Enrique Shaw y la Doctrina Social de la Iglesia

 Por Germán Masserdotti

 


“Bienaventurada es nuestra patria porque en ella un cristiano puede llegar a ser santo –afirmó Enrique en una de sus intervenciones públicas–. Bienaventuranza es una palabra que quiere decir felicidad, y con ese significado la explicó nuestro Señor Jesucristo en el Sermón de la Montaña. Felices somos, pues, nosotros, los argentinos que podemos cumplir todas y cada una de estas bienaventuranzas. Hay mucho de bueno que hacer en nuestro país aun cuando a veces no lo parezca. Está a nuestro alcance y posibilidades hacer triunfar al cristianismo, y, por lo tanto, debemos hacer lo que a ello contribuya de un modo u otro. Si empleamos bien todos los medios existentes a nuestra disposición, somos más fuertes de lo que pensamos. ¡Actuemos! Las Sagradas Escrituras dicen que los santos juzgarán la Tierra”.

En Enrique Shaw, esta “recapitulación en Cristo” (Ef. 1, 10) de la vida social argentina tuvo como ámbito especial de acción el mundo económico y, todavía más en concreto, el empresarial. “Hay que «estar» en los problemas temporales, pero no quedarnos prisioneros de los problemas temporales –sostuvo Enrique Shaw–. La gran tarea de la hora presente es la animación espiritual del orden temporal, la reintegración de todos los valores profanos en una concepción total de la vida y del mundo según Cristo”.

Anticipadamente, él predicó con el propio ejemplo las enseñanzas del Concilio Vaticano II: “Los cristianos que toman parte activa en el movimiento económico-social de nuestro tiempo y luchan por la justicia y caridad, convénzanse de que pueden contribuir mucho al bienestar de la humanidad y a la paz del mundo. Individual y colectivamente den ejemplo en este campo. Adquirida la competencia profesional y la experiencia que son absolutamente necesarias, respeten en la acción temporal la justa jerarquía de valores, con fidelidad a Cristo y a su Evangelio, a fin de que toda su vida, así la individual como la social, quede saturada con el espíritu de las bienaventuranzas, y particularmente con el espíritu de la pobreza.

Quien con obediencia a Cristo busca ante todo el reino de Dios, encuentra en éste un amor más fuerte y más puro para ayudar a todos sus hermanos y para realizar la obra de la justicia bajo la inspiración de la caridad” (Gaudium et spes, 72).

Enrique Shaw y el estudio, la difusión y la aplicación de la Doctrina Social de la Iglesia

Como afirma Sara Shaw de Critto en Viviendo con alegría. Testimonios y breve biografía de Enrique Shaw, su padre “era un entusiasta de este tema [la Doctrina Social de la Iglesia], organizó una librería para difundir libros relacionados a ella y consideraba que su conversión se debía a la lectura de un libro sobre estas cuestiones”. Y agrega: “Si bien falleció antes del comienzo del Concilio [Vaticano II], tenía la visión de un precursor, especialmente referido al apostolado de los laicos”.

Apuntaré tres ejemplos en que se puede verificar a Enrique Shaw como estudioso, difusor y practicante de la Doctrina Social de la Iglesia.

 

Estudio

“Su fe comenzó en su infancia basada en lo que le relataban sobre la piedad de su madre, continuó en el colegio La Salle y se transformó en una fe de adulto cuando era guardiamarina de veinte años de edad.

Encontró por casualidad un librito que lo entusiasmó y que lo llevó hacia lo que él llamó su «conversión». Fue durante una licencia estival que pasó en Mar del Plata. Era del Cardenal Verdier y la obra: Manual de cuestiones contemporáneas”.

“Esta lectura –testimonió Cecilia, su esposa– fue como un relámpago de luz para él que iluminó todo un mundo que desconocía, hasta entonces no había podido intelectualizar su fe. Esta ya existía desde que era niño, pero allí llegó a la madurez. Esto lo llevó inmediatamente a la lectura del Evangelio y la Biblia, de la Rerum novarum, Quadragesimo anno y otras publicaciones de la Doctrina Social de la Iglesia”.

 

Difusión

Como apunta Sara, su hija mayor, su padre tenía “gran interés en que hubiera un diario católico y por la evangelización a través de los medios de comunicación social. En 1954 comenzó a contribuir para sostener el diario católico El Pueblo, de larga trayectoria en el país y el único católico de circulación nacional”. El Pueblo había sido fundado por el P. Federico Grote, sacerdote y religioso redentorista alemán, en 1901. El diario “tenía problemas para cubrir sus costos. Enrique comprendió la importancia de este medio de comunicación y ayudó a mantenerlo desde 1954 a 1956”.

Sara también destaca que su padre, “con un grupo de amigos gestionó el control de la editorial Haynes que estaba a punto de cerrar en 1957. Esta empresa había sido propietaria de ocho diarios, entre ella Radio El Mundo, y también del diario de la mañana El Mundo, con un tiraje de 300.000 ejemplares y de dos revistas”. El mismo Enrique Shaw afirmó: “El hombre de empresa católico debe ser capaz de desapegarse del miedo a perder los bienes en los cuales se apoya para tener seguridad económica, y, confiando en Dios y con prudente optimismo, tomar algún riesgo, sobre todo si se trata de desarrollar riquezas naturales o de crear nuevas y auténticas fuentes de trabajo, o aquellas formas de empresas –periodismo, por ejemplo– que, aun cuando riesgosas e improductivas, pueden contribuir al bien común”.

