por Jorge Martínez
Después de Chesterton, C. S. Lewis es acaso el principal escritor cristiano del siglo XX en el idioma inglés. Su obra, vasta y variada, tardó en difundirse en castellano, pero hoy en día no puede dudarse ya de su influencia, estimulada entre otras cosas por la popularidad de las hermosas Crónicas de Narnia, también llevadas al cine. Esos cuentos son sus libros más queridos. En cuanto a sus muchos ensayos, todos inteligentes y escritos con una prosa límpida, es Mero cristianismo el que suele ocupar el papel más destacado.
El libro es una adaptación de las charlas radiales que Lewis (1898-1963) pronunció durante la Segunda Guerra Mundial a pedido de la BBC. Su idea, explicó en el prefacio a la edición de 1952, era presentar una exposición razonada de los fundamentos de la fe cristiana que pudiera ser aceptable para católicos, protestantes y anglicanos (que era la confesión del autor). El público al que se dirigía era el de los no creyentes, a quienes un alegato controvertido y sectario podría dar una impresión errada de lo que significa ser cristiano.
Profesor de literatura durante toda su vida, primero en Oxford y más tarde en Cambridge, Lewis era un expositor original y creativo. Mero cristianismo es un ejemplo típico de su habilidad para comunicar la fe sin rebajar sus doctrinas ni subestimar la inteligencia de los lectores u oyentes. Un caso doblemente admirable en épocas de teologías "populares" y dogmas licuados hasta el extremo del naturalismo.
El método
Su método, didáctico y concreto, es el de un hombre inteligente que mediante razonamientos, analogías, metáforas y símiles explica los dogmas cristianos sin recurrir a citas eruditas ni repetir fórmulas que podrían significar poco ante personas no religiosas. Hay una constante frescura en sus pensamientos y reflexiones, que sin embargo procuran recordar verdades eternas. Por eso nadie más alejado que Lewis de toda forma de "progresismo" cristiano. Su novedad se reducía al método con que explicaba, sin que se perciba el intento de adulterar las enseñanzas, a las que en ningún momento disminuye en su carácter sobrenatural.
A partir de la constatación de la existencia, en todo tiempo y lugar, de una ley moral no inventada por el hombre, Lewis procede a repasar a la vez la historia de la salvación y la doctrina cristiana sobre las virtudes, el pecado, la redención, la Encarnación y la Santísima Trinidad. Para ello se vale de un lenguaje simple y generoso en imágenes y comparaciones, en especial las bélicas, que se ajustaban a los días aciagos en los que pronunció las charlas.
El universo, apuntaba, atraviesa una guerra, pero es una guerra civil. Y nosotros vivimos en la parte del universo ocupada por el rebelde. "El cristianismo -decía- es la historia del desembarco del rey legítimo, un rey que podríamos decir que desembarcó de incógnito, y que nos llama a todos a tomar parte en una gran campaña de sabotaje. Cuando vamos a la iglesia en verdad estamos escuchando los mensajes secretos de nuestros amigos: por eso el enemigo está tan ansioso por impedir que vayamos".
Con Dios estamos en falta por haber infringido esa ley primera. Pero a Dios, insistía Lewis, no le importa tanto lo que hacemos sino lo que somos, el hecho de que seamos "creaturas de un cierto tipo o cualidad...creaturas que se relacionan con El de cierta manera". Nuestras faltas son los pecados y los peores pecados son los pecados espirituales, los que derivan -como el orgullo, el primero de todos- del ser diabólico que habita en nosotros y es peor que el ser animal. Por eso, aunque parezca imposible, estamos llamados a perdonar a nuestros enemigos (de ahí que tenga tanto sentido aquella frase de que debemos odiar al pecado pero no al pecador), al tiempo que amamos al prójimo mediante un amor que no es el amor sentimental de las películas, sino "un estado de la voluntad". Un amor que sigue una secuencia determinada: "no puedo aprender a amar al prójimo como a mí mismo hasta que aprenda a amar a Dios: y no puedo aprender a amar a Dios hasta que aprenda a obedecerlo".
En la última parte de la obra, que destinaba a sondear el misterio de la Trinidad desde diferentes puntos de vista, Lewis se detenía en la explicación de que Jesucristo fue engendrado, no creado, pera establecer la diferencia con nosotros, que sí fuimos creados y sólo tenemos una vida biológica (como si fuéramos, observa, "obstinados soldaditos de juguete" que se resisten a cobrar vida, la vida verdadera). De ahí la Encarnación y su finalidad última: ser el medio por el cual se produzca también en nosotros el gran cambio, el que nos permita pasar de ser creaturas de Dios a hijos de Dios. "El principio recorre la vida de arriba abajo -finalizaba-. Entrégate y encontrarás tu verdadero ser. Pierde tu vida y la salvarás. Sométete a la muerte, a la muerte cada día de tus ambiciones y deseos favoritos, y a la muerte de todo tu cuerpo en el final: sométete con cada fibra de tu ser, y hallarás la vida eterna".
"Si sólo pudiéramos llevarnos un libro de Lewis a una isla desierta,
este es el que elegiríamos", escribieron sobre Mero cristianismo dos de
los primeros biógrafos del escritor, Roger Lancelyn Green y Walter Hooper. La
afirmación desde luego es discutible, y de hecho no es compartida por otros
biógrafos o teólogos que señalaron errores u omisiones en sus páginas. Pero no
hay dudas de que a casi setenta años de su publicación como libro, y a ochenta
de las charlas radiales que le dieron origen, la obra, más allá de las
discusiones, no perdió el encanto que en su momento maravilló a creyentes y
agnósticos por igual. Sigue siendo un clásico y un modelo a imitar.
(La Prensa, 23.08.2020)