UNA ARGENTINA YA AGUARDA POR LA VIDA ETERNA
Maximiliano
Fernández
Infobae, 22 May,
2023
El difusor
Corría 1986.
Rodolfo Goya trabajaba en la Universidad de Michigan y ya investigaba sobre
envejecimiento, su área de expertise. Su jefe había recibido un folleto de
Alcor, una compañía que impulsaba algo que sonaba a ciencia ficción: se llamaba
criopreservación y, en resumidas cuentas, prometía una segunda vida a personas
que se congelaran apenas murieran. Su superior ojeó el panfleto con una sonrisa
burlona. Morir y revivir en un futuro no era otra cosa más que un disparate.
Por casualidad, antes de que ese folleto se perdiera en algún tacho de basura,
llegó a sus manos.
-Me pareció
fantástico. Enseguida me interesó y me hice un convencido de que la congelación
era el método ideal para curar enfermedades que por ahora no tienen cura.
Incluso para ofrecer una segunda oportunidad en un futuro.
Rodolfo Goya
dirige un grupo de investigación en la Facultad de Medicina de la Universidad
Nacional de La Plata (UNLP). No es un trasnochado: es un referente en materia
de envejecimiento. Más bien en desarrollar técnicas que desaceleren la llegada
inexorable de la vejez. Inexorable, cree él, solo por ahora. En sus ratos
libres también investiga, aunque solo como un aficionado, la criopreservación.
Cree en la posibilidad de la vida eterna a tal punto que en 2010 tomó contacto con
otra de las compañías más famosas, el Cryonics Institute, y firmó un contrato
para congelar su cuerpo una vez muerto.
“La gente se
sorprendió. Ninguno de mis familiares ni compañeros se mostró interesado en
criopreservarse. Ni siquiera mi esposa”, dice Goya, de 71 años, sin hijos.
Todavía no pagó los 28 mil dólares que sale su congelación, pero dispone del
dinero en una cuenta en Estados Unidos y -aclara- si muere en, por ejemplo, un
accidente aéreo, su familia usará la plata para iniciar el procedimiento.
Goya habla de la
muerte, de morir, con total naturalidad. No dice “fallecer” para suavizar la
expresión. Dice “morir” y ya. Él está seguro de que la criónica escalará con el
correr de los años, aunque no puede garantizar que alcance los niveles
necesarios para “revivir” a un ser humano.
La criónica, dice,
se usa para procedimientos que ya son de rutina, para la fertilización in
vitro, tanto de animales como de personas. Explica que a una mujer que no puede
tener hijos se le da una inyección de hormonas para que produzca óvulos. A esos
óvulos se los recoge y se los pone en contacto con los espermatozoides del
novio o marido. Se hace la fertilización en un tubo de ensayo. Se le implanta
un embrión y se guardan los otros nueve en nitrógeno líquido. “Se le hace criónica
al embrión”, concluye.
Ese primer embrión
muchas veces no funciona. La mujer termina perdiendo el embarazo. Entonces se
descongela un segundo embrión y se lo implanta. Si vuelve a fallar, se
descongela un tercero y así hasta lograr el embarazo. “Hay miles de personas
caminando por la calle, absolutamente normales, que comenzaron su vida como
embriones congelados”.
-¿Y por qué no se
puede hacer esto en humanos que ya tuvieron una vida?
-Es un problema de
tamaño. Cuando algo es muy pequeño y se puede congelar muy rápido, como pasa
con los embriones o con gusanos que son microscópicos, es posible el
procedimiento. Pero cuando el congelamiento es lento -y 5 minutos es demasiado
lento- se desacomodan las moléculas. Entonces, pasado el tiempo, cuando se
descongelan quedan desconfigurados y la persona no revive. El desafío es lograr
un método de enfriamiento y descongelación lo suficientemente rápido. El día
que la criogenia lo logre será posible.
-¿El principal
problema no es que a los embriones se los congela vivos y a los humanos cuando
ya están muertos?
-Es cierto. Todos
nos damos cuenta de que congelar a un individuo estando vivo, es decir con una
eutanasia programada, daría mejores posibilidades. Cuando el individuo muere
ocurre inevitablemente un proceso de deterioro, por más que sean pocos minutos
los que pasen hasta la congelación. Imaginate que en 5 minutos de falla de
circulación sanguínea en el cerebro, ya hay daños irreversibles.