Aplicación

La conocida Ley Nacional de “Asignaciones familiares” (sancionada como Decreto-Ley 7913/57) se debió al trabajo intenso de Enrique Shaw. Como también consigna Sara, la gran consideración de Enrique Shaw “a la familia lo motivo a contribuir a ella a través de la legislación. Junto con los colegas de ACDE contribuyó a desarrollar el proyecto de Ley Nacional de Asignaciones Familiares.

La propuesta era ayudar a que todos los que hicieran un trabajo similar tuvieran un mismo nivel de vida”.

En este sentido, escribió Enrique Shaw: “Para que haya justicia y paz y se avance en la calidad de vida de la población es necesario hacer acciones concretas, que se resuelvan problemas de la vida cotidiana. La implantación legal del salario familiar requirió muchos esfuerzos técnicos, jurídicos y económicos. No había oposición a este proyecto, pero nadie se molestaba en hacer los estudios previos”.

 

Algunas conclusiones telegramáticas

Qué enseña Enrique Shaw a los empresarios: unidad de vida entre la fe y su profesión.

Qué enseña Enrique Shaw a los políticos argentinos: contar con empresarios que buscan, como ellos mismos deben hacerlo en primer lugar, el bien común de los argentinos.

Qué enseña Enrique Shaw a los sindicalistas: la empresa, además de una comunidad de trabajo, en primer lugar, es una comunidad de vida.

Concluyamos con palabras esperanzadoras citando a Gonzalo Tanoira, actual presidente de ACDE:

“Hoy podemos aprender mucho de su actitud [la de Enrique Shaw] para vernos con los enormes desafíos del futuro. Humanizar la vida y la economía. Refundar un nuevo camino de progreso basado en los valores de honestidad intelectual y práctica, la cooperación, escucha activa y el diálogo que busca acuerdos básicos. ¿Podremos los argentinos?”.

(Fuente: ACDE, 10-5-21)

 

DSI: Doble celebración-Reflexión por los 130 años de la Rerum Novarum


 Por Karl A. Immervoll

Consiliario federal del Movimiento Obrero Católico de Austria

 

El 15 de mayo de 1891, el papa León XIII publicó la Encíclica

 

Como Iglesia, era la voluntad de mirar hacia un nuevo futuro en el que se anunciaban fuertes cambios económicos, sociales, políticos, espirituales y culturales. En este Año Jubilar de 2021, echamos la mirada a esos 130 años de historia.

La publicación de la encíclica Rerum novarum del papa León XIII se considera el nacimiento de la Doctrina Social Católica. Pero como es habitual en los nacimientos, tuvo una larga “gestación”.

El siglo XIX estuvo lleno de sobresaltos: hasta entonces, la mayor parte de la población vivía de la agricultura y, una parte menor, del comercio. La invención de la máquina no solo condujo a la separación del trabajo y el capital, sino también a la concentración de los trabajadores. Esto supuso una gran convulsión económica, seguida de una social.

Por un lado, era posible una mayor libertad, pero al mismo tiempo, para muchos, esto significaba rendirse al “capital”. Políticamente, la revolución de 1848 tuvo un efecto, que trajo la libertad para los ciudadanos, pero no en relación con la convivencia general. Poco ha cambiado para el proletariado. Por último, el cuarto cambio afectó a la vida espiritual-religiosa. Para muchos la moral de la Iglesia era el paternalismo. Los esfuerzos demócratas se opusieron a la Iglesia.

Ferdinand Lassalle fundó la Asociación General de Trabajadores Alemanes en 1863. Por parte de la Iglesia, en la Conferencia Episcopal de Fulda de 1869, el obispo Wilhelm Ketteler exigió la formación del clero en la cuestión obrera. Ya en 1864 publicó un artículo: La cuestión obrera y el cristianismo. Reconoció que “el hombre se enfrenta ahora a la máquina que trabaja día y noche con muchos caballos de fuerza”. Para él, la cuestión social era también una cuestión sobre la que la Iglesia debía tener una opinión. En 1870, él y otros 7 obispos introdujeron una moción en el Concilio Vaticano I que decía: “…los trabajadores de mentalidad religiosa levantan los ojos y las manos hacia la Madre Iglesia con la esperanza de que restaure las leyes del amor y la justicia cristianos… en la sociedad”. El Concilio se disolvió antes de tiempo, por lo que no se realizó ninguna votación.

León XIII estuvo muy influenciado por las obras de Ketteler. Para él, “sin la ayuda de la religión y de la Iglesia no podría haber una solución a la confusión del momento”. Pero podría ser “el silencio una violación de nuestro deber” (n. 13). La Rerum novarum es una respuesta largamente esperada a los acontecimientos de la época, un programa para el principal grupo social más afectado por la Revolución Industrial, es decir, los obreros. La cuestión salarial es un imperativo de justicia. Los salarios deben mantener a las familias (n. 10). León XIII defiende la propiedad privada, pero también advierte contra la riqueza excesiva. Ve cómo “algunos excesivamente ricos imponen un yugo casi servil a una masa de desposeídos” (n. 2). Es un deber “dar limosna de la propia abundancia a los hermanos necesitados” (n. 19). Así, se opone al socialismo, que quiere poner todos los medios de producción en manos del Estado. Pero también habla en contra del liberalismo, que se opone a toda injerencia del Estado.

