Artículo póstumo del Card. George Pell, publicado el 11 de enero de 2023 en el periódico londinense The Spectator
El Sínodo de los Obispos católicos está ahora ocupado
construyendo lo que ellos consideran «el sueño divino» de la sinodalidad. Por
desgracia, este sueño divino se ha convertido en una pesadilla tóxica, a pesar
de las buenas intenciones declaradas de los obispos.
Han elaborado un cuadernillo de 45 páginas que da cuenta de
los debates de la primera fase de «escucha y discernimiento», celebrados en
muchas partes del mundo, y es uno de los documentos más incoherentes jamás
enviados desde Roma.
Mientras damos gracias a Dios porque el número de católicos en
todo el mundo, especialmente en África y Asia, está aumentando, el panorama es
radicalmente distinto en América Latina, con pérdidas tanto para los
protestantes como para los laicistas.
Sin ningún sentido de la ironía, el documento se titula
«Amplía el espacio de tu tienda», y el objetivo de hacerlo es dar cabida, no a
los recién bautizados —aquellos que han respondido a la llamada a arrepentirse
y creer—, sino a cualquiera que pueda estar lo suficientemente interesado como
para escuchar. Se insta a los participantes a ser acogedores y radicalmente
inclusivos: «Nadie queda excluido”.
El documento no insta ni siquiera a los participantes
católicos a hacer discípulos en todas las naciones (Mateo 28:16-20), y mucho
menos a predicar al Salvador a tiempo y a destiempo (2 Timoteo 4:2).
La primera tarea de todos, y especialmente de los maestros, es
escuchar en el Espíritu. Según esta reciente actualización de la buena nueva,
la «sinodalidad» como forma de ser de la Iglesia no debe definirse, sino
simplemente vivirse. Gira en torno a cinco tensiones creativas, partiendo de la
inclusión radical y avanzando hacia la misión en un estilo participativo,
practicando la «corresponsabilidad con otros creyentes y personas de buena
voluntad». Se reconocen las dificultades, como la guerra, el genocidio y la
brecha entre clero y laicos, pero todo puede sostenerse, dicen los obispos, con
una espiritualidad viva.
La imagen de la Iglesia como una tienda en expansión con el
Señor en su centro procede de Isaías, y su objetivo es subrayar que esta tienda
en expansión es un lugar donde la gente es escuchada y no juzgada, no excluida.
Así pues, leemos que el pueblo de Dios necesita nuevas
estrategias; no peleas y enfrentamientos, sino diálogo, en el que se rechace la
distinción entre creyentes e incrédulos. El pueblo de Dios debe escuchar
realmente, insiste, el clamor de los pobres y de la tierra.
Debido a las diferencias de opinión sobre el aborto, la
contracepción, la ordenación de mujeres al sacerdocio y los actos homosexuales,
algunos consideran que no se pueden establecer ni proponer posturas definitivas
sobre estas cuestiones. Lo mismo ocurre con la poligamia y el divorcio y
segundas nupcias.
Además, el documento es claro sobre el problema especial de la
posición inferior de la mujer y los peligros del clericalismo, aunque se
reconoce la contribución positiva de muchos sacerdotes.
¿Qué pensar de este popurrí, de esta efusión de buena voluntad
de la Nueva Era? No es un resumen de la fe católica ni de las enseñanzas del
Nuevo Testamento. Es incompleto, hostil en aspectos significativos a la
tradición apostólica y no reconoce en ninguna parte el Nuevo Testamento como la
Palabra de Dios, normativa para toda enseñanza sobre la fe y la moral. Se
ignora el Antiguo Testamento, se rechaza a los patriarcas y no se reconoce la
Ley de Moisés, incluidos los Diez Mandamientos.
Inicialmente se pueden hacer dos observaciones. Los dos
sínodos finales en Roma en 2023 y 2024 necesitarán clarificar la enseñanza
sobre asuntos morales, ya que el Relator (redactor jefe y gestor) Cardenal
Jean-Claude Hollerich ha rechazado públicamente las enseñanzas básicas de la Iglesia
sobre sexualidad, alegando que contradicen la ciencia moderna. En tiempos
normales, esto habría significado que su continuidad como Relator era
inapropiada, incluso imposible.
