por Monseñor Héctor Aguer
Fuente: Infocatólica, 10/11/21
El Sumo Pontífice ha
convocado para octubre de 2023 la XVI Asamblea General Ordinaria del Sínodo de
los Obispos, para tratar el tema «Por una Iglesia sinodal: comunión,
participación y misión». Y, para ello, ha establecido que desde este año, en
todas las diócesis del mundo, se convoquen asambleas para «escuchar al pueblo
de Dios». En otras palabras: la Iglesia ha entrado en un estado deliberativo
permanente, de tres años, a escala planetaria. ¿Se persigue, acaso, relativizar
la composición jerárquica de la Iglesia, para darle poder ejecutivo «a las
bases»? ¿Se están analizando «nuevos ministerios» laicales; que compitan con
los ministerios ordenados, los limiten y hasta, eventualmente, se constituyan
en sucedáneos de ellos? ¿Va camino la «Iglesia sinodal» de transformarse en una
democracia liberal?
Causa, como mínimo,
sorpresa que en los últimos años se haya insistido tanto en cuestionar la
supuesta «autorreferencialidad» de la Iglesia, ¡y ahora se convoque a un sínodo
para potenciar lo que se supone fuera de lugar! ¿No ha llegado la hora de
releer, y llevar a la práctica, lo que enseña el libro de los Hechos de los
Apóstoles? Sería una oportunidad inmejorable para que la «Iglesia en salida»
imitase aquel ardor misionero de Pentecostés; con la conmovedora confesión de la
fe, y el martirio de los apóstoles y los primeros discípulos.
Desde hace más de
seis décadas, hablamos del aggiornamento eclesial. Etimológicamente, la palabra
significa poner al día (giorno). ¿Existe, acaso, algún día que dure varios
lustros? Y, además, ¿se ha profundizado, en este tiempo, en el mandato que nos
da Jesucristo: Vayan y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos,
bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y
enseñándoles a cumplir todo lo que yo les he mandado (Mt 28, 19-20)? ¿Y,
también: Vayan por todo el mundo, anuncien la Buena Noticia a toda la creación.
El que crea y se bautice, se salvará. El que no crea, se condenará (Mc 16,
15-15)? Cumplir con lo que nos pide el Señor, evangelizar, y hacer nuevos hijos
suyos no es proselitismo, sino un acto de obediencia, y de justicia; y fuente
de verdadero gozo. Da mihi animas caetera tolle (Dadme almas, y llévate todo lo
demás), repetía San Juan Bosco; en tiempos no menos difíciles para la Iglesia.
En distintos artículos
publicados por InfoCatólica sostuve que en estos días nuestros, muchos temen la
división de la Iglesia. Desde una perspectiva relativista se apunta como
responsables a los grupos de conservadores y progresistas, como si fueran
igualmente ideologizados; ambos deberían sumergirse en el gran río que es la
Iglesia, donde caben todos (no nos engañemos: en realidad, para el relativismo
unos más que otros), o considerarse cada uno cara de gran poliedro, que es la
figura eclesial. En esa visión quienes molestan son quienes adhieren, por
razones históricas y teológicas, sobrenaturales, a la Gran Tradición católica,
y se resisten a adoptar los «nuevos paradigmas» propuestos y sostenidos
oficialmente. Conservadores y progresistas (quizás estos nombres no sean los adecuados),
si no endurecen e ideologizan su posición, podrían ser matices respetuosos de
la ortodoxia doctrinal, y compartir pacíficamente la tarea pastoral.
Lo puse de relieve en
mi trabajo «Lamentable retroceso», a propósito de Traditionis custodes: El
actual Pontífice declara que desea proseguir todavía más en la constante
búsqueda de la comunión eclesial, y para hacer efectivo este propósito,
¡elimina la obra de sus predecesores poniendo límites arbitrarios y obstáculos
a lo que aquellos establecieron con intención ecuménica intraeclesial y de
respeto a la libertad de sacerdotes y fieles! Promueve la comunión eclesial al
revés. Las nuevas medidas implican un lamentable retroceso. La pax litúrgica
que, con sabiduría y excelsa caridad, buscó Benedicto XVI con Summorum
Pontificum, ha sido barrida de un plumazo. Un nuevo Papa deberá restablecer la
plena y absoluta libertad de todos los sacerdotes, sin necesidad de tener que
pedir permiso a su obispo, para celebrar la «Misa de antes».