El Estado tiene la tarea de apoyar a aquellos cuya existencia no es segura (n. 29). Por ello, reclama una legislación estatal que proteja a los trabajadores. Al mismo tiempo, León XIII sabe que el poder de la Iglesia es limitado y quiere que los trabajadores se ayuden a sí mismos. El papa León les reconoce el derecho de libre asociación (n. 38).

En 1891, la Rerum novarum marcó un hito en el debate de la cuestión social.


(Fuente: Diócesis de Málaga, 17-5-21)

 

Nuestra Revolución no debe nada a la Revolución Francesa

 Por Hugo Wast

 


Para comenzar digamos algo que probablemente nunca se ha dicho: los patriotas del año X no entendían la palabra “pueblo” como quieren entenderla ciertos admiradores de la Revolución Francesa falsificadores de la nuestra ahora.

Los demagogos mutilan el sentido de esa palabra. Para ellos solamente es “pueblo” la masa plebeya, informe y enorme, caprichosa, infalible, sacrosanta, poseedora de todos los derechos y no atada por ninguna obligación. Es decir, la parte primitiva de la sociedad, más fácil de ser manipulada, engatusada con discursos y ganada con privilegios.

Para los patriotas del año X “pueblo” no era solamente la plebe, sino el conjunto de los habitantes del país, ignorantes e instruidos, ricos y pobres, capaces e incapaces de pensar por su cuenta, sacerdotes, militares, hacendados, abogados, comerciantes, artesanos, menestrales, pulperos, sirvientes, esclavos… iguales todos en sus derechos específicos, a los ojos de Dios, que los había creado y redimido con la sangre de Jesucristo, pero desiguales en sus aptitudes y en sus derechos sociales, conforme a las circunstancias en que vivían.

Los hombres de mayo, que sabían su catecismo y por ello conocían esa igualdad esencial y esa desigualdad accidental, cuando trataban de resolver problemas de gobierno, que en aquellos tiempos se resolvían a menudo en asambleas del pueblo o cabildos abiertos, jamás convocaban a la plebe, a los esclavos, los sirvientes, los menestrales, casi siempre analfabetos y a quienes tampoco les atraía el meterse en tales honduras.

Convocaban a los que las solemnísimas actas de dichas asambleas llaman “vecinos de calidad”, o “vecinos de distinción”, o como reza la más solemne de todas, la del 25 de mayo de 1810, “la parte sana y principal del vecindario”, que representaba por derecho natural, no por elección de nadie a la totalidad del pueblo.

Y esto sucedió no solo en Buenos Aires sino en todas las ciudades y villorrios del virreinato.

Los patriotas del año X, cuyo espíritu buscan afanosamente ciertos historiadores, deseándolo hallar distinto de cómo fue, no creían que las discusiones y resoluciones de aquellas asambleas de vecinos de distinción, pequeña minoría en comparación de los vecinos que no habían sido convocados, habrían de mejorar por que interviniera en ella la parte menos principal del vecindario, es decir la turba multa que es la inmensa mayoría.

Esa inmensa mayoría sentíase perfectamente representada por aquella minoría selecta, que conocía sus problemas y sabia defender sus intereses.

Se ve pues, que los hombres de mayo, aunque tenían un concepto del “pueblo” más amplio y generoso que el que tienen los demagogos actuales no eran partidarios del sufragio universal sino del voto calificado.

¡Horrenda blasfemia! Y bien, ya está dicha y vamos a decir otra peor, con la ayuda de Mitre.

Para mejor vulgarizar la fisonomía del 25 de mayo de 1810, los demagogos nos describen, palabra más palabra menos, una plaza hirviente de frenéticos descamisados con el puño en alto.

Ya no las anacrónicas figuritas pedagógicas de ciudadanos encapados y con paraguas. Ahora prefieren algo moderno y se les ocurre más argentino: una revolución en mangas de camisa, a pesar del frio y de la famosa lluvia de aquel glorioso 25 de mayo.

Siempre la imaginación, nunca la verdad.

Por la historia sabemos que durante siglos lucharon crudamente en Roma los patricios, especie de nobles, descendientes de las familias fundadoras de la ciudad, y los plebeyos que eran el populacho sin abolengo. En otras naciones antiguas se han producido estas mismas luchas, de la nobleza contra la plebe.

Traemos este recuerdo porque es conveniente, cuando queramos descubrir el verdadero espíritu de mayo, no olvidar que el principal cuerpo de tropas en que se apoyó la revolución, fue el regimiento de Patricios, cuyo solo nombre es una definición.

La revolución de mayo fue militar y católica y popular, vale decir, correspondió a los anhelos profundos de los criollos ansiosos de gobernarse ellos mismos, sin abandonar sus tradiciones.

En ningún momento plebeya; y fue aristocrática, porque la hicieron verdaderos señores, que supieron imprimirle la impronta de su cultura, con un señorío que no apostató de su credo ni de la historia de España, de la que ellos fueron y nosotros queremos seguir siendo continuadores.

Y aquí cedamos la palabra a nuestro historiador.

