P. Jaime
Mercant Simó
Dr. en
Estudios Tomísticos
Debemos ser
previsores y prepararnos para afrontar una situación que, por su magnitud, sólo
podremos analogar con los hechos acaecidos en la primera mitad del siglo XVI en
el norte de Europa. Las cuestiones candentes del Sínodo alemán, presentadas
estos días en Roma, significan un verdadero desafío a la curia romana y al
Papa, al cual puede que no le quede más remedio, in extremis, que aplicar un
severo correctorium, para proteger la comunión eclesial
Contemplamos
actualmente con estupor un espectáculo, dantesco, según mi impresión,
protagonizado por la mayor parte de los obispos germanos, juntamente con sus
teólogos, y por un gran número de los participantes activos del llamado Camino
sinodal (Der Synodale Weg) alemán. Podríamos encontrar fácilmente las fuentes
de este desorden eclesial en el espíritu de independencia protestante o en la
mundanización y relajación de las costumbres, pero creo que también existe una
razón muy profunda en el orden de las ideas, de índole metafísica.
Como bien
sabemos, un principio fundamental de la metafísica escolástica es aquél que
afirma que el obrar sigue al ser; operari sequitur esse. Dicho de otro modo,
existe una dependencia metafísica fundamental de las acciones u operaciones de
los entes respecto de su propio ser. La naturaleza de los entes es la misma
esencia, considerada como principio de operación, y esta misma esencia es la
que recibe el ser, acto y perfección (actus essendi), y, en definitiva, raíz
fundamental de todo obrar ulterior. Sin embargo, en todo lo tocante al Sínodo
alemán, deberíamos tener en cuenta que la teología del Rin contemporánea, que
lo mueve e inspira, está contaminada por una serie de postulados
antimetafísicos de corte idealista. El paladín por antonomasia de la nueva
teología germana ha sido y sigue siendo, no tanto l'enfant terrible Hans Küng
(1928-2021), como algunos podrían sospechar, sino, más bien, Karl Rahner
(1904-1984). La teología trascendentalista del teólogo de Freiburg y de sus
seguidores, que son legión, no plantea que el obrar siga al ser, sino, más
bien, que el ser (sein) sigue al pensar (denken) o conocer (Erkennen), o, más
exactamente, que ambos términos se identifican sic et simpliciter [1],
olvidando que únicamente en Dios existe una identificación de su propio ser con
su inteligir, como enseña el Angélico Doctor: «esse Dei est suum intelligere» [2].
Ésta es, según
mi opinión, la raíz metafísico-teológica del espíritu del Sínodo alemán que, de
forma inexorable, parece que corre con precipitación hacia el abismo del cisma,
o sea, de la separación del cuerpo místico de Cristo. Por supuesto que los
fautores de este delirium tremens van mucho más allá de la teología rahneriana,
sin embargo, pienso que, en sus principios, se asientan sus propuestas y
conclusiones, encontrando, pues, su degeneración en la inercia de las premisas
que las fundamentan.
Los
participantes del Sínodo alemán, especialmente los más activos y
recalcitrantes, han promovido ab initio, mediante sus delicuescentes reuniones,
votaciones y declaraciones ―mediáticas y mediatizadas―, no una reflexión acerca
de lo que la Iglesia es, de su identidad esencial, sino, por el contrario, una
dinámica vertiginosa que ha girado siempre en torno a lo que la Iglesia piensa
de sí misma, esto es, de su autoconsciencia, en el sentido más idealista de la
expresión. Dicho pensamiento colectivo y autoconsciente, además, se ha
presentado, respecto del ser eclesial, como fundante y no como fundado.
El joven
teólogo Michael Seewald, uno de los más sobresalientes rupturistas del panorama
teológico alemán, expresa a la perfección el presente afán antieclesial. Para
él, que propugna un dogma en evolución (heterogénea) [3], la ansiada nueva
reforma debería producirse a partir del hecho de pensar de otro modo la Iglesia
(dieselbe Kirche anders denken) [4]. Es inevitable ver aquí, por consiguiente,
una correlación entre este otro modo de pensar (anders denken) y el otro modo
de ser (anders sein) eclesial al que se refiere, por cierto, el actual
presidente de la Conferencia episcopal alemana, Mons. Georg Bätzing. Según el
Dr. Seewald, existen tres modos de evolución dogmática: por autocorrección, por
olvido o por innovación encubierta [5]. Pese a esto, sea cual sea la modalidad,
en el presente caso estaríamos hablando de una evolución heterogénea, y no
homogénea, del dogma católico. En otros términos, a lo que lamentablemente se
aspira en Alemania, a tenor de los hechos acontecidos hasta el momento, no es a
un mero cambio accidental, sino a un cambio substancial de la realidad, tanto
de la Iglesia como de la misma religión.
