se trata, por cierto, de intervenir en la vida pública, para adaptarse a lo que sostiene la mayoría circunstancial, sino, precisamente, para defender y procurar aplicar, con firmeza, la propia doctrina. Tampoco la decisión de participar en política implica que todos se sientan obligados a afiliarse a un partido, ni mucho menos a postularse como candidatos. También la emisión del voto, deberá quedar librada a la conciencia individual.
La doctrina clásica siempre ha considerado válido cualquier sistema político que asegure el bien común; por eso, cada persona tiene derecho a preferir uno en particular. Pero es obvio, que en un país como el nuestro, donde rige el sistema republicano desde hace dos siglos, no habrá posibilidad de cambiarlo por otro, a menos que sea interviniendo en el régimen vigente o utilizando la fuerza.

De las dos premisas indicadas, se infiere la necesidad de actuar en política, utilizando las herramientas que permite la legislación, sin desconocer las dificultades que conlleva esa decisión. La compleja y desagradable realidad contemporánea puede hacer caer en dos tipos de convicciones erróneas, que, a su vez, conducen a estrategias diferentes para enfrentar la realidad.

Primera posición: Algunos sostienen que, como existe un oligopolio partidocrático que restringe las chances electorales a dos o tres partidos o alianzas, es un esfuerzo inútil aceptar el combate electoral, con el consiguiente desgaste de dinero y energías que podrían ser mejor empleadas.
Entonces, aducen, mientras no cambie el panorama, conviene concentrar el esfuerzo en el combate intelectual, formando a los jóvenes que en el futuro podrán ocuparse de la política.

La acción cultural no debe descuidarse, por el contrario debe acentuarse, perfeccionando los instrumentos correspondientes. Pero, como enseña la doctrina y demuestra la historia, en última instancia es el poder político el que determina, incluso, las posibilidades de la acción cultural[17]. Refugiarse en cenáculos intelectuales, hasta que se produzca el cambio que soñamos, es caer en la utopía. Según Thomas Molnar: “La visión del utopista está señalada por el desprecio hacia el presente, así como por aquellos sucesos de la Historia que separan a la humanidad de la meta deseada, pues él escoge concentrarse alrededor de la llegada misma y desdeñar todo lo referente al modo de llegar”[18].

Segunda posición: Se alega que, como la corrupción de la política se acelera y se vulneran gravemente los llamados valores no negociables, es necesario enfrentar con energía al gobierno, ejerciendo el derecho de resistencia. El derecho de resistencia puede y debe aplicarse, cuando se dan las condiciones que fija la doctrina. Saltear los tres grados previos (resistencia pasiva, resistencia legal, resistencia activa de hecho), para promover la rebelión armada, no es lícito moralmente, y es un planteo ineficaz y suicida[19]. Como les advirtió severamente Juan Pablo II a los políticos irlandeses: “Debéis mostrar que hay un camino pacífico, político, para la justicia. La violencia florece mejor, cuando hay un vacío político o una repulsa del movimiento político”[20].

Que la política contemporánea ofrece un panorama desolador, nadie lo puede negar, pero ante este horizonte, consideramos que no basta con trabajar en el campo de la cultura, y criticar la realidad presente, esperando que se produzca espontáneamente un cambio positivo, puesto que: “El poder es la facultad de mover la realidad, y la idea no es capaz por sí misma de hacer tal cosa”[21]. Mientras esperamos que mejoren las circunstancias, ¿qué hacemos? Acota el Dr. Hernández que el Estado dicta las normas para la sociedad, de modo que para influir en el gobierno “hay que poder dictar las normas, o influir en el dictado de dichas normas o que las normas no se ejecuten, lo cual generalmente se impide a través de otras normas”[22].

