La victoria argentino-oriental desaprovechada por Rivadavia
para concluir la guerra con Brasil
Abogado, Dr. en Cs. Jurídicas y Sociales
El nombre de
esta batalla evoca los particulares acordes de la famosa Marcha de Ituzaingó,
originada en una partitura musical de autor anónimo hallada por nuestras tropas
al requisar el cuartel general del Ejército imperial del Brasil, tras ser
derrotado el 20 de febrero de 1827 y retirarse del campo de combate. Dicha
misteriosa partitura -cuya composición siempre se atribuyó al mismísimo Pedro
I, Emperador del Brasil- pensada para ser tocada por los brasileños en su
desfile triunfal por las calles de Buenos Aires, pasó en cambio a incorporarse
al repertorio musical del Ejército Argentino y es actualmente la marcha
presidencial, es decir, la que se ejecutaba a la llegada del Presidente de la
Nación a un acto oficial... cuando nuestro país cuidaba las formas republicanas.
El comandante
en jefe del llamado “Ejército Republicano”, integrado por oficialidad y tropas
argentinas y orientales, era nada menos que Carlos María de Alvear. Entre sus
oficiales destacaban José María Paz, Juan Lavalle, Ángel Pacheco y Federico
Brandsen. Al acercarse el centenario de la batalla, se impulsó la construcción
de un monumento ecuestre en honor a Alvear, el que se concretó en su actual
emplazamiento en la Recoleta. Pero fue en torno a su figura y su rol en
Ituzaingó que se alzaron voces que cuestionaban sus méritos. Y podríamos añadir
que no sólo existen dudas acerca de sus aptitudes castrenses sino, sobre todo,
respecto de sus intenciones políticas.
Para entender
la guerra contra el Imperio del Brasil entre 1825 y 1828 hay que remontarse a
un hecho muy concreto en la historia compartida por argentinos y orientales.
Ocupada la Banda Oriental desde varios años antes por portugueses (y tras la
independencia del Brasil, por brasileños), un nutrido grupo de orientales
refugiados en Buenos Aires emprendieron una campaña para recuperar el control
político sobre su territorio. Fueron los famosos “33 Orientales”, quienes
liderados por Antonio de Lavalleja y tras desembarcar en la playa de la
Agraciada reunieron el Congreso de la Florida que el 25 de agosto de 1825
declaró la independencia de la Banda Oriental respecto del Brasil y su
reincorporación a las Provincias Unidas del Río de la Plata. El Congreso
Nacional aceptó el pedido de reincorporación, lo que desencadenó que el Brasil
declarara formalmente la guerra.
En febrero de
1826, justo en momentos tan trascendentes, el Congreso reunido en Buenos Aires
desde meses antes para la sanción de una constitución eligió, por una maniobra
de la bancada unitaria, a Bernardino Rivadavia como Presidente. Es un detalle
no menor para comprender el cuadro. La guerra
contra el Brasil era popular en todas las provincias porque los pueblos
entendían que era una deuda de honor la defensa de los orientales injustamente
invadidos, primero por portugueses y luego por brasileños. Pero la facción
unitaria, de la cual Rivadavia era una suerte de gurú, vio todo con sus
anteojeras ideologizadas, de parcialidad portuaria y mercantil, de fuertes
lazos con Inglaterra.
Volvamos a
Alvear. Era un militar que había incursionado en política. Presidió la
recordada Asamblea del Año XIII, y entre enero y abril de 1815 fue nada menos
que Director Supremo del Estado. Su corto mandato fue suficiente para conocerlo
de modo cabal: censuró los medios opositores, se enfrentó a las provincias y
como moño envió una carta al primer ministro británico, Lord Castlereagh,
ofreciéndonos como “protectorado” inglés. Es decir, entendía que la solución
pasaba en volver a ser una colonia, pero con distinto amo. El ministro de
relaciones exteriores de Alvear no era otro que Manuel José García que, de tan
criollo que se sentía, de lo único que se ufanaba era de una tabaquera que le
habría obsequiado Jorge III, rey de Inglaterra. Ambos reaparecerán en el
escenario rioplatense en 1827.
Respecto de la
batalla en sí, toda la oficialidad de Alvear se expresó críticamente sobre su
mala conducción e ineptitud en el campo de batalla. Brandsen, oficial francés
formado en la escuela napoleónica y que morirá a raíz de una carga suicida
ordenada por Alvear, dejó asentado en su diario que éste no sabía ni hacer
marchar al ejército, ni acampar, ni cuidar las caballadas, etc. En igual
sentido se expresaron Lavalle y Paz, y oficiales orientales que también
participaron como Antonio de Lavalleja, Manuel Oribe y Eugenio Garzón. De lo
que se deduce que Ituzaingó fue una victoria patriota no gracias a Alvear, sino
pese a él.
