Conferencia Magistral pronunciada en la Universidad de Sevilla el 10 de octubre del 2018
Por Marcelo Gullo
Doctor en Ciencia Política
Estamos apenas, a algunas horas de festejar el día de la Hispanidad.
¿Cómo no referirnos, entonces, en nuestras primeras palabras, justamente en
la ciudad de Sevilla -que fue informalmente la capital de Hispanoamérica,
aunque ella, hoy, lo ignore-, a tan importante fecha?
Sin embargo, por otra parte, la lógica nos indica que es preciso comenzar
esta conferencia explicando el título elegido para la misma, que guarda, aunque
las apariencias engañen, una relación íntima y estrecha con el hecho histórico
que nos aprestamos a conmemorar.
De la mera observación objetiva del escenario internacional, se desprende
que la igualdad jurídica de los Estados es una simple ficción, por la sencilla
razón de que algunos estados son más poderosos que otros, lo cual lleva a que
el derecho internacional sea un obstáculo imposible de sortear por el más débil
y sencillo de atravesar para el más fuerte.
Los Estados existen como sujetos activos del sistema internacional en tanto
y en cuanto poseen poder. Poder militar, poder económico y, sobre todo, poder
cultural.
Sólo los Estados que poseen poder, son capaces de dirigir su propio
destino. Aquellos estados sin poder militar, económico y cultural suficientes
para resistir la imposición de la voluntad de otro Estado, son objeto de la
historia porque son incapaces de dirigir su propio destino.
Por la propia naturaleza del sistema internacional, los Estados con poder,
tienden a constituirse en estados líderes o a transformarse, en Estados
subordinantes y, por lógica consecuencia, los Estados desprovistos de los
atributos del poder suficiente, en materia militar, económica y cultural, para
mantener su autonomía, tienden a devenir en Estados vasallos o Estados
subordinados, es decir, a convertirse en colonias informales o semicolonias,
más allá de que logren conservar los aspectos formales de la soberanía.
En esos Estados, cuando son Estados democráticos, las grandes decisiones
nacionales, no son tomadas por sus instituciones formales como los Parlamentos,
sino que se toman de espaldas a la mayoría de su población y, casi siempre,
allende sus fronteras.
Los Estados democráticos subordinados, poseen una democracia de baja
intensidad. Lógicamente, existen grados en la relación de subordinación, que es
una relación dinámica y no estática.
La hipótesis sobre la que reposan las Relaciones Internacionales, como
sostiene Raymond Aron, está dada por el hecho de que las unidades políticas se
esfuerzan en imponer, unas a otras, su voluntad.1
La Política Internacional comporta, siempre, una pugna de voluntades:
voluntad para imponer o voluntad para no dejarse imponer, la voluntad del otro.
Para imponer su voluntad, los Estados más poderosos tienden, en primera
instancia, a tratar de imponer su dominación cultural.
Las más de las veces, esta dominación cultural la logran, los Estados
poderosos, falsificando la historia del propio Estado que se proponen dominar.
El ejercicio de la dominación, de no encontrar una adecuada resistencia por
parte del Estado receptor, provoca la subordinación ideológico-cultural que da,
como resultado, que el Estado subordinado sufra de una especie de síndrome de
inmunodeficiencia ideológica, debido al cual, el Estado receptor pierde
incluso, la voluntad de defensa cultural y toma la historia construida por el
otro, como propia. Cae entonces, dicha Nación, la Nación receptora, en un
estado de subordinación pasiva inevitable y muchas veces irreversible.
Podemos afirmar, siguiendo el pensamiento de Hans Morgenthau, que el
objetivo ideal o teleológico de la dominación cultural, en términos de
Morgenthau, “imperialismo cultural” consiste en la conquista de las
mentalidades de todos los ciudadanos que hacen la política del Estado en
particular y la cultura de los ciudadanos en general, al cual se quiere
subordinar. Definiendo el concepto de “Imperialismo cultural”, Hans Morgenthau
afirma:
“Si se pudiera imaginar la cultura y, más particularmente, la ideología
política de un Estado A con todos sus objetivos imperialistas concretos en
trance de conquistar las mentalidades de todos los ciudadanos que hacen la
política de un Estado B, observaríamos que el primero de los Estados habría
logrado una victoria más que completa y habría establecido su dominio sobre una
base más sólida que la de cualquier conquistador militar o amo económico. El
Estado A no necesitaría amenazar con la fuerza militar o usar presiones
económicas para lograr sus fines. Para ello, la subordinación del Estado B a su
voluntad se habría producido por la persuasión de una cultura superior y por el
mayor atractivo de su filosofía política.” 2,
Sin embargo, para algunos pensadores, como Juan José Hernández Arregui, la
política de subordinación cultural tiene como finalidad última, no sólo la
“conquista de las mentalidades” sino la destrucción misma del “ser nacional”
del Estado sujeto a la política de subordinación.
