Mons. Giampaolo Crepaldi
Publicamos el editorial firmado por el Arzobispo Mons.
Giampaolo Crepaldi del fascículo 2 (2017) del “Boletín de Doctrina Social de la
Iglesia”, dedicado a “La Reforma
luterana a la luz de la Doctrina Social de la Iglesia”.
El argumento de este número de nuestro “Boletín” lo
imponía, en cierto sentido, el recuerdo de los 500 años de la Reforma luterana,
que se celebra este año 2017. No hablamos sobre la Reforma porque “haya que
hacerlo” a causa del aniversario, sino porque estamos convencidos de que muchas
cuestiones acerca de la correcta o incorrecta visión de la sociedad, de la
política y del derecho tienen que ver con dicha Reforma. Por lo cual, es una
ocasión propicia no sólo para volver a examinar la Reforma como tal, sino
también su relación con muchos aspectos de la vida social y política a los que
se dedica la Doctrina Social de la Iglesia, ámbito central del compromiso de
nuestro Observatorio.
Me refiero al tema de la modernidad, de la
secularización, de la relación entre la Iglesia y el mundo, de la autoridad o
del papel de la conciencia individual en las cuestiones de la vida pública.
Para volver a examinar la Reforma es necesario tener una mirada de amplio
alcance, dado que está vinculada a muchas dimensiones de la vida pública y,
quinientos años después, esta influencia sigue siendo muy fuerte, incluso más
que en el pasado, porque muchas potencialidades se han manifestado sólo con el
paso del tiempo. Algún agudo observador ya las había visto entonces, pero ahora
son visibles para todos: basta querer verlas.
Dada la naturaleza de nuestra revista, los estudios
que publicamos en este número del “Boletín” son, sobre todo, de corte social y
político. No entran, por tanto, en las cuestiones ecuménicas o explícitamente
teológicas. Pero tampoco pueden evitarse del todo, por lo que sólo se hace una
referencia indirecta a las mismas. No pueden dejarse de lado porque es de los
nuevos y clamorosos contenidos teológicos de la Reforma de donde nacen las
consecuencias sociales y políticas que son el objeto principal de estos
estudios. Ojo: no de la aventura interior y personal del monje Martín Lutero,
sino de la nueva visión del pecado y de la gracia, de la naturaleza y de la
relación con Dios. Ciertamente, la historia personal del monje de Erfurt tiene
una gran importancia como origen del proceso, pero la Reforma está en las afirmaciones
teológicas heterodoxas, y no en las intenciones individuales de Lutero. De
estas también hablamos en este número, sobre todo Ermanno Pavesi en su
artículo, pero el foco hay que ponerlo en los contenidos conceptuales de la
Reforma.
De la visión luterana de la relación entre naturaleza
y gracia; de su concepción de la justificación como no imputación por parte de
Cristo de nuestros pecados en lugar de como purificación de la naturaleza
corrompida pero no aniquilada; de su idea del pecado original como corrupción
sin posibilidad de redención íntima de la naturaleza humana; de su concepción
de la fe como confianza ciega, es de donde nacen los nuevos planteamientos de
la cuestión social y política como, por ejemplo, la concepción de la autoridad
como puro poder; la depravación invencible del hombre social y la doctrina del
poder como lo que vence el mal con el mal; la separación entre la vida publica
del cristiano y su vida de fe interior, dado que la libertad sólo puede ser
vivida en esta última dimensión; la imposibilidad de una presencia pública y
visible de la Iglesia al ser sólo una realidad interior y espiritual; la
dialéctica entre la sumisión del hombre malvado al poder político, por un lado,
y la afirmación de la libertad de la propia conciencia, que deriva del libre
examen, por el otro; lo que explica cómo del protestantismo han podido nacer
tanto los estados totalitarios como las democracias liberales vacías de
sentido, etcétera. Estos son los argumentos que se desarrollan adecuadamente en
este número.
