Carlos Hugo Prosperi
INTRODUCCIÓN
Los movimientos ateos y agnósticos del
mundo se vienen esforzando tratando de demostrar que la Iglesia Católica es
refractaria a los descubrimientos científicos, que está regida por unos cuantos
fanáticos irracionales, y utilizan hasta el hartazgo una historia deformada
sobre el juicio a Galileo como ejemplo histórico y emblemático.
Su
Santidad Juan Pablo II ya se expidió formalmente y de manera muy clara sobre
este tema, en documentos oficiales de la Iglesia, e hizo una muy buena síntesis
cuando dijo: "Algunos
teólogos contemporáneos de Galileo no supieron interpretar el significado
profundo, no literal, de las Escrituras, cuando éstas describen la estructura
física del universo creado."
Galileo
era un sabio de profundas creencias católicas, y que además conservó su fe aún
después de sufrir su injusta condena. (Beazley, 1985).
La
santidad de la Iglesia como institución se fundamenta en haber sido creada por
Jesucristo, así como la infalibilidad del Papa en cuestiones dogmáticas es
aplicable en tanto es Su Vicario inspirado por el Espíritu Santo. Ello no
invalida que los integrantes de la Iglesia, autoridades o laicos, en tanto son
hombres, son también pecadores susceptibles de errores humanos que pueden
equivocarse en cuestiones no dogmáticas. (Gilson, 1981; Wippel & Wolter,
1969).
Ciertamente
no es una cuestión dogmática que la Tierra sea el centro del Universo, y en
todo caso la afirmación se puede entender no en el sentido geométrico sino en
cuanto a que es el centro simplemente porque sobre su faz se dio el más
importante misterio que fue la Encarnación del Hijo de Dios para la redención
de la humanidad, hecho que no ocurrió en ninguno de los otros planetas
existentes. (Del Rio, 1963).
Cuando
la ciencia descubre nuevas leyes, o procesos naturales explicativos de
fenómenos observables, es común que se agregue de manera implícita o explícita
que, al haber encontrado una explicación racional del problema, se demuestra
que entonces no existe, o al menos no es necesario recurrir a un ser creador u
ordenador del cosmos.
Eso
fue lo que ocurrió cuando Carlos Darwin enunció el origen de las especies por
medio de la selección natural, y no por la acción creadora directa de Dios, o
cuando se explicó la formación del universo por medio de la explosión inicial
de la materia denominada como "Big Bang", de la que no se infiere
tampoco como una necesidad la acción de un creador "ex-nihilo".
(Prosperi, 1988).
En
realidad, esa tendencia a rechazar la intervención de un ser superior en el
origen y la conservación del cosmos es mucho más antigua, pudiendo remitirnos
hasta los presocráticos. Pero se hizo sin dudas muy evidente después del
Renacimiento, cuando los conocimientos en Física y Astronomía experimentaron un
desarrollo por demás importante, al punto de dar nacimiento a la corriente
mecanicista, precursora del materialismo y el cientificismo, que precisamente
buscan explicar solamente mediante las leyes de la mecánica todos los fenómenos
naturales, prescindiendo de cualquier espiritualidad. (Brehier, 1944).
Isaac
Newton profundiza la idea cuando descubre la ley de la gravitación universal,
que explica más acabadamente el movimiento de los planetas en sus órbitas. Le
atribuye el ordenamiento a Dios cuando afirma que: "En el movimiento regular de los
planetas y sus satélites, en sus órbitas, su dirección, su velocidad, existe el
sello de un designio, la acción de una causa que no es ciega ni fortuita, sino
muy hábil en mecánica y geometría... La astronomía encuentra a cada paso el
límite de las causas físicas y por consiguiente las huellas de la acción de
Dios". (Marks, R. 1969).
En
tanto, Carlos Linneo hace una clasificación exhaustiva de las plantas, sentando
las bases de la clasificación de todos los seres vivos mediante el sistema de
nomenclatura binomial, considerando a todas las especies como entidades fijas,
y también recurre a Dios: "El Dios eterno, inmenso, omnisciente,
pasó delante de mí; yo no lo vi de frente pero su esplendor llegó a mi alma,
apoderándose de ella y hundiéndola en un mar de estupor. He tentado rastrear
sus huellas en las cosas de la creación, y en todas sus obras, aún pequeñas,
qué fuerza, qué sabiduría, qué perfección".
