sobre la gestación subrogada
P. Francisco José
Delgado
La noticia de que
Ana Obregón, famosa actriz española de 68 años, ha adoptado una niña concebida
por vientre de alquiler o gestación subrogada, ha levantado un fuerte debate
entre los que se posicionan a favor y en contra de esta práctica. Aprovechando
esta polémica, intentaré explicar en este artículo las claves de la doctrina
católica sobre este tema.
Sobre este asunto,
al igual que sobre otros muchos puntos de la moral cristiana, la Iglesia
defiende verdades que son accesibles a la razón natural, pero lo hace iluminada
por la fe en la Revelación. Por eso, estas cuestiones son defendibles ante todo
el mundo, incluso ante los que no tienen fe, aunque sólo pueden ser entendidas
si se aceptan los presupuestos antropológicos, también de razón, que sostenemos
los cristianos.
Presupuestos
antropológicos
El primer
presupuesto es que el ser humano es distinto de cualquier otro animal y tiene
una dignidad especial. El ser humano es una unidad de cuerpo y alma, un alma
espiritual que es creada inmediatamente por Dios para informar un cuerpo que
surge de la acción procreadora de los padres. Esta particularidad hace que la
concepción humana no pueda tratarse como la concepción de cualquier otro animal
o de una planta, sino que está sujeta a un respeto especial.
El ser humano ha
de ser concebido como fruto del amor entre dos personas dentro de la
institución del matrimonio, que asegura la posibilidad de su crecimiento y
educación en el mismo marco de amor en el que ha sido concebido. A la vez, la
procreación humana presupone la colaboración responsable de los esposos con el
amor fecundo de Dios. El don de la vida humana debe realizarse en el matrimonio
mediante los actos específicos y exclusivos de los esposos, de acuerdo con las
leyes inscritas en sus personas y en su unión.
El segundo
presupuesto es que la vida humana comienza desde la concepción, es decir, desde
la unión en una nueva célula embrionaria de los gametos humanos: el óvulo y el
espermatozoide. Un embrión humano es, biológicamente, un individuo de la
especie humana, lo que lo convierte a todos los efectos en un ser humano. A
partir de la concepción, el embrión humano irá creciendo en un proceso gradual
hasta convertirse en un ser humano adulto.
El tercer
presupuesto es que no todo lo técnicamente posible es moralmente bueno. Hay una
diferencia importante entre la ciencia natural, que implica un conocimiento de
la naturaleza, y la técnica, que consiste en utilizar ese conocimiento para
intervenir en la naturaleza, dominándola. Es sobre este segundo punto sobre el
que hay que hacer un juicio moral, porque la transformación de la naturaleza
mediante la técnica puede ser para el bien (por ejemplo, curar una enfermedad)
o para el mal (como crear un arma biológica).
En 1987, la
Congregación para la Doctrina de la Fe, Dicasterio Romano del cual era Prefecto
el Card. Joseph Ratzinger, futuro Papa Benedicto XVI, publicó, con la
aprobación de San Juan Pablo II, un documento fundamental para tratar todas las
cuestiones derivadas de la procreación humana. Se trata de la Instrucción Donum
Vitae. La mayor parte de las citas que emplearé están tomadas de esta
instrucción.
¿En qué consiste
la gestación subrogada?
Para explicar las
cosas con precisión hay que explicar en qué consiste, exactamente, la gestación
subrogada, también llamada vientre de alquiler. En Donum Vitae a esta práctica
se la denomina “maternidad sustitutiva”, refiriéndose a:
«a) la mujer que
lleva la gestación de un embrión implantado en su útero, que le es
genéticamente ajeno, obtenido mediante la unión de gametos de «donadores», con
el compromiso de entregar el niño, inmediatamente después del nacimiento, a
quien ha encargado o contratado la gestación;
b) la mujer que
lleva la gestación de un embrión a cuya procreación ha colaborado con la
donación de un óvulo propio, fecundado mediante la inseminación con el esperma
de un hombre diverso de su marido, con el compromiso de entregar el hijo,
después de nacer, a quien ha encargado o contratado la gestación.»
Yo utilizaré el
término «gestación subrogada» por ser el que se está empleando ahora mismo en
medios para promover una imagen favorable de esta práctica. De este modo
intentaré poner la fuerza en los argumentos y no en la sensibilidad a la que se
suele apelar en estos temas.