 

“Tanto los patriotas que encabezaban el movimiento revolucionario –expresa Mitre-, como los españoles que en el cabildo abierto habían cedido al empuje de la opinión, todos pertenecían a lo que podría llamarse la parte aristocrática de la sociedad. Las tendencias de ambas fracciones eran esencialmente conservadoras en cuanto a la subsistencia de orden público y esto hacia que se encontrasen de acuerdo en un punto capital, cuál era el impedir que el populacho tomase en la gestión de los negocios públicos una participación activa y directa” (1).

Así se hizo la nueva y gloriosa nación, que ahora quieren deshacer bastardeando su espíritu.

¿Y en esta revolución sin crímenes, que fue la nuestra, se pretende encontrar un retoño de la francesa, que se prostituyo a los pies de la diosa razón y asesinó, fusiló, guillotinó a millares de ciudadanos, hombres, mujeres y hasta niños? (2)

¡Y estos jacobinos eran los oráculos de Moreno! ¡Y estos los modelos que nos proponen!

¡Que aberración! El historiador que diga otra cosa, no sabe lo que dice. O no dice lo que sabe.

Solo olvidando las causas, los métodos y los resultados de la Revolución francesa, puede comparársela con la Revolución de Mayo.

La Revolución francesa se hizo en contra del absolutismo de los reyes y los privilegios de los nobles y, agréguese, en contra de la Iglesia romana.

En el Rio de la Plata no había ni nobles ni reyes. Gobernaban el país, mal o bien, un virrey que no tenía nada de absoluto y el Cabildo, genuina y antiquísima autoridad de origen popular, que “la parte sana y principal” del vecindario elegía libremente.

La sencillez de las costumbres y la pobreza del país, facilitaban la convivencia social.

La Revolución francesa fue republicana, mientras que la revolución argentina fue en sus comienzos abiertamente monárquica.

La Revolución francesa fue enemiga de la religión católica, desalojo a N.S. Jesucristo de los altares y puso en ellos a la diosa Razón, simbolizada por una prostituta a la que paseaban desnuda en un carro con un crucifijo a los pies. (3)

 

La Revolución de Mayo fue católica. El 30 de mayo de 1810, a los cinco días de la revolución, concurre la Junta Gubernativa, con toda solemnidad, a una misa de acción de gracias, celebrando el cumpleaños del Rey y La instalación de un nuevo gobierno. (4)

Poco después, el 18 de julio, el gobierno provee de sacerdotes capellanes al cuerpo expedicionario que marcha al interior, nombrando al efecto al Dr. D. Manuel Albariño y a fray Manuel Ezcurra, de la orden de la Merced.

Nosotros, que tenemos una gesta cristiana, sin crímenes, bendecida unánimemente por todos los argentinos, ¿Por qué habríamos de envidiar a Francia aquella sangrienta bacanal, maldecida según antes dijimos, por los más autorizados historiadores y sociólogos franceses y hasta por escritores modernos de la izquierda?

Los que se empeñan en probar este bastardo parentesco, nos pintan al pueblo de Buenos Aires, nutrido por el dogma de la soberanía popular, agolpándose en la plaza para arrancar su renuncia al Virrey e imponer su voluntad al Cabildo, que representaba al vecindario de la ciudad, es decir, al pueblo mismo.

Y a fin de marcar mejor el aspecto plebeyo de nuestra Revolución nos refieren que fue incruenta, con lo cual quieren decir desarmada y anti militarista.

Podría creerse, al leerlos, que, en toda revolución hecha por gente de sable, la sangre corre a torrentes, y que, a la inversa, cuando solo interviene el pueblo, aquello es un agua de malva; no se esgrimen otras armas que las lenguas, y solo se lucha con honrados argumentos y con votos conscientes. ¡Rusia, Méjico, España, Cuba, son ejemplos de lo incruentas que son las revoluciones no hechas por militares!

La Revolución francesa, modelo del movimiento demagógico, fue, según la fuerte metáfora de Barbey D´Aurevylle, una ancha zanja de sangre que corto en dos la historia de Francia.

¿Debemos agradecer a nuestros historiadores el que por hacer más simpática (no sabemos a quiénes) la Revolución de Mayo, la despojen de todo carácter militar y nos la describan como un torneo de discursos entre cabildantes y abogados?

Eso es falsificar la historia, y dar a las generaciones actuales y futuras una lección de ingratitud hacia los principales actores de nuestra Revolución, que fueron militares.

 

La verdad histórica, nuestra verdad, es mucho menos enfática y mucho más hermosa.

La grandeza de la emancipación argentina aparece cuando se la cuenta con limpia sencillez, no cuando se la enturbia atribuyéndole un contenido demagógico que no tuvo ni pudo tener.

La Revolución argentina no es una jamona sin hogar venida a nuestras playas desde las orillas del Sena, despechugada y ronca, embardunadas las mejillas con hez del vino de los bistrots parisienses, empuñando con la mano izquierda el Contrato Social, y empujando con la derecha el carretón de la guillotina.

