Prof. Jorge Martin
Flores
“La Patria puede
gloriarse de la completa victoria que han obtenido sus armas el día 24 del
corriente. Día de Nuestra Señora de las Mercedes bajo cuya protección nos
pusimos”, escribía el general Manuel Belgrano en el parte de la batalla de
Tucumán redactado un 26 de septiembre de 1812. Analizaremos documentalmente
este trascendente acontecimiento para la historia Patria y trataremos de
desentrañar su sentido para nuestros días.
El 24 de
septiembre de 1812, día de Nuestra Señora de la Merced, se llevó a cabo la
batalla del campo de las Carreras en Tucumán, que concedió el triunfo a las
armas patriotas conducidas por el general Belgrano. Esta batalla lanzó por
tierra el plan de Goyeneche, que buscaba un ataque combinado de los tres focos
realistas sobre Buenos Aires: el de Pío Tristán, desde el Alto Perú; el de
Vigodet desde la Banda Oriental; junto con las fuerzas portuguesas de Diego de
Souza.
Son varios los
documentos que muestran cómo Belgrano anteriormente al enfrentamiento en
Tucumán, se puso bajo la protección de Nuestra Señora de las Mercedes. El parte
de Belgrano al gobierno del 26 de septiembre de 1812, afirma que la victoria se
había conseguido “el día de Nuestra Señora de las Mercedes, bajo cuya
protección nos pusimos”.
Entonces según
José María Paz: “el resultado no fue el producto de las órdenes inmediatas del
General, sino una combinación fortuita de las circunstancias, y del valor y
patriótico entusiasmo de nuestras tropas, y de las faltas que cometió el
enemigo”.
Esto lo confirma
Belgrano al renunciar a los méritos que el gobierno le transmite después de la
victoria, con la condecoración de capitán general, el 31 de octubre posterior:
“Vuestra Excelencia tal vez ha creído que tengo un relevante mérito, y que he
sido el héroe de la acción de 24. Hablando con verdad, en ella no he tenido más
de general que mis disposiciones anteriores, y haber aprovechado el momento de
mandar avanzar, habiendo sido todo lo demás obra de mi Mayor general, de los
jefes de división, de los oficiales y de toda la tropa (y) paisanaje, en
términos que a cada uno se le puede llamar el héroe del campo de las Carreras
de Tucumán”.
Sostenemos que
ante el eminente peligro realista, realmente la victoria se debió más a un
milagro que a la pericia de su líder. Lo dijo el mismo Belgrano en su Fragmento
de memoria sobre la batalla de Tucumán: “El campo de batalla no había sido
reconocido por mí, porque no me había pasado por la imaginación que el enemigo
intentase venir por aquel camino que tomase la retaguardia del pueblo, con el
designio de cortarme toda retirada; por consiguiente, me hallé en posición
desventajosa con parte del ejército en un bajío”.
BATALLA DEL
TUCUMÁN
El eximio
historiador Cayetano Bruno SDB a quien seguimos abundantemente en este trabajo,
consignó lo siguiente en su monumental Historia de la Iglesia en la Argentina:
“Y henos aquí ante lo extraño de este hecho histórico. La batalla de Tucumán no
pertenece al orden común de los acontecimientos similares, desde que resultaron
fallidas todas las disposiciones tomadas para asegurar sus resultas. Su remate
tampoco pudo ser fruto de humana previsión. Parecería como si Nuestra Señora de
las Mercedes hubiese tomado el mando de las bisoñas huestes patriotas para
conducirlas a la victoria”.
Pero, lo
interesante es que testimonios contemporáneos consignan en la batalla del
Tucumán, un hecho sobrenatural. Así, registra Doña Felipa Zavaleta de Corvalán
en sus Recuerdos familiares: “Los mismos prisioneros enemigos decían que a la
hora de la acción en la línea del ejército tucumano, vieron una Señora vestida
de blanco, y que les batía el manto sobre los militares, y que por eso las
balas no les hacían nada, como fue que sólo dos faltaron, que fueron Miguel
Rivadeneira y Tomás Balor. Por esto se cree que esta Señora fue nuestra Madre
de Mercedes”.
Un testigo
presencial de la batalla, el oficial Juan Pardo de Zela, ratifica en sus
Memorias, el testimonio anterior: “Formó el ejército en línea de batalla con
“un horizonte despejado y limpio de nubes (…) En esto una pequeña nube se
descubre en el cielo en figura piramidal, sostenida por una base que parecía
sostener una efigie de Nuestra Señora. Era día en que se celebraba la fiesta de
Nuestra Señora de la Merced; y cada soldado creyó ver en la indicada nube la
redentora de sus fatigas y privaciones; cuya ilusión aumentándose
progresivamente, daba más fortaleza a nuestra pequeña línea, que ya enfrentada
con la del enemigo, que no había podido aún organizar la suya, empezó a sentir
por el fuego de nuestras piezas de artillería el estrago que ellas causan”.
