Boletín Acción N°144
Para abordar este tema
hace falta, en primer lugar, distinguir la guerra de otros conceptos
relacionados, como conflicto y lucha. El conflicto manifiesta una oposición,
que no necesariamente deriva en agresión violenta, y la lucha hace referencia a
un esfuerzo por superar obstáculos -así se habla de lucha contra el hambre,
etc.-; ni la lucha ni el conflicto pueden analogarse con la guerra. Otra
aclaración necesaria, es que la guerra es un fenómeno colectivo, y, por lo
tanto, difiere de la riña y el duelo, que son enfrentamientos violentos entre
dos o pocas personas.
La guerra es una lucha
armada entre dos bandos humanos rivales, que tratan de imponer al adversario un
objetivo por el medio violento de la fuerza militar. Las causas de la misma,
pueden ser de distinto tipo: ambición de dominio, motivos dinásticos, motivos
económicos, motivos religiosos, entre los más comunes. Aunque en la actualidad,
lo normal es que se dé una sumatoria de causas. Esto y las consecuencias
dolorosas de todo enfrentamiento bélico, explican que la guerra sea un fenómeno
social complejo, que se puede estudiar desde distintas perspectivas.
Podemos reducir las
actitudes ante la guerra, a dos principales: la belicista y la cristiana. El
belicismo es una actitud extrema, favorable a la guerra, de la que hace una
apología, llegando, en algunos casos, a una exaltación mística. Es inadmisible
la idea de que la guerra constituya un bien para la humanidad. La experiencia
demuestra que es fuente de males, materiales y espirituales.
Es también inadmisible
el principio político de que el poder es el fin del Estado. El poder es sólo un
medio para el Bien Común, que es el verdadero fin del Estado. Y para lograr el
Bien Común, es necesario limitar el poder del Estado, y del gobernante, para
evitar abusos, en el plano interno y en el plano internacional. El Estado no
está ubicado en un plano metamoral, y necesita de la ética para lograr la
justicia.
El belicismo obra a
modo de profecía autocumplida, pues es una de las causas que conducen a la
guerra. En efecto, al caer los frenos morales, los gobiernos creen que no son
responsables de la guerra, al considerarla un fenómeno natural.
La actitud cristiana
ante la guerra, se fundamenta en:
• La guerra es una
cuestión moral y jurídica, no un fenómeno natural. Siempre la decisión bélica
es una decisión humana.
• Todo gobierno debe
procurar la paz. La guerra es el último recurso para resolver un conflicto
grave. En el cristianismo no hay exaltación ni apología de la guerra. Pero,
cuando a San Juan Bautista le consultaban los soldados del Imperio que se convertían,
no les exigía abandonar su profesión, sólo les recomendaba: “No hagáis
extorsión a nadie, ni uséis de fraude, y contentaos con vuestras pagas” (Lc,
3,l4).
La doctrina cristiana
de la guerra nace con San Agustín, y es Santo Tomás quien compendia la tradición
sobre esta materia, fijando cuatro condiciones para que sea admisible una
guerra:
l. Autoridad
competente. Esto significa que la decisión de emprender una guerra no la pueden
tomar los particulares, es una decisión pública. Se vincula con el concepto de
soberanía; los particulares pueden recurrir a una autoridad que dirima los
conflictos que surjan entre ellos, el Estado no tiene superior. La soberanía
implica la autoridad suprema sobre un territorio determinado, por ello un ente
soberano no tiene a quien acudir para que se restablezca la justicia.
2. Recta intención. La
decisión de ir a la guerra debe ser honesta, no impulsada por el odio ni la
ambición de los gobernantes. Y, por ser tan delicada esta decisión, Francisco
de Vitoria sostenía que no debía quedar a merced del Príncipe, de modo
exclusivo. Por el contrario, requería el refrendo de sus consejeros; además,
recomendaba que se consultara con los sabios. De esa forma, se reduce el riesgo
de actitudes pasionales.
3. Medios lícitos.
Expresa la Convención de La Haya que las partes beligerantes no tienen un
derecho ilimitado en la elección de los medios para combatir al enemigo.
También el cristianismo sostiene que el fin no justifica los medios. Para
determinar los medios lícitos, el Derecho Natural aporta orientaciones:
• Principio de
finalidad: el fin de la guerra es vencer al enemigo para lograr imponerle una
paz justa. Pero, entonces, no puede justificarse la violencia inútil, que no
contribuye al resultado, como el ataque a civiles no combatientes, a mujeres y
niños.