Dentro de la
polémica actual, se suele hablar de gestación subrogada en el primer sentido
citado, es decir, una mujer gesta en su útero un embrión que ha sido producido
mediante fecundación in vitro en un laboratorio, con el compromiso contractual
de entregar el niño a los contratantes, sometiéndose a una serie de condiciones
y recibiendo, o no, un pago por el servicio de gestar el niño. Cuando no hay un
pago derivado de la gestación se suele llamar actualmente gestación subrogada
altruista.
Es importante
entender que, en los modelos actuales, en cualquier caso de gestación subrogada
siempre hay, como origen dicha gestación, un caso de fecundación in vitro. Esto
es muy importante, porque esta práctica reproductiva está hoy socialmente muy
aceptada, pero la Iglesia hace un juicio muy negativa sobre ella, y el juicio
sobre la gestación subrogada no es separable del juicio sobre la fecundación in
vitro.
¿En qué consiste
la fecundación in vitro?
Muy
aproximadamente es un proceso en el que una mujer es hormonada para que
produzca una cantidad de óvulos maduros que son recolectados y guardados.
También se recolecta un número de espermatozoides de un varón. Ambos gametos
son unidos en un laboratorio para crear un embrión humano por medio de la
biotecnología. Una vez formado el embrión se deja que se multiplique hasta que
está compuesto de un número de células, de las cuales se extraerán algunas para
hacer un estudio genético, una suerte de «control de calidad». Si en ese
control de calidad se detecta algún tipo de anomalía, como una trisomía
cromosómica o marcadores genéticos que se consideren indeseables, ese embrión
humano será destruido. De los embriones que hayan sido considerados dignos de
nacer se tomará un número y serán transferidos en el útero de la mujer,
mientras el resto serán congelados para futuros intentos en caso de que el
primero fracase. De los embriones transferidos pueden llegar a implantarse varios,
pero como se trata de una procreación a la carta se suelen hacer abortos
selectivos hasta quedarse con el número deseado de niños en gestación,
generalmente uno.
La Iglesia, a la
hora de juzgar moralmente esta práctica, distingue si el material genético que
da origen al niño producido in vitro es de los que serán los padres o no. Si el
material es de los padres se habla de una fecundación in vitro homóloga. Si,
por el contrario, se recurre a la donación por parte de terceros, se habla de
una fecundación in vitro heteróloga.
Por la naturaleza
de la gestación subrogada, en todos los casos se da una fecundación in vitro
heteróloga.
¿Qué dice la
Iglesia sobre la fecundación in vitro?
La fecundación in
vitro heteróloga es un tipo de fecundación artificial heteróloga. Sobre la
fecundación artificial heteróloga, sea inseminación o fecundación in vitro, el
juicio moral que presenta Donum Vitae es muy claro:
«La fecundación
artificial heteróloga es contraria a la unidad del matrimonio, a la dignidad de
los esposos, a la vocación propia de los padres y al derecho de los hijos a ser
concebidos y traídos al mundo en el matrimonio y por el matrimonio. […]
Por tanto, es
moralmente ilícita la fecundación de una mujer casada con el esperma de un
donador distinto de su marido, así como la fecundación con el esperma del
marido de un óvulo no procedente de su esposa. Es moralmente injustificable,
además, la fecundación artificial de una mujer no casada, soltera o viuda, sea
quien sea el donador.
El deseo de tener
un hijo y el amor entre los esposos que aspiran a vencer la esterilidad no
superable de otra manera, constituyen motivaciones comprensibles; pero las
intenciones subjetivamente buenas no hacen que la fecundación artificial
heteróloga sea conforme con las propiedades objetivas e inalienables del
matrimonio, ni que sea respetuosa de los derechos de los hijos y de los
esposos.»
Queda clara, por
tanto, la condena de la fecundación in vitro heteróloga que está siempre en la
base de la gestación subrogada. Esta consideración, además, se completa con la
valoración de la fecundación in vitro homóloga, es decir, en la que la gestante
recibe un embrión que es fruto de la fecundación de un óvulo suyo con un
espermatozoide de su marido. La valoración también es negativa por las
siguientes razones:
Todos los procesos
de fecundación in vitro, incluso aunque se anuncie lo contrario, conllevan la
destrucción de embriones. En un proceso natural es normal que se pierdan
embriones, pero en este procedimiento técnico los embriones son destruidos
intencionalmente cuando no superan el control de calidad genético al que son
sometidos. A veces se promete que en un procedimiento de este tipo no se
destruirán embriones viables, pero se oculta que los embriones considerados
inviables lo son por tener algún tipo de tara genética que, en niños concebidos
de forma natural, no impediría el nacimiento y la vida del niño como, por
ejemplo, el síndrome de Down. Ningún tecnólogo se arriesgaría a transferir un
embrión con estas taras, porque podría ser considerado responsable del
nacimiento de un niño con algún tipo de malformación. Y nadie encarga a un niño
a un laboratorio para que nazca con defectos.