Y, aunque generalmente, reconoce Hernández Arregui, el Estado emisor de la
dominación cultural (el “Estado metrópoli”, en términos de Hernández Arregui),
no logra el aniquilamiento del ser nacional del Estado receptor, el emisor sí
logra crear en el receptor, “…un conjunto orgánico de formas de pensar y de
sentir, un mundo-visión extremado y finamente fabricado, que se transforma en
actitud «normal» de conceptualización de la realidad [que] se expresa como una
consideración pesimista de la realidad, como un sentimiento generalizado de
menorvalía, de falta de seguridad ante lo propio, y en la convicción de que la
subordinación del país y su desjerarquización cultural, es una predestinación
histórica, con su equivalente, la ambigua sensación de la ineptitud congénita
del pueblo en que se ha nacido y del que sólo la ayuda extranjera puede
redimirlo.” 3
Preciso es destacar que, aunque el
ejercicio de la subordinación cultural por parte del Estado emisor no logre la
subordinación ideológica cultural total del Estado receptor, puede dañar
profundamente la estructura de poder de este último, si engendra, mediante el
convencimiento ideológico y la falsificación de la historia, una vulnerabilidad
ideológica que resulta ser -en tiempos de paz – la más peligrosa y grave de las
vulnerabilidades posibles para el poder nacional porque, al condicionar el
proceso de la formación de la visión del mundo de una parte importante de la
ciudadanía y de la elite dirigente, condiciona, por lo tanto, la orientación
estratégica de la política económica, de la política externa y, lo que es más
grave aún, corroe la autoestima de la población, debilitando la moral y el
carácter nacionales, ingredientes indispensables – como enseñara Morgenthau –
del poder nacional necesario para llevar adelante una política tendiente a
alcanzar los objetivos del interés nacional.
Preciso es afirmar, a esta altura de nuestro discurso, que la “Leyenda
negra”, de la conquista española de América constituyó el principal ingrediente
del imperialismo cultural anglosajón para derrotar a España y dominar
Hispanoamérica.
“El menosprecio hacia España arranca de los siglos XVII y XVIII como parte
de la política nacional de Inglaterra”, afirma el filósofo marxista, Hernández
Arregui, a quien nadie, en su sano juicio, podría acusar de “falangista.”
“Es un desprestigio de origen extranjero –sostiene Arregui- que se inicia
con la traducción al inglés, muy difundida en la Europa de entonces, del libro
de Bartolomé de las Casas. Lágrimas de los indios: relación verídica e
histórica de las crueles matanzas y asesinatos cometidos en veinte millones de
gentes inocentes por los españoles. El título lo dice todo. Un libelo.”4
Reflexionando sobre el descubrimiento y conquista de América, el gran
historiador argentino Jorge Abelardo Ramos, enrolado desde muy joven en las
filas del socialismo de inspiración trotskista, afirma que, (cuando) “…el 12 de
octubre de 1492, el ligur Cristóbal Colón descubre a Europa la existencia de un
Orbis Novo…no sólo fue el eclipse de la tradición ptolemaica y el fin de la
geografía medieval. Hubo algo más. Ese día nació América Latina y con ella, se
gestaría un gran pueblo nuevo, fundado en la fusión de las culturas antiguas.”
5
Para el mismo Jorge Abelardo Ramos, el 12 de octubre, es el día de
nacimiento de América Latina y esto, es un hecho irreversible – según Ramos –
independientemente de que esa fecha sea nominada (como) “…descubrimiento de
América, o Doble Descubrimiento o Encuentro de dos Mundos, o genocidio, según
los gustos, y sobre todo, según los intereses, no siempre claros…” 6
Prístinas, son las palabras de Abelardo Ramos que nos señala la existencia
de intereses “no siempre claros”, al momento de reflexionar sobre el
descubrimiento de América.
Sin embargo, aún ese gran historiador argentino cae en un error conceptual
que es precisamente el origen de nuestra pasiva subordinación cultural tanto de
un lado como del otro del océano Atlántico.
