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«Crítica de la Concepción de Maritain sobre la Persona Humana»
por Julio
Meinvielle
(a los 50 años de
su fallecimiento)
En mi libro “De
Lamennais a Maritain”, me proponía demostrar que el programa de la “Nueva
Cristiandad” de Maritain es insostenible desde el punto de vista de la doctrina
católica.
Para lograr mi
objeto me pareció que el procedimiento más eficaz, teniendo en cuenta la
mentalidad moderna, era enfrentar la exposición organizada del pensamiento
maritainiano con el pensamiento de autores condenados por el Magisterio
Eclesiástico, tales como Lamennais en L’Avenir y Marc Sangnier en Le Sillon.
Realicé entonces un ceñido paralelo de las tesis condenadas en estos autores
con las de Maritain; de la exactitud del mismo habla con elocuencia el hecho de
que ninguna falla ha podido ser descubierta en él hasta este momento.
Es verdad que el
ilustre teólogo Garrigou-Lagrange, O.P. intentó convencer de exagerado mi
desconcertante paralelo; pero hubo de rendirse a la evidencia, como lo
demuestra la serie de cinco cartas que me envió a este propósito[1].
Verdad también que
un joven y talentoso escritor español opinó que la posición de Maritain
representa “una vía media entre el ideal medieval y el ideal liberal”[2], en la
cual no lograría hacer blanco mi crítica. Pero es fácil responder que la
posición de Lamennais y la de Marc Sangnier, como la de todo liberalismo
católico, que es expresión del Syllabus se presenta como una conciliación de la
Iglesia con la civilización moderna, son ya esta vía media [3]. Tan evidente
les parece a muchos el cotejo de Maritain con Lamennais-Marc Sangnier que más
bien se inclinan a hablar de cierta mutabilidad
en las enseñanzas de la Cátedra Romana, reiterando en esto, en una u
otra forma, la posición adoptada por Duccatillon y George Goyau. El primero
escribe:
“Basta comparar la
bula Unam Sanctam de Bonifacio VIII, para la que la soberanía temporal no era
considerada sino como dependiente de la soberanía espiritual, con la Encíclica
Inmortale Dei de León XIII” [4].
Y el segundo no
tiene reparo en escribir:
“Bajo el
pontificado de León XIII las ideas cristianas sociales que se exponían o
insinuaban en L’Avenir han reencontrado su patria. Como relámpagos, cuyo curso
es difícil seguir, y cuyo origen y alcance no se puede conocer, surcaban el
diario de Lamennais; hoy resplandecen seguras de sí mismas, con brillo continuo
porque tienen en los doctores de la Iglesia una paternidad auténtica y
venerable. Han dejado de sentirse atrevidas; se sienten cada vez más
verdaderas. Habiendo descubierto de nuevo su derecho de ciudadanía en el dogma,
han entrado altivamente en los espíritus pidiendo, no ya como en 1830 ser
toleradas, sino reinar”[5].
Es claro que esta
hipótesis, que echa por tierra el dogma de la inmutabilidad de la doctrina
católica, no ha sido defendida por ningún teólogo de autoridad; no es necesario
que nos detengamos a examinarla. Pero ella no es sino afirmación franca de una
sutil y disimulada mutabilidad en la doctrina que se encubriría bajo un
historicismo eclesiástico, y que se encuentra admitida entre los sostenedores
del maritainismo, aunque no se atrevan a confesarlo francamente.
Lo que interesa
dejar aquí consignado es que el procedimiento por mí adoptado en el “De
Lamennais a Maritain”, aunque de gran eficacia para demostrar la
inaceptabilidad de las doctrinas maritainianas, no permite sin embargo
descubrir la interna concatenación que entre ellas existe y deja en silencio
nociones fundamentales y decisivas de su filosofía práctica, tales como la
famosa valoración de la dignidad de la persona humana. De aquí que haya debido
advertir[6] que aquel libro no era sino “preliminar de otros estudios en los
que trataría de indagar las raíces más hondas de donde arrancan las
desviaciones de su filosofía”.
Por esto, desde
entonces, no abandoné la idea de someter a crítica su concepción moral de la
persona humana, firmemente convencido de que allí se escondía la raíz de
ulteriores y peligrosos errores. y esta tarea emprendo en este nuevo libro.
He de confesar que
la labor tan meritoria realizada por dos ilustres tomistas contemporáneos del
Canadá, R. P. Louis Lachance O. P. y Charles de Koninck[7], han facilitado
grandemente mi tarea. Dotados uno y otro de un conocimiento profundo de las
enseñanzas de Santo Tomás, han examinado precisamente este problema de la
superioridad de la persona humana sobre el Estado, con un acopio extraordinario
de saber que produce en el lector un convencimiento pleno y definitivo.
Cuán vigoroso haya
sido este ataque lo manifiesta el hecho de que un experimentado tomista, el R.