Si desde hace un siglo se ha producido el alejamiento de las personas de la actividad política, ello se debe a un menosprecio de la misma -la "cenicienta del espíritu", según Irazusta- y a una cierta pereza mental que impide imaginar soluciones eficaces para enfrentar los problemas espinosos que plantea la época. Asumir una posición rigorista en temas de procedimiento, implica colocar a quien defiende la necesidad de actuar en la vida cívica, pese a las dificultades, en una situación casi herética. De manera explícita, un autor argentino prestigioso como Antonio Caponnetto sostiene “que mientras rija el sistema del sufragio universal –y muchísimo más mientras se lo consienta expresamente- no sólo no existe la obligación moral de votar, sino que votar en tales condiciones es un pecado…”[23]. “En todos los casos, el causante, esto es, el sufragante, es responsable moral de los males que ejecuten sus elegidos, y de los males que se sigan porque esos elegidos mantengan la vigencia de la perversión política”[24].
El enfoque realista en materia política ha sido destacado por Joseph Ratzinger[25]:

“Ser sobrios y realizar lo que es posible en vez de exigir con ardor lo imposible ha sido siempre cosa difícil… El grito que reclama grandes hazañas tiene la vibración del moralismo; limitarse a lo posible parece, en cambio, una renuncia a la pasión moral, tiene el aspecto del pragmatismo de los mezquinos”. También los consejos de Santo Tomás Moro, Patrono de los Gobernantes y Políticos, nos estimulan a continuar el arduo camino de servir al bien común con los instrumentos disponibles: “La imposibilidad de suprimir enseguida prácticas inmorales y corregir defectos inveterados no vale como razón para renunciar a la función pública. El piloto no abandona su nave en la tempestad, porque no puede dominar los vientos”[26].

5. Analizando el caso argentino[27]

Aplicando lo expuesto a la Argentina, debemos mencionar que es lugar común en nuestro país la queja sobre el mal funcionamiento del sistema político, y sobre la calidad de la mayoría de los dirigentes. Por eso, en los últimos años -en especial desde la crisis de 2001- se han lanzado muchos proyectos para intentar mejorar dicho sistema. El principal problema es que la misma base teórica en nuestro sistema institucional parte de un principio falso: la soberanía popular, que consiste en conferir al pueblo la atribución ontológica del poder. Esta teoría ha quedado consolidada jurídicamente en nuestra Constitución Nacional con la reforma de 1994. En efecto, el nuevo Art. 37 garantiza el ejercicio de los derechos políticos con arreglo al principio de la soberanía popular. Bidart Campos demuestra que los supuestos en que se basa esta tesis son científicamente falsos, y resume de esta manera: “Es ficción considerar al pueblo como susceptible de representación, y como entidad unificada que confiere mandato; ficción es suponer que el parlamento representa a la totalidad del pueblo; ficción que los actos de los representantes son actos del pueblo; ficción que el pueblo gobierna”[28].

Ahora bien, que señalemos los errores en que se basa la legislación vigente, no nos autoriza a abandonar el campo de la vida cívica. En primer lugar, pues la realidad indica que la teoría democrática no es más que una máscara totemística. Hermann Finer expresa con crudeza: “La Constitución es la autobiografía de las relaciones de poder materiales y espirituales en cualquier grupo humano y, como toda las autobiografías, incluye fantasías que no entran en la vida y excluye algunos vicios que viven bien en ella”[29].
En segundo lugar, no es correcto cuestionar un ordenamiento institucional por que sean discutibles sus fundamentos intelectuales. En el plano de las ideas es lícito preferir un régimen político que consideremos el mejor, pero, en toda sociedad se impone, con el tiempo, una forma determinada de selección y reemplazo de los gobernantes. Si esa forma no afecta de manera directa la dignidad humana, y rige de hecho en una sociedad, su aceptación no solamente es lícita, sino incluso obligatoria, con obligación impuesta por la necesidad del bien común. En la Argentina tiene vigencia, desde 1853, un ordenamiento constitucional, que es tributario de una serie de pactos y compromisos en el curso de los acontecimientos políticos nacionales, y rige, desde entonces, con una aceptación pacífica y estable, lo que le confiere legitimidad[30].

Consideramos inaceptable, entonces, la actitud de negarse a participar en la vida cívica, por considerar cuestionable la misma Constitución y el sistema electoral que de ella deriva, y promover la abstención como única conducta válida para quienes rechazan la teoría de la soberanía popular. Por el contrario, la obligación moral de participar será tanto más grave, cuanto más esenciales sean los valores morales que estén en juego.