Nosotros, no somos latinoamericanos somos hispanoamericanos. Y no lo somos
porque, -como explica el gran pensador marxista Juan José Hernández Arregui, a
quien, como ya dijimos resulta imposible catalogar de franquista-, porque el
concepto de América latina, es un concepto falso, un término creado en Francia
y luego, utilizado por los Estados Unidos que, “disfraza una de las tantas
formas de colonización mental”7, tan viva hoy en Hispanoamérica, como en
España.
Pasivamente subordinados ideológicamente, por el peso de la “Leyenda
Negra”, de un lado y del otro del Atlántico, desechamos el término
Hispanoamérica, concepto que, revindicado a comienzos del siglo XX, por el gran
escritor uruguayo José Enrique Rodo, no deja de lado, a su entender, al Brasil,
sino que lo incluye, pues de la Hispania Romana formaron parte tanto la actual
España, como el Portugal de nuestros días. Porque Portugal, agregamos nosotros,
nació del Reino de León, y toda su existencia desde su nacimiento hasta la
muerte del querido Rey Sebastián, -acontecida en 1578, en las tórridas tierras
de Marruecos bañadas por el Alcazalquivir cuando intentara la reconquista del
norte del África para la Fe de Cristo-, giró en torno a la dialéctica
unidad-independencia, que llevó a que las dos coronas, durante todo ese tiempo,
buscaran la reunificación, a través del matrimonio de sus hijos.
Pasivamente subordinada, ideológica y culturalmente, a través de la
falsificación de la historia de la conquista, Hispanoamérica olvidó a su progenitora,
pero, más grave aún, España también pasivamente subordinada, ideológica y
culturalmente, por la historia que construyeron sus enemigos, olvido su
“maternidad metafísica.” Leyenda Negra, de la conquista de América que fue
pulverizada por la crítica histórica seria, tal y como lo reconoce el mismísimo
literato y abanderado del pensamiento liberal, Mario Vargas Llosa, de quien
nadie podría sospechar simpatías franquistas o abrigo de viejos sueños
imperiales trasnochados.
Una “Leyenda Negra” que, como reconoce Vargas Llosa, es una “construcción
intelectual ficticia” que, desde “hace siglos distorsiona profundamente la
historia de España y ridiculiza a su pueblo”. Pero una Leyenda Negra que, como
justamente reconoce el gran escritor peruano esta “todavía muy viva porque los
propios españoles no han querido ni sabido contradecirla.”8
Es por ello que, siguiendo a Hernández Arregui afirmamos que: “La leyenda
contra España erigida por los anglosajones, debe ser desarmada por los
hispanoamericanos, más que por los españoles…España tendrá que reconquistarse a
sí misma desde América.” 9
Y a esa tarea nos abocamos también en esta conferencia.
Según Elvira Roca Barea –afirma Vargas Llosa -, “la leyenda negra
antiespañola fue una operación de propaganda montada y alimentada a lo largo
del tiempo por el protestantismo -sobre todo en sus ramas anglicana y
calvinista- contra el imperio español y la religión católica para afirmar su
propio nacionalismo, satanizándolos hasta extremos pavorosos y privándolos
incluso de humanidad. Da, de ello, ejemplos abundantes y de toda índole:
tratados teológicos, libros de historia, novelas, documentales y películas de
ficción, cómics, chascarrillos y hasta chistes de sobremesa.” 10
Conviene recordar aquí, algunas de las voces que en Hispanoamérica se atrevieron
a contradecirla esa leyenda.
En mi patria chica, la República Argentina, todos nuestros grandes líderes
populares, Artigas, Quiroga, Rosas, Irigoyen y Perón se enfrentaron a la
leyenda negra porque intuían, en esa falsa interpretación de la historia de la
conquista española de América, la mano oculta de la “pérfida Albión”.
Permítaseme precisar y recordar, en tiempos en que en mi patria chica se
usa la figura de Evita para justificar un endeble “progresismo indigenista”,
aquello que con esa pasión que le brotaba del corazón y le quemaba el alma
repitiera, una y mil veces, Evita, adelantándose con intuición femenina, a
aquello que científicamente comprueba, en nuestros días, la historiadora María
Elvira Roca Barea, “La leyenda negra – afirma Eva Perón- con la que la Reforma
se ingenió en denigrar la empresa más grande y más noble que conocen los
siglos, como fueron el descubrimiento y la conquista, sólo tuvo validez en el
mercado de los tontos o de los interesados.”11
También, en honor a la verdad histórica, a propósito de la conquista de
América, permítaseme citar aquí el pensamiento de Juan Domingo Perón quien,
conviene recordarlo, murió envuelto en el amor de su pueblo y cercado por el
odio de la oligarquía y el desprecio de algunas agrupaciones juveniles que,
optando por el camino de la muerte y la violencia, llevaron a la muerte de toda
política.
