por Claudia Peiró
El kirchnerismo,
abanderado del estatismo, ha sido responsable en sus anteriores gestiones de la
mayor migración de la escuela pública hacia la privada.
Ahora, de regreso al
gobierno, milita el cierre de las aulas en nombre de una defensa de la vida que
los resultados de su estrategia ante la pandemia desmienten, y pregona una
virtualidad que sabe insuficiente y defectuosa, cuando no directamente inaplicable
en una amplísima franja social: funciona de modo tan desigual que no hace más
que ampliar la brecha educativa.
La suspensión de clases
presenciales fue una herramienta necesaria en los picos de la pandemia. La
usaron casi todos los países, de modo temporario cuando no hubo más remedio.
Pero curiosamente, un Gobierno enamorado de los récords y las comparaciones
estadísticas, olvida consignar que Argentina es el país que más tiempo aplicó
esa restricción. Por facilismo.
El oficialismo actual
ha sido activo en la degradación de la escuela pública, que solía ser un
poderoso motor de promoción social en la Argentina. La responsabilidad por la
decadencia actual no recae en un solo gobierno, pero en el caso de esta
administración la distancia entre lo que se dice y lo que se hace es extrema:
evidencia la hipocresía de creer que mejor que hacer es decir -la calle a eso
lo llama verso- y que por lo tanto con el relato basta. No importa si los
resultados de su política son opuestos a lo declamado.
Son tan poco serios en
esto como Mauricio Macri, que tiene que tomar clases para saber quién fue
Sarmiento. Pero en ellos hay mayor hipocresía porque son los campeones del
Estado nacional y popular. Mientras que del ingeniero nadie esperó nada en esta
materia, los actuales funcionarios ponen la vara bien alta y luego se arrastran
por debajo.
Desde 2003, a lo largo
de toda la gestión kirchnero-estatista, la matrícula de las escuelas privadas
no paró de crecer. En 2015, por ejemplo, de cada 100 alumnos nuevos en el
sistema escolar, 66 se inscribían en escuelas privadas y sólo 34 en la
educación pública.
Este crecimiento se dio
por la migración hacia el sistema privado de sectores populares; clase media y
clase media baja especialmente, ya que las clases altas, con excepciones, hace
tiempo venían optando por la escuela privada. Hubo una leve reversión de esa
tendencia con la crisis del 2001 y, más recientemente, en 2018, y seguramente
se repetirá ahora, pero no por una mejora de la educación estatal, sino por la
recesión económica.
Los motivos de esta
migración son conocidos: no es la idea de una mejor calidad educativa. En la
escuela estatal casi nunca se cumplen los 180 días de clase obligatorios, no se
completa el calendario escolar ni se compensan los días perdidos. No es sólo
por los paros docentes; también es muy elevado el ausentismo. En el nivel
secundario, el sistema de suplencias es tan burocrático que cuando falta un
docente simplemente hay hora libre.
El kirchnerismo hizo
obligatoria la escuela secundaria. Como título, es muy bueno. En la práctica,
la inclusión educativa se hizo en detrimento de la calidad. Una falsa
inclusión.
El primer peronismo
implicó una promoción social basada en la igualdad de oportunidades y en el
talento. Muchos obreros e hijos de obreros alcanzaron grados de participación
política y decisión nunca vistos. Aquel peronismo instituyó una aristocracia
del talento, que no reconocía privilegios de cuna, ni de fortuna ni de
apellidos. Un obrero podía ser ministro o embajador.
El kirchnerismo
promueve una igualación hacia abajo, una dadivosidad que no alienta el esfuerzo
ni premia el talento. El derecho a estudiar se convirtió en el derecho a pasar
de grado, en el derecho al título, aunque no se verifiquen aprendizajes. Eso no
es promoción social, sino demagogia.
A la meritocracia
malentendida del PRO, le opusieron el paternalismo: que el pobre esté en la
escuela aunque no aprenda. Menos días de clase, menos contenidos, menos
exigencia, menos disciplina; son pobres, no vamos a pretender que aprendan, es
la idea subyacente.
Por eso hoy no se
alarman por un cierre de aulas que ya dura más de un año. Por eso ayer
inventaron un secundario degradado en contenidos -el plan FINES- para los
pobres. Unas pocas horas de cátedra, dictadas en lugares tan inverosímiles como
un club, una unidad básica o la casa de un referente, y donde a los alumnos se
les brindaban escasos contenidos y a los profesores un apriete o una trompada
si se les ocurría reprobar a alguno.
