La Doctrina Social de la Iglesia como programa económico y social

Por Pablo María Garat

Decano Facultad de Derecho, UCA

 

Crecientemente se escucha (y lee) que la Doctrina Social de la Iglesia (DSI) -en tanto que conjunto de principios de aplicación práctica del Magisterio Pontificio- promovería el denominado "pobrismo", conceptualizándolo como una actitud hacia la pobreza del hombre en sociedad que, lejos de contribuir a erradicarla, la considera casi como una adecuada condición humana. Y esto particularmente atribuido al magisterio del papa Francisco, especialmente en lo que la DSI ha denominado desde fines del siglo XIX como "la cuestión social". 

Cualquiera que estudie seriamente los textos pontificios - antes que los escritos de sus exégetas muchas veces interesados - desde León XIII a Francisco, sin excepción de documento alguno, no puede sino encontrar originalidad, profecía, coherencia, continuidad y un aportación integral y profunda al problema de la vida del hombre en sociedad, particularmente en lo referido a su dimensión económica y social. 

Indudablemente, y desde siempre, la Iglesia nos llama a la caridad hacia el prójimo como expresión superior del amor humano: ver en el otro, especialmente si sufre pobreza o indigencia, a Cristo que nos interpela.

Pero en ello no puede agotarse su misión apostólica por la cual esta llamada desde su fundación a predicar la Verdad, que es lo único que nos hará libres. Existe entonces también una forma superior de la caridad: la "caridad social" o "política", que consiste en la procura constante del bien común de la sociedad. Y para ello también ha desarrollado desde su magisterio enseñanzas extraordinarias.

Se debe a la Iglesia Católica el origen de los hospitales como antecedente de los que tenemos hoy como tales - y ello en tanto que obra de caridad - pero también la creación de las primeras universidades, como centros de búsqueda del saber para iluminar la vida social en orden al desarrollo pleno del hombre en sociedad. Y se debe a ella el aporte del conjunto de principios en materia económica y social que, trascendiendo la insuficiencia y/o fracaso de las diversas corrientes del liberalismo y el socialismo, propone con absoluta coherencia, desde Rerum Novarum a Fratelli Tutti, un programa económico y social que, de ser receptado por las naciones conforme a sus propias particularidades, constituiría sin duda la respuesta más contundente al drama de la pobreza y la desigualdad en nuestras sociedades.

Recurrir a transcribir citas de todos los papas como fundamento de lo anterior podría resultar un esfuerzo inútil frente a quienes - como ciertos políticos cultores de un laicismo extremo que ahora resultan "maestros" de la DSI- ya han decidido que en esta instancia de la vida de la Iglesia el papado solo tiene como respuesta frente al drama de la pobreza exaltarla como algo bueno en sí mismo. A estos resulta difícil explicarles que las bienaventuranzas que alaban a los "pobres de espíritu", a los "mansos" y a quienes tienen "hambre y sed de justicia" no implican (aunque bien harían los hombres en atenderlas) un programa de gobierno, sino la certeza en cuanto a que los humildes de corazón son agradables a los ojos de Dios. Y que los que carecen de todo en lo material - como consecuencia de la política fallida - pero conservan la caridad hacia el otro como una virtud cotidiana, constituyen el ejemplo evangélico de cada día.

Pero resulta indispensable recordarles a estos espíritus, inquietos por acusar al papado de promover el "pobrismo", que ha sido la Iglesia Católica quien en Rerum Novarum (León XIII, 1891) declara el derecho de asociación y de representación como legítimos, así como los principios del justo salario; luego, en Quadragesimo Anno (Pío XI, 1931) enuncia el principio de subsidiariedad, receptado en el Tratado de la Unión Europea o en la Ley Fundamental de la República Federal de Alemania.

En la misma encíclica establece la necesidad de asegurar el orden social y económico en la justicia distributiva, fundamento de la justicia social; que ha sido ella quien señaló con San Pablo VI que "el desarrollo es el nuevo nombre de la paz" al referirse a la necesidad de un "desarrollo humano integral", en Populorum Progressio (1967), confirmado por Benedicto XVI en Caritas in Veritati (2009); que enseñó con San Juan Pablo II la asociación, antes que la contradicción, entre capital y trabajo, así como "que el principio de la prioridad del trabajo respecto al capital es un postulado que pertenece al orden de la moral social" (LE., 15) y que precisa en el Catecismo de la Iglesia Católica con total claridad que: "2426... La vida económica no tiende solamente a multiplicar los bienes producidos y a aumentar el lucro o el poder; la actividad económica dirigida según sus propios métodos, debe moverse no obstante dentro de los límites del orden moral, según la justicia social, a fin de responder al plan de Dios sobre el hombre (cf GS 64)".

Es a la luz de este magisterio pontificio permanente - como conjunto de principios que se actualiza con fidelidad al Evangelio - que el Papa Francisco enseña en Fratelli Tutti (2020), siguiendo lo anticipado en Laudato Si (2015), y citando especialmente a sus predecesores, que: "21. Hay reglas económicas que resultaron eficaces para el crecimiento, pero no así para el desarrollo humano integral [16]. Aumentó la riqueza, pero con inequidad, y así lo que ocurre es que «nacen nuevas pobrezas» [17]..." 120. Vuelvo a hacer mías y a proponer a todos unas palabras de san Juan Pablo II cuya contundencia quizás no ha sido advertida: «Dios ha dado la tierra a todo el género humano para que ella sustente a todos sus habitantes, sin excluir a nadie ni privilegiar a ninguno» [94]..."

Señala, además: "162. El gran tema es el trabajo. Por ello insisto en que «ayudar a los pobres con dinero debe ser siempre una solución provisoria para resolver urgencias. El gran objetivo debería ser siempre permitirles una vida digna a través del trabajo» [136]...Porque «no existe peor pobreza que aquella que priva del trabajo y de la dignidad del trabajo» [137]." Y "180.Se trata de avanzar hacia un orden social y político cuya alma sea la caridad social [166]. Una vez más convoco a rehabilitar la política, que «es una altísima vocación, es una de las formas más preciosas de la caridad, porque busca el bien común» [167].

Sin duda resulta inadmisible atribuir a la Doctrina Social de la Iglesia en general y al papa Francisco en particular, promover el "pobrismo" como exaltación de una suerte de condición humana natural. Inaceptable es también la actitud de aquellos que, aún sin malicia, pretenden reducirla a una suerte de compendio de "obras de caridad material". Unos y otros deberían intentar considerarla, con honestidad intelectual, como una respuesta originalísima - nunca ensayada seriamente - para afrontar el drama actual en materia económica y social.

 

Fuente: La Nación, 20 de noviembre de 2020