PARA LA ACTUACIÓN POLÍTICA DE LOS CATÓLICOS
Contenida en el
Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia *
565 Para los
fieles laicos, el compromiso político es una expresión cualificada y exigente
del empeño cristiano al servicio de los demás. La búsqueda del bien común con
espíritu de servicio; el desarrollo de la justicia con atención particular a
las situaciones de pobreza y sufrimiento; el respeto de la autonomía de las
realidades terrenas; el principio de subsidiaridad; la promoción del diálogo y
de la paz en el horizonte de la solidaridad: éstas son las orientaciones que
deben inspirar la acción política de los cristianos laicos. Todos los
creyentes, en cuanto titulares de derechos y deberes cívicos, están obligados a
respetar estas orientaciones; quienes desempeñan tareas directas e
institucionales en la gestión de las complejas problemáticas de los asuntos
públicos, ya sea en las administraciones locales o en las instituciones
nacionales e internacionales, deberán tenerlas especialmente en cuenta.
566 Los cargos de
responsabilidad en las instituciones sociales y políticas exigen un compromiso
riguroso y articulado, que sepa evidenciar, con las aportaciones de la
reflexión en el debate político, con la elaboración de proyectos y con las
decisiones operativas, la absoluta necesidad de la componente moral en la vida
social y política. Una atención inadecuada a la dimensión moral conduce a la
deshumanización de la vida asociada y de las instituciones sociales y
políticas, consolidando las « estructuras de pecado »: « Vivir y actuar políticamente en conformidad
con la propia conciencia no es un acomodarse en posiciones extrañas al
compromiso político o en una forma de confesionalidad, sino expresión de la aportación
de los cristianos para que, a través de la política, se instaure un
ordenamiento social más justo y coherente con la dignidad de la persona humana
».
567 En el contexto
del compromiso político del fiel laico, requiere un cuidado particular, la preparación
para el ejercicio del poder, que los creyentes deben asumir, especialmente
cuando sus conciudadanos les confían este encargo, según las reglas
democráticas. Los cristianos aprecian el sistema democrático, « en la medida en
que asegura la participación de los ciudadanos en las opciones políticas y
garantiza a los gobernados la posibilidad de elegir y controlar a sus propios
gobernantes, o bien la de sustituirlos oportunamente de manera pacífica », y
rechazan los grupos ocultos de poder que buscan condicionar o subvertir el
funcionamiento de las instituciones legítimas. El ejercicio de la autoridad
debe asumir el carácter de servicio, se ha de desarrollar siempre en el ámbito
de la ley moral para lograr el bien común: quien ejerce la autoridad política
debe hacer converger las energías de todos los ciudadanos hacia este objetivo,
no de forma autoritaria, sino valiéndose de la fuerza moral alimentada por la
libertad.
568 El fiel laico
está llamado a identificar, en las situaciones políticas concretas, las
acciones realmente posibles para poner en práctica los principios y los valores
morales propios de la vida social. Ello exige un método de discernimiento,
personal y comunitario, articulado en torno a algunos puntos claves: el
conocimiento de las situaciones, analizadas con la ayuda de las ciencias
sociales y de instrumentos adecuados; la reflexión sistemática sobre la
realidad, a la luz del mensaje inmutable del Evangelio y de la enseñanza social
de la Iglesia; la individuación de las opciones orientadas a hacer evolucionar
en sentido positivo la situación presente. De la profundidad de la escucha y de
la interpretación de la realidad derivan las opciones operativas concretas y
eficaces; a las que, sin embargo, no se les debe atribuir nunca un valor absoluto,
porque ningún problema puede ser resuelto de modo definitivo: « La fe nunca ha
pretendido encerrar los contenidos socio-políticos en un esquema rígido,
consciente de que la dimensión histórica en la que el hombre vive, impone
verificar la presencia de situaciones imperfectas y a menudo rápidamente
mutables ».
