Continuar con la reconstrucción del postconcilio
Por Stefano Fontana
Ahora que el funeral celebrado el miércoles ha marcado el final del
período inmediatamente posterior a la muerte terrenal de Benedicto XVI y se han
recordado los diversos aspectos de su grandeza, uno no puede evitar mirar hacia
delante y preguntarse qué quedará de su legado en un futuro próximo. Para
algunos quedará poco o nada de ella, porque las posiciones oficiales de la
Iglesia actual ya parecen haber superado a las de Benedicto XVI, su muerte
habría eliminado un escollo y continuar por el nuevo camino ahora debería ser
más fácil. Por otro lado están los “continuistas”, según los cuales el
pontificado de Francisco está en la línea del de Benedicto, que hasta ahora
simplemente se ha desarrollado de acuerdo con las premisas que él estableció y
así seguirá siendo. Ambas posturas me parecen insatisfactorias. Por lo tanto,
voy a intentar presentar otra.
Ratzinger/Benedicto representa una época, la del Concilio y el
postconcilio. Él encarnó la interpretación más equilibrada de aquella época,
logrando elaborar un cuadro convincente de la misma de tal manera que no dejó
(casi) nada fuera, ni siquiera los errores cometidos y las cuestiones que
siguen abiertas y por reconsiderar. Su legado, por tanto, consiste en retomar
todo el asunto desde donde lo dejó, sin llevar a cabo una transición de una época
a otra, continuando con la contención de las tendencias disolventes y
prosiguiendo con la reconstrucción. Francisco, en cambio, pretende dejar atrás
esta época que, según él, considera que la Iglesia todavía está en una posición
de conservación y no de salida. Quiere ser postconciliar. Es cierto que se
refiere a menudo al Concilio, pero precisamente para decir que ya no hay que
detenerse en él y en la época que inauguró. El debate entre Concilio y
postconcilio se ha acabado para él. La prueba más clara de esta posición, entre
las innumerables que podríamos mencionar, fue el motu proprio Traditionis
custodes, que estableció que la “cuestión litúrgica” había terminado y, con
ella, la “cuestión” de toda una época. Pero ésta era precisamente la cuestión
principal que Benedicto XVI consideraba necesario dejar abierta.
Si esta síntesis mía tiene algo de verdad, la solución “continuista” se
cae por su propio peso. ¿Y qué sucede con la otra? ¿Es la que queda de pie?
¿Quiere decir esto que el nuevo paradigma se impondrá definitivamente, la época
conciliar y postconciliar será borrada y la resistencia aplastada? No lo creo,
y explicaré por qué.
Lo que hemos visto en los últimos días pertenece al género de la épica
religiosa: Cuántas personas han rendido homenaje a Benedicto, cuántas personas
han declarado implícitamente que se han sentido “tocadas” por él, cuántos han
testificado que su muerte terrenal no es la muerte de su legado sino más bien
lo contrario, cuántos han revivido el discurso de Ratisbona del 12 de septiembre
de 2006 y sus otros escritos, cuántos se han ocupado de casos no resueltos como
la prohibición de hablar con sabiduría para que no se tergiversara la verdad
sobre él. Por supuesto, también hemos visto otras actitudes, por lo general
bastante mezquinas, como siempre ocurre en estos casos. Pero la adhesión de
inteligencia y corazón de los fieles a Benedicto ha sido impresionante y, visto
lo visto en estos días de su muerte y funeral, el legado de Benedicto no se
desvanecerá tan pronto, sino que toda la Iglesia se verá afectada durante mucho
tiempo.
Incluso me atrevería a decir que Benedicto y su legado influirán en la
Iglesia aún más después de su muerte física que antes, cuando estaba vivo.
Todos recordamos sus dos últimas intervenciones públicas: una sobre los abusos
del clero y otra sobre el celibato sacerdotal con el cardenal Sarah. Estas dos
intervenciones “frenaron” algunos procesos negativos y evitaron decisiones que
quizá ya se habían tomado, pero estaban congeladas. Con su muerte esto ya no
será posible, pero esta labor la continuarán a partir de ahora aquellos que han
asumido su legado. Esto representa una fuerza aún mayor, primero porque
contarán con la ayuda de un “mecenas celestial”, y segundo porque la causa
estará alejada de las contingencias de la historia, adquiriendo así un valor
emblemático y, por tanto, más movilizador.
Fuente: Brújula cotidiana, 07-01-2023