Además de la
destrucción de embriones, muchos otros hermanos del niño que llegara al final a
nacer permanecerán congelados de forma indefinida. Los embriones son congelados
son seres humanos de pleno derecho, por lo que mantenerlos en ese estado supone
una afrenta a su dignidad inviolable. Su uso en la investigación médica es
reprobable por las mismas razones ya enunciadas.
Como ya se ha
dicho, la dignidad del ser humano exige que su concepción sea realizada por
medio de los actos propios de los esposos dentro de la institución del
matrimonio. La fecundación in vitro deja esa concepción en manos del técnico
que produce al niño por medio de un procedimiento que podría calificarse de
«fabricación». El hecho de que el niño concebido sea sometido a un control de
calidad que vincula al fabricante y el intercambio económico necesario para
pagar los servicios contratados, hacen que este tipo de técnica adquiera las
características de una transacción comercial, una auténtica compraventa de un
ser humano. Este último juicio no lo emplea la Iglesia, pero me parece una
conclusión lógica de lo dicho anteriormente.
Sobre la
fecundación in vitro homóloga, la Iglesia enseña lo siguiente en Donum vitae:
«La FIVET
(fecundación in vitro con transferencia de embriones) homóloga se realiza fuera
del cuerpo de los cónyuges por medio de gestos de terceras personas, cuya
competencia y actividad técnica determina el éxito de la intervención; confía
la vida y la identidad del embrión al poder de los médicos y de los biólogos, e
instaura un dominio de la técnica sobre el origen y sobre el destino de la
persona humana. Una tal relación de dominio es en sí contraria a la dignidad y
a la igualdad que debe ser común a padres e hijos.
La concepción in
vitro es el resultado de la acción técnica que antecede la fecundación; esta no
es de hecho obtenida ni positivamente querida como la expresión y el fruto de
un acto específico de la unión conyugal. En la FIVET homóloga, por eso, aun
considerada en el contexto de las relaciones conyugales de hecho existentes, la
generación de la persona humana queda objetivamente privada de su perfección
propia: es decir, la de ser el término y el fruto de un acto conyugal, en el
cual los esposos se hacen “cooperadores con Dios para donar la vida a una nueva
persona".»
La procreación
como dominio o como don
En este último
texto se resalta un aspecto que tiene mucha importancia en el debate: la
relación de dominio. Estas técnicas de reproducción se suelen justificar,
incluso desde ámbitos católicos, como una forma de dar vida, algo que se
considera siempre como bueno. Se trata de proporcionar a unos padres el justo
deseo de la descendencia propia y la tecnología haría posible satisfacer este
deseo. Dejando aparte el hecho de que un deseo justo no puede ser satisfecho
por cualquier medio posible, sino que ese medio debe ser también justo, se
puede ver una enorme diferencia entre el proceso natural de procreación y el
proceso tecnológico de la fecundación in vitro en el hecho de que en el proceso
natural la relación de los padres hacia el hijo concebido supone la recepción
de un don gratuito, un regalo. En el caso de la producción técnica o
fabricación en la que consiste la fecundación in vitro, se da una relación de
dominio de los padres al hijo concebido, como se da ante algo que se ha
adquirido por dinero.
Esto lo destaca
muy elocuentemente C.S. Lewis en su famosa obra La abolición del hombre. El
pretendido dominio del hombre sobre la naturaleza por medio de la técnica se
acaba convirtiendo, en estas prácticas, en un dominio del hombre sobre el
hombre de las siguientes generaciones.
Dando un paso más,
una vez que se justifica el empleo de la técnica para producir seres humanos,
nada puede impedir que se justifique el empleo de esa técnica para producir
mejores seres humanos, es decir, seres fabricados a medida, según los deseos y
exigencias de los padres compradores. Tampoco sería objetable, siguiendo los
mismos razonamientos morales, una modificación esencial de la naturaleza
humana, que se haría siempre con buenas intenciones, pero supondría que las
generaciones sucesivas cayeran bajo el dominio y la voluntad de aquella
generación, la nuestra, que habría decidido por su pura voluntad cómo han de
ser las cosas.
¿Qué dice la
Iglesia específicamente sobre la gestación subrogada?
