Por Miguel Pastorino
Una frase sacada de contexto empañó la verdadera trascendencia del
discurso del Papa.
Un año y medio después del comienzo de su pontificado, el 9 de setiembre
de 2006 Benedicto XVI comienza su cuarto viaje fuera de Italia, dirigiéndose a
su tierra de origen: Alemania. Múnich, Altötting y Ratisbona son los lugares
donde habría querido retirarse a estudiar y escribir si no lo hubieran elegido
sucesor de Pedro.
Lo que la mayor parte de la prensa y el mundo entero recuerda de ese
viaje fue una frase sobre el islam que dio la vuelta al mundo y dejó en la
sombra el calibre de todo lo que allí se dijo, la importancia del diálogo entre
fe y razón, uno de los pilares del pensamiento de uno de los intelectuales más
significativos del siglo XX.
La anécdota,
la prensa y su contexto
Al igual que en la mayor parte de sus viajes, lo que se conoció fueron
frases que podían ser noticia escandalosa, generalmente sacada de contexto y
olvidando las cuestiones fundamentales de los brillantes, profundos y lúcidos
discursos de Benedicto XVI.
Un detalle no menor es que todos los discursos para un viaje papal
fueron escritos un tiempo antes y han sido leídos por los colaboradores de la
Secretaría de Estado, como es habitual. El objetivo de todos sus discursos era
la centralidad de Dios y que Europa necesitaba reencontrarse con el Dios de la
paz y del amor, el Dios en el cual toda auténtica religión puede reconocerse.
Para ello, en una homilía del 10 de setiembre habla en particular de la
relación entre cristianismo e islam, explicando que la amenaza para el islam no
es el cristianismo, sino el desprecio de Dios y el cinismo de quien ve en el
escarnio de la religión un derecho de libertad, haciendo de la utilidad el
criterio supremo de vida. Es decir, el conflicto no es entre religiones como
llegó a plantear Samuel Huntington, sino entre el mundo religioso y el
secularismo hostil a la religión.
El 12 de setiembre es el día clave de todo el viaje, porque habló en la
Universidad de Ratisbona ante los representantes de la ciencia. Ratzinger
vuelve a la universidad que fue también la suya, donde profundamente emocionado
brinda una impresionante lectio, cuyo núcleo es el vínculo entre fe y razón: es
razonable creer y no se puede creer contra la razón. Y para explicar lo que
quiere comunicar, da un ejemplo histórico, completamente marginal en el texto,
que será el cortocircuito de la polémica que se desató.
Benedicto cita un diálogo del siglo XIV entre el emperador Bizantino
Manuel II Paleólogo con un culto persa sobre cristianismo e islam, en el que el
emperador dice: «Muéstrame también lo que Mahoma ha traído de nuevo, y allí
encontrarás solo cosas malas e inhumanas, como su directiva de difundir por
medio de la espada la fe que predicaba».
Y seguidamente a esta frase Benedicto afirma: «El emperador, después de
haberse pronunciado de manera tan dura, explica luego minuciosamente las
razones por las cuales la difusión de la fe mediante la violencia es algo
irracional». Si uno lee todo el discurso, en esta alusión es obvio que la cita
no es el pensamiento de Benedicto sobre el islam, sino una cita histórica para
ejemplificar una idea que desarrollará, la relación entre fe y razón.
Sin embargo, lo que dio vuelta el mundo fue la frase del emperador
bizantino dicha por el Papa, sacudiendo al mundo musulmán que reacciona con indignación.
A partir de allí el debate por esta frase oscurece el impresionante y
significativo contenido de su magistral discurso y la opinión pública mundial
se entretiene con la anécdota. Anécdota que por cierto que llegó a hacer
temblar relaciones diplomáticas de la Santa Sede con países musulmanes. Y los
medios de comunicación no hablaban de otra cosa.
Periodistas con experiencia en el Vaticano habían leído el texto antes
de que se hiciera público, porque de hecho siempre se los hacen llegar antes y
habían olfateado el peligro de esta frase fuera de contexto. Para quienes poco
entienden de lo que el Papa está tratando de decir, la noticia solo puede ser
una frase que pueda generar polémica.
En ese mismo mes Tarcisio Bertone sucede a Ángelo Sodano en la dirección
de la Secretaría de Estado de la Santa Sede y tiene que hacer frente a la
crisis. Benedicto aclara el asunto en varias oportunidades que se trataba de
una cita medieval y que obviamente no reflejaba su pensamiento, pero hasta el
día de hoy muchos se quedaron con los titulares de prensa.
Lo que no tuvo tanta prensa fue que un mes después, treinta y ocho
personalidades referentes del mundo musulmán escriben al Papa Benedicto una
carta abierta con acuerdos y desacuerdos, pero en tono fraterno. Fue la primera
vez que figuras distintas de diferentes corrientes de pensamiento dentro del
islam, hablan con una sola voz al Papa con la intención de llegar a una mutua
comprensión.
