Germán Masserdotti
La Prensa,
27-8-2023
Los resultados de
las PASO han instalado, por uno o varios motivos, el “tema político” en las
conversaciones de los argentinos con más intensidad que en “la previa”. Los
números representan votos concretos, no meras proyecciones de las encuestadoras
que, una vez más, la pifiaron.
Conviene, sin
perder de vista la pasión política, tomarse un rato para reflexionar. Es hora,
entonces, de hablar de la democracia. Lo haré de la mano de Carlos Alberto
Sacheri en El orden natural (Vórtice, Buenos Aires, 2007). Sacheri se pregunta
si es posible una democracia sana –en contraste con la surgida del mito
democratista liberal–. Su respuesta es la que sigue: sí a condición de que se
trate de una concepción no ideológica. “La democracia no ha de ser definida
como gobierno de todo el pueblo –cosa utópica–, sino como régimen en el cual el
pueblo organizado tiene una participación moderada e indirecta en la gestión de
los asuntos públicos”.
Para que una
democracia de tal índole tenga lugar “han de respetarse los siguientes
requisitos:
1) Como toda forma
de gobierno, la democracia moderada tiene por fin supremo el bien común
nacional y no la libertad ni la igualdad.
2) No es ni la
mejor ni la única forma legítima de gobierno, pero puede ser más aconsejable en
ciertos países, según las circunstancias.
3) Para existir
debe contar con un pueblo orgánico y no una masa atomizada e indiferenciada;
ello supone el respeto y estimulo de los grupos intermedios según los
principios de subsidiaridad y solidaridad.
4) De ningún modo
es el pueblo el soberano, sino quien ejerce la autoridad, derivada de Dios como
de su fuente suprema. La autoridad ha de ser fuerte, al servicio del cuerpo
social y respetuosa del orden natural y no un mero mandatario o delegado de la
multitud.
5) La democracia
ha de basarse en el respeto de la ley moral y religiosa, que han de reflejarse
en la legislación positiva. El orden natural es la fuente de toda ley humana
justa.
6) La
participación popular ha de ser moderada e indirecta para que haya democracia
orgánica. Moderada por cuanto no puede basarse en el sufragio universal
igualitario del liberalismo (que es injusto, incompetente y corruptor), sino en
una elección según niveles de competencia reales en el elector y el elegido.
Indirecta, por cuanto el pueblo puede determinar quiénes han de ejercer el
poder pero no gobernar por sí mismo.
7) Ha de evitarse
el absolutismo de Estado actual, que erige a éste en fin, mediante la representación
orgánica de los grupos intermedios políticos, económicos y culturales.
8) Ha de contar
con una verdadera élite gobernante que se destaque por sus virtudes
intelectuales y morales. Tales son las exigencias básicas de una democracia
sana para el mundo de hoy”.
DEMOCRACIA: ¿SI O
NO?
Dicho esto, agrego
de mi parte dos comentarios. El primero. Supuesta la conveniencia del régimen
democrático –según los requisitos anteriores que suponen una concepción
realista de la democracia– y que ningún sistema es perfecto, la alternativa no
se plantea en estos términos: ¿democracia, sí o no? Se trata de un problema
resuelto: democracia sí. La cuestión es qué tipo de democracia se adopta para
dar cumplimiento a la forma republicana de gobierno. Luego de 40 años de
democracia, por experiencia puede concluirse que la “democracia de masas” no ha
funcionado en el caso argentino. Esta democracia de masas, debe decirse, fue
reforzada en la reforma constitucional de 1994 cuando se estableció la elección
directa del presidente y el vicepresidente de la Nación. Tema aparte sería
ocuparse del lugar de los partidos políticos según la misma reforma. Nuestro
país conoció otra modalidad de democracia de acuerdo a la Constitución Nacional
Argentina. Basta volver sobre la historia nacional para advertir la existencia
de una democracia moderada y más realista que la de masas.
El segundo. La
relación entre el fin y los medios es de sentido común: los últimos se ordenan
al primero. En concreto: el bien común político es el fin al que se ordenan,
entre otras cosas, los regímenes políticos, incluida la democracia. Su “calidad
institucional” se define por su adecuación -o inadecuación- con el bien común
nacional. Después de 40 años de “democracia de masas” en la Argentina, resulta
fácil concluir que -cada cual haga su mea culpa- ella se ha convertido en un
parásito que fagocita a la República (cf. CNA, art. 1). Hasta en su nombre
oficial, la Argentina es una República. ¿Correremos el riesgo de que deje de
existir la República?