In Memoriam

 

HÉCTOR H. HERNÁNDEZ

(1943-2021)

IN MEMORIAM


Héctor Humberto Hernández (h) fue discípulo directo y aventajado de Guido Soaje Ramos, con quien compartió la cátedra y las tareas de investigación a lo largo de décadas; y contó entre sus profesores de la UCA a otros maestros, como Tomás Casares. Egresó como abogado con medalla de oro y se doctoró también allí, ante un jurado integrado por Casares, Juan A. Casaubon y Abelardo Rossi, con una tesis sobre Cossio que mereció la máxima calificación. Fue profesor de Filosofía del Derecho en la UBA, y becario postdoctoral de esa Casa en Roma. En la UCA de Rosario fue titular de Filosofía del Derecho durante largos años; y luego impartió esa asignatura, y Ética Jurídica, en la U. FASTA de Mar del Plata, hasta su retiro como Profesor Emérito. En sus últimos años se desempeñó en el Posgrado de Derecho Constitucional de la UCA. Junto con la docencia universitaria fue, primero, investigador del CONICET; y, luego, defensor y juez subrogante en el juzgado federal de San Nicolás.


Su capacidad y pasión por la verdad lo convirtieron en un autor extraordinariamente prolífico. Su producción doctrinal comprende casi treinta libros y varios cientos de contribuciones sobre su especialidad. Una vez me dijo que sentía como el acicate de un dáimon (a la manera del socrático) que lo incitaba a estudiar, pensar, escribir. Por eso su jornada de trabajo rara vez concluía con la comida de la noche. Era consciente de la importancia superlativa de dejar obra escrita. Tantas veces le oí eso de que estaba muy bien la docencia universitaria, pero que no había que sacrificar los libros a ella. Recuerdo, por ejemplo: “En el Departamento tal de tal Facultad se reúnen 4 profesores; bueno, no son 4: son 15 libros”. También insistía en el sentido de traditio de la verdad que comporta el libro escrito: “No debemos terminar estudiando con los libros de los que no reconocen la verdad, o la reconocen a medias, y eso es tarea nuestra”, insistía. Valga esto como amonestación a varias brillantes cabezas del campo iusnaturalista y tradicional que se mantienen ágrafas (Hernández dixit), o poco menos.


Esa ingente producción científica abarca varias líneas de fuerza teórica. No pretendamos ser aquí -ni con mucho- exhaustivos. Mencionaremos sólo algunas de ellas; y algunos de sus libros. En el ámbito de los fundamentos del orden jurídico, además de innumerables contribuciones menores, la editorial Abeledo-Perrot le publicó tres libros: La Justicia en la Teoría egológica del derecho (1980); Valor y Derecho-Introducción a la Axiología jurídica (1998) y el gran libro Derecho Subjetivo. Derechos humanos. Doctrina solidarista (2000), reconocido dentro y fuera de nuestras fronteras. Sobre los fundamentos jurídico-penales es autor de los libros El Garantismo abolicionista (Marcial Pons, 2013); Inseguridad y Garantismo abolicionista (Cathedra, 2017); es director y coautor del libro Fines de la pena. Abolicionismo. Impunidad (Cathedra, 2010); coautor del libro En Defensa del Derecho Penal, director Siro De Martini (Educa, 2008); Violación de derechos en cadena - La doctrina del fruto del árbol venenoso (Cathedra, 2018), y de numerosos artículos y comentarios a fallos. A Hernández se le debe el haber acuñado el término “garantoabolicionismo”. Sobre el aborto publicó Salvar vidas con el derecho penal (Testimonio de un defensor), Círculo Rojo, Buenos Aires, 2018; “No matarás…” El Fallo FAL y el Exterminio”, y Gesta de Dios por los argentinos- Preguntas y respuestas sobre el genocidio penal desatado, ambos por Escipión, Mendoza, 2020.