Comparten la concepción
de clase que dicen combatir: una educación de segunda o tercera categoría para
los que justamente más instrucción y aprendizaje necesitan.
Con la pandemia, se
superaron a sí mismos. Un año sin clases presenciales, con la ficción de una
continuidad pedagógica que sólo existió para una minoría privilegiada. Un año
entero sin unificar criterios ni exigencias como para garantizar que todos los
chicos recibieran la misma enseñanza.
El que crea que la
virtualidad implicó que los alumnos siguieron teniendo clases vía zoom, con
profesores del otro lado de la pantalla, exponiendo, explicando, luego
controlando y evaluando el aprendizaje, ya puede ir saliendo del error. Muy
pocas escuelas hicieron eso. En muchos otros establecimientos la virtualidad se
limitó a una plataforma donde los maestros dejaban contenidos, indicaciones,
tareas. El chico que no tenía en casa un adulto disponible y preparado para
ayudarlo, ¿qué puede haber aprendido?
Más aún, en los barrios
hoy llamados “populares”, donde la virtualidad es una entelequia, ¿qué
continuidad educativa hubo, cuando el contacto con la escuela se limitó a pasar
a buscar un cuadernillo con indicaciones?
En todo este tiempo,
¿qué comité de crisis educativa fue instituido por las autoridades para
analizar cómo seguir? ¿Qué dispositivo de evaluación han preparado para medir
las consecuencias de este cierre? A imagen y semejanza del Gobierno nacional,
que libró la guerra contra el “enemigo invisible” sin convocar a un consejo de
posguerra que prevea soluciones para los terribles efectos de la cuarentena en todos
los frentes, tampoco el Ministerio de Educación de la Nación convocó a los
especialistas para escuchar sus ideas.
Ignoramos qué se
proponen hacer, si no ahora -están catatónicos-, al menos cuando concluya esta
crisis, para compensar el enorme desamparo en el que dejaron a varias
generaciones de niños y adolescentes. Existe gente que está pensando en ese
problema; faltan los vasos comunicantes con quienes deben tomar las decisiones.
Por poner un solo ejemplo, Gustavo Zorzoli, ex rector del Buenos Aires,
reconociendo que “los estudiantes no podrán recuperar entre 1 y casi 2 ciclos
lectivos en términos de conocimiento” -algo de lo que el Gobierno no parece
enterado- propone un rediseño del currículum que se concentre en las
asignaturas más duras, como lengua y matemática, “privilegiando por sobre todo
la lectura, escritura y comprensión de textos”. O sea las herramientas que
facilitan el estudio de cualquier otra materia.
En la Argentina de hoy,
63 por ciento de los menores de 14 años son pobres. En el conurbano bonaerense
son el 73 por ciento. Pero para el gobernador Axel Kicillof el problema es que
no se repartieron computadoras. En el fondo tienen la misma concepción que
Macri, para quien la calidad educativa es sinónimo de “computación e inglés”.
Afirmar que no hubo
continuidad pedagógica en los barrios más humildes del conurbano porque la
anterior gestión no distribuyó suficientes computadoras es desconocer la
realidad que se pretende gobernar. El Presidente canceló las clases
presenciales con el argumento de que generan movilidad y un mayor uso del
transporte público. Habría que preguntarle qué colectivo toman los chicos de la
villa para ir a la escuela. En todo caso, tuvieron tiempo de sobra para
repartir laptops si creían que ese era el problema. Para por ejemplo formar
equipos móviles que recorran los barrios más necesitados para sostener el
vínculo con la escuela y la continuidad de la enseñanza.
De paso, ¿alguien
conoce a la Ministra de Educación de la provincia de Buenos Aires?
La tragedia educativa
que hemos vivido quizás tenga un resultado positivo: cuando se mida el desastre
pedagógico causado, tal vez eso ponga fin a la imbecilidad pedagogista que
sostiene que el niño aprende solo, que el maestro es nada más que un guía,
cuando no un obstáculo; en fin, toda la sarta de teorías de moda que niegan la
esencia de la enseñanza que es la transmisión de conocimiento.
En el primer mes
lectivo del año 2021, apenas un 18,3 por ciento de las escuelas primarias
públicas tuvieron un cien por ciento de presencialidad, según un estudio del
Observatorio Argentinos por la Educación. El Inadi, en vez de denunciar esta
discriminación, se puso a hacer campaña contra la Educación. Una conducta que
cuesta calificar.
Particularmente
canallesca en esta crisis fue la conducta de los gremios docentes más afines al
Gobierno. En todo este tiempo no hicieron sino poner trabas a la vuelta a
clases. No surgió de ellos ninguna idea, no se les escuchó un solo grito de
alerta, no se ofrecieron a paliar de alguna manera este desastre…. nada. Hasta
la hija de Roberto Baradel mostró más conciencia que el padre.