569 Una situación
emblemática para el ejercicio del discernimiento se presenta en el
funcionamiento del sistema democrático, que hoy muchos consideran en una
perspectiva agnóstica y relativista, que lleva a ver la verdad como un producto
determinado por la mayoría y condicionado por los equilibrios políticos. En un
contexto semejante, el discernimiento es especialmente grave y delicado cuando
se ejercita en ámbitos como la objetividad y rectitud de la información, la
investigación científica o las opciones económicas que repercuten en la vida de
los más pobres o en realidades que remiten a las exigencias morales
fundamentales e irrenunciables, como el carácter sagrado de la vida, la
indisolubilidad del matrimonio, la promoción de la familia fundada sobre el
matrimonio entre un hombre y una mujer.
En esta situación
resultan útiles algunos criterios fundamentales: la distinción y a la vez la
conexión entre el orden legal y el orden moral; la fidelidad a la propia
identidad y, al mismo tiempo, la disponibilidad al diálogo con todos; la
necesidad de que el juicio y el compromiso social del cristiano hagan
referencia a la triple e inseparable fidelidad a los valores naturales,
respetando la legítima autonomía de las realidades temporales, a los valores
morales, promoviendo la conciencia de la intrínseca dimensión ética de los
problemas sociales y políticos, y a los valores sobrenaturales, realizando su
misión con el espíritu del Evangelio de Jesucristo.
570 Cuando en
ámbitos y realidades que remiten a exigencias éticas fundamentales se proponen
o se toman decisiones legislativas y políticas contrarias a los principios y
valores cristianos, el Magisterio enseña que « la conciencia cristiana bien
formada no permite a nadie favorecer con el propio voto la realización de un
programa político o la aprobación de una ley particular que contengan
propuestas alternativas o contrarias a los contenidos fundamentales de la fe y
la moral ».
En el caso que no
haya sido posible evitar la puesta en práctica de tales programas políticos, o
impedir o abrogar tales leyes, el Magisterio enseña que un parlamentario, cuya
oposición personal a las mismas sea absoluta, clara, y de todos conocida,
podría lícitamente ofrecer su apoyo a propuestas encaminadas a limitar los
daños de dichas leyes y programas, y a disminuir sus efectos negativos en el
campo de la cultura y de la moralidad pública. Es emblemático al respecto, el
caso de una ley abortista. Su voto, en todo caso, no puede ser interpretado
como adhesión a una ley inicua, sino sólo como una contribución para reducir
las consecuencias negativas de una resolución legislativa, cuya total
responsabilidad recae sobre quien la ha procurado.
Téngase presente
que, en las múltiples situaciones en las que están en juego exigencias morales
fundamentales e irrenunciables, el testimonio cristiano debe ser considerado
como un deber fundamental que puede llegar incluso al sacrificio de la vida, al
martirio, en nombre de la caridad y de la dignidad humana. La historia de
veinte siglos, incluida la del último, está valiosamente poblada de mártires de
la verdad cristiana, testigos de fe, de esperanza y de caridad evangélicas. El
martirio es el testimonio de la propia conformación personal con Cristo
Crucificado, cuya expresión llega hasta la forma suprema del derramamiento de
la propia sangre, según la enseñanza evangélica: « Si el grano de trigo no cae
en tierra y muere, queda él solo; pero si muere, da mucho fruto » (Jn 12,24).
571 El compromiso
político de los católicos con frecuencia se pone en relación con la « laicidad
», es decir, la distinción entre la esfera política y la esfera religiosa. Esta
distinción « es un valor adquirido y reconocido por la Iglesia, y pertenece al
patrimonio de civilización alcanzado ». La doctrina moral católica, sin
embargo, excluye netamente la perspectiva de una laicidad entendida como
autonomía respecto a la ley moral: « En efecto, la “laicidad” indica en primer
lugar la actitud de quien respeta las verdades que emanan del conocimiento
natural sobre el hombre que vive en sociedad, aunque tales verdades sean
enseñadas al mismo tiempo por una religión específica, pues la verdad es una ».
Buscar sinceramente la verdad, promover y defender con medios lícitos las
verdades morales que se refieren a la vida social —la justicia, la libertad, el
respeto de la vida y de los demás derechos de la persona— es un derecho y un
deber de todos los miembros de una comunidad social y política.