El 12 de octubre de 1947 Perón, refiriéndose a la conquista española de
América, afirmaba:
“Su empresa tuvo el sino de una
auténtica misión. Ella no vino a las Indias ávida de ganancias y dispuesta a
volver la espalda y marcharse una vez exprimido y saboreado el fruto. Llegaba
para que fuera cumplida y hermosa realidad, el mandato póstumo de la Reina
Isabel de “atraer a los pueblos de Indias y convertirlos al servicio de Dios”.
Traía para ello la buena nueva de la verdad revelada, expresada en el idioma
más hermoso de la tierra. Venía para que esos pueblos se organizaran bajo el
imperio del derecho y vivieran pacíficamente. No aspiraban a destruir al indio
sino a ganarlo para la fe y dignificarlo como ser humano…como no podía ocurrir
de otra manera, su empresa fue desprestigiada por sus enemigos, y su epopeya
objeto de escarnio, pasto de la intriga y blanco de la calumnia, juzgándose con
criterio de mercaderes, lo que había sido una empresa de héroes. Todas las
armas fueron probadas: se recurrió a la mentira, se tergiversó cuanto se había
hecho, se tejió en torno suyo una leyenda plagada de infundios y se la propaló
a los cuatro vientos.
Y todo, con un propósito avieso… fomentar así, en nosotros, una
inferioridad espiritual propicia a sus fines imperialistas, cuyos asalariados y
encumbradísimos voceros, repetían, por encargo, el ominoso estribillo cuya
remunerada difusión corría por cuenta de los llamados órganos de información
nacional…España, nuevo Prometeo, fue así amarrada durante siglos a la roca de
la Historia.”12
Por si cupiese alguna duda, la motivación proselitista religiosa de la
conquista de América, de las que nos habla el presidente argentino Juan Domingo
Perón, fue claramente identificada, también por dos grandes autoridades del
marxismo hispanoamericano como fueron, el peruano José Carlos Mariátegui y el
argentino Rodolfo Puiggrós.
Es, en ese sentido que José Carlos Mariátegui afirma:
“He dicho ya que la Conquista fue la última cruzada y que con los
conquistadores tramontó la grandeza española. Su carácter de cruzada define a
la Conquista como empresa esencialmente militar y religiosa. La realizaron en
comandita soldados y misioneros… La ejecución de Atahualpa, aunque, obedeciese
sólo al rudimentario maquiavelismo político de Pizarro, se revistió de razones
religiosas…Después de la tragedia de Cajamarca, el misionero continuó dictando
celosamente su ley a la Conquista. El poder espiritual inspiraba y manejaba al
poder temporal… el cruzado, el caballero, personificaba una época que concluía,
el Medioevo católico.” 13
En el mismo sentido, Rodolfo Puiggrós sostiene que:
“La conquista de América, prolongó
las cruzadas a un escenario de magnitud y características desconocidas por el
soldado europeo…Ninguno estaba habilitado, como el español, para tarea tan
gigantesca. Casi tres siglos antes (1212), en la gran batalla de las Navas de
Tolosa que deshizo al ejército musulmán, los cincuenta mil caballeros y peones
franceses, provenzales, bretones, italianos, alemanes e ingleses defeccionaron
y los ibéricos solos (soli hispani), dieron la pelea y obtuvieron la victoria.
Desde entonces guerrearon contra el Islam sin ayuda extranjera…De no aparecer
en su camino el Nuevo Mundo, es seguro que los castellanos hubiesen perseguido
a los súbditos del Islam, más allá del estrecho de Gibraltar. El ambicioso
sueño de exterminarlos y reconstruir a lo largo del litoral surmediterráneo,
los dominios de los primeros cristianos no fue abandonado, mientras América no
absorbió las energías de España hasta dejarla exhausta…España –concluye
Puiggrós -, volcó en el Nuevo Mundo su sentido misional cristiano que, formado
en la guerra anti islámica… inyectó a las sociedades que creó del otro lado del
océano, el trascendentalismo religioso que, en las postrimerías del feudalismo,
sobrevivía a los grandes cambios sociales en marcha en el Viejo Mundo.” 14
“Contribuyó a la extensión y duración de la leyenda negra –afirma Vargas
Llosa- la indiferencia con que el imperio español, primero, y, luego sus
intelectuales, escritores y artistas, en vez de defenderse, en muchos casos
hicieron suya la leyenda negra, avalando sus excesos y fabricaciones como parte
de una feroz autocrítica que hacía de España un país intolerante, machista,
lascivo y reñido con el espíritu científico y la libertad.”15
En definitiva, la “Leyenda negra” a través de la cual se produjo la
subordinación cultural pasiva de España, que dura hasta nuestros días y que la
lleva a no reconocer a sus hijos y a preferir en su suelo a los rubios teutones
o a los árabes musulmanes, fue la obra más genial del marketing político
británico.