Escribió asimismo una historia de la Argentina de los ´70 en torno a la figura del mártir Carlos Alberto Sacheri: Sacheri: predicar y morir por la Argentina, Vórtice, Buenos Aires, 2016, que ha tenido tres ediciones; y participó en la edición de varias obras de Sacheri con anotaciones, semblanzas o prólogos. En el ámbito de la Economía y sus fundamentos contribuyó con Justicia y ‘deuda externa’ argentina (U. Católica de Sta. Fé, 1988) –obra rara: los académicos no se han animado a meterse con este problema (rectius: ¡casi nadie se ha animado!)-. A ese libro se agrega: la impugnación del maridaje del liberalismo con la auténtica doctrina católica (Liberalismo económico y doctrina social económica católica: Gladius, 1991); y el lúcido y profundo Ensayo sobre el liberalismo económico (Centro Bellarmino, 1994). En filosofía política y fundamentos del derecho constitucional su aportación es valiosísima.


Al contrario de muchos -que no comprendían o desdeñaban el sentido de la polémica- advirtió con inteligencia de filósofo el compromiso para los principios mismos del orden político y jurídico que comportaba la dogmatización de ciertas opciones prudenciales sobre la participación política. Y zanjó la cuestión en el medular -y sintético- Pensar y salvar la Argentina II (Escipión, 2016). Asimismo, en numerosas contribuciones (no agrupadas en un libro) elaboró una línea de reflexión con la que abrió el camino para un abordaje aristotélico, tradicional y realista del fenómeno político y jurídico de la constitución, abordaje expurgado de las incrustaciones ideológicas con que el liberalismo, en los últimos 250 años, ha obscurecido su comprensión. Por último, en 2019 publicó, sobre el tema de la confesionalidad del Estado, La Felicidad de los argentinos y la Religión – Iglesia y Estado, Instituto de Filosofía Práctica - Escipión, Buenos Aries, 2019.


En otro orden, resulta imposible no recordar en este lugar que dirigió el “Suplemento especializado de Filosofía del Derecho” de la revista El Derecho, el cual publicó 34 números, desde su fundación (2001) hasta su cierre (2017).


La generosidad de Hernández se manifestó de múltiples maneras. Muchos le debemos mucho. Sacrificaba lo que a menudo no sacrificamos: tiempo, energía y preocupación, por los demás. Numerosos libros de colegas han sido presentados públicamente por Hernández. Y nada le importaba que de algunos de ellos (fuera por características individuales, fuera por el modus operandi empedernido de su grupo) resultara impensable la reciprocidad, porque no lo hacía por eso, sino por amistad académica en la verdad.


Otra marca típica del talante universitario de Hernández –y que lo señala, justamente, como un universitario cabal y genuino- fue el cultivo pertinaz de la disputatio académica. Esa práctica constitutiva de la universidad medieval, ya hace mucho, caída en desuetudo, en todo el mundo occidental, era constante en la actividad de Hernández. Así, por ejemplo, esas presentaciones de libros de las que hemos hablado siempre venían acompañadas de una discusión ulterior.


Queda corto el espacio para recordar todo lo digno de ser recordado. Hasta una edad en que el legítimo cuidado físico lo tornaba claramente desaconsejable, Hernández viajaba cientos de kilómetros para prodigarse en congresos, clases, conferencias, disputationes, paneles, presentaciones. Paraná, Santa Fé, Rosario, San Rafael, San Luis, Tucumán, Mar del Plata fueron destinos habituales para él. Y no queremos dejar de mencionar su celo infatigable por la formación de jóvenes. Durante décadas prohijó y alentó el estudio serio de los fundamentos de la práxis ético-jurídico-económico-política, fundando y presidiendo grupos de jóvenes, que le deben el haber descubierto su vocación, para bien de la academia y de la Argentina –y de la Cristiandad, gran objeto de los desvelos de Héctor Hernández.


Ha muerto un gran argentino. Un gran académico argentino.

Sergio R. Castaño

CONICET – UNSTA – UNCOMA

(Escrito para El Derecho)