Ni hablar de la UBA.
Aparte de garantizar presencialidad cero en sus facultades, la extendieron a
los colegios que de ella dependen -Carlos Pellegrini, Nacional, etc- y que van
camino a dejar de ser de excelencia gracias a la desidia de estos funcionarios
universitarios.
El vaciamiento
educativo no pasa sólo por una menor cantidad de contenidos y una menor
exigencia, sino por la suplantación de unos contenidos por otros; algo en lo
que también el progre-kirchnerismo se muestra especialmente activo: cada vez se
cede más espacio a seudomaterias que no son aprendizajes universales, parte de
la herencia cultural que la humanidad ha ido transmitiendo de generación en
generación y a la que todo niño tiene derecho. Esa es la función de la escuela:
poner al alcance de todos el acervo cultural de la humanidad y de cada Nación.
En cambio, se promueve
la bajada de línea. El propio Ministro de Educación masacra el idioma
pretendiendo hablar “inclusivo”; en una escuela en serio reprobaría castellano.
Esta deformación fue admitida por varias facultades. Difícil imaginar mayor
degradación.
Otro ejemplo es la ESI
(Educación Sexual Integral). La ley que la fija como contenido obligatorio
existe desde 2006 y se aplica, contra lo que sostienen los militantes del
género. ¿Cuánto tiempo de clase es necesario para explicarle a un niño cómo se
gestan los bebés y a un adolescente cómo protegerse de venéreas y de
consecuencias no buscadas en una relación sexual? Una charla de dos horas. Una
vez o un par de veces al año. ¿Qué pretenden enseñarles los que quieren
convertirla en una materia, los que hablan de una enseñanza transversal, o sea,
presente en todas las materias? Hasta la geografía tiene que tener perspectiva
de género... No es broma.
Un legislador de la
provincia de Buenos Aires propuso dos horas de clase por semana. Definía así el
objetivo de la ESI: “La erradicación de la opresión, la explotación y la
violencia en las relaciones entre las personas, y como parte de ellas las
relaciones sexuales, requiere de un proceso de transformación donde los propios
oprimidos y violentados tomen conciencia de su situación y sean los
protagonistas de esa transformación”.
Quieren sustituir por
completo a los padres y que los chicos sean sexólogos. Desconocen la psicología
más elemental. No todos los niños son iguales, no todos maduran en el mismo
momento. La sexualidad no es una ciencia exacta. ¿Cuánto hay de experiencia
personal, íntima, que cada uno hará a su modo y a su tiempo? ¿Qué quieren
formatear?
En paralelo con esto,
se promueve el desenraizamiento cultural, la iconoclasia con figuras del pasado
que pueden ser criticadas pero cuyo rol no puede ser negado o reducido a un
solo aspecto; se deslegitima el origen de la Nación a través de un juicio
constante al pasado.
Un paroxismo se alcanzó
en los festejos del Bicentenario, cuando se privilegió a unos actores en
detrimento de otros, con un espectáculo que tuvo más de (anti) estética hueca
que de hondura cultural.
Pan y circo. Un show
light para evocar algo tan profundo como el nacimiento de la nación. Con el
mismo espíritu, hoy se privilegia el fútbol y no la educación. Se prohíben las
misas, pero no los partidos. Se clausuran las aulas, pero se deja marchar y
cortar calles. Hicieron hacer un informe a un grupo de científicos del Conicet
que concluye que “las escuelas abiertas causan internaciones y muerte”. Las
escuelas causan muerte.
Menos historia, más
ideología de género. Menos lectura y comprensión de texto, pero más jerga
inclusiva-deformante de nuestro idioma. En vez de formar argentinos quieren
formar ciudadanos de no se sabe dónde.
En una nota reciente,
el historiador francés André Larané, reflexionando sobre el asesinato del
maestro Samuel Paty por un extremista religioso, y la fragmentación social que
hizo posible semejante drama, decía: “No es invocando nuestro régimen político
[la República] que inculcaremos a los jóvenes franceses e inmigrantes el ‘deseo
de vivir juntos’ (Ernest Renan) sino transmitiendo el amor a Francia, a sus
habitantes, a sus paisajes, a sus letras y a sus artes, a su historia y a sus
héroes”.
No importa cuánto se
repita que “la Patria es el otro”, des-educar es des-argentinizar.
(Fuente: Infobae, 21 de
Mayo de 2021)