Prólogo al libro de Hugo Wast: “¿A dónde nos lleva nuestro panteísmo de Estado?”

 Por Luis María Caballero

Abogado-Instituto Hugo Wast

 


Con enorme alegría vemos la llegada al público de una obra de gran trascendencia y actualidad, por las circunstancias que atraviesa hoy nuestro País. Esta nueva edición de ¿A dónde nos lleva nuestro panteísmo de Estado? es oportuna y hará mucho bien a sus lectores.

Desde el Instituto Hugo Wast saludamos y felicitamos esta iniciativa de Athanasius Editor y Alfa Ediciones, por su valentía y su visión al descubrir la importancia de uno de los textos menos difundidos del gran escritor argentino que el mundo conoció universalmente por su seudónimo: Hugo Wast.

Cuando en 1907 Gustavo Martínez Zuviría depositó su tesis para acceder al grado de doctor en derecho y ciencias sociales, nada hacía presagiar el revuelo que se generó en la Universidad de Santa Fe cuando la comisión leyó su audaz contenido. Arbitrariamente se le impidió realizar su defensa y la tesis fue rechazada por “panfletaria e insolente”. Aunque los argumentos que se esgrimieron fueron banales, manifiestamente ideológicos y evidentemente poco académicos, bastaron para mostrar al joven doctorando que su camino era el acertado; y por eso, luego de presentar y aprobar otra tesis con el título de “El Salario”, optó por publicar la que había escrito en primer término.

Han pasado más de cien años desde aquel momento. Nos encontramos llegando al final del primer cuarto del siglo 21 pero leer aquel texto sigue causando una gran impresión que interpela nuestra esencia argentina. Desde la primera página nos encontramos ante la mirada profunda y certera de alguien que ha dedicado tiempo, cabeza y corazón a pensar la Patria con una concepción que incluye un auténtico proyecto de Nación. Un proyecto pensado de cara al futuro, con la mirada puesta en el cielo y los pies calzados en la sólida raíz cultural y religiosa de la Cristiandad.

Desde hace prácticamente un siglo la República Argentina se debate entre la decadencia sutil y el abrupto desplome porque los gobernantes que han tenido a su cargo las riendas de su devenir histórico se han limitado a discutir sobre planes económicos -y de la economía suelen tomar sólo lo meramente crematístico o financiero- y proyectos electorales, sin pensar de dónde venimos y hacia dónde debemos dirigir nuestro camino. Cuando todo se supedita al aspecto agonístico de la praxis política podría parecer casi un sinsentido pensar en un ejercicio virtuoso del poder o en una concepción clásica y humanista de la misión del gobernante, pero eso es lo que hace Martínez Zuviría a lo largo de las páginas de este libro.

Sus vastos conocimientos históricos, unidos a una sólida formación jurídica y económica nos muestran la inconsistencia de los debates actuales entre liberales y socialistas. La instancia superadora de un abordaje del problema social desde la perspectiva de la Doctrina Social de la Iglesia (aunque entonces no se la llamaba de esa manera, ni estaba compendiada como lo está hoy) merece en la actualidad la atención de técnicos, políticos y de todo aquél que ha recibido el llamado a atender la Cosa Pública.

La concepción de la política como una simple lucha de facciones por el poder reduce a su mínima expresión lo que debiera ser la ciencia arquitectónica de nuestra sociedad, y en ese contexto la relación clásica entre Ethos y Polis degenera en una superficial pretensión de equilibrios precarios, cuando no -lisa y llanamente- en la corrupción y el colapso de un sistema político. Martínez Zuviría ve esto de manera muy clara y se adelanta a su tiempo. La Argentina era entonces un país muy joven y aún gozaba de enormes oportunidades y de amplio crédito internacional, pero él vislumbra el futuro oscuro que hoy tenemos por presente, y alerta a las generaciones venideras sobre los padecimientos que vendrían de no corregirse el rumbo.

