Carlos Prosperi (*)
Según la corriente
constructivista, una doctrina muy en boga en nuestros tiempos, aunque reconoce
raíces muy antiguas, el conocimiento carece de objetividad porque es solamente
una construcción del pensamiento, tanto individual como social.
Pero el problema es
que el Constructivismo confunde las hipótesis y teorías, que efectivamente son
una construcción mental, con los hechos, que son objetivos e independientes del
investigador o el observador.
En las Ciencias
Naturales se acepta en general que los hechos son objetivos, susceptibles de
observación y experimentación, mientras que las hipótesis y teorías son
construcciones del hombre para explicar esos hechos. De ahí que el concepto de
verdad, siguiendo a los escolásticos, viene a ser la “Adequatio intelectus et rei”, una adecuación o concordancia de la
mente con la realidad, pero no al revés. En este esquema de conocimiento, son
las hipótesis y teorías, en tanto y en cuanto elaboraciones del intelecto, las
que se pueden verificar contrastándolas con la realidad.
Todos sabemos que el
calor dilata los metales. La explicación teórica es que el calor excita a las
moléculas alejándolas unas de otras, y por ello se produce el alargamiento. Si
medimos una vara de metal en caliente se verá que es más larga que medida en
frío, lo cual “verifica”, es decir “hace verdadera” a la hipótesis. Por
supuesto, podría elaborarse otro razonamiento diferente que explique de otra
manera los datos observacionales. Pero la varilla no dejaría de dilatarse por
el calor. La dilatación entonces es un hecho, mientras la excitación de las
moléculas es una hipótesis explicativa. Las hipótesis son construcciones de
nuestras mentes, pero los hechos son datos de la realidad.
Pero si, en cambio,
se postula que la realidad es también una construcción intelectual, y que no
existe una realidad objetiva sino que es solamente el producto de una
convención social, entonces no existiría ni siquiera en las Ciencias Naturales
una verdad objetiva, quedando todo reducido a una mera “doxa”, una simple opinión, que es cambiante según las
circunstancias históricas y sociales, y susceptible de una mutación permanente.
En efecto, es
correcto decir que las leyes y teorías científicas son una elaboración de los
investigadores, pero no deben confundirse con los hechos naturales o fenómenos
observables, que son objetivos (1 y 2).
Kuhn, uno de los
promotores más conocidos del Constructivismo, toma como ejemplo la teoría
geocéntrica, defendida por Ptolomeo, y que postulaba la idea cosmológica de que
la Tierra era el centro del Universo conocido, por entonces reducido solamente
a nuestro sistema planetario, mientras que el Sol y los demás planetas giraban
a su alrededor.
Copérnico produce una
llamada “ruptura epistemológica” o “cambio de paradigma”, de acuerdo a la
terminología que usan los constructivistas, al reemplazar el postulado anterior
por la teoría heliocéntrica, según la cual el Sol es el centro de nuestro
sistema, en tanto la Tierra y los otros planetas orbitan a su alrededor
(3).
Lo curioso, sin
embargo, es que Kuhn y sus seguidores expresamente niegan el progreso
científico, de modo que los cambios de paradigmas ocurren simplemente por la
mayor facilidad con que se pueden utilizar para explicar un mayor número de
datos observacionales, sin que ello implique que exista un mayor acercamiento a
la verdad, o que un determinado paradigma sea el verdadero y los demás sean
falsos. Con lo cual la verdad misma pasa a ser un concepto relativo y subjetivo
(4).
Este modo de ver como
paradigmas a las leyes y teorías científicas no es del todo inverosímil, ya que
efectivamente las diversas disciplinas utilizan modos de estudio o de
percepción de la realidad que bien podrían considerarse como “paradigmas” o
“modelos de investigación”. El concepto original e incluso el término
“paradigma” provienen de Platón, aunque le otorgaba un significado no
exactamente igual al que le dan los constructivistas.
El problema es que
este concepto es tan amplio e indefinido que puede perfectamente aplicarse
también a disciplinas que indudablemente no son científicas, ya que todas
utilizan algún tipo de modelo de investigación, al menos tal como son definidos
por esta corriente (5).