• Principio de
humanidad: la guerra no suspende la vigencia de los derechos humanos. Por ello,
aún en situación de guerra, no pueden justificarse actos de crueldad como la
tortura o el asesinato de prisioneros.
• Principio de fidelidad:
para que sea posible una guerra exenta de crueldades y se pueda lograr una paz
justa, es imprescindible el respeto a las normas internacionales y a los
compromisos que se contraigan entre los países combatientes. “Pacta sunt
servanda”, es una frase utilizada en el derecho internacional que significa que
los pactos deben ser cumplidos.
4. Causa justa. En
primer lugar, se requiere que el adversario haya cometido injusticia, es decir
que haya violado algún derecho. Violación del derecho, sobre la que debe haber
certeza, ya que la suposición no es suficiente. Además, la violación debe ser
obstinada: una ofensa que el adversario no esté dispuesto a reparar por vía
pacífica.
En segundo lugar, se
requiere que la violación o injuria sea grave. Vitoria lo expresa así: “No es
lícito castigar con la guerra por injurias leves a sus autores, porque la
calidad de la guerra debe ser proporcional a la gravedad del delito.”
“Porque las guerras
deben hacerse para el bien común, y si para recobrar una ciudad es necesario
que se sigan mayores males a la República (...), en este caso no cabe duda que
están obligados los príncipes a ceder su derecho y a abstenerse de hacer la
guerra.”
Dijimos que para el
cristianismo la guerra es admisible en determinadas situaciones, lo que lo
diferencia del pacifismo, exaltación de la paz a cualquier precio. El
cristianismo no es pacifista, puesto que admite la licitud de la profesión
militar y la contribución ciudadana a las fuerzas armadas (CIC, nºs. 2308 y
23l0).
Es que la paz -según la
clásica definición de San Agustín- es la tranquilidad en el orden; y no puede
haber orden sin justicia. Por eso afirmaba Juan Pablo II: “No somos pacifistas,
queremos la paz, pero una paz justa y no a cualquier precio” (18-2-1991). Y, en
otra oportunidad el Santo Padre aclaró: “Los pueblos tienen el derecho y aún el
deber de proteger, con medios adecuados, su existencia y su libertad contra el
injusto agresor” (1-1-1982).
La realidad del mundo
contemporáneo caracterizado por la interdependencia de los países, agrega una
nueva exigencia a cumplir, antes de iniciar una acción bélica, que es consultar
a la comunidad internacional buscando su mediación, para solucionar por vía
diplomática los conflictos.
Sin embargo, el
Catecismo aclara que: mientras exista el riesgo de guerra y falte una autoridad
internacional competente y provista de la fuerza correspondiente, una vez
agotados todos los medios de acuerdo pacífico, no se podrá negar a los
gobiernos el derecho a la legitima defensa (2308).
La doctrina resumida nos
sirve de guía para evaluar contiendas bélicas concretas. Podemos afirmar, sin
temor a errar, que la guerra de EEUU contra Irak fue manifiestamente injusta.
En cambio, como lo ha demostrado el Prof. Alberto Caturelli, la guerra de
Malvinas cumple todos los requisitos que fija la doctrina para ser considerada
una guerra justa.
En efecto, “cuando
Inglaterra, en 1833, agredió nuestro derecho efectivamente ejercido sobre las
Malvinas …usurpando la posesión de las mismas, cometió un acto de tal
naturaleza que siguió agrediendo a la Argentina todo el tiempo, durante casi un
siglo y medio”.
“Por eso, Inglaterra
puso entonces (no en 1982) la causa de guerra justa de parte de la Argentina”.
“La Argentina, dadas
ciertas circunstancias concretas y ante los signos inequívocos del usurpador de
no tener voluntad de restituir las islas, decidió retomar lo que siempre fue
suyo”.
Frente a los hechos, se
han emitido interpretaciones diferentes sobre la decisión de iniciar la guerra,
incluso desde el campo militar.
-Muestra de
incompetencia: Gral. Balza
-Aventura militar:
Informe Rattenbach
Analicemos los hechos:
El conflicto bélico de
1982 se origina, no en Malvinas, sino en el archipiélago de las Georgias del
Sur, el 19 de marzo cuando desembarcó en Puerto Leith, en la Isla San Pedro,
del grupo de las Georgias, un grupo de 41 obreros argentinos, contratados por
el empresario Davidoff, para desguazar instalaciones balleneras, operación
autorizada por el embajador británico. Este grupo viajó en el buque Bahía Buen
Suceso, que era un transporte de la Marina, dedicado a operaciones comerciales,
y en el que no había personal militar ni armas de guerra.