6. El mal menor y las elecciones

La participación en la vida cívica incluye varias acciones, pero el modo más simple y general de participar en un sistema republicano, es el ejercicio del voto, de modo que es necesario avocarse al tratamiento de la doctrina del mal menor en el proceso electoral. La historia nos muestra que en todas las épocas y en todos los países, el sufragio ha sido utilizado normalmente como instrumento de selección de las autoridades políticas. Es un modo de poner en acto el derecho natural del ciudadano de participar en la vida pública de su sociedad[31], sin que de ello se derive necesariamente un mal para la sociedad. Y la forma republicana de gobierno, que fija nuestra Constitución, implica la periódica elección de autoridades, lo que no es objetable moralmente, por el contrario, existe la obligación moral de votar, salvo excepciones[32].

Estimamos que, sostener en vísperas de toda elección, que es inútil y hasta una falta moral ejercer el voto, pues todos los candidatos son malos y todos los programas defectuosos, revela una apreciación equivocada de la actividad política. Precisamente en una época histórica caracterizada por problemas sumamente complejos, se hace más necesario que nunca acudir a la política para procurar resolver los problemas. Rehusarnos a intervenir en la vida comunitaria porque no nos gusta lo que vemos, equivale a avalar la continuidad de lo existente. Tampoco es correcta la impresión de que la política necesariamente conduce a la corrupción, como afirmaba Lord Acton.
Suele alegarse que la decisión de no participar en un proceso electoral, deviene de una obligación de conciencia. Ahora bien, la conciencia debe estar iluminada por los principios y ayudada por el consejo de los prudentes. Además, antes de invocar la obligación de conciencia, cada persona debe procurar disponer de la información necesaria para evaluar correctamente a los partidos que se presentan a una elección, así como a los candidatos respectivos.

Como explica Bargallo Cirio[33]: “Adecuarse a las circunstancias es sólo contar con ellas para actuar. Para defenderlas o apoyarlas cuando se deba, o para atacarlas, torcerlas o dominarlas, cuando sea necesario. (...) La acción política es antes que nada humilde contacto con la realidad”.
Criticar la realidad social contemporánea, despreciándola por comparación con alguna forma que existió históricamente, o con un esquema de lo óptimo, implica caer en el doctrinarismo[34]. Es preciso conocer la realidad, tal cual es, antes de intentar mejorarla. Para cada sociedad política, pueden existir, simultáneamente, tres enfoques sobre el régimen político: el ideal, propuesto por los teóricos; el formal promulgado oficialmente; y el real - o constitución material-, surgida de la convivencia que produce transformaciones o mutaciones en su aplicación concreta. De modo que negarse a reconocer una constitución formal, implica, a menudo, enfrentarse con molinos de viento, limitándose a un debate estéril, porque, además, no se tiene redactada la versión que se desearía que rigiera.

La Constitución Nacional (Art. 38) reserva la postulación de candidatos a cargos públicos electivos, a los partidos políticos, por lo que la única forma de participar en la vida cívica es a través de los mismos, ya sea incorporándose a uno, creando uno nuevo, o simplemente votando por el más afín. El proceso de selección de candidatos constituye un elemento esencial de la política. Como consecuencia de la crisis de representación, la opinión pública privilegia el ascenso de figuras personales por sobre estructuras partidarias, lo cual, lejos de aportar soluciones, agrava la situación. Es una obligación cívica de los ciudadanos indagar de forma exhaustiva los antecedentes y  capacidad de los candidatos: “El conocimiento de los que pueden ser elegidos por parte de los que eligen, es lo primero; después está la participación de todos los que intervienen en un Bien Común”[35].

Aplicando la doctrina, al tema eleccionario, el Prof. Palumbo[36] sostiene que: “En el caso concreto de una elección, al votarse por un representante considerado mal menor, no se está haciendo el mal menor, sino permitiendo el acceso de alguien que posiblemente, según antecedentes, lo hará”.