Resulta sorprendente
la dureza de la reacción del Vaticano frente a lo que denomina una moda;
especialmente, entre los más jóvenes. ¿Acaso una moda no es de por sí pasajera
y, con frecuencia, muy fugaz? Está claro que, en la práctica, no la considera
como tal; y, por eso, se dio esta respuesta desproporcionada.
Me consta que muchos
jóvenes de nuestras parroquias están hartos de los abusos litúrgicos que la
jerarquía permite sin corregirlos; desean una celebración eucarística que
garantice una participación seria y profundamente religiosa. No hay en esta
aspiración nada de ideológico. Esos jóvenes –y algunos que ya no lo son- no van
a Misa para ver un espectáculo, o a celebrarse a ellos mismos; van para darle
gloria a Dios, santificarse, y llevar luego a todas partes el dulce aroma de
Cristo. Por otra parte, ya que hay que estar bien atentos a los signos de los
tiempos, y a la escucha, ¿no deben ser escuchados estos hermanos nuestros;
enraizados en lo más puro de la Tradición y la Ortodoxia?
Hace nueve años, en
2012, convocado por el entonces Papa Benedicto XVI, tuve el honor de participar
en el sínodo de la Nueva Evangelización. Me conmovió, especialmente, la
exposición de Tomasso Spinelli, joven catequista, de 23 años, de la Diócesis de
Roma. Yo cuando lo escuché me dije: leeré este mensaje a los seminaristas. Sus
palabras fueron rubricadas con el aplauso más importante del Sínodo. «Ustedes
los sacerdotes (dirigiéndose a los Obispos) –dijo- han hablado sobre el papel
de los laicos. Yo, que soy laico, quiero hablar del papel de los sacerdotes.
«Nosotros los jóvenes
–añadió Tomasso- tenemos necesidad de guías fuertes, sólidos en su vocación y
en su identidad. Es de ustedes, sacerdotes, de quienes nosotros aprendemos a
ser cristianos, y ahora que las familias están más desunidas, su papel es
todavía más importante para nosotros. Ustedes nos testimonian la fidelidad a
una vocación, nos enseñan la solidez en la vida, y la posibilidad de elegir un
modo alternativo de vivir, siendo éste más bello que el que nos propone la
sociedad actual.
«Mi experiencia
–remarcó el joven- testimonia que allí donde hay un sacerdote apasionado, la
comunidad, en poco tiempo, florece. La fe no ha perdido atractivo, pero es
necesario que existan personas que la muestren como una elección seria, sensata
y creíble. Lo que me preocupa es que estos modelos se han convertido en una
minoría. El Sacerdote ha perdido confianza en la importancia de su propio
ministerio, ha perdido carisma y cultura. Veo sacerdotes que identifican
‘dedicarse a los jóvenes’ con ‘disfrazarse de joven’; o, peor aún, vivir el
estilo de vida de los jóvenes. Y lo mismo en la liturgia, ya que en el intento
de hacerse originales se convierten en insignificantes. Les pido el coraje de
ser ustedes mismos. No teman, porque allí donde sean auténticamente sacerdotes,
allí donde propongan sin miedo la verdad de la fe, allí donde no tengan miedo
de enseñarnos a rezar, nosotros los jóvenes los seguiremos. Hacemos nuestras
las palabras de Pedro, ‘Señor, ¿a quién iremos? Solo Tú tienes palabras de vida
eterna’. Nosotros tenemos hambre de lo eterno y de lo verdadero».
Tomasso nos dejó una hermosa lección de amor a Cristo y la Iglesia. Casi una década después sus palabras son de una enorme actualidad. Jóvenes como él son parte de la solución, y no del problema. Está en nosotros, los pastores, constituidos como tales por el mismo Jesucristo; y no por ningún consenso humano, ni desviaciones antropocéntricas, guiarlos, enseñarles y conducirlos al encuentro con Dios. Les advierte San Pablo a los Corintios: Que cada cual se fije bien de qué manera construye. El fundamento ya está puesto y nadie puede poner otro, porque el fundamento es Jesucristo (1 Cor 3, 10-11). Esa es la verdadera salida que nos pide el único Señor de la Historia. La que siempre va hacia adelante; hacia el encuentro definitivo en la Eternidad…
Buenos Aires,
miércoles 10 de Noviembre de 2021.
Memoria de San León
Magno, Papa y Doctor de la Iglesia.
En Argentina, Día de
la Tradición.-