-Entonces, ¿hay
posibilidades reales de que funcione?
-La criónica nadie
tiene dudas de que es posible. La limitación hoy es tecnológica.
-¿Se puede
vaticinar cuántos años?
-No, es como
intentar alcanzar la velocidad de la luz en una nave espacial… -se detiene un
segundo y recula-. En realidad esto no es tan difícil como alcanzar la
velocidad de la luz, pero sí hoy es lejano. En algún momento probablemente se
pueda lograr.
En su laboratorio
en La Plata, trabaja con gusanos microscópicos. Los congela y los despierta sin
mayores inconvenientes. Del otro lado del globo, en Siberia, los tardígrados se
congelan de forma natural a los 50 o 60 grados bajo cero que sufren durante los
inviernos, pero cuando llega la primavera retoman su vida normal, aunque
intrascendente, como si nada hubiera ocurrido. Eso, piensa, es un sustento para
la criónica. Aunque en ambos casos lo que sucede es que los gusanos se congelan
mientras están vivos. A diferencia de los humanos, pasan a un estado de
latencia.
En Estados Unidos
muy pocos científicos hablan de criónica en público. A sus promotores se los
tilda de charlatanes. Los profesores interesados en el tema no lo dicen y,
entonces, los comités necesitan reclutar científicos extranjeros. Goya integra
dos de ellos por su condición de “figurita difícil”, de hombre especializado en
envejecimiento.
En 2012, organizó
la primera conferencia sobre criopreservación en la Argentina. Invitó a Ben
Best, por entonces presidente del Cryonics Institute con sede en Michigan, a
disertar en la Facultad de Medicina de la UNLP. Le dijo que no se preocupara,
que no sufriría ningún ataque porque en su país, en Argentina, nadie sabía que
existía el tema.
Contra todo
pronóstico, la conferencia despertó un interés enorme: se trataba de algo raro,
la quimera de morir y revivir 50, 100 o 300 años después. Varios medios de comunicación
se acercaron y lo entrevistaron. Goya recibió el mote de “primer argentino en
buscar la vida eterna”, incluso del “Walt Disney argentino”. Así, un poco de
imprevisto, asumió el rol de difusor local de la criónica.
Al poco tiempo, un
puñado de entusiastas, no más de una decena, le escribió por Facebook y por
mail. Se juntaron y formaron una suerte de “grupo de autoayuda” con él como
referencia y punto de contacto con los laboratorios. El objetivo del grupo es
ayudar a los argentinos que deseen criopreservarse, lograr que en el país se
pueda hacer un primer congelamiento del cuerpo y así estabilizarlo a los pocos
minutos de morir.
-Te voy a contar
algo -dice y hace una pausa que, en realidad, esconde una vacilación-. Bueno,
no sé si debería decírtelo… Nosotros hicimos la primera criopreservación de un
cerebro en la Argentina. Creo que es una primicia. Ya hay una argentina
criopreservada.
La primera
La partida de
defunción de Beatriz Bilone marca que murió el 9 de septiembre de 2018, a las
9:30, con 78 años.
Veinte años antes
María Entraigues-Abramson, cantante y actriz, había tomado conocimiento de la
criónica. No recuerda quién le mencionó la palabra, pero sí recuerda que se
abalanzó sobre la poca información que había disponible.
En 2006 fue a su
primera conferencia en Cambridge, Inglaterra, donde conoció a un experto en
mermar la vejez. El experto le preguntó si ya era miembro de Alcor. Ella le
respondió que no, que aún estaba estudiando el tema. “¿Qué estás esperando?”,
le espetó. Solo un año después viajó a Arizona y se sumó a la compañía.
-Mamá y yo éramos
muy unidas -dice María sobre Beatriz-. Ella estaba muy pendiente de todas mis
cosas. Y le fascinaba… le fascinaba toda la cuestión del futurismo, la
tecnología que avanzaba tan rápido, la extensión de la vida. Teníamos
conversaciones larguísimas y desde el momento en que se enteró que existía la
posibilidad de criopreservarse, expresó su interés. Decía que quería
preservarse.
María reside desde
1992 en Estados Unidos. Con los años, su vínculo con Alcor se fortaleció.