Entre todos estos argumentos invito al lector a
detenerse en un punto que, en mi opinión, es central en el pensamiento de la
Reforma. Me refiero a la actitud -que algunos consideran de cuño gnóstico-, de
desprecio de la realidad y de superposición de la voluntad humana a ella. En
este punto las analogías entre Reforma protestante y pensamiento moderno son
múltiples y profundas. El pensamiento moderno antepone el método al contenido,
el conocimiento al ser, la duda a la verdad, la conciencia a la realidad. Dado
que su punto de partida es la duda, que anula todas las verdades en un
escepticismo radical, toda verdad que se quiera afirmar debe ser “puesta”.
Tanto Augusto del Noce, como Cornelio Fabro y Joseph Ratzinger, concuerdan al
sostener que el pensamiento moderno nace de una “tesis” no demostrada e
indemostrable, a saber: que lo que se conoce no es el ser, sino la propia
conciencia. Se puede decir también que nace de un “dogma”, cuyo valor reside
sólo en ser “puesto” por la voluntad. También detrás del racionalismo moderno
se encontrarían, por tanto, el voluntarismo y el vitalismo; es decir, el
primado de la praxis.
Ahora bien, este planteamiento caracteriza también la
Reforma protestante. En Lutero, el elemento práctico -sentirse salvado-, es más
importante que el elemento teorético y contemplativo: conocer quién es
Jesucristo. De modo que la desmitologización que se llevará a cabo
posteriormente en el ámbito de la teología protestante, sobre todo por Rudolf
Bultmann, estaba ya implícita en las posiciones originarias: no interesa qué es
Cristo en sí, sino qué es para mí. Lo que cuenta no es el Cristo real, sino el
Cristo de mi conciencia. De este modo, el “principio de inmanencia” pasaba de
la filosofía (moderna) a la teología (protestante) y el primado de la
conciencia ha dictado la ley hasta nuestros días. Al vincularse a la conciencia
individual, la fe se ha disociado de la razón.
Decía antes que hay quien ve en este planteamiento
rasgos de la Gnosis. Yo también creo que éste es un aspecto importante que hay
que profundizar. La Gnosis está presente de formas diversas en la Reforma
protestante. Aquí me urge poner en evidencia sólo el aspecto que considero
principal: en el rechazo de la realidad para privilegiar la propia conciencia,
algo característico tanto de la filosofía moderna como de la filosofía de la
Reforma, está presente el proyecto gnóstico -primordialmente anticipado en el
pecado original- de liberarse de la realidad, de la verdad y del orden para
poder plasmarlos de nuevo según criterios humanos, según nuestros criterios.
Es
el proyecto de sustituir la filosofía y la teología por la ideología. Ideología
que, dada la prevalencia de la voluntad y de la intención práctica recordados
anteriormente, se convierte cada vez más en “praxismo”, en un actuar por
actuar, fin en sí mismo y, por tanto, carente de sentido. Augusto del Noce
acertó al demostrar que el marxismo, es decir, el primado de la praxis, era la
madurez de la modernidad, y al prever su resultado final en Nietzsche. Tras la
muerte de Del Noce, el resultado ha superado incluso a Nietzsche, pero su
previsión era correcta.
Es de gran interés para esta revista abordar la
relación existente entre la Reforma protestante y la Doctrina Social de la
Iglesia. Vistas las consideraciones expuestas más arriba, así como las
contenidas en los ensayos de este número, creo poder afirmar que la Reforma
protestante hace imposible la Doctrina Social de la Iglesia. No sólo porque en
ella no hay una Iglesia; no sólo porque no hay una doctrina; sino también porque
la Iglesia ya no se relaciona con el mundo por medio de la razón y la verdad.
El mundo debe ser controlado porque es víctima del mal, y la fe cristiana no
puede ser fuente de ningún tipo de avance. Como decía Karl Löwith, filósofo
protestante de la historia, desde el punto de vista del progreso humano estamos
aún en la época de los vándalos. La fe es ineficaz para la historia humana,
cuenta sólo para las almas y las obras no tiene valor o, peor aún, son
tentaciones del diablo.
S.E. Mons. Giampaolo Crepaldi
Presidente del Observatorio Van Thuan, 25 luglio 2017