Sería viable entonces
afirmar que una pseudo-ciencia como la Astrología tiene sus paradigmas,
consistentes en afirmar que la posición relativa de los distintos planetas
influye sobre el destino o las características de las personas, lo cual la
transformaría en una ciencia tan válida como la Astronomía.
Un astrónomo que
disponga de la posición de los planetas y las fórmulas matemáticas que rigen sus
órbitas, puede por ejemplo predecir mediante un cálculo matemático eventos como
un eclipse, según hizo hace ya muchos siglos Tales de Mileto.
También un astrólogo,
con la carta natal de una persona, puede supuestamente predecir su carácter o
su futuro según su signo astral. Y si adherimos a los postulados
constructivistas, ambas disciplinas tendrían el mismo grado de seriedad y
rigurosidad científica, dado que ambas están basadas en paradigmas,
Aún en caso que alguno
de estos paradigmas no diera los resultados esperados, o se demostrara sin
dudas que las predicciones no se cumplieron, siempre queda la posibilidad de
construirse un paradigma nuevo, con lo cual el carácter de disciplina
científica no se pierde en ningún caso. (3).
Más aún, estos
cambios de paradigma, también llamados “rupturas epistemológicas”, no implican
necesariamente un mayor acercamiento a la verdad, sino apenas un replanteo de
los resultados con un nuevo paradigma que simplemente “funciona” mejor para un
caso específico de estudio, pero que sigue siendo provisorio, y no permite
decir nada acerca de la verdad o falsedad del paradigma anterior o del actual
Ese es el motivo por
el que, en términos constructivistas, no existe progreso en el conocimiento
científico, ni menos aún un acercamiento a la verdad, sino sólo un criterio de mayor
funcionalidad (6).
Según lo antedicho, el
conocimiento no es ya un reflejo o modelo de la realidad sino una realización
subjetiva del hombre. La realidad deja de ser algo que existe en sí misma,
donde el conocimiento es ir adaptándose a ella, sino exactamente al revés: la
realidad pasa a ser el resultado de una construcción de nuestro pensamiento (7).
No sólo la
investigación científica sino también el aprendizaje, dejan de ser una
actividad individual, y pasan a convierten en una actividad social, donde la
realidad es un constructo de la sociedad en su conjunto. Es la sociedad la que
define entonces, para cada circunstancia histórica, que es verdadero y que es
falso.
Así, por ejemplo, lo
políticamente correcto en determinado momento se convierte en una verdad
indiscutible que nadie puede cuestionar, y la autopercepción sobre la
sexualidad de algún individuo obliga a que las demás personas deban aceptarla
sin objeciones, aun cuando la percepción de los demás, o incluso el estudio
científico de su caso difiera de la del sujeto en cuestión.
La naturaleza deviene
en algo completamente humano, sin ninguna pista de quien haya sido su Creador, porque
resulta ser el producto de la interacción entre el hombre y los estímulos
externos que la sociedad en su conjunto ha ido estableciendo (8).
Para Mario Bunge, el
Constructivismo promovido por la Sociología de la Ciencia “Intenta investigar de una manera científica las comunidades científicas
y las interacciones entre investigación científica y estructura social". "La
pseudocientífica sociología de la ciencia, usualmente descripta como
constructivista-relativista, dice pintar una imagen más realista de la
investigación científica a través de machacar los que son llamados
"mitos" de la investigación desinteresada y la verdad objetiva. Por
lo tanto, la mayoría de los sociólogos de la ciencia del nuevo estilo
desconfían o incluso atacan la ciencia" (9).
Llevada a sus últimas
consecuencias, esta corriente se transforma en una negación de la Creación,
entendida como obra de Dios hecha por Él mismo, y pasa a ser una construcción
de la mente humana. Es la idea del pecado original llevada al extremo, de modo
que ahora el hombre puede conocer el “Árbol del Bien y del Mal” y además se materializa
la promesa demoníaca: “Seréis como
dioses”.