Es evidente que en ambos casos se
puede interpretar la acción divina como algo del pasado, con un creador que ni
siquiera tendría que existir necesariamente en la actualidad.
LA VISIÓN DE LA ASTROFÍSICA
El
Big Bang explica el origen del universo a partir de una gran explosión cósmica,
en la que todo el plasma original se fue transformando de energía en materia,
originando en cuestión de microsegundos todas las partículas subatómicas conocidas
(bosones y fermiones de primera, segunda y tercera generación) para formar
seguidamente átomos y moléculas, que se fueron combinando hasta dar lugar a
toda la materia existente.
Incluso
los científicos ateos admiten que el universo se materializó "de la
nada", sin profundizar mucho en las implicancias de la expresión. No sólo
la materia sino también el espacio, comienzan juntos al ocurrir esta explosión,
e igual sucede con el tiempo, que completa la dimensión espacio-temporal, de
manera que no existía nada "antes" del Big Bang, ni tampoco
"donde".
El
segundo principio de la Termodinámica dice que los niveles energéticos tienden
naturalmente a descender, lo que se conoce como principio de la entropía o
tendencia al desorden. Se ha comprobado que la temperatura promedio del cosmos
es menor ahora que hace unos catorce mil millones de años, y que seguirá
bajando hasta llegar al grado cero absoluto o cero Kelvin en unos veinticuatro
mil millones de años. (Sears, 1958).
Ese
momento se ha llamado el "Big Rip", por la onomatopeya del sonido de
desgarro al volver a separarse otra vez la materia en sus componentes mínimos y
llegar a otro estado similar al del Big Bang. Pero como el universo estará
"enfriado", no existe posibilidad de que todo el proceso se reinicie,
sino que quedará estático en ese caos total equiparable a una desaparición
(Marks, 1969).
LA VISIÓN DE LA
BIOLOGÍA EVOLUTIVA
La
evolución orgánica es producto de la variabilidad genética de los organismos
que interactúan con la variación de los ambientes naturales dando como
resultado nuevas especies mejor adaptadas. Los cambios ambientales pueden ser menores,
a escala zonal, o mayores, a escala global, como la deriva de los continentes
según demostró Wegenner, las glaciaciones, la caída de asteroides como el que
extinguió a los Dinosaurios, etc.
Esta
evolución de formas simples a formas cada vez más complejas se da en contra de
la entropía, porque los sistemas ordenados (átomos, moléculas u organismos)
tienen maneras de hacerlo por medio de la información inherente a sus
estructuras, como explicó Maxwell con su "demonio". Y también pueden
hacerlo porque obtienen energía de fuentes externas, como el sol, que directa o
indirectamente sustenta mediante la fotosíntesis a todos los organismos. (Monod,
1971).
La
biosfera resulta ser entonces un subsistema neguentrópico, pero incluido dentro
del macrosistema universo, cuya marcha a la entropía y el caos absoluto es
inexorable.
Esta
idea de la evolución de los organismos, muy lejos de negar la existencia de un
Creador, refuerza no sólo su necesidad sino además de la una Providencia
Divina, como ya hemos explicado en detalle en otra parte (Prosperi, 2015).
El Papa Emérito
Benedicto XVI, siendo arzobispo de Munich, en sus Homilías de 1981 había
afirmado: “La fórmula exacta es creación
y evolución, porque las dos cosas responden a dos cuestiones diversas. El
relato del polvo de la tierra y del aliento de Dios no nos narra en efecto cómo
se originó el hombre. Nos dice que es el hombre. Nos habla de su origen más
íntimo, ilustra el proyecto que está detrás de él. Viceversa, la teoría de la
evolución trata de definir y describir procesos biológicos... Nos encontramos
por tanto ante dos cuestiones que se complementan, no se excluyen… La teología
escolástica nos recuerda que entre fe y razón existe una amistad natural, fundada en el mismo orden de la
creación. La fe y la razón son como las dos alas, con las que el espíritu
humano se alza hacia la contemplación de la verdad”.
Posteriormente,
como Papa, en su discurso a la Academia Pontificia de Ciencias de 2008 se
refirió nuevamente al origen del universo y de los organismos en estos términos:
“Mis predecesores el Papa Pío XII y el
Papa Juan Pablo II reafirmaron que no hay oposición entre la visión de la
creación por parte de la fe y la prueba de las ciencias empíricas… Para
desarrollarse y evolucionar, el mundo primero debe existir y, por tanto, haber
pasado de la nada al ser. Dicho de otra forma, debe haber sido creado por el
primer Ser, que es tal por esencia… Santo Tomás afirmaba que la creación no es
ni un movimiento ni una mutación. Más bien, es la relación fundacional y continua
que une a la criatura con el Creador, porque él es la causa de todos los seres
y de todo lo que llega a ser (cf. Summa theologiae, i, q.45, a.3).
