¿Qué nos hace humanos a los humanos?

Por Carlos Prosperi *


 

“Pues para esto considera previamente que hay Dios, lo cual es una verdad tan evidente, aún en lumbre natural, que no hay nación en el mundo, por bárbara que sea, que no conozca ser así, aunque no sepa cual es el verdadero Dios”.

                                                                             Fray Luis de Granada

 

Introducción

A la hora de definir la esencia del hombre, problema ampliamente debatido y de suma importancia en la Antropología Filosófica y Cultural, surgen de inmediato serias dificultades. La definición griega clásica del hombre como “Animal racional”, donde la racionalidad sería la diferencia específica de lo estrictamente humano, parece diluirse a la luz de los últimos avances de la Etología y la Psicología Comparada, que encuentran, al menos en forma vestigial, indicios de una cierta capacidad de raciocinio en diversos mamíferos, especialmente Primates y Cetáceos. Este raciocinio, alcanza un desarrollo muy inferior al humano, pero aún así no pasa de ser solamente una diferencia de grado, sin un límite preciso (1; 2). Como lo había notado Aristóteles, “Los animales difieren del hombre y éste de aquellos por meras gradaciones de más o de menos” (3).

Tampoco son fructíferos los intentos de la Paleo-antropología por dilucidar cuándo un determinado Antropoide es humano. Los antropólogos ponen términos entre simios y hombres, con la salvedad de que son arbitrarios, ya que la naturaleza se presenta ante la ciencia como un “continuum” en este nivel fenomenológico. Los restos fósiles, por sí solos, no permiten una delimitación clara y válida (4).

 

Antropologia fisica 

Las Ciencias Biológicas dejan en claro que en el orden estrictamente natural no existe ninguna diferencia importante entre el hombre y los demás animales. Su grado de distanciamiento en la Taxonomía Zoológica, con los otros Primates, es el mismo que puede haber entre otras dos especies de un mismo género, tal como un león con un tigre, un perro con un lobo o un caballo con un burro, pero no hay ningún criterio objetivo que permita considerar al hombre como una especie distinta en alguna característica importante de los demás seres vivos (5). 

Los restos fósiles de Homínidos han determinado que los Australopitécidos son un vínculo intermedio entre el hombre y los otros simios y sus características son verdaderamente intermedias entre ambos, sin encajar en ninguna de esas categorías (5).

Por su parte, la Genética y la Biología Molecular Comparada, estudiando la secuencia de ácidos nucleicos y algunas proteínas del hombre y de los monos antropomorfos actuales, llegan a la conclusión de que el chimpancé se parece más al hombre que al orangután, el gorila o el gibón, y que su diferencia con el hombre es de apenas un uno por ciento, valor estadísticamente despreciable (6).

Entonces, desde el punto de vista biológico el hombre es simplemente una especie más de los Primates, sin ninguna particularidad que lo diferencie esencialmente.

 

 Antropología cultural y filosófica

Por lo antedicho, se han buscado diferencias en lo cultural, donde el desarrollo de todo lo que incluye el término “cultura” parece muy diferente. Emiliano Aguirre dice al respecto: “...en psicología y en filosofía no se ha convenido en determinar que es, en última instancia, lo que hace hombre al hombre: esto es, la propiedad íntimamente ligada con el principio no estrictamente biológico que le atribuye la metafísica tradicional. Se ha propuesto como tal lo político (Aristóteles), lo jurídico (Echarri), la capacidad de dar forma y misión instrumental a las piedras (Koths y los prehistoriadores en general), lo social (Waddington, Krustov), el paso de la actividad lítica o bien osteodontoquerática a la cultura (Tobías), la educabilidad (Haldane), lo moral (Acosta, Simpson), la mutación del sistema nervioso que permite la creación del símbolo o su manejo (White), o la que permite su transmisión, y, consiguientemente, el control del tiempo, etc. ...ahora bien, la psicología racional, o antropología filosófica, tampoco ha decidido cuál es el límite inferior de actividades específicamente humanas, o cuál es la primera actividad humana, arqueológicamente determinada, que necesita un principio en discontinuidad con la evolución estrictamente biológica”(7).

Esta larga reflexión está reforzada con los estudios de diversos etólogos y psicólogos de las últimas décadas. Es posible comprobar que los animales tienen capacidad de comunicarse por medio del lenguaje articulado, que llega a diferenciar una apreciable cantidad de vocablos en el caso de los delfines y orcas. Incluso en el chimpancé y el orangután, con una vocalización más pobre, se ha logrado enseñarles a armar oraciones complejas por medio de computadoras o máquinas con botoneras o mediante gestos del rostro y las manos, con un sistema de lenguaje gestual similar al de los sordo-mudos (8).

Estas experiencias demuestran la existencia de sociabilidad, al acompañar sus sentencias con términos equivalentes a “gracias” o “por favor”, e incluso la autoconciencia de la personalidad, al llamarse a sí mismos y a quienes los rodean con los nombres propios correspondientes. En los chimpancés está presente la utilización de instrumentos complicados, así como herramientas para fabricar otras herramientas, lo que implica la previsión de un futuro mediato (5; 9). Ello evidencia un raciocinio, entendido como la potencialidad de sacar conclusiones a partir de premisas previas, y el aprendizaje como modificación de una conducta, aún en contra de los instintos, más la educabilidad, sociabilidad, previsión de eventos futuros en base a la memoria de los pasados, etc.