P. I. Th. Eschamnn, O. P., haya salido In defense of Jacques Maritain en una
artículo que con ese título apareció en The Modern Schoolman de mayo de 1945; y
como si esto no fuera suficiente, el mismo Maritain, en el número de
mayo-agosto 1946 de la Revue Thomiste, dedica a esta cuestión un prolijo y
largo estudio, titulado La Personne et le Bien Commun[8], donde una vez más
repite sus conocidas tesis “de manera, dice, de presentar una breve, y, lo
esperamos, suficientemente clara síntesis de nuestras posiciones sobre un
problema a propósito del cual los malentendidos involuntarios, es bueno
creerlo, no han faltado”.
Pero ni el R. P.
I. Th. Eschmann, O. P., ni el mismo Maritain, han logrado rebatir a de Koninck,
cuyo libro estaba directamente en cuestión, ni a Lachance O. P., quien, aunque
no haya sido nombrado ni atacado, mantiene todo el rigor de una exposición
tomista sólida que quiebra todo intento de sostener la primacía de la persona
humana sobre la sociedad política. La lectura de estaos autores será de gran
provecho para los que deseen conocer a fondo cuestión tan importante y
decisiva, y lo será asimismo para los que quieran tener una comprobación
concreta de cómo Maritain y sus seguidores han falseado, en nombre de Santo
Tomás, los más firmes e indiscutibles principios de su filosofía.
Aquí, en este
libro, queremos mostrar la vinculación lógica interna que en la concepción
maritainiana existe entre la persona humana y su “Nueva Cristiandad”; y por
consiguiente, cómo se sostienen mutuamente las críticas levantadas por Louis
Lachance O. P. y Charles de Koninck en las obras mencionadas y las formuladas
por mí en “De Lamennais a Maritain”.
Para sostener la
superioridad de la persona humana sobre la sociedad política, Maritain ha
debido efectuar antes una disección en el mismo concepto de persona humana, a
saber, lo ha desdoblado en el de persona humana-individuo y en de persona
humana-persona humana. A la Persona humana-individuo la ha subordinado al
Estado o sociedad política, pretendiendo salvar así todas las conocidas tesis
aristotélico-tomistas de la integración de la persona humana como parte en el
todo social. Pero a la persona humana-persona humana la ha independizado del
todo social, la ha colocado por encima de él y de toda la especie humana y aún
del mismo universo.
Pero entonces, si
lo mejor del hombre, que es la persona humana, no entra en el todo social,
¿cómo salvar la dignidad humana de la sociedad y del Estado? Maritain sostiene
que la persona humana entra, sí, en la sociedad política, pero no como una
parte, sino como un todo al cual se subordinaría la misma sociedad política, y
sostiene también que precisamente en esta suplantación del individuo por la
persona humana, verificada en el seno mismo de la sociedad política, consiste
el progreso de ésta. La prise de conscience de los derechos de la persona en y
sobre el Estado señala entonces el progreso de la sociedad política y de toda
civilización.
De aquí que haya
que reconocer la dignificación y el progreso de las sociedades políticas
modernas que se han dio cumpliendo indefectiblemente desde la Edad media a
nuestros días, a través de la Reforma protestante, del Aufklärung naturalista,
de la Revolución Francesa y del comunismo ateo. Porque aún cuando los aspectos
superficiales de estos movimientos descubran manifestaciones anticristianas y
de revuelta, lo más profundo de su realidad respondería a un auténtico impulso
de dar plenitud de valor a la persona humana, que, en expresión del
Angélico[9], es lo más perfecto que existe en toda la naturaleza.
De ahí que la
civilización moderna, al caminar por la ruta de la dignificación de la persona
humana, avanzaría hacia la realización plena de la “nueva democracia” o
“democracia personalista, cuyo cumplimiento perfecto no puede alcanzarse aquí
abajo sino que es como un límite ideal superior que atrae a sí la parte
ascendente de la historia”[10].
La nueva sociedad
que ha surgido como resultado de esta exaltación de la persona humana
encerraría valores muy superiores a los de la sociedad medieval, que no era
sino una sociedad infantil, sin conciencia de la propia dignidad, y colocada,
para su bien –no hay duda-, bajo la tutoría de la Iglesia. Podría decirse que
este movimiento de dignificación de la persona humana ha coincidido con el de
una emancipación equivocada de las sociedades frente a la Iglesia. Porque no es
de la misión religiosa de la Iglesia de la que han querido emanciparse los
pueblos modernos, sino del tutelaje político, ejercido por la Iglesia medieval.
Es claro que en el
fragor de la lucha no se han podido hacer las distinciones necesarias y los
pueblos han confundido trágicamente –y esta es también la tragédie des
démocraties–[11], su emancipación frente a la cristiandad medieval o al
cristianismo como fuerza política, con su emancipación frente a la Iglesia o al
cristianismo como sociedad religiosa.
Pero hoy, continúa
Maritain, se ha despejado el horizonte; y ahora aparece claro que no es de la
Iglesia de la que deben alejarse los pueblos sino de aquel tipo de alianza
fundada en el mito de la fuerza al servicio de Dios; es menester por tanto,
establecer sobre otro tipo las relaciones de la Iglesia con las sociedades
modernas, que han alcanzado ya la plenitud de sus derechos, y este tipo, que
podría denominarse el de la realización de la libertad, es el que propone su
“Nueva Cristiandad” o “Nueva democracia” o “Humanismo Integral”.