El libro del padre De las Casas fue el primer caso en que los órganos de
inteligencia de una unidad política lograban convertir una obra literaria o
histórica, en un éxito mundial.
En el siglo XV, Holanda e
Inglaterra, que se encontraban empeñadas en una guerra a muerte con España,
decidieron utilizar, como instrumento de propaganda antiespañola, el libro
Brevísima relación de la destrucción de las Indias, del sacerdote español
Bartolomé de las Casas y lograron convertirlo, en poco tiempo, en un éxito
mundial. El libro Brevísima relación de la destrucción de las Indias, fue
escrito por Fray Bartolomé, en España, hacia 1541 y publicado en Sevilla en
1552.
Desde 1579 y hasta 1648 (es decir desde la rebelión de los Países Bajos a
la Paz de Westfalia), se imprimieron, en Holanda -enemiga mortal de España-, 33
ediciones de la obra de Bartolomé de las Casas ilustradas, casi todas ellas,
por el grabador y editor holandés Teodoro de Bry, con láminas que expresaban en
imágenes la narración que el dominico hacía de las supuestas atrocidades
realizadas por los españoles en América.
Al respecto, el historiador marxista Jorge Abelardo Ramos afirma:
“En su Brevísima relación de la destrucción de las Indias, y luego en su
Historia General de las Indias, el Padre Las Casas ofreció una versión,
exagerada por su pasión y frecuentemente plagada de inexactitudes dictadas por
los peores recursos polémicos, de la crueldad española en la Conquista. La
destrucción crítica de su Brevísima es sencilla y los hispanófilos ya la han
realizado. Importa reiterar aquí que los rivales europeos de España, famosos
genocidas y vampiros de pueblos enteros, como los ingleses y holandeses, se
lanzaron sobre la obra de Las Casas como moscas sobre la miel. En las prensas
de Alemania, Holanda y Gran Bretaña, se difundieron enseguida las traducciones.
Al parecer, España en sus conquistas empleaba métodos sangrientos. Sus rivales,
en cambio, eran filántropos rebosantes de piedad.”16
Preciso es aclarar que, en Hispanoamérica, “la denegación de España, de
parte de la oligarquía, en su nuez, no es más que el residuo cultural mortecino
de su servidumbre material al Imperio británico. Los pueblos, -afirma Hernández
Arregui- se mantuvieron hispánicos, filiados al pasado, a la cultura anterior.
Lo cual prueba el poder de esa cultura española que la oligarquía repudio para
vivir en delante de prestado.”17
Es por las razones expuestas que, siguiendo al gran jesuita arequipeño
Guzmán y Vizcardo, quien fuera el primero en plantear la necesidad de la
independencia de la madre patria, quisiera recordarles que nosotros somos
españoles americanos y ustedes españoles peninsulares.
Por ello, España fue y sigue siendo, nuestra Madre Patria.
Nosotros, no nos quisimos independizar de España sino del imperialismo
borbón, de una Casa Real que se había hecho del trono de España y que,
paradójicamente, había odiado siempre a la España eterna y a todo lo que España
había representado.
Casa real, que, habiéndose hecho dueña del trono de Isabel la Católica, la
más grande mujer de la historia de España, procedió a la expulsión de la
Compañía de Jesús, de las tierras de Indias, dejándonos, de esa forma, en el
más completo desamparo geopolítico, militar y cultural.18
La expulsión de los jesuitas quebró el proceso de evangelización, dejó por
años las aulas de las Universidades y Colegios vacías de grandes profesores y
maestros y permitió que los “bandeirantes” se lanzaran sobre las misiones jesuíticas
como aves de rapiña, quemando pueblos e iglesias, con la finalidad de ocupar
nuestras tierras y capturar a los mejores hombres del pueblo guaraní, para
llevarlos como esclavos a las minas de San Pablo y Mina Gerais.
Una Casa Real que, habiéndose hecho dueña del trono del gran Felipe II,
estableció, el año 1778, el Reglamento de Libre Comercio que truncó nuestro
proceso de “protoindustrialización” y que llevó, de ese modo, a la miseria a
una gigantesca masa de hispanoamericanos que desde Bogotá a Córdoba vivían de
la producción artesanal de ponchos, botas, casacas y de todas las vestimentas
necesarias para una vida digna porque Hispanoamérica se autoabastecía de todo
lo que necesitaba.