En ocasiones, el ciudadano no tiene la posibilidad de elegir entre varios partidos, pues ninguno le ofrece garantías mínimas, al presentar plataformas que permiten prever acciones perjudiciales para la sociedad, o declaraciones de principios que contradicen la ley natural. En esos casos, tiene el deber de abstenerse de votar. Pero no es habitual que no haya ninguna opción aceptable, especialmente en elecciones generales cuando debe votarse en ocho o diez tramos diferentes, desde concejales a presidente. Por lo tanto, aunque no se sienta identificado  totalmente con ningún partido ni candidato, puede votar por quienes parezcan más confiables. Al proceder así, no está avalando aquellos aspectos que no le satisfacen, sino, simplemente, eligiendo el bien posible. No es razonable permanecer indiferente o neutral frente a las fracciones políticas, pues siempre las habrá mejores y peores. Nunca será igual un partido que otro; algunos buscan, de forma explícita o matizada, intereses sectoriales, ideológicos o espurios. Un partido será respetable cuando se somete al interés general, y expone una plataforma con propuestas concretas de solución a los problemas sociales[37].

7. Voto útil

A menudo se exhibe, incorrectamente, al llamado voto útil, como ejemplo de mal menor. El voto útil consiste en que el elector otorgue su voto a un partido que tiene posibilidades de ganar, aunque no sea el que más le atrae, para que el voto no se desperdicie. Este enfoque pragmático tiene ribetes de exitismo, cuando no de cobardía. El mal menor no se vincula con el maquiavelismo político, que admite hacer un mal para obtener un bien, lo cual es siempre ilícito. El mal menor consiste en tolerar un mal, no realizarlo. Un caso típico es el de la ley seca, en Estados Unidos; la experiencia indicó que prohibir el consumo de alcohol era más perjudicial que tolerarlo.
Votar un partido que carece de posibilidades de obtener ni siquiera una banca de concejal, no es una acción inútil. Si el partido satisface las expectativas, pues defiende principios sanos y presenta una plataforma que convendría aplicarse, y/o postula a dirigentes capaces y honestos, merece ser apoyado. El voto, en este caso, servirá de estímulo para quienes se dedican a la política con verdadera vocación de servicio, les permitirá ser conocidos, y facilitará una futura elección con mejores perspectivas. Esa actitud representa un estímulo para superar la tendencia al abstencionismo o a pensar que todos los políticos son iguales.

Sin embargo, en vísperas de una elección cada partido debe definir posiciones sobre múltiples temas, siendo difícil que el ciudadano pueda compartir lo que se propone en todos ellos. La identificación, entonces, se acentúa en algunas cuestiones que cada persona considera más relevantes según su escala de valores. La forma en que se pronuncien los partidos sobre dichas cuestiones termina de decidir el voto en cada ocasión.

8. Opciones electorales

En cada elección, el ciudadano dispone de varias posibilidades: a) abstenerse de participar; b) anular el voto; c) votar en blanco, total o parcialmente; d) votar por un solo partido, o por varios, en los distintos niveles.
Merece una atención especial, la novedad que introdujo la reforma constitucional de 1994, al establecer el requisito de doble vuelta en la elección presidencial (Arts. 94-98). Es un instituto creado por Napoleón III (1852) para utilizarse cuando ningún candidato obtuviese la mayoría absoluta de los votos emitidos, debiendo competir nuevamente los dos candidatos más votados. En la Constitución Argentina, se introdujo el ballotage, con un procedimiento único en el mundo, puesto que bastará que en la primera vuelta la fórmula más votada obtenga más del cuarenta y cinco por ciento de los votos, o bien cuarenta por ciento con una diferencia mayor a diez puntos sobre el segundo, para resultar electa.

 Pese a este procedimiento curioso, que facilita el acceso al gobierno, fue necesario utilizarlo en el año 2015. En esa oportunidad, muchos nos vimos compelidos a aplicar el mal menor, puesto que ninguno de los dos candidatos nos satisfacía, pero representaban dos modelos claramente diferenciados. Uno de ellos ratificaría la continuidad de una corriente cuyos frutos eran negativos, el otro, al menos, permitía vislumbrar una esperanza de cambio. Algunos analistas opinan que, existe el riesgo en estos casos, de que la decisión forzada por las circunstancias funcione de un modo iatrogénico. La iatrogenia es el daño ocasionado a un enfermo por un médico o medicamento, que en vez de curarlo empeora su situación[38]. Sin embargo, en casos como el señalado –y supuesto el debido discernimiento-, la doctrina aconseja elegir la opción que sacrifique menos elementos esenciales para la comunidad.  Se ha dicho al respecto: “Votar por un candidato menos malo, no es cooperar a un mal, es procurar un bien”[39].