Es cierto, no
obstante, que, en el contexto de la reciente visita ad limina apostolorum de
los obispos alemanes, el obispo Bätzing ha afirmado que la Iglesia alemana es
católica y quiere continuar siéndolo (wir sind katholisch und wir bleiben es…);
esto es lo que ha destacado Vatican News en su versión alemana [6]. Curiosamente,
lo que no ha transcrito este medio vaticano es la segunda parte de dicha
declaración, que es, por cierto, la que más nos interesa aquí subrayar. Al
respecto, Bätzing añade que ellos ―él habla en nombre de la mayoría de los
obispos de la Conferencia y de la voluntad general (?) de los fieles alemanes,
participantes en su Sínodo― quieren ser católicos, cierto, pero de otro modo
diferente (…aber wir wollen anders katholisch sein)[7], lo cual, a mi entender,
es formalmente la declaración más radical y audaz que se ha realizado hasta el
momento, porque aquí encontramos el fundamentum y la razón de ser de los
cambios sustantivos que dichos obispos anhelan implementar, bien sean las
bendiciones de parejas del mismo sexo, por ejemplo, bien sea la admisión de las
mujeres a las órdenes sagradas. Lo diré más claramente: Mons. Bätzing, por su
parte, cuando habla de otro modo de ser, se está refiriendo, de hecho, a
adoptar una nueva ratio eclesial, lo que supondría la creación de una nueva
Iglesia y, en definitiva, de una nueva religión. Y prueba de que dicho obispo,
cuando habla de otro modo de ser, se está refiriendo a una nova ratio ―no
simplemente a un novus modus―, es que él mismo asegura osadamente que, en su
diócesis, seguirá permitiendo las susodichas bendiciones, al mismo tiempo que
asevera, contradictoriamente, que su intención y la de los restantes obispos es
la de permanecer unidos a Roma, y de no hacer nada (sic) al margen de la
Iglesia universal.
Por otro
lado, algunos también han querido identificar, con el célebre sensus fidelium,
las propuestas y exigencias asamblearias de este Sínodo alemán, en las que, por
modo de sufragio democrático (!), los participantes ―la mayoría de los cuales
sin la pericia ni los suficientes conocimientos teológicos― han decidido sobre
cuestiones esenciales de la Iglesia, no para profundizar en ellas, sino para
cambiarlas, esto es, para convertirlas en algo substancialmente diferente a lo
que son ahora. Además, conviene tener bien en cuenta que el grado de
participación en este Sínodo ha sido ridículo a nivel cuantitativo. Por ende,
supondría un insulto a la inteligencia concluir que esta minoría fuera una
representación fidedigna del conjunto de católicos practicantes; se ha
mostrado, más bien, interesada en contentar, no a los fieles ―en sentido
estricto―, sino al gran número de contribuyentes (no practicantes) que pagan
religiosamente el impuesto eclesiástico, acomodándose a su modo de pensar
mundano, puede que para contener la actual sangría de apostasías, expresión de
una comunidad socialmente enferma y alejada de Dios. Sea como sea, resulta
superfluo recordar que no tiene sentido vociferar un supuesto sensus fidelium
―minoritario, repito―, si éste está disociado del auténtico sensus fidei
católico.
Pese a todo,
son muchos los que se preguntan qué pasará con el Sínodo alemán, cuál será su
desenlace. Proyectando la situación actual, no puedo dejar de ver
analógicamente en este embrollo a un rinoceronte gris; para mí, son inútiles
las posiciones naifs que, impostadamente, simulan desconocer el verdadero
alcance del problema, actuando como si dicho rinoceronte gris no existiese,
evitando, así, comprometerse e implicarse, permaneciendo en una zona de
relativo confort, mediante su silencio y, por ende, su tácita aceptación. El
rinoceronte gris existe y viene hacia nosotros; esta advertencia va dirigida
especialmente a todos los sacerdotes jóvenes que están más preocupados por su
status y sus nombramientos parroquiales, diocesanos o académicos que por la
verdad que deben enseñar y defender, incluso con la vida. También no podemos
dejar de tener en cuenta el bienestar espiritual de las almas, que, mediante
ciertos experimentos pastorales, son puestas temerariamente en prise ―como
decimos en ajedrez―, y las cuales tienen derecho ―y esto es lo que
frecuentemente se olvida―, no sólo a recibir los sacramentos, sino también a
que les enseñen correctamente y sin deformaciones la verdad divina. Considero
que el momento de reaccionar y actuar es éste; «non semper lilia florent», como
decía Ovidio [8].