Conviene recordar que después de la terrible derrota de la flota española
en el Canal de la Mancha, América tuvo, entonces, que producir las manufacturas
que España no podía enviarle o le enviaba demasiado caras o bien le despachaba
muy esporádicamente. “América tuvo que bastarse a sí misma. Y ello le significó
un enorme bien: se pobló de industrias para abastecer en casi su totalidad el
mercado interno. Malaspina, escritor del siglo XVII, nos dice que ‘el
movimiento fabril de México y el Perú eran notables’. Habla de 150 obrajes en
el Perú, que a 20 telares cada uno, daban un total de 3000 telares. Y
Cochabamba, según Haenke, consumía de 30 a 40 mil arrobas de algodón, en sus
manufacturas.” 19
Se había iniciado en la América española, la etapa manufacturera.
Con el Reglamento de Libre Comercio de 1778, la mayoría de la población,
comenzó a empobrecerse.
El gran historiador socialista Vivian Trías, nos dice al respecto,
“La avalancha de importaciones que fluyó tierra adentro planteó una
terrible competencia a la manufactura y a la artesanía vernáculas. Las
tejedurías, talabarterías, etc., de las provincias mediterráneas no estaban en
condiciones de competir con artículos confeccionados en los centros fabriles
mecanizados de Manchester o Glasgow (entonces)el interior se estancó y luego
comenzó a languidecer…” 20
Sin embargo, es preciso aclarar que, a pesar de la miseria y desamparo que
los borbones trajeron a Hispanoamérica, los pueblos andinos se mantuvieron
fieles a la monarquía, porque creían que de esa forma, eran fieles a España.
Sólo en las tierras del Plata, donde la indignación por los daños
provocados por los borbones era más fuerte y donde la intriga inglesa había
logrado penetrar más hondamente, los pueblos se lanzaron decididamente a la
lucha por la independencia. Importa destacar que la independencia, tal como la
concebían los sectores populares rioplatenses, no implicaba, de modo alguno,
renegar de la hispanidad – es decir de la cultura, la lengua y la religión
traída por Castilla a América- sino renegar del imperialismo Borbón, de la Casa
de los Borbones que, desde su llegada al trono de España, había dejado a las
tierras del Plata en un absoluto desamparo económico, militar y cultural. Los
sectores populares del Río de la Plata no le perdonaban a los Borbones el
Reglamento de Libre Comercio, la entrega de la provincia de Río Grande del Sur
a los portugueses y expulsión de los jesuitas.
Sólo en la Cuenca del Plata la independencia fue popular. En otras partes
de Hispanoamérica como el Perú o Venezuela, los sectores populares eran
partidarios de mantener el vínculo de unidad con España.
Hernández Arregui se atrevió a afirmar, contra la historia oficial de todas
las repúblicas hispanoamericanas, que “la emancipación de España no fue en su
momento deseada por los pueblos americanos…Los pueblos no anhelaban la
separación de España…No se dice – sostiene Hernández Arregui- que en 1810 las
masas venezolanas siguieron al capitán de fragata español Monteverde, vencedor
de Miranda. Y no a Bolívar…Esas masas, ya desacreditado Monteverde, en 1813, no
acompañaron a Bolívar sino a Boves, el jefe español que acaudillaba
efectivamente a las clases bajas contra la aristocracia española y criolla.
Boves condujo a las masas oprimidas que, en 1814, enfrentaron sangrientamente a
Bolívar” 21
Por otra parte, es imposible soslayar el hecho indiscutible e indiscutido
de que el pueblo llano del Perú fue el nervio del ejército realista asentado en
los Andes y que conformó, sin duda, el grueso de sus filas. “El ejército estaba
formado por 23.000 individuos de línea y 8000 milicianos. En ese poderoso
ejército (para aquella época) hubo solamente 1500 españoles europeos. Todo el
resto estuvo formado por peruanos.” 22
Por otra parte, es imposible pasar por alto que, de Lima, de Arequipa,
Cuzco y demás provincias peruanas, salieron las tropas criollo-indígenas que
derrotaron, en Huaqui, al ejército enviado desde Buenos Aires.