 

La capacidad de trascendencia

Digamos con Blas Pascal que: “No es conveniente enseñarle al hombre su parentesco con el animal sin señalarle al mismo tiempo su grandeza”. Los estudios biológicos que demuestran los vínculos del hombre con los animales también encuentran ya en el hombre primitivo elementos no presentes en ningún animal. Muy importante en este sentido es el caso de los enterramientos rituales de los muertos y su culto, así como las pinturas con motivos mítico-mágicos, que aparecen solamente como propios de humanos, desde los Neandertales y Cromañones en adelante (5). Los muertos eran colocados en urnas funerarias o cámaras de piedra especialmente construidas, con comida y utensilios personales, e incluso con ramos de flores en sus manos, como evidencia el hallazgo de polen entre los restos. Estos enterramientos, análogos a los rituales practicados por los egipcios y otras culturas con testimonio escrito, resaltan la idea del más allá, de algo trascendente a la naturaleza, con una concepción de una vida espiritual luego de la muerte física (10).

Estos conceptos están ausentes en los demás animales. Hay entre ellos lazos afectivos fuertes, de respeto o de cuidado a los más viejos o heridos, y hasta sentimientos de tristeza por la muerte de los compañeros. Pero no hay vestigios de cuidados o culto hacia los muertos (10).

También es exclusivamente humano el arte, que no es pintar como actividad decorativa o estética sino como una manifestación de magia o religiosidad primitiva. Así, las escenas de cacerías, que son frecuentes en las cuevas de Altamira o Lascaux, pretendían lograr que el éxito en la captura de animales plasmado en la pintura, ocurriera luego en la realidad (11).

Ninguna otra especie fuera del Homo sapiens, ni actual ni pretérita, presenta siquiera vestigios o indicios de actividades con tan indudable trasfondo mítico-religioso.

 

Conclusión

La idea de sobrenaturalidad o de religiosidad, entendida como una posición intelectual frente a lo trascendente, resulta ser privativa y exclusiva de lo humano. Solamente el hombre se plantea e interroga por lo trascendente, aún cuando sea para rechazar su existencia, porque el ateísmo es una posición frente al misterio de lo trascendente. En este sentido, ser ateo no es progreso sino al contrario, es retrotraerse intelectualmente al nivel de los pre-humanos (5).

Por ello, dicha definición del hombre como animal “racional” merece reconsiderarse. Si se entiende como capacidad del pensamiento para operar lógicamente,  hay que admitir que, al menos en grado muy inferior, también está presente en diversos Mamíferos, y mucho más desarrollada en los Homínidos y pre-homínidos. Si en cambio se retoma el sentido griego según el cual el hombre es “racional” por su participación con el “logos”, o la “razón universal”, las definiciones son bien distintas.

Es notable la analogía existente con la idea bíblica, explicada por San Agustín, que concibe al hombre como “imago dei”. Precisamente en eso consiste la religión, como la  “re-ligazón”, el acto de “volver a ligar” al hombre con la trascendencia, lo sobrenatural o la Divinidad, característica única y exclusiva del ser humano (12).

Resulta interesante comprobar que las ciencias fenoménicas reafirman la espiritualidad del hombre, testimoniada arqueológicamente, y sustentando que lo que hace humanos a los humanos es el “pneuma” divino, el soplo de aire caliente, que se une al barro y junta así en un microcosmos los cuatro elementos fundamentales del macrocosmos: aire, fuego, tierra y agua, Es la teofanía presente en una forma no equiparada por ningún otro organismo (13).

Así se ratifica la aseveración precedente de Fray Luis de Granada (14), que no existe ninguna cultura propiamente humana que no se vincule con lo trascendente, o en la que la trascendencia no se haya manifestado (o, si se quiere, “re-velado”), así como tampoco existe la idea de lo trascendente fuera de la humanidad.  


*Profesor de Biología y de Epistemología

Universidad Blas Pascal - CONICET

 


BIBLIOGRAFÍA

1.Hainsworth, F. 1981. Animal physiology, adaptations in function. 669 p. N. York.

2.Storer, T. y Usinger, R. 1971. Zoología general. 1003 p. Barcelona.

3.Samaranch, F. 1964. La marcha de los animales (en: Obras de Aristóteles). Madrid.

4.Koeningswald, G. 1971. Historia del hombre. 195 p. Madrid.

5.Prosperi, C. 2015. Darwin y Santo Tomás. La Evolución Orgánica vista desde las Ciencias Naturales, la Filosofía y la Teología. 296 p. Córdoba.

6.Gribbin, J. 1990. La diferencia del uno por ciento: sociobiología del ser humano. 245 p., Madrid.

7.Crussafont, M. 1966. La Evolución. 1014 p. Madrid.

8.Timbergen, N. 1968. Conducta animal. 128 p. Verona.

9.Mainardi, D. 1976. El animal cultural. 179 p. Bs. As.

10.Gallay, A. 1991. El hombre neolítico y la muerte. Investigación y Ciencia (oct.), 66-75.

11.Black, R. 1976. Elementos de Paleontología. 402 p. México.

12Brehier, E. 1944. Historia de la Filosofía. 2 vols. Bs. As.

13.Otto, W. 1961. Teofanía. 170 p. Bs. As.

14.Granada, L. 1928. Vita Christi. 385 p. Madrid.