Nuestra Revolución es una hermosa y valiente muchacha, hija legitima de familia hidalga, nacida aquí mismo, en las orillas del Plata, y que apareció por primera vez en las calles de Buenos Aires, con los cabellos adornados de diamelas criollas, empujando un cañón para tirar sobre los herejes invasores; y más tarde, en la plaza de la Victoria, blandiendo la espada que le entrega Saavedra, de dulce y pulido acero toledano, arma que en su mano parecía una joya, y que los historiadores han pretendido arrebatarle, ofreciéndole en cambio una traducción marchita del libro de Rousseau hecha por Mariano Moreno.

¡No! La Revolución de Mayo es netamente argentina y nada tiene que ver con la Revolución francesa, y es indigno de historiadores criollos buscar agua en el Sena, para bautizarla cuando la tienen a mano y más abundante en el Rio de la Plata.

Desde luego las fechas delatan el anacronismo.

Cuando estalló nuestra Revolución ya habían pasado veinte años sobre la francesa, que en 1810 estaba harto desacreditada en el mundo, y especialmente en la América española, por sus crímenes y por sus resultados: después de Robespierre, y como reacción contra los desvaríos del pueblo soberano: Napoleón.

 

 

1)B. Mitre, Historia de Belgrano y de la independencia argentina (Carlos Casavalle, Bs As 1876), T. 1, pág. 273.

2)“según Collor D´Herbois, que tenía la imaginación a veces pintoresca <la transpiración política debía ser bastante abundante para no detenerse hasta la destrucción de doce a quince millones de franceses>.

Artículo de Guffroy en su diario Le Rougiff: <Francia tendrá bastante con cinco millones de habitantes>

Taine, Les origines de la France contemporaine, tomo VIII, La Revolución, pág. 133              

3)Laharpe, Du fanatisme dans la langue revolutionnaire, Paris, Migneret, 1797, pág. 54.

4)Registro oficial de la República Argentina, tomo 1, pág. 28.

 

Fuente: Crítica revisionista, 25 de mayo de 2014.Tomado de: Año X, cap. 2.)

 

 

Prólogo al libro de Hugo Wast: “¿A dónde nos lleva nuestro panteísmo de Estado?”

 Por Luis María Caballero

Abogado-Instituto Hugo Wast

 


Con enorme alegría vemos la llegada al público de una obra de gran trascendencia y actualidad, por las circunstancias que atraviesa hoy nuestro País. Esta nueva edición de ¿A dónde nos lleva nuestro panteísmo de Estado? es oportuna y hará mucho bien a sus lectores.

Desde el Instituto Hugo Wast saludamos y felicitamos esta iniciativa de Athanasius Editor y Alfa Ediciones, por su valentía y su visión al descubrir la importancia de uno de los textos menos difundidos del gran escritor argentino que el mundo conoció universalmente por su seudónimo: Hugo Wast.

Cuando en 1907 Gustavo Martínez Zuviría depositó su tesis para acceder al grado de doctor en derecho y ciencias sociales, nada hacía presagiar el revuelo que se generó en la Universidad de Santa Fe cuando la comisión leyó su audaz contenido. Arbitrariamente se le impidió realizar su defensa y la tesis fue rechazada por “panfletaria e insolente”. Aunque los argumentos que se esgrimieron fueron banales, manifiestamente ideológicos y evidentemente poco académicos, bastaron para mostrar al joven doctorando que su camino era el acertado; y por eso, luego de presentar y aprobar otra tesis con el título de “El Salario”, optó por publicar la que había escrito en primer término.

Han pasado más de cien años desde aquel momento. Nos encontramos llegando al final del primer cuarto del siglo 21 pero leer aquel texto sigue causando una gran impresión que interpela nuestra esencia argentina. Desde la primera página nos encontramos ante la mirada profunda y certera de alguien que ha dedicado tiempo, cabeza y corazón a pensar la Patria con una concepción que incluye un auténtico proyecto de Nación. Un proyecto pensado de cara al futuro, con la mirada puesta en el cielo y los pies calzados en la sólida raíz cultural y religiosa de la Cristiandad.

Desde hace prácticamente un siglo la República Argentina se debate entre la decadencia sutil y el abrupto desplome porque los gobernantes que han tenido a su cargo las riendas de su devenir histórico se han limitado a discutir sobre planes económicos -y de la economía suelen tomar sólo lo meramente crematístico o financiero- y proyectos electorales, sin pensar de dónde venimos y hacia dónde debemos dirigir nuestro camino. Cuando todo se supedita al aspecto agonístico de la praxis política podría parecer casi un sinsentido pensar en un ejercicio virtuoso del poder o en una concepción clásica y humanista de la misión del gobernante, pero eso es lo que hace Martínez Zuviría a lo largo de las páginas de este libro.

Sus vastos conocimientos históricos, unidos a una sólida formación jurídica y económica nos muestran la inconsistencia de los debates actuales entre liberales y socialistas. La instancia superadora de un abordaje del problema social desde la perspectiva de la Doctrina Social de la Iglesia (aunque entonces no se la llamaba de esa manera, ni estaba compendiada como lo está hoy) merece en la actualidad la atención de técnicos, políticos y de todo aquél que ha recibido el llamado a atender la Cosa Pública.

