por Pedro Trevijano Etcheverria
Leemos en el evangelio de San Mateo: «Al que escandalice a uno de estos
pequeños que creen en mí, más le valdría que le colgasen una piedra de molino
al cuello y lo arrojasen al fondo del mar» (18,6). Creo que si preguntásemos a
la gente cuál es el escándalo mayor que han dado los eclesiásticos en los
últimos tiempos, saldría por abrumadora mayoría el de la pedofilia.
Y sin embargo la postura de la Iglesia en todos los tiempos desde el mismo
evangelio ha sido clarísima. Es indudablemente un pecado muy grave. Ya con san
Juan Pablo II, el 23 de Abril del 2002, se dieron órdenes que, ante la
pederastia, tolerancia cero y hoy de hecho la legislación eclesiástica es más
severa que la civil. El Catecismo de la Iglesia Católica afirma; «2389. Se
puede equiparar al incesto los abusos sexuales perpetrados por adultos en niños
y adolescentes confiados a su guarda. Entonces esta falta adquiere una mayor
gravedad por atentar escandalosamente contra la integridad física y moral de
los jóvenes que quedarán marcados para toda la vida, y por ser una violación de
la responsabilidad educativa».
Por su parte, Benedicto XVI en su Carta Pastoral del 19 de Marzo del 2010
dice a los sacerdotes y religiosos irlandeses culpables: «Habéis traicionado la
confianza depositada en vosotros por jóvenes inocentes y su padres. Debéis
responder por ello ante Dios Todopoderoso y ante los tribunales debidamente
constituidos». Por su parte, el 15 de Junio del 2015, el Papa Francisco
denunciaba que «los niños comienzan a oír ‘estas ideas extrañas, esas
colonizaciones ideológicas que envenenan el alma’, y las familias ‘tienen que
reaccionar ante esto’».
Y es que es un mal muy extendido en toda nuestra Sociedad. Hace unos años
en Alemania había un sacerdote incriminado por cada dos mil quinientos casos,
lo que supone hay bastantes profesiones en mucho peor situación y en Estados
Unidos en un momento dado había cien sacerdotes y cinco mil profesores de
educación física y monitores deportivos condenados. Pero de esto no se habla,
tal vez por ser políticamente incorrecto.
Es evidente que los Partidos adversarios de la Iglesia condenan la
pederastia, si la realizan sacerdotes o religiosos católicos. Pero estos mismos
Partidos defienden la ideología de género, y podemos preguntarnos si quienes
defienden esta ideología, ¿condenan o promueven la pederastia? Personalmente,
estoy profundamente escandalizado de la hipocresía y maldad de los laicistas
que mientras critican, con razón, a los sacerdotes y religiosos pederastas,
intentan ellos introducir la pederastia, disfrazada de las palabras perspectiva
o ideología de género, en la legislación y en la educación.
En nuestro país, la Ley sobre el aborto, que se titula de salud sexual y
reproductiva, trata también de proteger a la pederastia. Y así declara que es
un objetivo a conseguir «la educación sanitaria integral y con perspectiva de
género» (art. 5 e), así como el que «la formación de profesionales de la salud
se abordará con perspectiva de género» (art. 8). Si eso se pretende de los
educadores, es que se quiere que, a su vez, eduquen en esta mentalidad a los
educandos. Dicen que defienden la libertad sexual de niños, jóvenes y
adolescentes, pero la realidad es la pederastia. Lo único que cambia es el modo
de llamarlo. Y es que como decían ya en el 2012 nuestros Obispos en su
documento «La verdad del amor humano» en la concepción laicista «una sociedad
moderna ha de considerar bueno ‘usar el sexo’ como un objeto más de consumo.
Así se termina en el permisivismo más radical y, en última instancia, en el
nihilismo más absoluto» (Conferencia Episcopal Española «La verdad del amor
humano», nº 57).
El gran problema es que están pasando cosas muy graves, que nos afectan a
todos, y especialmente a los niños, y la gente, o no se entera o no reacciona.
Como nos recuerdan nuestros Obispos en el documento que acabamos de citar: «60.
No se detiene, sin embargo, la estrategia en la introducción de dicha ideología
en el ámbito legislativo. Se busca, sobre todo, impregnar de esa ideología el
ámbito educativo. Porque el objetivo será completo cuando la sociedad –los
miembros que la forman– vean como ‘normales’ los postulados que se proclaman.
Eso solo se conseguirá si se educa en ella, ya desde la infancia, a las jóvenes
generaciones. No extraña, por eso, que, con esa finalidad, se evite cualquier
formación auténticamente moral sobre la sexualidad humana. Es decir, que en
este campo se excluya la educación en las virtudes, la responsabilidad de los
padres y los valores espirituales, y que el mal moral se circunscriba
exclusivamente a la violencia sexual de uno contra otro».
La obsesión por la sexualidad de los niños es una constante de quienes
defienden esta ideología. Cambiar la mentalidad de un adulto, sobre todo si
está bien formado, es muy difícil, pero moldear a un niño es mucho más fácil.
Como me escribía una señora: «Corrupción mayor que robar el dinero de los
impuestos de los ciudadanos, es la corrupción que se practica en las escuelas
enseñando a los niños la sexualidad indiscriminada, y eso lo sé de buena tinta
porque se lo enseñaron a mi hija que con 12 años le dieron un condón y le
enseñaron a masturbarse». Y es que como dicen nuestros Obispos no hay en la
Sexualidad para ellos más normas morales que la prohibición de la violencia
sexual.
Infocatólica, 17/08/20