Empezó a representar a la empresa en los medios casi como una embajadora, a
participar de programas de televisión, a hacer documentales sobre criónica, a
difundir una disciplina que siempre fue observada con desdén por la comunidad
científica norteamericana. Hoy es directora de divulgación y desarrollo de SENS
Research Foundation, una organización radicada en Silicon Valley que busca
curar la vejez a través de medicina regenerativa y biotecnología.
Beatriz Bilone, su
mamá, se crió con sus abuelos. Sus padres murieron cuando ella tenía apenas 4
años. Se sentía afortunada pese a una niñez de desdicha. Tuvo a su primera hija
-Beatriz, como ella- y siete años después a María. Dedicó gran parte de su vida
a la educación. Fundó 19 escuelas en el Gran Buenos Aires: fue directora y
docente. Pero también fue una escritora voraz, una poetisa entusiasta, hizo
teatro, condujo programas de televisión y radio en emisoras de Vicente López.
Durante 28 años, coordinó la Casona de María, en Pilar, un espacio que ella
misma abrió, un campo que recibía a ancianos para que pasaran un día completo
con actividades, juegos y comida.
“Era un tornado,
nada la frenaba. Amaba la vida como nadie”, la define su hija. A fines de
agosto de 2018, la hospitalizaron. Primero fue una sepsis que lograron curar
gracias a un tratamiento experimental. A los días se le perforó un intestino
producto de un “Síndrome de Cushing” y no pudo resistir las operaciones. Murió,
como la mayoría, por el deterioro que trae la vejez.
-En agosto volví a
Buenos Aires. Hice todo lo posible por salvarla y, al mismo tiempo, lideré su
criopreservación, que fue la primera y hasta ahora única en Argentina. Y que
fue prácticamente un milagro.
Los obstáculos se
sucedieron como en una prueba de resistencia. Al no haber antecedentes en el
país, no existe regulación para congelar el cuerpo -en este caso el cerebro- de
una persona. María nunca mencionó que era para criónica. Lo trataba como una
donación: el planteo era que su madre, en teoría, quería donar su cerebro a la
ciencia. De hecho, había dejado una carta en la que expresaba ese deseo.
María hizo una
lista en su cabeza. Necesitaba primero hacer un congelamiento prematuro para
detener el deterioro celular. También tenía que conseguir un cirujano que
extrajera el cerebro, un lugar donde se pudiera hacer eso, que le entregaran el
cuerpo, cumplir con la burocracia de la muerte. Eran demasiadas cosas.
Los médicos le
dijeron que no iban a poder hacer la extracción del cerebro. Los cuerpos,
todos, se derivan a una casa funeraria. María se detuvo un minuto: en las
funerarias extraen órganos, embalsaman cuerpos… Quizás ahí sí podía ser
posible. También había que hacer perfusión y en los tanatorios tienen esas
“bombas” porque les sacan la sangre a los cuerpos para embalsamarlos. Ellos
debían no solo sacar la sangre, sino también introducir los químicos que
criopreservan los tejidos.
Después de decenas
de llamadas, a la 1 de la mañana dio con una casa funeraria dispuesta a hacer
el procedimiento. Al rato, casi por alineación, un médico de su confianza, el
doctor Néstor Balmaceda, que la había ayudado a que PAMI financiara los últimos
días de su madre en una clínica privada, la llamó por teléfono:
-¿Cómo está tu
madre? -le preguntó-.
-Mal, se está
muriendo.
-¿Hay algo que
pueda hacer para ayudarte?
-No sé. Necesito
que extraigan el cerebro de su cráneo.
-Yo lo hago -le
respondió como si se tratara de un trámite menor-. Soy cirujano retirado. ¿No
te acordás?
A contrarreloj se
activó el operativo, que contó con la asistencia del grupo de “autoayuda”,
formado pocos años antes. Francisco, uno de los miembros, recorrió toda la
ciudad para conseguir los químicos. María se puso en contacto con los
científicos norteamericanos para que los guiaran en la “microcirugía”. Rodolfo,
justo de viaje, siguió la proeza a la distancia.
9:30 Apenas
fallecida cubrieron su cabeza con bolsas de hielo.
11:30 Llegó una
ambulancia al hospital y pusieron el cuerpo en una caja rodeada de hielo para
transportarla a la funeraria, donde arribó a las 12:30.
12:45 El Dr.