La antedicha
analogía zoológica la he tomado de Michele Wucker, la cual, mediante su exitoso
libro The Gray Rhino: How to Recognize and Act on the Obvious Dangers We Ignore
(2016) [9], de estrategia socio-económica, inspiró al actual presidente chino
Xi Jinping [10]. La figura del rinoceronte gris se opone a la conocida
expresión cisne negro. Este último se refiere, como bien sabemos, a un hecho
sorpresivo e imprevisto. En cambio, el rinoceronte gris manifiesta un peligro
futuro que avanza hacia nosotros casi sin contención, y que puede captarse de
modo evidente ya en el momento presente. Al respecto, existen dos tipos de
personas, las que saben reconocer dicho peligro o gray rhino y se preparan para
el impacto, y, los otros, que viven deliberadamente con una venda en los ojos,
no queriendo reconocer dicha amenaza. Los primeros, los prudentes, se saben
preparar mejor para la inminente adversidad y tendrán más capacidad y recursos
para afrontar riesgos; los segundos no se arriesgarán en absoluto, pero tampoco
se prepararán, y, por ende, se encontrarán ulteriormente en una situación de
desarme total. Por consiguiente, considero que el peligro de cisma es real y
palmario; o sea, muchos pensamos que, en la coyuntura hodierna, dicho cisma
alemán y la probable propagación del espíritu cismático a otras iglesias
particulares se nos presenta ―mutatis mutandis y en un sentido traslaticio―
como una especie de rinoceronte gris.
Rebus sic
stantibus, es perentorio que se reaccione de forma clara y enérgica, empezando
por los obispos, sacerdotes y teólogos, y siguiendo por el resto del pueblo
fiel, y más aún cuando la Iglesia en general sigue embarcada en el Sínodo de la
sinodalidad ―prolongado hasta el 2024―, proceso que, en el hipotético caso de
que se descontrolase ―Dios no lo quiera―, podría convertirse ―y de facto se ha
convertido ya en algunas diócesis― en la condición de posibilidad para que los
errores del Sínodo alemán se expandan metastásicamente por todo el cuerpo
social de la Iglesia. En particular, constato la existencia de una cierta
nocividad conceptual, que se desarrolla mediante la ley de los vasos
comunicantes, a saber, a partir de términos comunes en ambos sínodos,
especialmente el de sinodalidad, neologismo eclesiológico de naturaleza
marcadamente anfibológica, que, para unos, puede significar una cosa, y, para
otros, todo lo contrario. Damos por supuesto que el papa Francisco empezó, en
2015[11], a emplear dicho término con recta intención, sin duda, pero, a la
vez, considero que no existe problema alguno en cuestionar el grado de
precisión teológico-conceptual. En todo caso, lo que resulta insoportable es la
actual magna comitante caterva de los que, de modo oportunista, se alinean
siempre y por sistema con las directrices oficialistas; son los que repiten sin
cesar, unos por convicción ―los más honestos―, por carrerismo, otros ―los más
dudosos―, que la Iglesia tiene la sinodalidad como dimensión constitutiva (sic)
[12], sin tener aún muy claro lo qué significa exactamente dicha expresión.
Es cierto que
san Juan Crisóstomo, al cual apela el Papa [13], afirma la sinonimia entre
Iglesia y sínodo, pero lo hace para explicar que ella es asamblea o
congregación (litúrgica): «Ecclesia enim est nomen conventus et
congregationis»; Ἐκκλησία γὰρ
συστήματος καὶ συνόδου ἐστὶν ὄνομα [14]. De hecho, en dicho contexto litúrgico y en este mismo pasaje, el Santo simplemente
quiere explicar en qué consiste la acción de gracias de la Iglesia (gratiarum
actio in quo consistat), remarcando que la alabanza a Dios es una obra de la
comunidad y no algo puramente individual (laus eius in Ecclesia sanctorum)[15];
en ningún momento se está refiriendo, por lo tanto, a ningún sínodo de obispos
ni a nada semejante.