Desde entonces,
todos los esfuerzos intelectuales y políticos del conocido filósofo y de sus
empeñosos amigos, diseminados por todo el mundo, se enderezan a preparar el
advenimiento de esta “Nueva Cristiandad”. Y como ésta se ha de levantar sobre
una fe básica común a materialistas, idealistas, agnósticos, cristianos,
judíos, musulmanes y budistas, todos éstos son fervorosamente convidados por
los proeclari cives maritainistas para que en un esfuerzo común se pongan a la
gran tarea de la construcción de la “Nueva Cristiandad”.
Sólo los que no
admitan este programa salvador, sean católicos o paganos, deberán ser excluidos
sin piedad de esta Ciudad de la fraternidad universal.
Con toda lógica,
entonces, y en virtud de profundas convicciones, se apartan los maritainistas
de los católicos que aceptan el programa social de la Unam Sanctam y de la
Inmortale Dei y se ayuntan con materialistas e idealistas, agnósticos,
cristianos y judíos, musulmanes y budistas, y emprenden esta cruzada por la
“nueva democracia personalista” que es el hombre profano de la “Nueva
Cristiandad”.
La tesis de la
supereminente dignidad de la persona humana por encima de toda sociedad creada
ocupa de esta suerte lugar primero y fundamental en toda la filosofía moral y
política de Maritain. Todo el orden de la vida privada y pública de los pueblos
gira a su alrededor; y así como la adhesión a la Iglesia señalaba en los
cristianos de otrora la escala que medía todos los valores de la vida privada y
pública de los hombres, ahora, en su “Nueva Cristiandad”, los señala la
glorificación de la persona humana.
Los más difíciles
problemas de la cultura van a ser rozados en nuestro estudio, y es de lamentar
que no podamos entrar ampliamente en su planteo y elucidación. Tenemos el firme
convencimiento de que la famosa distinción entre individuo y persona, que podía
parecer una tesis, si no verdadera, al menos inocente, manejada por Maritain
como base última explicativa de todo orden moral y de toda la historia, de tal
suerte lo subvierte todo, que, con terminología tomista y cristiana, nos da una
concepción anticristiana de la vida.
Más aún. Creemos,
y lo decimos muy en serio, que la ciudad Maritainiana de la Persona Humana
coincide, en la realidad concreta y existencial, con la ciudad secular de la
impiedad. Medimos todo el alcance de nuestra afirmación y desafiamos muy
formalmente a cuantos la consideren falsa o exagerada a que así lo demuestren.
Nuestro libro
quiere ser también una rehabilitación del pensamiento auténtico de Santo Tomás,
que ha sido desvirtuado y peligrosamente alterado por inoculaciones de origen
kantiano.
Una vez más,
diremos lo que otras muchas hemos repetido. No tenemos ninguna animadversión
personal o de carácter político contra el filósofo Maritain. Sólo nos preocupa
la verdad. Aquí sólo estudiamos sus doctrinas consignadas públicamente en una
serie de libros, y sostenemos que no sólo no se ajustan a la doctrina católica,
sino que, en la realidad vivida, encarnan el programa mismo del
anticristianismo secular.
[A] Julio
Meinvielle, Crítica de la Concepción de Maritain sobre la Persona Humana, Ed.
Nuestro Tiempo, Buenos Aires 1948; Ed. Epheta, Buenos Aires 1993.
[1] Ver Julio
Meinvielle, Correspondance avec le R. P. Garrigou-Lagrange à propos de
Lamennais et Maritain, Ediciones Nuestro Tiempo. Un vol. de 140 págs. Buenos
Aires.
[2] Leopoldo
Eulogio Palacios, en Revista de Estudios Políticos.
[3] Ver más
adelante el examen del artículo de Leopoldo Eulogio Palacios. Pero debo
advertir que no me es posible analizar in extenso el pensamiento de Eulogio
Palacios hasta que publique el estudio que promete.
[4] Duccatillon,
O. P. La Revolución de esta Guerra, pág. 61, Editorial Excelsa, Buenos Aires.
Cfr. el mismo autor, Dios y la Libertad.
[5] Autour du
catholicisme social (deux. série, pág. 10, 1910).
[6] Julio Meinvielle,
De Lamennais a Maritain, pág. 9.
[7] Louis
Lachance, O. P., L’Humanisme Politique de Saint Thomas, en dos tomos. París,
1939.
Charles de
Koninck, La Primauté du Bien Commun contre les Personnalistes, Ed. de L’Univ.
de Laval, 1943, In defense of Saint Thomas, Ed. de L’Univ. de Laval, 1945.
[8] De este
artículo ha hecho Maritain una tirada aparte con el título La Personne et le
bien commun (Desclée de Brower), que recientemente ha sido editado en
castellano por Desclée de Brower de Buenos Aires.
[9] Suma Teol. 1,
29, 3.
[10] Maritain en
Revue Thomiste, mai-août 1946, pág. 266.
[11] Ver
Christianisme et Démocratie, 31-38.