Cuando el
Magisterio de la Iglesia interviene en cuestiones inherentes a la vida social y
política, no atenta contra las exigencias de una correcta interpretación de la
laicidad, porque « no quiere ejercer un poder político ni eliminar la libertad
de opinión de los católicos sobre cuestiones contingentes. Busca, en cambio —en
cumplimiento de su deber— instruir e iluminar la conciencia de los fieles,
sobre todo de los que están comprometidos en la vida política, para que su
acción esté siempre al servicio de la promoción integral de la persona y del
bien común. La enseñanza social de la Iglesia no es una intromisión en el
gobierno de los diferentes países. Plantea ciertamente, en la conciencia única
y unitaria de los fieles laicos, un deber moral de coherencia ».
572 El principio
de laicidad conlleva el respeto de cualquier confesión religiosa por parte del
Estado, « que asegura el libre ejercicio de las actividades del culto,
espirituales, culturales y caritativas de las comunidades de creyentes. En una
sociedad pluralista, la laicidad es un lugar de comunicación entre las diversas
tradiciones espirituales y la Nación ». Por desgracia todavía permanecen,
también en las sociedades democráticas, expresiones de un laicismo intolerante,
que obstaculizan todo tipo de relevancia política y cultural de la fe, buscando
descalificar el compromiso social y político de los cristianos sólo porque
estos se reconocen en las verdades que la Iglesia enseña y obedecen al deber
moral de ser coherentes con la propia conciencia; se llega incluso a la
negación más radical de la misma ética natural. Esta negación, que deja prever
una condición de anarquía moral, cuya consecuencia obvia es la opresión del más
fuerte sobre el débil, no puede ser acogida por ninguna forma de pluralismo legítimo,
porque mina las bases mismas de la convivencia humana. A la luz de este estado
de cosas, « la marginalización del Cristianismo... no favorecería ciertamente
el futuro de proyecto alguno de sociedad ni la concordia entre los pueblos,
sino que pondría más bien en peligro los mismos fundamentos espirituales y
culturales de la civilización ».
573 Un ámbito
especial de discernimiento para los fieles laicos concierne a la elección de
los instrumentos políticos, o la adhesión a un partido y a las demás expresiones
de la participación política. Es necesario efectuar una opción coherente con
los valores, teniendo en cuenta las circunstancias reales. En cualquier caso,
toda elección debe siempre enraizarse en la caridad y tender a la búsqueda del
bien común. Las instancias de la fe cristiana difícilmente se pueden encontrar
en una única posición política: pretender que un partido o una formación
política correspondan completamente a las exigencias de la fe y de la vida
cristiana genera equívocos peligrosos. El cristiano no puede encontrar un
partido político que responda plenamente a las exigencias éticas que nacen de
la fe y de la pertenencia a la Iglesia: su adhesión a una formación política no
será nunca ideológica, sino siempre crítica, a fin de que el partido y su
proyecto político resulten estimulados a realizar formas cada vez más atentas a
lograr el bien común, incluido el fin espiritual del hombre.
574 La distinción,
por un lado, entre instancias de la fe y opciones socio- políticas y, por el
otro, entre las opciones particulares de los cristianos y las realizadas por la
comunidad cristiana en cuanto tal, comporta que la adhesión a un partido o
formación política sea considerada una decisión a título personal, legítima al
menos en los límites de partidos y posiciones no incompatibles con la fe y los
valores cristianos. La elección del partido, de la formación política, de las
personas a las cuales confiar la vida pública, aun cuando compromete la
conciencia de cada uno, no podrá ser una elección exclusivamente individual: «
Incumbe a las comunidades cristianas analizar con objetividad la situación
propia de su país, esclarecerla mediante la luz de la palabra inalterable del
Evangelio, deducir principios de reflexión, normas de juicio y directrices de
acción según las enseñanzas sociales de la Iglesia ». En cualquier caso, « a
nadie le está permitido reivindicar en exclusiva a favor de su parecer la
autoridad de la Iglesia »: los creyentes deben procurar más bien « hacerse luz
mutuamente con un diálogo sincero, guardando la mutua caridad y la solicitud
primordial por el bien común ».
CENTRO DE ESTUDIOS CÍVICOS