9. Conclusión

Siempre se ha considerado a la política como una actividad noble, pero no deben confundirse los planos y pretender lograr la perfección de una sociedad, únicamente con la política; es imprescindible, sin embargo, para ayudar “a reducir el mal y a acentuar el bien lo más posible, y a crear un orden de convivencia estable”[40].
Consideramos que en esta compleja actividad, resulta necesario utilizar la antigua doctrina del mal menor, como aplicación concreta de la virtud de la prudencia que debe regir la acción política. Por cierto que, en última instancia, “sólo hay buena política cuando el poder se encuentra en manos de una clase dirigente que reúna en su seno los valores políticos reales de la comunidad”[41].


(*) Presentada al Congreso Nacional de Filosofía; Huerta Grande (Córdoba), 19-21-10-2017.








[1] “los partidos antisistema que, desde Europa, pasando por Estados Unidos y América Latina, reaccionan contra los efectos de la globalización y de la revolución digital sobre el empleo”: Botana, Natalio. “La PASO reflejan una democracia de candidatos”; La Nación, 25-8-17.
[2] La Nación, 22-8-17.
[3] Santo Tomás de Aquino. “Del gobierno de los príncipes”; Buenos Aires, Editorial Cultural, 1945, Vol. 1ro., p. 35.

[4] Soria Saiz, J. L. Tolerancia: IV. Teología moral; Enciclopedia, Madrid, Rialp, 1981, p. 545.

[5] Fernández Sánchez, Francisco. 2004. “Principio o argumento del mal menor”; en Lexicon. “Términos ambiguos y discutidos sobre familia, vida y cuestiones éticas”; Madrid; Consejo Pontificio para la Familia/Palabra, pp. 1000-1001. En Internet:
www.es.catholic.net/op/articulos/13229/cat/554/articulos-en-relacion/al/termino-mal-menor.html

[6] “Veritatis splendor”, Juan Pablo II, 1993, p. 82.
[7] Santo Tomás de Aquino. “Prefacio a la Política”; Proemio y explicación por Hugues Kéraly, México, Editorial Tradición, 1982, pp. 17, 107, 119.

[8] “En todas las ciencias y artes el fin es un bien; por lo tanto, el mayor y más excelente será el de la suprema entre todas, y ésta es la disciplina política; y el bien político es la justicia, que consiste en lo conveniente para la comunidad…”: Aristóteles. “Política”; Madrid, Centro de Estudios Constitucionales, 1983, Libro III, 11, 12.
[9] Santo Tomás…, op. cit., p. 137.
[10] Strauss, Leo. ¿Qué es filosofía política?; Madrid, Guadarrama, 1970 pp.118.
[11] Hennis, Wilhelm. “Política y filosofía práctica”; Buenos Aires, Sur, 1973, p. 42.
[12] García Escudero, José María. “Antología política de Balmes”; Madrid, BAC, 1981, p. 187.
[13] Massot, Vicente. “El poder de lo fáctico”; Buenos Aires, Ciudad Argentina, 2001, p. 98.
[14] Aristóteles. “Política”; Madrid, Centro de Estudios Constitucionales, 1983, Libro I, 10.
[15] “La obligación de votar en elecciones civiles es un deber que obliga en conciencia a todos los ciudadanos que posean el derecho a votar”: Cranny, Rev. Titus. “The moral obligation of voting”; Washington, The Catholic University of America Press, 1952, 134, 1. Catecismo de la Iglesia Católica, Nº 2240.
[16] Encíclica Au Millieu des Solicitudes, pp. 16/23.
[17] “Sin embargo, es cosa de todos sabida que, en los campos social y económico –tanto nacional como internacional-, la decisión última corresponde al poder político” (Octogesima Adveniens, p. 46).
[18] Molnar, Thomas. “El utopismo. La herejía perenne”; Buenos Aires, Eudeba, 1970,  p. 212.
[19] “La gravedad de los peligros que el recurso a la violencia comporta hoy evidencia que es siempre preferible el camino de la resistencia pasiva, más conforme con los principios morales y no menos prometedor del éxito” (Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, p. 401).
[20] Homilía, 29-9-1979, en Irlanda del Norte (p. 14).
[21]  Guardini, Romano. “El poder”; Guadarrama, 1963, pág. 22.
[22] Hernández, Héctor. “Pensar y salvar la Argentina II”; Mendoza, Ediciones Escipión, 2016,  p. 91.