La concepción de la política como una simple lucha de facciones por el poder reduce a su mínima expresión lo que debiera ser la ciencia arquitectónica de nuestra sociedad, y en ese contexto la relación clásica entre Ethos y Polis degenera en una superficial pretensión de equilibrios precarios, cuando no -lisa y llanamente- en la corrupción y el colapso de un sistema político. Martínez Zuviría ve esto de manera muy clara y se adelanta a su tiempo. La Argentina era entonces un país muy joven y aún gozaba de enormes oportunidades y de amplio crédito internacional, pero él vislumbra el futuro oscuro que hoy tenemos por presente, y alerta a las generaciones venideras sobre los padecimientos que vendrían de no corregirse el rumbo.

Como sabemos, el rumbo no fue corregido y los males que denuncia campean por sus fueros a lo largo y a lo ancho del país. La sucesión de gobernantes de diferentes signos ha profundizado los errores de entonces, porque únicamente han sido capaces de ver -y sólo en ocasiones- las consecuencias materiales de nuestros males, y no las causas que los originan.

Sobre el esquema elegido por Martínez Zuviría para estructurar esta obra, vale la pena traer a colación las palabras de Caturelli: “En cuatro partes dividió Martínez Zuviría aquel librito: en la primera acusa al liberalismo de ser el creador (por el sensualismo individualista) de la cuestión social (p. 35),- en la segunda, estudia el socialismo como "planta exótica" en nuestro medio y defiende la libertad de enseñanza,- en la tercera indica una terapéutica señalando que "nuestro país está enfermo de hipertrofia política",- en la cuarta, por fin, propone el camino de solución (la "fórmula" como él dice) consistente en libertad en todos los órdenes (en sus límites naturales) y, reconociendo la verdad de la afirmación de Proudhon de que en toda cuestión política hay una cuestión teológica, afirma que el equilibrio y la salvación de la sociedad los tiene la Iglesia Católica que ha dicho en su Cabeza, Ego sum via et veritas, et vita (p. 103)”.

Martínez Zuviría ha sido llamado visionario y profeta por algunas de sus obras posteriores, pero lo que escribe en este trabajo lo hace merecedor también de estos calificativos. Esta característica tan inusual es compartida también por nuestro Leonardo Castellani, por los ingleses G.K. Chesterton y R. H. Benson y por el anglo-francés H. Belloc, entre quienes podríamos hacer muchos paralelismos. Todos ellos supieron que el futuro de una nación se construye tomando como “ingredientes” su pasado y su presente. Estos autores que menciono tuvieron en cuenta esta verdad, y por eso estudiaron con ciencia y conciencia su pasado y vivieron comprometidamente su presente. En honor a la brevedad de estas líneas sólo quisiera decir que todos ellos comparten la gloria de haber sabido mirar más allá de las coyunturas históricas y fueron capaces de plasmar en palabras su visión de sus respectivos presentes, para ayudar a construir futuros que no llegaron a ver. Finalmente, creo con firmeza que, desde el cielo, seguirán intercediendo por quienes hemos recibido su mensaje, sus ideas y su legado.

Sobre el don de profecía de Martínez Zuviría se ha hablado mucho por la certeza con que ha sabido anticiparse a adelantos técnicos y científicos, pero también al surgimiento de movimientos históricos que habrían de cambiar el mundo. En el trabajo que hoy se presenta se adelanta diez años y prevé con claridad la radicalización del socialismo que habría de encarnarse en la revolución bolchevique de 1917, y medio siglo después, en su Autobiografía del hijito que no nació, volverá a dar muestras de esta capacidad al anunciarnos la naturalización progresiva del horrible crimen del aborto y la llegada de la revolución hedonista, que habrá de entronizar, ya no a la diosa Razón -como hicieran los revolucionarios franceses- sino a la diosa Sensación, al decir de Salvador Fornieles.

Aún con lo expresado anteriormente, el enfoque del autor no es fatalista. En su obra podemos ver la visión esperanzada de quien posee una mirada trascendente de la vida y de la Historia. Martínez Zuviría nos muestra que es posible dar pasos para salir adelante si somos capaces de cambiar la mirada; si volvemos a las fuentes; si regresamos a los principios, a los valores, a la cultura y a la Fe que nos hicieron grandes. La vida de las naciones no se mide por años, sino por siglos, y por eso los argentinos debemos evitar la tragedia de la resignación a lo que parece ser un destino adverso y ponernos a trabajar -sub specie aeternitatis- por nuestra Patria.

Este proyecto, que busca traer a la luz con cuidadas ediciones algunos valiosos trabajos de autores clave, merece el aplauso y nuestro apoyo y acompañamiento. Que el Cielo acompañe el esfuerzo y la labor de quienes lo llevan adelante.

Orígenes del Cambio Climático y su efecto sobre los Polos

 Por Carlos Prosperi



Dr. Ciencias Biológicas - Lic. Filosofía- Univ. Blas Pascal - CONICET

  

Los Polos terrestres abarcan el Ártico, llamado así por la constelación de la Osa Polar (Arctos: oso) y su opuesto el Antártico (Anti-Ártico). Ambos son similares en cuanto comparten la característica del frío extremo, con temperaturas de varias decenas de grados Celsius bajo cero, pero tienen diferencias importantes en muchos aspectos geográficos y biológicos.

El Ártico no es un continente, sino que en su mayor parte es solamente la superficie congelada del mar, rodeada por otros continentes como Europa, Asia y América de Norte. Parte de estos territorios están comprendidos dentro del Círculo Polar Ártico, razón por la cual existe una continuidad física que permitió su colonización por el hombre y numerosas especies de vegetales y animales que viven más al sur y se adaptaron a las condiciones climáticas del norte helado.