A todo lo antedicho
se opone, no hace falta aclararlo, el conocimiento tal como lo entiende el
realismo de la filosofía Aristotélico-Tomista. Este realismo no es de ninguna
manera un materialismo, sino que la denominación se debe al hecho de que para
Aristóteles la realidad existe por sí misma, en la circunstancia externa y no dentro
de la mente, y de manera independiente a que sea pensada o ignorada por algún ser
humano (10).
Al menos desde
Aristóteles hasta Kant ha existido un consenso más o menos generalizado, sobre
todo en la comunidad de los científicos naturalistas, respecto a que los datos
de la realidad son captados por los sentidos y luego elaborados por la mente,
que de esa manera elabora hipótesis o teorías que a posteriori sirven para
explicar la realidad.
Es la doctrina de la
llamada “tabula rasa”, o “tabla
lisa”, aludiendo a que no hay nada previo en nuestras mentes, como en una
tableta de cera en la que no se ha escrito nada. Son los sentidos los que entablan
el contacto entre la realidad que nos rodea y nuestra mente, y es a través de ellos
como percibimos todo lo que existe fuera de nosotros mismos (7).
Dicha realidad es
procesada por el intelecto, que Aristóteles llama “intelecto agente” y que es
reconocido por otros como “sentido común”, en tanto elabora los datos provistos
por los otros sentidos (10). Los instrumentos de investigación científica no
son otra cosa que una ampliación de nuestros sentidos, como un microscopio o un
telescopio mejoran nuestros ojos (8).
Ya la Escolástica
decía “Nihil est in intelectu quod prius
non fuerit in sensu”, o sea que no hay ningún contenido en nuestra mente
que no haya pasado antes por nuestros sentidos. Posiblemente con la excepción
de la Fe o la llamada ciencia infusa, que no son motivo de este trabajo.
A la luz de los
avances científico-tecnológicos en toda la historia de la humanidad, y
particularmente en los últimos siglos, la afirmación en el sentido de que no
existe un progreso en la ciencia, deviene inadmisible aún para el simple sentido
común (11).
La postura del
Estagirita es más lógica y hasta más científica, en el sentido de la ciencia
moderna, que el mismo constructivismo. En efecto, si bien se acepta el papel de
la mente humana en la construcción de leyes y teorías, también queda claro que
van a ser válidos si y sólo si se adecuan la realidad, si se amoldan y coinciden
con la misma.
Finalmente, esta verdad
restringida entendida como adecuación de la mente humana a la realidad, también
puede aplicarse al concepto de Verdad absoluta en la mente de Dios, Creador y
conocedor de todo, que en última instancia es la encarnación misma de la Verdad
al proclamarse a Sí mismo como “Via, et
Veritas et Vita”.
* Dr. Cs.
Biológicas – Lic. Filosofía
Bibliografía Citada
(1).Bunge, M. 1998. “La ciencia, su método y
su filosofía”. Ed. Sudamericana. Buenos
Aires.
(2).Prosperi, C.
1988. “Creacionismo y rigor científico según Popper”. Boletín Soc. Arg. de Filosofía. Córdoba.
(3).Maldonado, N.
(inédito). “El Progreso de la Ciencia”.
(4).Kuhn, T. 1970. “The Structure of Scientific
Revolutions”. University of Chicago Press.
Chicago.
(5).Woozley, A. 1987. “Theory of knowledge”. Queen´s
University. Kingston.
(6).Prosperi, C. 2006. “La
Epistemología en Montreal y la Sociología de la Ciencia”. Actas Congreso Internacional de Patrimonio
Cultural. Córdoba.
(7).Hessen, J. 1996.
“Teoría del Conocimiento”. Ed. Porrúa. México.
(8).Prosperi, C.
1974. “Ciencia, Técnica y Arte”. Rev. Acento. Córdoba.
(9)Bunge, M. 1996. “In Praise of Intolerance to
Charlatanism in Academia”. En: Gross
et al. The Flight from Science and Reason. New
York Academy of Sciences. New York.
(10).Marías, J. 1971.
“Historia de la Filosofía”. Ed. Revista de Occidente. Madrid.
(11). Losee, J. 1979.
“Introducao Historica a Filosofia da Ciencia. Ed. Univ. De Sao Pablo. Sao Pablo.