Cecilia
González Espul destaca que uno de los historiadores que se opuso a que se
levantara un monumento para homenajear a Alvear fue Clemente Fregeiro, que en
su obra La Batalla de Ituzaingó sostuvo “que el mérito de la victoria no
corresponde a Alvear sino a sus oficiales”. “Fregeiro utilizó como fuentes,
entre otras, las Memorias Inéditas de la Guerra del Brasil del general Paz.
Éste último sostuvo: ‘El éxito final de Ituzaingó fue debido más a las
inspiraciones individuales del momento para sacar provecho de los descuidos del
enemigo que a las disposiciones tácticas del general Alvear, que no tuvo
ninguna’.”, dice González Espul en Guerras de América del Sur en la formación
de los Estados Nacionales”.
Tras una
rigurosa enumeración de los errores cometidos por Alvear al impartir las
órdenes, que al ser o bien desobedecidas o bien corregidas en su ejecución por
sus oficiales garantizaron el triunfo patriota, la citada autora agrega algo
particularmente trascendente: “Hay coincidencia
tanto en Fregeiro, Quesada y Beverina en considerar como un grave error de
Alvear el no haber efectuado una persecución inmediata y a fondo para completar
la destrucción del enemigo”.
¿Por qué
Alvear no aseguró el triunfo y permitió una retirada ordenada de los
brasileños, incluso llevándose buena parte de su artillería? ¿Fue un error o
una decisión deliberada de su parte? Es llamativo que, para la historiografía
brasileña, Ituzaingó, que ellos denominan Paso del Rosario, fue una batalla de
resultado “indefinido”.
La respuesta
a estas preguntas se encuentra quizás en la faz diplomática del conflicto que
tenía a argentinos (incluidos los orientales que entonces eran parte de las
Provincias Unidas) y brasileños como contendientes, y ahora sumaba a Inglaterra
como mediadora.
Rivadavia,
incómodo por presidir una Argentina en guerra por una causa que consideraba ya
perdida, quería una paz a cualquier costo, máxime cuando se hallaba enfrentado
con los gobernadores federales que rechazaban su política centralista. Nombra
al ya citado Manuel J. García como plenipotenciario encargado de negociar la
paz con el Brasil aceptando las propuestas inglesas al respecto, las que se
harían a través de Lord John Ponsonby.
Nos dice
González Espul que “Ponsonby mantuvo varias entrevistas con el ministro García,
a quien consideraba en ‘completa coincidencia con todas mis opiniones sobre la
política que debe seguir este país, (que) lo indicaba como particularmente
apropiado para ser utilizado.”
Digámoslo
claramente. El encargado de negociar la paz con el Brasil era un anglófilo
declarado, y además pertenecía al grupo rivadaviano al que repugnaba la idea
(¡tan federal!) de conservar la unidad territorial del viejo virreinato.
Manuel José
García, encargado argentino de negociar la paz con el Brasil
Manuel José
García, encargado argentino de negociar la paz con el Brasil
Quien sacaría
ventaja de la guerra sería precisamente Inglaterra, que para su política
comercial en Sudamérica necesitaba sí o sí que la boca del estuario del Plata
no estuviera en manos de un solo Estado. Si el triunfo era argentino y la Banda
Oriental quedaba reincorporada, ese sería el escenario no apetecible por el
comercio inglés. Pero tampoco quería Lord Ponsonby un Brasil que extendiera su
territorio hasta el Plata. La solución era la creación artificial de una nueva
república, sobre las bases de la Banda Oriental, y aún en contra del deseo
expreso del grueso de su población.
Pero para eso
era necesario que, en el desarrollo de la guerra, ninguna de las dos partes
obtuviera una victoria contundente, lo que tornaría imposible llevar a la
práctica la propuesta inglesa.
Justo poco
antes de Ituzaingó, Guillermo Brown destrozó a la armada brasileña en la
batalla de Juncal, dejándola fuera de combate. El 20 de febrero se le propinó
otra paliza al enemigo, ya en su propio territorio: la batalla de la que hoy se
cumple un nuevo aniversario y que tuvo lugar en lo que hoy es el estado de Rio
Grande del Sur. Algunos llegan a afirmar que, de haber dispuesto Alvear
liquidar el asunto, tenía expedito el camino hasta Río de Janeiro. Pero, no obstante, el triunfo argentino, tras unos días se
dispuso el repliegue que permitió a Lord Ponsonby consumar su plan de creación
de nuevo estado en la cuenca del Plata.
Fuente: Infobae, 20 de febrero de 2023