Es así que: “En lo
que no hubo de cierto ilusión, fue en el convencimiento general y categórico de
que la victoria se debía a la Virgen”.
Por si esto fuera
poco, a estos eventos se le suma un hecho singular que termina por liquidar las
fuerzas realistas: un ciclón que trae consigo una fuerte lluvia de langostas.
Esto lo confirma el doctor Lizondo Borda: “Las mismas langostas parece que
ayudaron un poquito ese día. Porque millares de ellas, escapando del viento, al
largarse en picada hacia la tierra, hacían fuertes y secos impactos en pechos y
caras de los combatientes. Y si los mismos criollos, que las conocían, al
sentir esos golpes, según Paz, se creyeron heridos de bala, es de imaginar el
espanto de los altoperuanos o culcos, al sentir en sus cuerpos tal granizada de
balazos, que no eran sino langostas”.
Es imposible, no
hacer memoria del pasaje del Éxodo en que Dios envía las plagas para poner fin
a la negativa del faraón de liberar a su pueblo. Tristán junto con las fuerzas
realistas, debieron lanzarse en retirada, dando la definitiva victoria a las
fuerzas de la patria dirigidas por Belgrano.
LA VIRGEN DE LAS
MERCEDES
En agradecimiento
de semejante protección celestial, el piadoso general Belgrano nombró a la
Virgen de las Mercedes, Generala del Ejército del Norte: “Con el 24 de
setiembre de 1812 se transformó Belgrano en el paladín de Nuestra Señora. Y con
Belgrano, sus compañeros de armas, el pueblo de Tucumán, las autoridades
eclesiásticas, los magistrados, el Cabildo secular: conformes todos en este
final reconocimiento”.
Esto llevó a decir
a Lorenzo Lugones, oficial de Belgrano, que: “El resultado de la batalla de
Tucumán fue debido en su mayor parte a un cúmulo de hechos providenciales, y no
a combinaciones militares; por lo que el pueblo lo atribuyó a milagro de la
Virgen de Mercedes, porque tuvo lugar en el día de su festividad”.
LOS AGASAJOS
De entre los agasajos
a Nuestra Señora de las Mercedes, podemos mencionar los siguientes:
El 5 de octubre
Belgrano envió al superior gobierno de las Provincias Unidas del Río de la
Plata las banderas y estandartes arrebatados al enemigo. “Remito dos banderas
del Real de Lima y dos estandartes de Cotabamba, para que Vuestra Excelencia
tenga la bondad de mandar se coloquen en el templo de Nuestra Madre y Señora de
las Mercedes, como dedicadas por el ejército de mi mando, en demostración de la
gratitud a tan divina Señora, por los favores que mediante su intervención nos
dispensó el Todopoderoso en la acción del 24 pasado”.
El Segundo
Triunvirato, manifestó en respuesta, que los trofeos conseguidos se habían
llevado en procesión solemne desde la fortaleza hasta el Cabildo, y desde allí
fueron depositados en la iglesia de la Virgen de las Mercedes, cuya devoción
arraigada en el pueblo católico hispanoamericano, se extendió aún más en frutos
celestiales.
El 13 de octubre
Belgrano dispuso por escrito “tres días de iluminación y regocijos públicos en
demostración de nuestra gratitud” a la Virgen; y que luego se celebrase el
suntuoso novenario en la iglesia de la Merced: “La novena que se ha de celebrar
a nuestra Madre de Mercedes, durante la cual no habrá tienda alguna abierta, ni
pulpería, a que deberá asistir todo el pueblo, igualmente que a la función que
con toda celebridad se ejecutará por conclusión, en acción de gracias del
beneficio recibido por la intercesión de tan divina Madre, y con el objeto de
que nos continúe sus auxilios”.
El enemigo había
sido vencido, según nuestro General en su proclama del 28 de septiembre de
1812: “Por medios prodigiosos, obra sólo del Omnipotente, que protege nuestra
santa y sagrada causa”. Y sigue: “El Omnipotente se ha apiadado de nosotros, y
quiere castigar a los malvados autores de la efusión de sangre, y de tantos
desastres sin respeto a la santa religión, ni a esas leyes que ellos mismos
decantaban que obedecían. A las armas, pues, compatriotas amados: caed sobre
los tiranos con la seguridad que Dios Todopoderoso protege nuestras justas
intenciones, pues no doy un paso en que no vea sus distinguidos favores”.
EL ÁRBOL SE CONOCE
POR SUS FRUTOS
La festividad tuvo
lugar el 27 del mismo mes. Concurrieron todos: “Vecinos y soldados, hombres y mujeres,
nobles de abolengo y plebeyos de recia estampa, debieron de echarse por esas
calles camino de la Merced las tardes del novenario.” Así: “(…) La devoción de
Nuestra Señora de Mercedes, ya muy generalizada, había subido al más alto
grado”. Afirma el P. Cayetano Bruno que: “El modesto caudillo, tan religioso
como intrépido, atribuye a Dios la victoria, y a su augusta Madre María le
consagra parte de sus despojos en prueba de reconocimiento, y determina se
solemnice en honor suyo una función devota”.