[23] Caponnetto, Antonio. “La perversión democrática”; Buenos Aires, Editorial Santiago Apóstol, 2008, p. 184.
[24] Idem, p. 84. La tesis de este autor  no es compartida por ningún moralista: Hernández, op. cit., p. 203.
[25]  “Cristianismo y política”; Revista Internacional Communio, julio/agosto, 1995.
[26]  “Utopía”, Sopena Argentina, 1944, pág. 64.
[27] Meneghini, Mario. “La política: obligación moral del cristiano”; Córdoba, Del Copista, 2008, Cap. I.

[28] Bidart Campos, Germán. “Doctrina del Estado democrático”; Buenos Aires, EJEA, 1961, p. 186.
[29] Finer, Hermann. “Teoría y práctica  del gobierno moderno”; Madrid, Tecnos, 1964, pp. 28-29.
[30] Lamas, Félix. “La Constitución Nacional. Sus principios de legitimidad y su reforma”; en: Moenia, 1988, N° XXIII, pp. 11-40.

[31] Martínez Vázquez, Benigno. “El sufragio y la idea representativa democrática”; Buenos Aires, Depalma, pp. 20, 25, 31.
[32] “Si el pueblo es ordenado y serio, custodio fiel del interés público, será justo instituir una  por la cual pueda elegir a los magistrados que han de gobernar la República”: San Agustín; Libre Arbitrio, Libro I, cap. VII.

[33] Bargallo Cirio, Juan. “Ubicación y proyección de la política”; Buenos Aires, Colección ADSUM, Grupo de Editoriales Católicas, pp. 45-46.
[34]La prudencia política es ingeniosa, y excogita los medios para lograr la conservación del bien común, urdiendo en todo momento los planes más convenientes a la salvación nacional, tanteando en cada coyuntura la oportunidad de sacar adelante la nave de la nación, y deshaciendo las acechanzas de sus enemigos para conducirla con toda celeridad al buen puerto”: Palacios, Leopoldo-Eulogio. “La prudencia política”; Madrid, Gredos, 1978, pp. 52-53.
[35] Genta, Jordán Bruno. “Opción política del cristiano. Soberanía de Cristo o soberanía popular”; Buenos Aires, ediciones REX, 1997, p.76.
[36] Palumbo, Carmelo. “Guía para un estudio sistemático de la Doctrina Social de la Iglesia”; Buenos Aires, CIES, p. 150.
[37] “ejercen los partidos una influencia decisiva en la formación de la voluntad popular. Esta no sólo se expresa a través de ellos, sino que –a un nivel mucho más profundo que todos los intentos de hacer propaganda y de conseguir influencia- de hecho se forja por ellos.”: Off, Claus. “Partidos políticos y nuevos movimientos sociales”; Madrid, editorial Sistema, 1992, p. 90.
[38] Sinay, Sergio. “Atreverse a votar sin miedo”; Buenos Aires, Perfil, 6-8-2017.
[39] “Reglas para elegir entre los candidatos”, aprobadas por la Asamblea de Cardenales y Arzobispos de Francia, 1935: P. Lallerment. “Principios de Acción Cívica”, Buenos Aires, Ed. Santa Catalina, 1950, pp. 218-221.
[40] Iraburu, P. José María. “Los católicos y la Política, utopía y política”; El último Alcázar, 26-6-2006.
[41] Palacio, Ernesto. “Teoría del Estado”; Buenos Aires, Eudeba, 1973, p.126.