Todas estas
valoraciones morales entran en la consideración de la gestación subrogada,
aunque queda ver qué dice exactamente la Iglesia sobre este modo de maternidad
sustitutiva. Ante la pregunta de si es moralmente lícita la maternidad
«sustitutiva», el documento Donum vitae contesta:
«No, por las
mismas razones que llevan a rechazar la fecundación artificial heteróloga: es
contraria, en efecto, a la unidad del matrimonio y a la dignidad de la
procreación de la persona humana.
La maternidad
sustitutiva representa una falta objetiva contra las obligaciones del amor
materno, de la fidelidad conyugal y de la maternidad responsable; ofende la
dignidad y el derecho del hijo a ser concebido, gestado, traído al mundo y
educado por los propios padres; instaura, en detrimento de la familia, una
división entre los elementos físicos, psíquicos y morales que la constituyen.»
La Iglesia, por
tanto, rechaza la gestación subrogada en sí misma y no solamente por el modo
técnico como se lleva a cabo.
Hipótesis personal
sobre la separabilidad de la FIVTE y la gestación subrogada
No obstante, creo
que en este tema se puede hacer una precisión adicional.
En sí, la
fecundación in vitro, que ya hemos dicho que es inaceptable moralmente, y la
gestación subrogada son dos hechos distintos. Cuando en la actualidad se desvía
la cuestión únicamente al hecho del contrato de una mujer para que geste al
hijo de otras personas se pretende evitar muchas de las cuestiones ya
explicadas y centrarse únicamente en la legitimidad de ese hecho, o de si se
hace por motivos económicos o de forma puramente altruista. En la actualidad,
por motivos técnicos, es del todo imposible que una gestación subrogada no
tenga en la base una fecundación in vitro inmoral, pero podría imaginarse una
situación técnica en el futuro en que se pudiera hablar de otra situación.
Aquí me muevo en
el campo de la hipótesis. Se trataría de un niño concebido en el matrimonio de
forma natural y gestado por la madre que, por un problema de tipo médico,
tuviera que ser trasplantado al vientre de otra mujer. Esto hoy es técnicamente
imposible, pero en caso de que lo fuera, me pregunto por las implicaciones
morales del caso. Yo creo que, en ese caso, hablando de un peligro de vida o
muerte, esa práctica podría ser legítima moralmente. Sin embargo, fuera de ese
caso, el juicio de la Iglesia, que está suficientemente razonado, lleva a
sostener que, aunque fuera posible una concepción natural y un trasplante del
niño concebido a una madre distinta, tal práctica sería reprobable por vulnerar
los derechos del niño.
El sentido de
plantearse esta hipótesis es dejar claro que, aunque actualmente la gestación
subrogada es claramente inmoral por su origen en la fecundación in vitro, si
pudiera realizarse de otra forma la valoración seguiría siendo gravemente
negativa sin importar si la gestación subrogada es altruista o se hace por
dinero.
Argumentos en
contra de la gestación subrogada que no son tan concluyentes
Desde el lado
feminista recibimos muchos argumentos sobre la dignidad de la gestante que
sería sometida a una situación de violencia al verse forzada a separarse del
hijo que ha gestado. Estos argumentos merecen ser tenidos en consideración,
pero tienen menor fuerza moral que la consideración de la dignidad del niño
concebido por este medio. Las feministas caen claramente en una situación de
contradicción cuando hablan de un derecho de la madre sobre su cuerpo para
asesinar al niño que lleva en sus entrañas, pero niegan que una mujer pueda
vender ese mismo cuerpo para gestar al niño de otra. Ambas cosas son igualmente
reprobables. Las feministas tampoco rechazan las técnicas de reproducción
asistida que sustituyen los actos naturales de los esposos, por lo que, aunque
materialmente coincidimos en la oposición a estas prácticas, las razones y el
fondo por las que lo hacemos no pueden ser más diferentes.
No parece
necesario tampoco perder el tiempo en considerar el hecho de si las mujeres que
se prestan para ser gestantes de hijos ajenos lo hacen libremente o por
necesidades económicas. Es cierto que fácilmente se darán, y se dan, en estos
temas situaciones de explotación. Pero la valoración moral del hecho no cambia
por esta circunstancia, aunque sí pueda hacerlo la responsabilidad moral de la
mujer.
