Recensión



Hernández, Héctor H. Pensar y salvar la Argentina II. Sobre la participación política de los católicos; Ediciones Escipión, Mendoza, 2016, 228. pp.

El profesor Hernández continúa inasequible a todo desaliento, en lo que pareciera ser una prédica en el desierto, pues la mayoría de quienes deberían intervenir en la polémica, que no inició el autor, prefieren abstenerse de opinar en público.

En síntesis, se trata de determinar si es lícito moralmente el ejercicio del voto, estando vigente el sistema de sufragio universal y el monopolio de la representación política en manos de los partidos, tal como establece la normativa argentina. Hernández sostiene que, sin perjuicio de señalar los errores del actual sistema, y de procurar su modificación, intervenir en la vida cívica en estas condiciones no constituye ninguna falta moral. En definitiva, no hace más que recordar la doctrina  de los grandes pensadores clásicos y el Magisterio de la Iglesia, sobre la política.

Quienes difunden una posición diferente, se basan en lo que el autor denomina Nueva Teoría de la Participación Política (NTPP), cuyo único promotor sería el profesor Antonio Caponnetto, quien afirma que intervenir en las condiciones señaladas, constituye un acto inmoral, un verdadero pecado mortal. Por el principio lógico de no contradicción, ambas partes no pueden estar en lo cierto.

Considera el autor, entre otras cosas, que “pensar que es imposible vivir en la política la moral católica es desconfiar de Dios y de la naturaleza movida por Él; de que Dios ha hecho al estado perfectivo del hombre, y de que estamos obligados a buscar el bien común político” (p .28). También afirma que:  
“si se dice que la constitución no contamina la actuación de los grupos de la comunidad que son necesarios y naturales, por ejemplo el matrimonio y la familia, y los sindicatos y corporaciones, y en ellos podemos seguir actuando, ¿por qué no pensar que es de derecho y obligación natural insoslayable la sociopoliticidad y los deberes con la Patria y con el Estado y que existe el deber sobrenatural con la Religión de defenderla en el campo que sea, diga lo que diga la Constitución, participando en la política que hay?”

“¿En qué concedieron a la doctrina de la soberanía popular, a que la mayoría siempre tiene razón, a los principios liberales, los Martínez Zuviría, los Castellani, los Genta? ¡Por favor!” (p. 37).

O “¿por qué no pensar que hay un deber natural en pensar la política y proponer ideas y cursos de acción y el deber de conductas en la política para el bien común, sea o no con partidos políticos? La ley injusta no puede derogar la justa. Con leyes injustas o doctrinas erróneas no nos pueden impedir luchar por Dios y la Argentina. ¡De ninguna manera! Es un grave error” (p. 37).

La NTPP cuestiona el sufragio universal, sin haberlo definido, siendo que es un concepto técnico que implica el derecho de todo ciudadano de votar, y de poder ser elegido; es decir, se diferencia del voto calificado. En ese marco general, luego el sistema electoral reglamenta el modo concreto de emitir el voto. Por lo tanto, no tiene sentido afirmar que quien acepta el sufragio universal convalida la ideología liberal y la teoría de la soberanía popular: estas han sido condenadas por la Iglesia, el sufragio universal nunca. Acota Hernández un dato curioso: en Italia, tanto socialistas como liberales desconfiaban del sufragio universal pues consideraban que el voto de las mujeres sería influenciado por el clero. Recién en 1946 se realizaron en ese país las elecciones con inclusión del sufragio femenino (p. 102 y nota 49).

Por su parte, Pío XII, ante las elecciones de 1948, considerando que el triunfo comunista sería muy grave, emprendió ese desafío con espíritu de cruzada, criticando la abstención electoral y afirmando que: “en las presentes circunstancias es obligación estricta para los que tienen este derecho, hombres y mujeres, el tomar parte en las elecciones. Quien de ello se abstiene, especialmente por indolencia o por pereza, comete un pecado en sí grave, una culpa mortal” (p. 103).

Razona el autor que, si no hubo ningún Papa, ni teólogo, ni Episcopado que haya sostenido que votar con sufragio universal sea intrínsecamente malo, la teoría aludida no tiene fundamento serio. Ya la encíclica Inmortale Dei, de León XIII, había enseñado que: “no querer tomar parte alguna en la vida pública sería tan reprensible como no querer prestar ayuda alguna al bien común”.

Podríamos agregar que, el mismo sumo pontífice Pío IX que utilizó en una alocución la repetida frase sufragio universal es la mentira universal, no incluyó en el Catálogo de errores modernos (Syllabus) al sufragio universal ni a la democracia, entre los errores condenados. Tampoco  ninguno de los 11 sucesivos Papas consideró moralmente reprochables dichos aspectos de la vida cívica.

La Nota doctrinal sobre la política, de la Congregación para la Doctrina de la Fe (2002), afirmó: “Todos pueden contribuir por medio del voto a la elección de los legisladores y gobernantes y, a través de varios modos, a la formación de las orientaciones políticas y las opciones legislativas que, según ellos, favorecen mayormente el bien común” (p. 38).
Esperemos que el esfuerzo realizado por el Dr. Hernández impulse a otros pensadores argentinos a continuar el estudio de un tema imprescindible para que los políticos se sientan respaldados al ejercer un noble oficio al servicio de la Patria.


[Preparada para la revista Gladius]