Balmaceda y el tanatólogo Daniel Carunchio comenzaron a perfundir el cerebro
insertando un catéter en la arteria carótida derecha. La perfusión duró una
hora y 45 minutos.
16 Empezó la
extracción del cerebro.
17:15 Ni bien
terminó la extracción colocaron el cerebro en un recipiente de plástico relleno
de agua helada.
Después siguió un
congelamiento paulatino. Primero el cerebro se guardó en una heladera a 2
grados. El mismo día pasó a un congelador estándar a 16 grados bajo cero. Sobre
la medianoche del día siguiente se agregó hielo seco para bajar aún más la
temperatura. A las pocas horas se colocó el recipiente con el cerebro, envuelto
en toallas, en una caja con hielo seco. Al final, el 12 de septiembre, tres días
después de la muerte de Beatriz Bilone, la caja se almacenó en un
“ultracongelador”, primero a -70 grados y luego a -80.
El cerebro
permaneció en el ultracongelador hasta el 4 de febrero de 2019. Dentro de una
caja más grande, rellena de hielo seco, fue trasladada por correo al aeropuerto
para su transporte aéreo hasta Los Ángeles, donde está la sede de la 21st
Century Medicine, la organización más importante en materia de investigación de
criobiología. Ya cuatro años después, hoy, están terminando un estudio para
ahora sí, por fin, llevar el cerebro a las instalaciones de Alcor, donde
permanecerá años y años, quizás siglos.
-Es una
posibilidad -dice María, que también ya tiene un contrato firmado para
criopreservarse cuando muera-. Morirse sin criopreservarse te da absolutamente
cero posibilidades. Haciendo esto, te da una chance. Quizás sea muy muy
pequeña, pero es una chance.
El procedimiento
1. Si los médicos
lo consienten, antes de morir al paciente se le administra heparina, un
anticoagulante para que mantenga la sangre fluida.
2. Una vez muerto,
al paciente se le coloca una vía en la arteria carótida y se le infunde una
solución criopreservadora para impregnar todo el cerebro con esta solución.
También se hace un corte en la vena yugular para eliminar la sangre que vuelve
del cerebro.
3. Se coloca el
cadáver cubierto de hielo seco dentro de una caja y se lo envía por avión o vía
terrestre al centro criónico elegido.
4. Ya en el centro
criónico, se lo coloca dentro de una bolsa de nylon y se lo cuelga boca abajo
dentro de un “termo” gigante llamado criostato, relleno de nitrógeno líquido a
-196 grados, donde aguardará por tiempo indefinido.
Preguntas
frecuentes
¿Algún mamífero ya
fue criopreservado y revivido?
No, ninguno. Hasta
hoy, solo se pudo reemplazar la sangre de perros y monos con una solución que
se enfrió por debajo de los 0 grados, para luego proceder al recalentamiento y
reactivación. Los únicos animales que fueron sometidos al proceso de
criopreservación -es decir, fueron congelados en nitrógeno líquido a 196 grados
bajo cero y luego reanimados- son los gusanos nematodos. La diferencia es que
se los congela mientras están vivos.
Suponiendo que en
el futuro se pueda desarrollar una tecnología con ese potencial, ¿qué es lo que
debería ocurrir para revivir a un paciente? ¿Cómo se pasaría de la
descongelación a la reanimación?
Cuando la
congelación y la descongelación es instantánea en gusanos, las células se
mantienen en el mismo lugar donde estaban antes de ser sometidas al
congelamiento. Por ende, la gran mayoría de los gusanos consiguen ser
reanimados. La complejidad con los humanos es que, primero, solo se los congela
una vez muertos. Y segundo, son mamíferos de gran tamaño, que encima se los
debería reparar molecularmente.
¿Se puede congelar
a una persona viva?
No, es ilegal y no
hay ninguna empresa que brinde ese servicio. Las organizaciones pretenden que
algún día sea posible, en “condiciones cuidadosamente controladas”, para
pacientes terminales.
¿Con qué edad
reviviría la persona suponiendo que pueda ser reanimada en el futuro?
Al revivir, lo
haría con la edad cronológica con la que murió. La esperanza de quienes se
congelan es que, para el tiempo que sea posible la reanimación, ya existan
tecnologías no solo para curar la enfermedad por la que murieron, sino que se
hayan logrado avances significativos en el rejuvenecimiento.