Como sabemos, el rumbo no fue corregido y los males que denuncia campean por sus fueros a lo largo y a lo ancho del país. La sucesión de gobernantes de diferentes signos ha profundizado los errores de entonces, porque únicamente han sido capaces de ver -y sólo en ocasiones- las consecuencias materiales de nuestros males, y no las causas que los originan.

Sobre el esquema elegido por Martínez Zuviría para estructurar esta obra, vale la pena traer a colación las palabras de Caturelli: “En cuatro partes dividió Martínez Zuviría aquel librito: en la primera acusa al liberalismo de ser el creador (por el sensualismo individualista) de la cuestión social (p. 35),- en la segunda, estudia el socialismo como "planta exótica" en nuestro medio y defiende la libertad de enseñanza,- en la tercera indica una terapéutica señalando que "nuestro país está enfermo de hipertrofia política",- en la cuarta, por fin, propone el camino de solución (la "fórmula" como él dice) consistente en libertad en todos los órdenes (en sus límites naturales) y, reconociendo la verdad de la afirmación de Proudhon de que en toda cuestión política hay una cuestión teológica, afirma que el equilibrio y la salvación de la sociedad los tiene la Iglesia Católica que ha dicho en su Cabeza, Ego sum via et veritas, et vita (p. 103)”.

Martínez Zuviría ha sido llamado visionario y profeta por algunas de sus obras posteriores, pero lo que escribe en este trabajo lo hace merecedor también de estos calificativos. Esta característica tan inusual es compartida también por nuestro Leonardo Castellani, por los ingleses G.K. Chesterton y R. H. Benson y por el anglo-francés H. Belloc, entre quienes podríamos hacer muchos paralelismos. Todos ellos supieron que el futuro de una nación se construye tomando como “ingredientes” su pasado y su presente. Estos autores que menciono tuvieron en cuenta esta verdad, y por eso estudiaron con ciencia y conciencia su pasado y vivieron comprometidamente su presente. En honor a la brevedad de estas líneas sólo quisiera decir que todos ellos comparten la gloria de haber sabido mirar más allá de las coyunturas históricas y fueron capaces de plasmar en palabras su visión de sus respectivos presentes, para ayudar a construir futuros que no llegaron a ver. Finalmente, creo con firmeza que, desde el cielo, seguirán intercediendo por quienes hemos recibido su mensaje, sus ideas y su legado.

Sobre el don de profecía de Martínez Zuviría se ha hablado mucho por la certeza con que ha sabido anticiparse a adelantos técnicos y científicos, pero también al surgimiento de movimientos históricos que habrían de cambiar el mundo. En el trabajo que hoy se presenta se adelanta diez años y prevé con claridad la radicalización del socialismo que habría de encarnarse en la revolución bolchevique de 1917, y medio siglo después, en su Autobiografía del hijito que no nació, volverá a dar muestras de esta capacidad al anunciarnos la naturalización progresiva del horrible crimen del aborto y la llegada de la revolución hedonista, que habrá de entronizar, ya no a la diosa Razón -como hicieran los revolucionarios franceses- sino a la diosa Sensación, al decir de Salvador Fornieles.

Aún con lo expresado anteriormente, el enfoque del autor no es fatalista. En su obra podemos ver la visión esperanzada de quien posee una mirada trascendente de la vida y de la Historia. Martínez Zuviría nos muestra que es posible dar pasos para salir adelante si somos capaces de cambiar la mirada; si volvemos a las fuentes; si regresamos a los principios, a los valores, a la cultura y a la Fe que nos hicieron grandes. La vida de las naciones no se mide por años, sino por siglos, y por eso los argentinos debemos evitar la tragedia de la resignación a lo que parece ser un destino adverso y ponernos a trabajar -sub specie aeternitatis- por nuestra Patria.

Este proyecto, que busca traer a la luz con cuidadas ediciones algunos valiosos trabajos de autores clave, merece el aplauso y nuestro apoyo y acompañamiento. Que el Cielo acompañe el esfuerzo y la labor de quienes lo llevan adelante.