El contrato molestó al
gobernador Hunt, vinculado al Comité de las Islas Malvinas (lobby), pues:
-el único buque de la
marina, rompehielos Endurance, dejaría el área en mayo
-en junio 82 la Oficina
Investigaciones Antárticas británica abandonaría las Georgias (Gritviken)
-los obreros argentinos
con contrato hasta el 84 serían la única presencia en las islas.
Por eso exigió la
expulsión del grupo de argentinos, con el argumento de que no había hecho
sellar las tarjetas blancas que se usaban habitualmente para viajar a Malvinas,
según el acuerdo de 1971.
El Canciller Dr. Costa
Méndez, pidió que la expulsión se revocara si Davidoff ordenaba a sus empleados
completar la formalidad de ir hasta Gritviken y hacer sellar las tarjetas. El
embajador estuvo de acuerdo, pero Hunt sostuvo que las Georgias no estaban
incluidas en el acuerdo de 1971 y que debían sellarse los pasaportes.
Cabe destacar que la
presencia de estos argentinos no representaba ninguna amenaza: primero, porque
no eran militares, y la segunda porque en Georgias no había población, sólo
estaba el personal de investigaciones antárticas, y en otra zona. Fueron los
propios británicos quienes convirtieron el asunto de las Georgias en un
incidente.
El 29, la primera
ministra Margaret Thatcher decidió el envío de un submarino nuclear a la zona
de conflicto. El 30 la situación comienza a descontrolarse; en Londres el
ministerio de Defensa decide duplicar el número de infantes de marina de la
guarnición de Malvinas, y confirma la orden de enviar un segundo submarino
nuclear.
El gobierno argentino
no podía aceptar las exigencias de desalojar a los obreros de Davidoff que
estaban cumpliendo un contrato legalmente formulado, ni obligarlos a presentar
sus pasaportes, pues:
-estaban en un
territorio en disputa
-se habían cumplido
todas las formalidades establecidas
-admitir el uso de
pasaportes era aceptar la pretensión británica de soberanía sobre las islas
Georgias.
Si nuestro país hubiera
tolerado el desalojo por la fuerza, o hubiera accedido a evacuar a los obreros
bajo amenaza, o hubiera aceptado el visado de pasaportes, ello habría
significado una verdadera abdicación del derecho de soberanía sobre el
Atlántico sur, por aplicación de la doctrina conocida como “stopell”
(reconocimiento tácito de derechos).
Ya no había alternativa
válida para la Argentina, que se vio obligada a ejercer el derecho a la
legítima defensa, previsto en la Carta de las NU, art. 51, en caso de ataque
armado, hasta tanto el Consejo de Seguridad tome las medidas adecuadas para
mantener la paz. El Fiscal de la Cámara Federal, que juzgó a los Comandantes en
Jefe, afirmó que: “La Argentina, pues, no agredió, fue agredida”; concepto
ratificado por la Cámara en su pronunciamiento.
Con motivo de
celebrarse los 39 años de la gesta de Malvinas, conviene difundir la verdad de
lo ocurrido en la guerra y no dejar pasar afirmaciones que inducen a la confusión
o a la duda. Los errores y debilidades propias deben ser reconocidos, pero no
debe permitirse la diatriba ni la calumnia sobre las reales motivaciones de una
guerra que la Argentina no provocó imprudentemente y que una vez desatada supo
afrontar con entereza. Como sostuvo quien comandara la Marina en esa
circunstancia:
“Felizmente, no
prevalecieron mezquindades ni especulaciones. Por el contrario, siguiendo la
línea de los grandes hechos fundacionales, al adoptar la resolución de resistir
al usurpador, la Argentina se ponía de pie y mostraba al resto del mundo que,
aún frente a la arrogancia de los poderosos, conservaba su vocación de nación
independiente”.
Fuentes:
Caturelli, Alberto.
“Recuperación de las Malvinas Argentinas. Noción de Guerra Justa”; Secretaría
General del Ejército, 1982.
Meneghini, Mario. “Dos
guerras argentinas”; Centro de Estudios Cívicos, 2010.