De funcionar la
criopreservación, ¿la persona renacería sin daños?
La criónica podría
“funcionar” en varios grados. Según Max More, es posible que una persona reviva,
pero con alguna pérdida de memoria u otros daños. Por eso la opción de la
neuropreservación es requerida. Además de ser menos costosa, el cerebro es más
fácil de transportar. Son las únicas células verdaderamente esenciales que
deben conservarse. Ahí es donde residen la memoria y la personalidad.
Probablemente, dice, sea más fácil reemplazar un cuerpo por un avatar que
regenerar uno fallecido.
¿En algún momento
una persona podría llegar a ser criopreservada infinita cantidad de veces? Es
decir, ¿vivir una vida eterna?
La idea de la
criónica es que se lleve a cabo una sola vez. Si en algún momento una persona
es reanimada, será en un futuro en el que se presume que podrá ser rejuvenecida
y vivir indefinidamente. Por lo cual no sería necesario repetir el procedimiento
de congelamiento y descongelamiento.
Fuente:
Entrevistas de Infobae a Max More, presidente de Alcor Foundation, y a Dennis
Kowalski, presidente de Cryonics Institute
El escepticismo
Lo único que
sabemos desde el momento cero, la única afirmación que podemos hacer respecto a
nuestro destino es que en algún momento moriremos. No sabemos cuándo ni cómo,
pero sí que sucederá. Es la única predicción ajena al más mínimo margen de
error.
Cuando el envite
es tal que desafía una máxima tan contundente, reina el escepticismo. La
inmensa mayoría de los científicos que opinan sobre las posibilidades de que la
criopreservación de humanos funcione son tajantes: no hay ninguna posibilidad,
dicen, de que se invente una tecnología capaz de revivir y darle una vida
eterna a una persona que murió y permanece congelada.
Juan Carlos
Izpisúa, biólogo español, una de las máximas referencias en el campo de la
medicina regenerativa, comparó la criopreservación con “congelar un filete”, un
pedazo de carne. “Si uno congela un filete putrefacto, cuando lo vuelva a
descongelar seguirá putrefacto. Si uno congela un filete que está bien, estará
bien, pero seguirá estando muerto. No se resucita. Me resulta muy difícil de
entender ese argumento de que se puede congelar un órgano o un organismo entero
que ha dejado de funcionar. Estamos hablando de algo que no tiene sentido”.
Y las opiniones en
esa línea se multiplican.
Otro experto, Ken
Miller, codirector del Centro de Neurociencia Teórica de la Universidad de
Columbia en Nueva York, también desechó la hipótesis de que congelar solo el
cerebro de un humano sea más viable. “Han de pasar al menos miles de años antes
de que sepamos y comprendamos realmente cómo funciona el cerebro hasta el punto
en que se puedan tomar todas las piezas y volver a unirlas y convertirlas en
una mente. Es demasiada la complejidad. Son niveles y niveles y niveles y
niveles, que están más allá de la imaginación”.
Y pese al rechazo
casi unánime de la comunidad científica, un grupo -por ahora pequeño- hace oídos
sordos a las advertencias. O incluso conociendo las dificultades, como la
argentina Beatriz Bilone, eligen “jugarse un pleno”.
Quienes llegan a
desembolsar varios miles de dólares en una apuesta más que improbable tienen
diferentes motivaciones, cuenta Max More, presidente de Alcor. La mayoría
quiere seguir disfrutando de la vida, de los viejos hábitos y de los póstumos,
aprendiendo de un mundo que mutará y, asumen, se volverá cada vez más interesante.
“Quieren criopreservarse porque no creen que haya ninguna obligación de morir
solo porque nuestro cuerpo nos falla”, dice el ejecutivo.
El científico
platense Rodolfo Goya cita al tecnólogo Ray Kurzweil, una de las mentes detrás
de Google, para zanjar su propia disyuntiva: “Alguna vez escribió que no
deberíamos celebrar nuestras propias limitaciones”. Para él, la muerte no le da
sentido a la vida. Al contrario, piensa que nadie que goce de buena salud
física o mental estaría dispuesto a abandonarla. “Con la muerte se acaba todo.
Si no jugás tu carta criónica y vas a parar bajo tierra, no tenés ninguna
opción”, dice y acomoda sus pensamientos: “Nuestra filosofía -la mía- es esa.
Jugar nuestra carta”.