Los sínodos tienen que elegir si son servidores y defensores
de la tradición apostólica sobre la fe y la moral, o si su discernimiento les
obliga a afirmar su soberanía sobre la enseñanza católica. Deben decidir si las
enseñanzas básicas sobre cosas como el sacerdocio y la moral pueden arrumbarse
en un limbo pluralista en el que algunos eligen redefinir los pecados con menos
gravedad y la mayoría acuerda diferirlos completamente.
Más allá del sínodo, la disciplina se está relajando,
especialmente en el norte de Europa, donde algunos obispos no han sido
reprendidos, incluso después de afirmar el derecho de un obispo a disentir; ya
existe un pluralismo de facto más generalizado en algunas parroquias y órdenes
religiosas en cosas como la bendición de la actividad homosexual.
Los obispos diocesanos son los sucesores de los apóstoles, el
maestro principal de cada diócesis y el centro de la unidad local de su pueblo
y de la unidad universal en torno al Papa, sucesor de Pedro. Desde la época de
San Ireneo de Lyon, el obispo es también el garante de la fidelidad permanente
a la enseñanza de Cristo, la tradición apostólica. Son gobernantes y a veces
jueces, así como maestros y celebrantes sacramentales, y no son meras flores de
pared o sellos de goma.
Ampliar la tienda es consciente de los defectos de los
obispos, que a veces no escuchan, tienen tendencias autocráticas y pueden ser
clericalistas e individualistas. Hay signos de esperanza, de liderazgo efectivo
y de cooperación, pero el documento opina que los modelos piramidales de
autoridad deben ser destruidos y que la única autoridad genuina proviene del
amor y del servicio. Hay que hacer hincapié en la dignidad bautismal, no en la
ordenación ministerial, y los estilos de gobierno deben ser menos jerárquicos y
más circulares y participativos.
Los principales actores en todos los sínodos (y concilios)
católicos y en todos los sínodos ortodoxos han sido los obispos. De una manera
suave y cooperativa, esto debería afirmarse y ponerse en práctica en los
sínodos continentales para que las iniciativas pastorales se mantengan dentro
de los límites de la sana doctrina. Los obispos no están allí simplemente para
validar el debido proceso y ofrecer un nihil obstat a lo que han observado.
A ninguno de los participantes del sínodo —laicos, religiosos,
sacerdotes u obispos—, les conviene que el sínodo decida que no se puede votar
y que no se pueden proponer proposiciones. Transmitir al Santo Padre sólo las
opiniones del comité organizador para que decida es un abuso de la sinodalidad,
una marginación de los obispos que no se justifica ni por las Escrituras ni por
la tradición. No es el debido proceso y es susceptible de manipulación.
Los católicos regulares de todo el mundo no aprueban las
conclusiones del sínodo actual. Tampoco hay mucho entusiasmo en los altos
niveles de la Iglesia. Las reuniones continuas de este tipo profundizan las
divisiones y unos pocos avivados pueden explotar la confusión y la buena
voluntad. Los ex anglicanos vueltos a la Iglesia tienen razón al identificar la
confusión cada vez mayor, el ataque a la moral tradicional y la inserción en el
diálogo de la jerga neomarxista sobre la exclusión, la alienación, la
identidad, la marginación, los sin voz, LGBTQ, así como el desplazamiento de
las nociones cristianas de perdón, pecado, sacrificio, curación, redención.
¿Por qué el silencio sobre un más allá de recompensa o castigo, sobre las
cuatro postrimerías: muerte y juicio, cielo e infierno?
Hasta ahora, el método sinodal ha descuidado, e incluso
degradado, lo trascendente, ha encubierto la centralidad de Cristo con
apelaciones al Espíritu Santo y ha fomentado el resentimiento, especialmente
entre los participantes.
Los documentos de trabajo no forman parte del magisterio. Son
una base para la discusión; para ser juzgados por todo el pueblo de Dios y
especialmente por los obispos con y bajo el Papa. Este documento de trabajo
necesita cambios radicales. Los obispos deben darse cuenta de que hay trabajo
por hacer, en nombre de Dios, más pronto que tarde.