La dignidad de los
niños concebidos por gestación subrogada
Es necesario
aclarar, por evitar cualquier duda, que la Iglesia defiende la radical dignidad
del ser humano independientemente de como haya sido concebido. Es decir,
precisamente por esa dignidad se insiste en que los niños sean concebidos en el
matrimonio por medio de los actos naturales de los esposos, pero si esto no es
así, eso no hace que los niños sean despreciados por su origen. Un niño,
independientemente de cómo haya sido concebido, ha de ser amado y respetado en
sus derechos, uno de los cuales, por cierto, es el de tener un padre y una
madre unidos en amor estable, algo que se da en el matrimonio. Aquí la Iglesia
sí es plenamente coherente, no como el mundo, que pretende, por ejemplo, que
por el hecho de que un niño haya sido concebido en una violación o que no haya
sido planificado exhaustivamente por sus padres y, por lo tanto, su concepción
sea inesperada, ese niño sea privado del derecho a la vida y pueda ser
asesinado impunemente. Hay que notar que algunos de los que apoyan la gestación
subrogada se oponen al aborto, pero eso sería una incoherencia por la realidad
de la fecundación in vitro, como ya hemos explicado.
¿Qué hacer,
entonces, ante el caso de un niño concebido por medio de gestación subrogada?
Ante todo se debe censurar cualquier discriminación o acoso. Se están dando
ejemplos de niños que son acosados escolarmente por otros niños (obviamente
movidos por sus padres por motivos ideológicos) que los llaman «bebés
comprados». Esto es siempre reprobable.
La Iglesia acoge a
estos niños y no les niega el bautismo, siempre que se cumpla la condición de
una esperanza fundada de que serán educados en la fe católica. Por supuesto,
esto no lleva a que la Iglesia oculte la maldad del procedimiento por el que
estos niños han sido concebidos, pero, como se ha dicho, esta culpa no recae
sobre los niños, sino sobre sus padres.
Por supuesto, la
legislación debería penalizar estas prácticas, contrarias a la dignidad del ser
humano. En España, por ejemplo, se consideran nulos los contratos de gestación
subrogada, pero se permite plenamente la fecundación in vitro que, como hemos
dicho, comparte la mayor parte de la valoración moral negativa.
El problema viene
cuando estas prácticas se realizan en países donde no se protege la dignidad
del ser humano (en este caso, como se acaba de decir, España sería un caso) y
luego se pretende que se reconozcan los vínculos familiares en terceros países
que no las permiten. Ahí el tema es mucho más complicado y ha de resolverse de
manera prudencial. La clave será buscar siempre el bien del niño, por encima
del deseo de los padres, teniendo en cuenta el derecho del niño a tener un
padre y una madre unidos en una relación matrimonial, y que privar
intencionadamente a un niño de esa situación siempre será injusto.
Se suele argüir
que hay muchos niños que, por distintas circunstancias, carecen de un padre o
de una madre en las condiciones antes dichas. La respuesta es que no es lo
mismo una circunstancia fortuita (la muerte de uno de los padres) o una
derivada de un problema matrimonial como el divorcio, al hecho de que, desde el
origen, el niño se vea privado intencionalmente de ese derecho. Por tanto, la
adopción de estos niños por parte de parejas homosexuales o de personas
solteras debería regirse por la misma lógica que en el caso de cualquier otro
niño, tema que se podría tratar en otra ocasión.
Conclusiones
He intentado
esbozar en este artículo, necesariamente largo, la postura de la Iglesia en el
tema tan controvertido de la gestación subrogada. Es cierto que he entremezclado
algunas impresiones personales, pero creo que corresponden a lo enseñado por la
Iglesia, especialmente en Donum vitae y en otros documentos sobre la moral de
la vida. Consutar tales documentos es esencial para el que quiera tener un
conocimiento más claro de lo que enseña la Iglesia.
Siempre advierto
que se debe tener mucho cuidado cuando se entra en un debate sobre temas que
son argumentables desde la razón natural, pero en los que el Magisterio de la
Iglesia, desde la luz de la Revelación, ha dado indicaciones claras. Es
importante siempre tener en cuenta qué principios acepta el adversario. Por
ejemplo, si no acepta los presupuestos antropológicos que hemos señalado al
inicio, el debate será totalmente contraproducente.
Los católicos, por
otra parte, sí deberían aceptar tanto los presupuestos como la autoridad del
Magisterio en materias morales. Lamentablemente es muy posible que por la
presión de los medios de comunicación se hayan visto confundidos en sus
posturas o caigan en esos argumentos que he señalado que no responden
plenamente al planteamiento moral católico. A ellos espero que estas líneas les
sirvan de algún provecho.
(Publicado en
Infocatólica el 9.04.23)