Con el pasar de los meses los firmantes llegan a ciento treinta y ocho,
que pertenecen a cuarenta y tres naciones, con una segunda carta en el final
del Ramadán de ese año.
Un primer encuentro con tantas figuras del islam unidas a través de una
comunicación común, fue un evento sin precedentes, realizado en 2008 en el
Vaticano. La reconciliación se completa con el viaje de Benedicto a Turquía
donde el diálogo con el mundo musulmán sigue desarrollándose en forma
fructífera.
Aun entre católicos puede ser todavía desconocida la capacidad que tuvo
Ratzinger para el diálogo con judíos, musulmanes y con el mundo protestante.
Incluso en su pontificado es la primera vez en la historia que un Papa nombra a
un protestante como presidente de la Academia de Ciencias y a un musulmán como
profesor de la Universidad Gregoriana. Fue el segundo pontífice en hablar en
una mezquita y el primero en participar de una celebración protestante. Su
apertura y capacidad para el diálogo siempre fueron indiscutibles y superiores
a lo imaginado.
Pero lo importante de Ratisbona no era ninguna clase de conflicto con el
islam, sino más bien lo contrario, la defensa del lugar de la religión en el
espacio público, desde la convicción de la unidad entre fe y razón. Obviamente
lo importante estaba en otra parte del discurso.
Una razón
abierta y el necesario diálogo
Ratzinger conoce muy bien los problemas de la epistemología
contemporánea, y está hablando a personalidades de la ciencia. En su
pensamiento siempre se opuso a toda forma de reduccionismo positivista y
materialista. Su reiterado énfasis en las patologías de la razón y de la
religión, cuando una abandona a la otra, son una apelación constante por una
racionalidad abierta, crítica y humilde, por una relación fecunda entre fe y
razón que no consiste solamente en la mutua colaboración, sino en que ambas se
reclaman mutuamente.
Los núcleos del discurso de Ratisbona están en que, reconociendo lo que
tiene de positivo el desarrollo del pensamiento moderno y las posibilidades de
progreso que ha traído, la razón ha quedado atrapada en una visión estrecha de
la realidad. Benedicto hace un llamado a ampliar nuestro concepto de razón y de
su uso, para evitar el peligro de los extremos de una ciencia que no dialoga
con la filosofía ni con la teología, o de una religión que da la espalda a la
razón.
Puso en el centro de la discusión la relación entre fe y razón, el
problema de la exclusión de Dios del pensamiento moderno, especialmente las
patologías de una racionalidad que se amputa sus propias posibilidades de
pensamiento, sobre una forma de pensar reductiva y estrecha, heredera del
positivismo.
Sobre la necesidad de que la razón y la fe se reencuentren de modo
nuevo, superando la limitación que la filosofía moderna se impone a sí misma de
limitarse a lo dado empíricamente y devolverle al pensamiento un horizonte más
amplio. Ratzinger contra toda moda cultural, pone al descubierto una de las
principales causas de la crisis que vive el mundo occidental: la crisis de sus
fundamentos y la renuncia a la búsqueda de la verdad, un pragmatismo y
relativismo que olvida las preguntas fundamentales del ser humano.
Las ideas sintetizadas en este discurso ya estaban desarrolladas en
escritos filosóficos de sus años de docencia universitaria, entre 1955 y 1976.
Ideas que profundizó y que nunca abandonó, porque siguen siendo vigentes y
necesarias para un fecundo diálogo entre ciencia y religión, filosofía y
teología. Aquí comparto algunos de los núcleos del discurso en Ratisbona que
puede leerse íntegro en el sitio web de la Santa Sede:
“Solo lo lograremos si la razón y la fe se reencuentran de un modo
nuevo, si superamos la limitación que la razón se impone a sí misma de
reducirse a lo que se puede verificar con la experimentación, y le volvemos a
abrir su horizonte en toda su amplitud… en este sentido la teología debe
encontrar espacio en la universidad y en el amplio diálogo con las ciencias…”
“Solo así seremos capaces de entablar un auténtico diálogo entre las
culturas y las religiones, del cual tenemos urgente necesidad. En el mundo
occidental está muy difundida la opinión según la cual sólo la razón
positivista y las formas de la filosofía derivadas de ella son universales.
Pero las culturas profundamente religiosas del mundo consideran que
precisamente esta exclusión de lo divino de la universalidad de la razón
constituye un ataque a sus convicciones más íntimas. Una razón que sea sorda a
lo divino y relegue la religión al ámbito de las subculturas, es incapaz de
entrar en el diálogo de las culturas… Para la filosofía y, de modo diferente,
para la teología, escuchar las grandes experiencias y convicciones de las
tradiciones religiosas de la humanidad, especialmente las de la fe cristiana,
constituye una fuente de conocimiento; oponerse a ella sería una grave
limitación de nuestra escucha y de nuestra respuesta”.
Fuente: Aleteia, 04/01/23