El coronel Blas
Pico, oficial de Belgrano, confirma el hecho diciendo sobre su Jefe: “Un
cumplimiento exacto de sus deberes, una vida laboriosa y ocupada siempre en el
mejor servicio de la nación, una práctica, la más piadosa de la virtud, de la
humildad, por la que siempre conoció, atribuyó y persuadió que todos sus
triunfos y progresos de sus armas en nada le eran debidos a él, sino a la
protección del Señor, Dios de los ejércitos por intercesión de María Santísima
de Mercedes, a quien había jurado generala del ejército en la gloriosa acción
de Tucumán entregándole en acto solemne y religioso el bastón de generala e
hizo que la reconociera el ejército haciéndole los debidos honores como a tal,
mandando en Potosí vistiese todo individuo del ejército el santo escapulario,
indultando la vida a dos reos al tiempo de salir al suplicio por haberse
llevado la imagen de esa Soberana Reina a su casa y pedido por su intercesión”.
Y el Padre
Cayetano Rodríguez en su Elogio Fúnebre de Manuel Belgrano, exclamaba: “¡Con
qué confianza, con qué ternura libraba en las manos de la Reina de los Ángeles
el feliz éxito de sus empresas, y cuán sensibles pruebas le dio esta divina
Madre de su protección y amparo en dos apurados lances en que se vio
comprometido su honor, e indecisa la suerte de la América del Sud! Salta,
Tucumán, vosotros, pueblos afortunados (…), fuisteis oculares testigos de las
victorias de este General americano, también de su piedad y cristiana conducta.
En vuestros templos se postró humillado a rendir gracias a su soberana
libertadora, y como otra Judit más digna de los elogios, que mereció la antigua
hebrea de los moradores de Betulia, le tributó constantemente los suyos,
dejando en legado pío a todos sus compatriotas, este ejemplo de la religión que
deberían imitar”.
EL LEGADO
Herencia pía que
efectivamente fue imitada por el mismo General Don José de San Martín,
siguiendo los consejos de Belgrano quien en carta del 6 de abril de 1814, antes
de recibir su relevo, le escribió: “(...) Conserve la bandera que le dejé; que
la enarbole cuando el ejército se forme; que no deje de implorar a N. Sra. de
las Mercedes, nombrándola siempre nuestra Generala y no olvide los escapularios
a la tropa. Deje Ud. que se rían; los efectos le resarcirán a Ud. de la risa de
los mentecatos, que ven las cosas por encima. Acuérdese Ud. que es un general
cristiano, apostólico y romano; cele Ud. de que en nada, ni aún en las
conversaciones más triviales se falte el respeto de cuanto se diga a nuestra
santa religión”.
Un legado
imperecedero, vigente, viviente. Un legado para valientes. Nos animamos a
preguntar: ¿Qué nos diría el piadoso general Belgrano en nuestros tiempos? En
primer lugar: “Deseo que todos sepan el bien para alegrarse, y el mal para
remediarlo, si aman a su patria” y en segundo lugar que: “nadie es más acreedor
al título de ciudadano que el que sacrifica sus comodidades y expone su vida en
defensa de la Patria”.
Por último, creo
que nos pediría lo mismo que proclamó a los pueblos del Perú un 28 de
septiembre 1812: “Sólo exijo de vosotros unión, constancia, valor y el
ejercicio de las virtudes: alejad de vosotros toda ociosidad, todo espíritu de
venganza y todo cuanto sea contra la ley santa de nuestro Dios y de la santa
Iglesia, y no penséis en intereses particulares, sino en salvar la amada
patria, para restituirla al goce de la tranquilidad que necesita para
constituirse , y que todos disfruten de los bienes que el cielo nos ha querido
conceder”.
Incluso en las
peores crisis. Incluso en esta Patria que dió la espalda a Dios, borrando su
sentido trascendente de la vida. Incluso en esta tierra bendita y regada con
sangre generosa, cuyos habitantes desconocen sus orígenes, sus gestas, sus
héroes y sus santos, que no saben a quién agradecer y que parece andar a los
tumbos por rumbos inciertos, sin brújula, sin norte a seguir. Hay un pequeño
rebaño que resiste y quiere marcar la diferencia. Como lo hizo el pequeño hijo
de la Patria Don Manuel Belgrano. Y que como él, está convencido de que los milagros
existen, ocurren y volverán a ocurrir si son de la voluntad de Dios. Solo basta
creer en ellos, abandonarse en las manos de la Divina Providencia y de Su Santa
Madre, y trabajar. Trabajar mucho, material y espiritualmente, cada uno desde
su puesto para hacerlos posibles. Pues como dijo el Padre Castellani: No se nos
pedirá cuentas de las batallas ganadas, sino de las cicatrices de la lucha.
Fuente: Crítica revisionista, 30.9.2023.