La Antártida en cambio es un continente, que está circundado por los océanos Atlántico, Pacífico e Índico. Existe una continuidad geográfica con la Cordillera de los Andes en Sudamérica, que desde Tierra del Fuego se extiende por las Islas Malvinas, Orcadas, Shetland, Georgias y la Península Antártica, donde reciben el nombre de Andes Antárticos o Antartandes, hasta el Polo Sur geográfico.

El cambio climático, o más específicamente el calentamiento global, afecta a ambos sistemas ecológicos, sobre todo porque el derretimiento del hielo, que es agua muy fría y casi destilada, modifica tanto la salinidad como la temperatura del agua de mar, lo que a su vez repercute sobre toda la biota que está adaptada a otras condiciones ambientales.

 

Periódicamente las principales instituciones de investigación científica de muchos países del mundo, incluyendo nuestra Argentina, declaran en forma conjunta el evento denominado "Año Polar Internacional", que se dedica a los estudios comparados entre ambos polos. Si bien se denomina como si fuera sólo un año, abarca en realidad dos años seguidos, ya que se busca completar un ciclo estacional completo de primavera, verano, otoño e invierno en cada uno de los polos, estudiando las variaciones climáticas en ellos y el efecto de tales variaciones sobre las características propias de ambos ambientes, especialmente su biota.

El Océano Glacial Ártico es el mar que cubre el casquete polar del norte. Su extensión es de unos 16.500.000 km², con una profundidad media de 1.200 m. La cuenca puede dividirse en dos partes: la porción americana, lindante con Canadá, donde se registran las mayores profundidades, de hasta 5.500 m, y la porción asiática, que es una extensa plataforma submarina.

Forma una calota de hielo sin tierra por debajo. Esta característica fue la que permitió que, durante la Guerra Fría, pudieran navegar por debajo de dicha capa de hielo submarinos nucleares, procedentes tanto de la OTAN, desde Alaska y Canadá, como del Pacto de Varsovia, desde Siberia. Como estos submarinos debían periódicamente emerger para reaprovisionarse de aire, contaban con un registro detallado obtenido mediante sonares sobre el grosor de la capa de hielo. Estudios más modernos se han hecho con fines de investigación, comprobándose un adelgazamiento, sobre todo en los bordes limítrofes, lo que alerta sobre un derretimiento en los últimos años.

Si bien en la capa de hielo no hay organismos que sobrevivan, en la parte terrestre la continuidad y cercanía geográfica permitió que el Ártico tuviera una colonización temprana tanto por el hombre como por animales de climas relativamente más cálidos, ubicados más al sur, que lentamente se adaptaron al frío.

Así entre los más representativos están los osos polares, renos, roedores diversos y zorros, así como aves, todos ellos originados de sus homólogos de climas más cálidos, pero que modificaron algunos aspectos de su metabolismo o su anatomía para adaptarse al frío, como el cambio en el color del pelaje, que pasa de pardo o gris a blanco.

En lo que respecta a la vegetación, la mayoría de las plantas reducen su tamaño, afectadas por el frío y por los fuertes vientos, como ocurre con la vegetación de alta montaña. Tienden a florecer y reproducirse rápidamente durante los breves períodos de calor, y se mantienen en un estado de latencia durante los meses de frío. En algunas regiones sólo crecen musgos y líquenes.

El hombre logró conquistar el Ártico a partir de poblaciones circundantes, que aprendieron a utilizar abrigos de piel y construir refugios. Tal es el caso de los Samis del Norte de la Península Escandinava, los Yugits y los Nenets de Siberia, y los Inuits o Esquimales del Norte de Canadá, que poblaron esas latitudes mucho antes de la llegada del hombre blanco.

La Antártida tiene una superficie de aproximadamente 14.000.000 de km², con una altura media de 2.200 m. lo que lo convierte en un continente elevado y más frío, ya que a la latitud se le suma la altitud, con un récord de -88 ºC de temperatura real, registrada en una base de la Ex-Unión Soviética. Los vientos antárticos tienen ráfagas que superan la velocidad de 300 kilómetros por hora, que bajan abruptamente la sensación térmica.

El Polo Sur, situado en el centro del continente antártico, está en una elevada meseta de 3.200 m., característica que lo distingue del Polo Norte, que por el contrario se encuentra en medio de una depresión de casi 3.000 m. de profundidad.

Los océanos lo aíslan del resto de los continentes, lo que dificulta la migración de especies a menos que sean nadadoras o voladoras. La distancia mínima se da entre Tierra del Fuego y el extremo de la Península Antártica, y supera los 1.000 Km.

La Convergencia Antártica es una corriente marina circular, que como un anillo rodea y aísla al continente, y se forma justamente por la convergencia de sus aguas frías con las aguas más cálidas que lo circundan.

La fauna más representativa es la de focas y cetáceos, además de aves características. La vegetación carece de pastos, arbustos o árboles, lo que configura un paisaje muy distintivo, en el que sólo se ven grandes extensiones de nieve y hielo.

Se han encontrado, en cambio, fósiles vegetales como helechos y plantas tropicales así como restos de tiburones, moluscos y hasta plesiosaurios, demostrando que la posición de la Antártida fue cercana al Ecuador en épocas geológicas pasadas, cuando era parte del supercontinente conocido como Pangea.