Cuando San Martín desembarcó en las costas del Perú, los indios, en
general, no se adhirieron, en los primeros tiempos, a las fuerzas
revolucionarias y siguieron, por el contrario, fieles al virrey. Los indios
lucharon como soldados bajo la bandera hispánica. Cuando el virrey La Serna
abandonó Lima y se instaló en Cuzco, constituyó un ejército, integrado, casi
totalmente, con indios que eran fieles a la monarquía española y contrarios a
la independencia y, con este ejército indio, continuó la lucha hasta el final,
en 1824.
Agudamente, Abelardo Ramos, analizando el proceso acaecido a partir de
1810, observó que:
“Oficiales españoles eran indios como Santa Cruz, que luchaba contra los
americanos varios años antes de plegarse a la lucha por la independencia” Y
que, curiosamente, “en los llanos venezolanos, o en Colombia, los españoles
contaban con el apoyo de los más humildes, llamados castas, hombres de color, y
que eran jinetes y combatientes de primera categoría.” 23
Por otra parte, muchos pueblos originarios como los araucanos, se
mantuvieron fieles, hasta el final, a la monarquía española y combatieron
ferozmente contra los ejércitos independentistas.
Como bien destaca el historiador chileno, Eduardo Cavieres Figueroa, entre
1810 y 1818, período en que se gestó el proceso independentista chileno, la
guerra entre tropas patriotas y realistas se libró en el centro de Chile, entre
la región de La Serena por el norte y la región de Concepción por el sur,
siendo los araucanos, por lo tanto, ajenos a dicho proceso.
Sin embargo, esa situación cambiaría bruscamente por el desplazamiento del
escenario bélico hacia el sur. En esa nueva etapa de la guerra, que se extendió
hasta 1828, los españoles se instalaron en la Araucanía encontrando en el
pueblo mapuche un poderoso y fiel aliado. La política del gobierno chileno para
con la población indígena fue ambigua, y a pesar de que procuraron su amistad
por necesidad, los mapuches apoyaron masivamente y, hasta último momento, a la
causa realista en su guerra a muerte, contra el proceso independentista. 24
Solo a modos de ejemplo, permítasenos citar que tan fuerte fue la lealtad
de la mayoría de la población indígena a la Corona española y su rechazo a la
independencia que el general del Ejército Real del Perú, don Antonio Huachaca –
indio huantino- siguió combatiendo contra la Republica, junto con el pueblo
huantino, hasta 1839. Con un ejército que llegó a contar cuatro mil hombres
armados sólo de lanzas y hondas el general Huachaca llevó a cabo, durante casi
dos décadas, una guerra de guerrillas que fue conocida como la guerra de los
castillos de Iquicha, porque las altas cumbres andinas sirvieron de fortalezas
para la resistencia monárquica del campesinado indígena. En esa guerra, las
masas indígenas fueron acompañadas por el bajo clero católico que estuvo a
cargo de la logística del ejército indio. Por esa acción los humildes curas de
Ayacucho fueron excomulgados por el alto clero residente en Lima que estaba
subordinado a las autoridades de la República.
Tres años después de la batalla de Ayacucho, el indio Huachaca, en una
carta dirigida al prefecto, increpaba a las fuerzas de la República, diciendo:
“Ustedes son más bien los usurpadores de la religión, de la Corona y del suelo
patrio, ¿Qué se ha obtenido de vosotros durante estos tres años de vuestro
poder? La tiranía, el desconsuelo y la ruina de un reino que fue tan generoso.
¿Qué habitante, sea rico o pobre, no se queja hoy?
¿En quién recae la responsabilidad de los crímenes? Nosotros no cargamos
semejante tiranía.”25
La guerra contra la República y la independencia terminó recién el 15 de
noviembre de 1839 cuando las fuerzas indígenas firmaron el tratado de Yanallay.
Así, la guerra de Iquicha concluía con un tratado de paz y no con una
rendición, incondicional como habían buscado siempre las fuerzas republicanas.
Por haber olvidado su historia España abre hoy ingenuamente sus puertas a
los descendientes del antiguo invasor musulmán. Por no recordar su historia
prefiere a los rubios teutónicos antes que a sus hijos hispanoamericanos. Por
hacer suya la Leyenda Negra, España olvidó que ningún hispanoamericano, moreno,
indio, o criollo es extranjero en tierras de Isabel y de Fernando. Es por ello
que, la Madre Patria creyendo estar libre, está subordinada, subordinada a esa
Leyenda Negra, primer eslabón de su subordinación pasiva. De aquel remoto
eslabón, se irán concatenando todos los demás eslabones que nos traen hasta el
presente.
“La leyenda contra España erigida por los anglosajones, debe ser desarmada
por los hispanoamericanos, más que por los españoles”, postuló como principio
político Hernández Arregui. “España tendrá que reconquistarse a sí misma desde
América”, plantó como imperativo categórico el gran Unamuno.