Hoy, más que
nunca, pues, los obispos y teólogos deben ser prudentes ―más que cautos― y, por
ende, previsores ―recordemos que la previsión o providencia es una parte cuasi
integral de la prudencia―; deben reconocer a este rinoceronte gris, y, sobre
todo, deben estar en disposición de ánimo resolutiva a la hora de elegir los
medios adecuados para poder evitar la embestida o, al menos, mitigar los
consecuentes daños. De hecho, no hace falta leer a Wucker para ello, sino a
santo Tomás; la previsión o providencia, según él, «importa una cierta relación
a algo distante hacia lo cual deben ordenarse todas las cosas que ocurren en el
presente» [16]. Por consiguiente, debemos ser previsores y prepararnos para
afrontar una situación que, por su magnitud, sólo podremos analogar con los
hechos acaecidos en la primera mitad del siglo XVI en el norte de Europa. Las
cuestiones candentes del Sínodo alemán, presentadas estos días en Roma,
significan un verdadero desafío a la curia romana y al Papa, al cual puede que
no le quede más remedio, in extremis, que aplicar un severo correctorium, para
proteger la comunión eclesial, cuya esencia ―recordémoslo bien― está
constituida por una tríada unitaria de principios, a saber, el jerárquico, el
sacramental y el doctrinal; es imposible, en este sentido, la unidad esencial
de la Iglesia, si ésta no emana de una unidad de fe, es decir, de la fides quae
creditur.
En fin, puede
que la solución general a esta ruptura en ciernes no estribe tanto en que la
Iglesia salga de sí misma ―una salida esencial, que no misionera, significaría
su autoaniquilación―, sino más bien en que la Iglesia se repliegue sobre sí
misma, o sea, sobre su propia esencia, que es lo mismo que decir que permanezca
en unidad mística con su Cabeza, de la cual recibe el flujo vital sobrenatural
y con la cual constituye ―en términos agustinianos― una persona mystica, a
saber, el Christus totus.
Notas
[1] Cf. Karl Rahner, Geist in Welt:
Zur Metaphysik der endlichen Erkenntnis bei Thomas von Aquin, München: Kösel,
1957, p. 82: «Sein und Erkennen ist dasselbe: idem intellectus et intellectum
et intelligere».
[2] Thomas
Aquinas, Contra Gentiles, lib. I, cap. 69, n. 6.
[3] Cf.
Michael Seewald, El dogma en evolución: Cómo se desarrollan las doctrinas de
fe, Maliaño: Sal Terrae, 2020.
[4] Cf.
Michael Seewald, Reforma: Pensar de otro modo la misma Iglesia, Maliaño: Sal
Terrae, 2021.
[5] Cf. Ibidem, pp. 74-109.
[6] Cf. Vatican News, «Nach
ad-limina-Besuch: „Erleichterung und Sorge “» (19-11-2022):
[7] Cf. CNA Deutsch, «Bischof Bätzing:
Wir bleiben katholisch, aber wir wollen anders katholisch sein “» (19-11-2022):
[8] Publius Ovidius Naso, Ars amandi
2, 215.
[9] Cf. Michele Wucker, The Gray Rhino: How to Recognize and Act on the Obvious Dangers We Ignore, New York: St. Martin's Publishing Group, 2016.
[10] Cf.
Michele Wucker, Carlos Barragán, «La mujer que enseñó a Xi Jinping a torear un
rinoceronte gris: "Ven diferente los riesgos"», Entrevista, El
Confidencial (5-6-2021):
https://www.elconfidencial.com/mundo/2021-06-05/michele-wucker-pandemia-rinoceronte-gris_3115963/
[11] Cf.
Franciscus, Discurso en la Conmemoración del 50 aniversario de la Institución
del Sínodo de los Obispos (17 de octubre de 2015):
[12] Cf.
Comisión Teológica Internacional, La sinodalidad en la vida y en la misión de
la Iglesia (2018), nn. 1, 5, 42, 57, 70 y 94.
[13] Cf.
Franciscus, Discurso en la Conmemoración del 50 aniversario de la Institución
del Sínodo de los Obispos (17 de octubre de 2015): «La sinodalidad, como
dimensión constitutiva de la Iglesia, nos ofrece el marco interpretativo más adecuado
para comprender el mismo ministerio jerárquico. Si comprendemos que, como dice
san Juan Crisóstomo, "Iglesia y Sínodo son sinónimos" [cf. Explicatio
in Ps. 149] ―porque la Iglesia no es otra cosa que el "caminar
juntos" de la grey de Dios por los senderos de la historia que sale al
encuentro de Cristo el Señor― entendemos también que en su interior nadie puede
ser "elevado" por encima de los demás. Al contrario, en la Iglesia es
necesario que alguno "se abaje" para ponerse al servicio de los
hermanos a lo largo del camino».
[14] Iohannes Chrysostomus, Expositio
in Psalmum 149, n. 1: PG 55, 493.
[15] Cf. Ibidem.
[16] Thomas Aquinas, Summa
Theologiae, II-II, q. 49, a. 6, co.: « […] importat enim providentia respectum
quendam alicuius distantis, ad quod ea quae in praesenti occurrunt ordinanda
sunt».
Fuente: Infocatólica, 23/11/22