 

El Calentamiento Global

En vez de cambio climático se debería aludir al calentamiento global, ya que la tendencia general registrada hasta ahora es hacia un aumento de la temperatura, no obstante, lo cual existen casos regionales en los que ha habido estabilidad o incluso disminución de la misma.

Este calentamiento se agudiza particularmente en el Antártico al sumársele el efecto de los rayos ultravioletas debidos al agujero de ozono. La barrera de hielos de Larsen ha disminuido su extensión en las últimas décadas, según registros continuos y fiables.

Si bien hay un consenso generalizado sobre el aumento global de la temperatura, basado además en datos observacionales objetivos, hay también instituciones e investigadores que discrepan en cuanto al origen o las causas del calentamiento, que no necesariamente sería de origen antrópico, sino que reconoce otras causas posibles. Ello no significa que sean “negacionistas”, o “anti-ciencia” como se les dice despectivamente, sino que aportan datos también respetables sobre la problemática.

Este gráfico muestra los períodos glaciales e inter-glaciales desde hace 400.000 años hasta la actualidad. Por supuesto que todos estos períodos de calentamiento y enfriamiento ocurrieron mucho antes de que siquiera existiera la humanidad.

 


En este gráfico se puede ver la variación de temperatura desde el año 1.000.


Durante la última glaciación conocida se cubrió de hielo casi todo lo que actualmente es Canadá y el Norte de Estados Unidos. Su posterior derretimiento dio origen a los llamados actualmente Grandes Lagos, (Michigan, Superior, Urón y Ontario). La última glaciación ocurrió hace unos 10.000 años, y a partir de entonces empezó un proceso de calentamiento de origen natural, que continuaría hasta nuestros días.

Los ciclos de Milankovitch explican que los cambios orbitales son los causantes de las variaciones climáticas a lo largo de los períodos geológicos. Milankovitch fue un matemático serbio que estudió estas variaciones, basado también en investigaciones anteriores de otros científicos, y logró demostrar a principios del siglo XX que las alteraciones orbitales modifican el clima terrestre, sin restarle importancia a los gases de efecto invernadero liberados por las actividades del hombre.

En los océanos existe un sistema de corrientes marinas, frías y cálidas, que modifican o atemperan el clima de los continentes. La corriente del Golfo, que se origina en el Golfo de México, es una corriente cálida que cruza el Atlántico Norte hasta llegar a Europa Occidental.

En caso de derretirse el hielo del Ártico, y sobre todo de Groenlandia, el agua afectaría directamente al Atlántico Norte, enfriando la corriente cálida del Golfo, que mantiene las temperaturas benignas que se registran en la costa de Europa, sobre todo en Francia y las Islas Británicas. Pero si esta corriente desapareciera, haría que Paris, por ejemplo, caracterizado por sus veranos templados, tuviese el mismo clima invernal que Montreal, dado que ambas ciudades,  están a latitudes casi idénticas.

También el nivel de los océanos subiría lo suficiente como para inundar las principales ciudades del mundo, que son mayoritariamente portuarias. De allí la importancia de encarar seriamente esta problemática.

 

Conclusiones

Persisten dudas respecto a qué proporción del calentamiento global se debe a causas de origen antrópico, y cuanto corresponde realmente a ciclos naturales. Lo más probable es que exista una interacción entre ambas causas, mayormente naturales pero reforzadas o ampliadas por efectos antropogénicos.

Es bien sabido que durante su historia geológica el planeta sufrió varias glaciaciones y calentamientos, unidos a cambios en la composición de gases atmosféricos, originados en la variación del eje terrestre, la actividad solar, e incluso la influencia de la biota primitiva, como el caso de las Algas Verdeazuladas o Cianobacterias, que por efecto de la fotosíntesis liberaron grandes cantidades de oxígeno y así transformaron la atmósfera primitiva reductora a la actual, que es oxidante.

Por otro lado, el Dr. Bjorn Lomborg, apodado "el ambientalista escéptico", postula que implementar las medidas propuestas en el Protocolo de Kyoto, suponiendo que todos los países realmente lo cumplieran, podría tener un costo de unos 180 mil millones de dólares al año. Pero el resultado no podría evitar el calentamiento planetario sino apenas posponerlo por un tiempo, de manera que se pagaría un costo desproporcionado para obtener magros resultados.

Tal vez sería mejor, en consecuencia, usar los fondos internacionales en la asistencia humanitaria para los países y comunidades más pobres que se vean mayormente afectados, como es el caso de algunas naciones africanas y sudamericanas, y especialmente asiáticas, como Bangladesh, país donde el nivel del agua ha subido tanto como para crear serios problemas debido a la disminución de su territorio, en un país que tiene una superpoblación alarmante.

 

 

Bibliografía Consultada

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-Friedman, Wolfgang. 1971. El futuro de los Océanos. Ed. Roble. México. p.146.

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-Prosperi, Carlos. 2008. Los Polos y el Calentamiento del Planeta. ASAEC - Centro    Cultural Canadá Córdoba. Córdoba (en CD Rom).

-Prosperi, Carlos. 2009. Efecto del calentamiento global sobre los polos. Revista    Estrucplan on     line. (www.estrucplan.com.ar).

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