Pues bien, esa reconquista ha comenzado esta noche aquí en Sevilla.
Notas
1.Al respecto ver ARON, Raymond, Paix et guerre entre les nations (avec une
presentation inédite de l’auteur), París, Ed. Calmann-Lévy, 1984.
2.MORGENTHAU, Hans, Política entre las naciones. La lucha por el poder y la
paz, Buenos Aires, Grupo Editor Latinoamericano, 1986, p. 86.
3.HERNÁNDEZ ARREGUI, Juan José, Nacionalismo y liberación, Buenos Aires,
Ed. Peña Lillo, 2004, p. 140
4.Hernández Arregui, Juan José, ¿Qué es el ser nacional, Ed. Peña Lillo,
Buenos Aires, 2005, p. 24.
5.RAMOS, Jorge Abelardo, Historia de la Nación Latinoamericana, Ed.
Dirección de publicaciones del Senado de la Nación, Buenos Aires, 2006, p. 34.
6.Ibíd., p. 34.
7.HERNANDEZ ARREGUI, Juan José, op. cit. p. 7.
8.Vargas Llosa, Mario, Leyendas negras que horadan el poder del enemigo.
https://www.lanacion.com.ar/2172654-leyendas-negras-horadan-poder-del-enemigo
9.HERNANDEZ ARREGUI, Juan José, op. cit. p. 29.
10.VARGAS LLOSA, Mario, Leyendas negras que horadan el poder del enemigo.
https://www.lanacion.com.ar/2172654-leyendas-negras-horadan-poder-del-enemigo
11.YURMAN, Pablo, Instantes decisivos de la Historia argentina, Buenos Aires,
Ed. Imago Mundi, 2018, p.XI
12.PERON, Juan Domingo, La comunidad organizada y otros discursos
académicos, ed. Machaca Güemes, Buenos Aires, 1973, p. 138.
13.MARIATEGUI, José Carlos, 7 Ensayos de interpretación de la realidad
peruana, Lima, Ed. Amauta, 1994, Págs. 169 y 170.
14.PUIGGROS, Rodolfo, La España que conquistó el Nuevo Mundo, Buenos Aires,
Ed. Altamira, 2005, p. 17.
15.VARGAS LLOSA, Mario, Leyendas negras que horadan el poder del enemigo.
https://www.lanacion.com.ar/2172654-leyendas-negras-horadan-poder-del-enemigo
16.RAMOS, Jorge Abelardo, op.cit., p. 83.
17.HERNANDEZ ARREGUI, Juan José, op. cit. p. 25.
18.El 27 de febrero 1767 el rey de España Carlos III dictó la pragmática
sanción por la que expulsó a la Compañía de Jesús de todos los dominios de la
monarquía española. En una sola noche, la del 2 al 3 de abril de 1767, todos
las casas, residencias, universidades, iglesias y colegios pertenecientes a los
jesuitas en España y en América fueron brutalmente invadidos por las tropas del
rey Carlos III. Dos importantes consejeros del monarca, ligados, a través de la
Masonería, a la diplomacia británica, el conde de Aranda y el futuro conde de
Floridablanca, fueron los principales responsables de la operación. Unos 6.000
jesuitas fueron violentamente detenidos, amontonados en las bodegas de los
buques de guerra españoles y transportados a los Estados Pontificios, donde
fueron arrojados a la playa sin contemplación alguna. El conjunto de la operación
española, que había requerido catorce meses de preparación, fue uno de los más
importantes triunfos del espionaje secreto británico.
19.ROSA, José María, Defensa y pérdida de nuestra independencia económica,
Ed. Huemul, p. 21.
20.TRIAS, Vivian, Juan Manuel de Rosas, Montevideo, Ed. De la Banda
Oriental, 1970, p. 14.
21.HERNANDEZ ARREGUI, Juan José, Nacionalismo y liberación, op.cit., págs.
86 a 89.
22.ALBORNOZ Santiago, EL Perú más Allá de sus Fronteras, Buenos Aires, Ed.
Del Autor, p. 28
23.RAMOS, Jorge Abelardo, op. cit. p.127.
24.Al respecto ver, CAVIERES FIGUEROA, Eduardo, Revista Historia
Contemporánea Nª 27, Santiago, 2009, págs. 75-98.
25.ALTUVE FEBRES LORES, Fernán, Los reinos del Perú. Apuntes sobre la
monarquía peruana. Lima, ed. Febres y Dupuy, 1996, p. 214.