“Evolucionar” significa literalmente “desenrollar un rollo de pergamino”, o
sea, leer un libro. La imagen de la naturaleza como un libro tiene sus raíces
en el cristianismo y ha sido apreciada por muchos científicos. Galileo veía la
naturaleza como un libro cuyo autor es Dios, del mismo modo que lo es de la
Escritura. Es un libro cuya historia, cuya evolución, cuya “escritura” y cuyo
significado “leemos” de acuerdo con los diferentes enfoques de las ciencias,
mientras que durante todo el tiempo presupone la presencia fundamental del
autor que en él ha querido revelarse a sí mismo… La distinción entre un simple
ser vivo y un ser espiritual, que es capax Dei, indica la existencia del alma
intelectiva de un sujeto libre y trascendente. Por eso, el magisterio de la
Iglesia ha afirmado constantemente que “cada alma espiritual es directamente
creada por Dios -no es “producida” por los padres-, y es inmortal” (Catecismo
de la Iglesia católica, n. 366)”.
CONCLUSIONES
En
contraposición al universo estático y rígido, con leyes determinísticas que lo
gobernaban, y que podía por lo tanto aceptar un creador inicial pero después
prescindir de la Providencia, el universo que nos hace ver la ciencia actual es
muy diferente: dinámico, cambiante, con leyes probabilisticas en las que existe
una interacción entre lo necesario y lo azaroso, y son siempre de carácter
provisorio. (Monod, 1971).
En
estas condiciones es mucho más fácil entender la acción no solamente de un
Creador "ex nihilo", sino también la de una Providencia que va
guiando todos los procesos, que se aparecen como aleatorios para las ciencias
naturales, pero que son un azar meramente operacional para la filosofía o la
teología, permitiendo deducir detrás de la aleatoriedad aparente la acción al
menos de un Demiurgo platónico. (Prosperi, 2003 y 2015).
Incluso
en esta cosmovisión cobran sentido las palabras de Cristo al decir que El es el
Camino, la Verdad y la Vida, ya que efectivamente nos demarca el camino para
llegar a la verdad, tal cual es el objeto de toda ciencia, humana o natural.
"Los cielos narran la gloria de Dios"
decían los Escolásticos, resumiendo en pocas palabras una de las cinco vías de
Santo Tomás que infería la existencia de Dios por medio de la existencia de las
criaturas. Al respecto, en su opúsculo titulado "Sobre la eternidad del mundo", el Aquinate dice que el mundo
no es eterno, pero sí que existió "desde siempre". No existe
contradicción, porque según él mismo lo explica se dice eterno a lo que no
reconoce principio ni fin, de modo que sólo Dios es eterno, pero como en Dios
el querer y el hacer son inmediatos ello significa que el universo existió
desde siempre, lo que concuerda con lo antedicho respecto a que el tiempo se
origina en el Big Bang junto con la materia. (Tomás de Aquino, 1975)
Es
muy fácil para un católico, por lo tanto, asimilar por analogía el Big Bang y
el Big Rip con los conceptos bíblicos de un Génesis y un Apocalipsis, que no
encontraban lugar tan fácilmente en la cosmovisión estática. Por contrapartida,
es muy difícil para un materialista defender su posición ante los datos de la
ciencia actual, ya que si toda la materia (o energía) tienen principio y tienen
fin, ¿cómo podrán explicar la aparición de la materia originaria si no es a
partir de algún ser inmaterial?, y, ya formada la materia, ¿cómo explicar que
ésta se dirija por sí misma irreversiblemente a la autodestrucción total?
Si
la materia no es eterna, como claramente se ha demostrado, es imposible seguir
sosteniendo una visión materialista sin desconocer o renegar de los más
recientes avances en el conocimiento científico. Por el contrario, un mundo
azaroso, con una materia que reconoce origen y final, permite sostener la fe en
un Ser Superior.
De
modo que necesariamente, y por raro que esta afirmación pueda parecer a muchos,
se debería aceptar que la fe católica es más compatible con la ciencia actual que
el materialismo.
BIBLIOGRAFIA
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