LA PIEDAD PATRIÓTICA

 

  Bernardino Montejano

 

Informador Público, 18-5-2024

 

En el diario “La Nación” de ayer, 17 de mayo, aparece un interesante artículo de Cecilia Scalisi: “Cuarenta y dos años, dos semanas y un día”, acerca del patriotismo, calificado en forma errónea como un “sentimiento” cuando en realidad es una virtud, una especie de piedad.

 

Una de las características peores de nuestro tiempo es la impiedad, el desprecio a los padres y a la patria contra el deber del cuarto mandamiento.

 

La Antigüedad pagana, fue un tiempo piadoso y en Grecia y en Roma se castiga la impiedad y se enaltece la piedad, que en esos tiempos también abarcaba los deberes de religión hacia los dioses: pietas erga deus, pietas erga parentes, pietas erga civitatem (piedad hacia los dioses, los padres y la patria), según los piadosos romanos.

 

Desglosados los deberes religiosos que pasan a formar parte de la virtud de religión, siguen integrando la virtud de piedad, anexa a la justicia, sus dos dimensiones: la familiar y la patriótica que obligan a todo hombre honesto a rendir el culto debido, que es de dulía, o sea de respeto hacia los padres y la patria, porque ellos y ella son principio de ser y de gobierno.

 

La gran elaboración del tema se la debemos a Santo Tomás, quien se ocupa del mismo en la Suma Teológica en el Tratado de las virtudes sociales, donde aparecen como virtudes de veneración la religión, la piedad y la observancia, cuya característica más saliente es que el obligado no puede devolver lo recibido. Así, a Dios nunca le podremos devolver lo que nos ha dado; a los padres y a la patria, en principio, tampoco, excepto casos excepcionales.

 

Respecto de la observancia, algo diremos porque su nombre figura sólo en los diccionarios o en algunos programas de algún discípulo de un viejo profesor jubilado hace años en la UCA por cometer un pecado nuevo: cumplir 65 años y no morirse.

 

Lo de los diccionarios carece de importancia, porque con rapidez se ajustan a las circunstancias por más abominables que sean; así el de la Real Academia Española no tardó en utilizar el argumento a simili para extender el término matrimonio a parejas del mismo sexo, homosexuales o lesbianas.

 

El diccionario de la RAE, recién en su tercera acepción, se refiere a la observancia como virtud: “reverencia, honor, acatamiento a las personas superiores y constituidas en dignidad”. Evidentemente. La pérdida o devaluación del nombre está vinculada a la falta de interés por la realidad que ese nombre significa.

 

Mejorando lo que dice la RAE, definimos a la observancia como la virtud que mueve al hombre a rendirle culto de dulía, o sea de veneración y respeto, a quienes son principio de gobierno y fuente de bienes comunes.

 

El que está constituido en dignidad tiene razón de principio de gobierno a quienes le están sujetos. En cambio, el virtuoso o el hombre de ciencia, pueden no ocupar cargos o dignidades. Sin embargo, enseña Santo Tomás que “como por la ciencia y la virtud y otras buenas cualidades uno es idóneo para ejercer una dignidad… el reverenciar a estas personas, por cualquiera de estas excelencias, pertenece a la virtud de la observancia” (Suma Teológica, 2-2, q. l02, a. 1).

 

A los virtuosos y a quienes gobiernan con rectitud no se les puede devolver lo debido según absoluta igualdad; por eso el débito no pertenece al campo de la justicia sino a al de la observancia. Y es imposible devolver lo debido por el carácter paradigmático de su bondad, porque en ellos las virtudes se observan en enormes caracteres y su ejemplaridad adquiere proporciones geométricas, influyendo, educando y edificando multitudes.

 

Volvamos a la piedad patriótica, debida a la patria, porque ella junto con los padres, es principio de ser y de gobierno.

 

En el artículo citado se habla de las Malvinas, islas que el destinario de él, nunca visitó, siendo veterano y héroe de la guerra, sobreviviente del Crucero General Belgrano. Pero, poco importaba esa visita “porque de todos los lugares y los rincones de nuestro suelo, de los mares y del desierto, de las montañas y de los cielos o las llanuras argentinas, ningún otro como el nombre de las Islas, le había despertado una fuerza de espíritu semejante y porque fue tan imponente desde entonces la presencia de esa emoción hace cuarenta y dos años, dos semanas y un día en que la estela de su barco se detuvo, cuando cierra los ojos de sus sueños las ve”. Las Islas paseando por sus sueños.

 

Además, “el hundimiento, la tragedia, el naufragio, nos dice el protagonista, era una especie de continuidad de nuestra profesión, una ceremonia que se extendía a lo lago de la guerra”. En el relato se configuran las caras del patriotismo. El artículo concluye con un homenaje en el aniversario del combate de Montevideo, a los patriotas marinos que el 17 de mayo de 1814, le abrieron paso a la campaña libertadora, con su triunfo bajo las órdenes de Guillermo Brown, almirante, cuyo lema fue: “Confianza en la victoria y tres hurras a la Patria”.

 

La piedad patriótica tiene un objeto: la Patria que nos penetra en forma misteriosa. Es lo que experimentó Rafael Jijena Sánchez en su poesía, “Madre Patria”:

 

“Dulce patria estás en mí

como la sal en el agua,

como el pájaro en el vuelo,

como la luz en la llama.

 

Madre patria estoy en ti,

en el canto y la plegaria,

en el cuerpo de la sangre,

y en el hálito del alma.

 

No me olvides ni me dejes,

oh mi dulce madre patria,

y cuando la noche sea

sobre mi frente doblada,

que tus ángeles de fuego

me reciban en tus alas.”