EL VOTO CATÓLICO

 

Ignacio Balcarce

 

La Prensa, 31.05.2023


(Publicamos este trabajo, que se contrapone al que figura  más arriba –que expresa nuestra posición- para que los lectores puedan discernir los dos enfoques, y elegir a conciencia)

 

Señor director:

Es año electoral y tanto para católicos como para toda persona de buena voluntad el panorama se presenta en brumas, y muchísimo más que complejo. Los principios y valores cristianos que deben empapar la política pública de una nación con pretensiones católicas y cabal compromiso por el bien común están ausentes en los principales candidatos y partidos. El globalismo y la agenda 2030 acapara todas las opciones, desde la izquierda más rancia y el desacreditado kirchnerismo con Massa o De Pedro posiblemente a la cabeza, hasta la no menos turbia y corrompida oposición representada por Larreta y Bullrich con escorzos de la UCR, y Milei, el cual -sin adoptar la totalidad del pervertido programa cultural anticristiano- se mueve en coordenadas con principios afines que desembocan en más de lo mismo a corto y mediano plazo. La mentada grieta se descubre no tan grieta, todos ellos comparten premisas y discuten matices, parecen tener más cosas en común que diferencias.

¿Qué debe hacer el católico en esta encrucijada? Veamos alternativas: la primera es abstenerse de votar. La segunda es el voto en blanco. La tercera es el voto útil (votar lo que se considera un mal menor). La cuarta es votar en conciencia un candidato minoritario sin posibilidad alguna de lograr algo.

Voy a tratar de descartar algunas para señalar lo que considero apropiado para el católico auténtico, ese que pretende obrar en consecuencia con su fe. Votar en blanco acusa descontento, pero acepta el sistema, lo convalida y lo reproduce. No me convence.

Votar el mal menor lo encuentro inadmisible porque esos males menores son manifiestamente anticristianos, ofensivos para la religión y las buenas costumbres: me refiero a los espacios políticos que tienen presencia en los medios. Inclusive el espacio de Milei que -en una clara maniobra estratégica por lavar la imagen del liberalismo- asume ciertas banderas católicas provida y profamilia, se mantiene en las consignas liberales incompatibles con la enseñanza perenne de la Iglesia. En conciencia, no se puede acompañar un proyecto que además de insistir en la total desregulación de los mercados, comprende la libertad como un absoluto sin ligaduras con la verdad y el bien. Esto genera que la verdad y el bien queden en pie de igualdad con la mentira y el error, y eso es vía libre a todo mientras “no se afecte la libertad de terceros”, o no se financie desde el Estado. Eso no soluciona la pauperización espiritual de nuestro pueblo, sino que la promueve.

La última opción a descartar es lícita pero ineficaz, es el voto testimonial por las propuestas nobles pero muy minoritarias, esas que por carecer de estructura y, por poco presupuesto para las campañas, no las conoce nadie. No pesan, no incomodan, quedan neutralizadas con facilidad. Creo que es desgastarse luchando donde no nos conviene.

Finalmente me decido por la abstención. No asistir a las urnas. Deslegitimar a un sistema perverso, sometido al poder del dinero, donde la falsa confrontación y una artificial dialéctica izquierda-derecha contribuye al triunfo de los mismos: los plutócratas que han puesto huevos en todas las canastas. Candidatos, partidos políticos y medios de comunicación sirven a los mismos. La disidencia que denuncia ciertas irregularidades, pero no cuestiona el sistema desde el fondo -en su totalidad y en sus responsables- también sirve a los mismos. Por lo tanto, es disidencia controlada (disidencia que el sistema tolera para confirmarse).

Elijo no participar en un juego con reglas sórdidas, un esquema viciado, donde gane quien gane se va a operar contra el orden social cristiano. No es conspiracionismo, lo manifiestan sus discursos y ya está cristalizado en nuestras legislaciones. Propongo no jugar un juego en donde no vamos a aceptar al vencedor como presidente legítimo mientras ignore el bien común y la identidad del pueblo. Sugiero no caer en la emboscada, no ser cómplices con espacios que no nos tienen en cuenta, no participar de los comicios y que el silencio católico en las urnas provoque ruido. Lograr un nivel de abstención considerable es una invitación a reformular el modelo, que se sigue pretendiendo representativo cuando en la realidad encubre intereses muy minoritarios.

Una gran apostasía electoral católica puede hacer que seamos nuevamente escuchados. Debemos concientizar al todavía ingente mundo católico de Argentina de que no estamos representados. Recordemos que nuestra fidelidad a la religión católica prevalece sobre cualquiera de los deberes cívicos de la idolatría democratista. Muchos dirán que esto no sirve, pero sirve porque nos mantiene coherentes a lo que somos y lo que es la doctrina política católica. No podemos dejar que el pragmatismo electoralista y la diplomacia con el mundo diluyan nuestro mensaje apegado a la Verdad, y la intención de vivir conforme a ella.

Los católicos debemos despertar de un letargo hipnótico. Hay que luchar por fuera del Sistema, organizándonos y esperando atentos el momento adecuado para impulsar el renacimiento de una Argentina Católica.

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