Mario Meneghini
Siempre se
consideró que el Estado es una sociedad perfecta (como la Iglesia, en lo
espiritual) es decir que posee en sí
misma todos los elementos necesarios para su propia perfección. Pero, hace
60 años surgió una duda, debido al párrafo 135 de la encíclica Pacem in terris,
de Juan XXIII, que sostuvo que en el mundo actual el Estado es insuficiente
para lograr el bien común.
El profesor Germán
Bidart Campos, aclara este tema: “Que el estado encierra o tiene en sí todos
los medios para procurar el bien común no ha de interpretarse como que en él se
recluyen y sobreabundan esos medios y le hacen innecesario ir a buscarlos fuera
de él.” (*)
Tener en sí, los
elementos necesarios, equivale a tener la posibilidad de conseguir esos
elementos, dentro o fuera de su territorio. El ejemplo más evidente es Japón,
un conjunto de islas sobrepobladas, casi carente de riquezas naturales, y que
constituye la tercera potencia mundial. También pueden citarse países árabes,
desérticos, que gracias al petróleo del subsuelo, se han convertido en
prósperos constructores de ciudades modernas en medio del desierto.
Como enseña Benedicto XVI en su encíclica Caritas in
veritate: parece más realista una renovada valoración de su papel y de su
poder, que han de ser sabiamente reexaminados y revalorizados, de modo que sean
capaces de afrontar los desafíos del mundo actual, incluso con nuevas
modalidades de ejercerlos (p. 24).
No cabe duda que
la globalización implica un riesgo muy concreto de que disminuya en forma
alarmante el grado de independencia que puede exhibir un país en vías de
desarrollo. Ningún país es hoy enteramente libre para definir sus políticas, ni
siquiera las de orden interno, a diferencia de otras épocas históricas en que
los países podían desenvolverse con un grado considerable de independencia.
Entendiendo por independencia
la capacidad de un Estado de decidir y obrar por sí mismo, sin subordinación a
otro Estado o actor externo; la posibilidad de dicha independencia variará
según las características del país respectivo y de la capacidad y energía que
demuestre su gobierno.
Pues, más allá de
las pretensiones de los ideólogos de la globalización, lo cierto es que el
Estado continúa manteniendo su rol en nuestros días.
En muchos países
el Estado maneja más de la mitad del gasto nacional, y no es consistente, por
lo tanto, afirmar que los políticos son simples agentes del mercado.
Pese a todos los
condicionamientos que impone la globalización, el Estado sigue siendo el mejor
órgano de que dispone una sociedad para su ordenamiento interno y su defensa
exterior.
No deben ser
motivo de preocupación los cambios de tamaño, forma y roles del Estado, mientras
cumpla su finalidad esencial de gerente del bien común.
De modo que
conviene no proclamar apresuradamente la desaparición del Estado, que sigue
siendo una sociedad perfecta, por ser la única institución temporal que protege
adecuadamente el bien común de cada sociedad territorialmente delimitada.
(*) Bidart Campos,
Germán. “Doctrina social de la Iglesia y derecho constitucional”; Ediar, 2003,
p. 110.