Denes Martos
21 de febrero de 2024
“Las ciencias, cada una de las cuales
se esfuerza en su propia dirección,
hasta ahora nos han perjudicado poco;
pero algún día, la unión del conocimiento disociado
abrirá perspectivas tan aterradoras de la realidad
y de nuestra
espantosa posición en ella,
que, o nos volveremos locos por la revelación,
o huiremos de
la luz mortal
hacia la paz y la seguridad de una nueva era
oscura."
H.P. Lovecraft
LA GUERRA CULTURAL
Somos la Resistencia
Lo digo de
entrada: no creo que el término “oposición” defina correctamente la posición de
quienes tratamos de lograr una interpretación válida y coherente del espacio
político y nos negamos a aceptar a libro cerrado lo que se ha dado en llamar lo
“políticamente correcto”. Más bien creo que, en términos generales y
especialmente para quienes no tenemos una representación institucional con real
poder político, el término más apropiado sería el de resistencia; un concepto
que, por supuesto, incluye el de “oposición”, pero más que antagonismo a un
gobierno, el concepto de resistencia
presupone esencialmente la negación activa de todo un sistema; ya sea
que se trate de una resistencia a las imposiciones de un determinado régimen o
bien (y eventualmente también) de una resistencia a los postulados ideológicos
y éticos que definen los criterios de decisión del sistema en el que dicho
régimen se inscribe.
Lo que comúnmente
caracteriza a las agrupaciones de “oposición” al modelo liberal, incluso en el
caso de los llamados “conservadores”, es una interpretación bastante
superficial de lo que podríamos llamar la “resistencia posible” o, mejor dicho,
la resistencia estimada posible dentro de lo que se evalúa como una oposición
tolerada. En otras palabras: es una resistencia limitada por las concesiones
consideradas admisibles para no ser proscripta, reprimida o “cancelada” por el
sistema. Ésas son las condiciones cuando, por ejemplo, la democracia se
convierte en la dictadura de los demócratas y aplica el conocido principio de
Saint Just de “nada de libertad para los enemigos de la libertad”. Es obvio que, en estos casos, el concepto de
“libertad” queda restringido a lo que el sistema permite, lo cual hace que la
voluntad de resistencia quede esterilizada. Porque una resistencia tolerada no
es resistencia. En el mejor de los casos es apenas el aprovechamiento de algún
hueco en el sistema con un grado de eficacia más que dudoso, que requiere como
mínimo una enorme dosis de carisma y buena suerte para tener algo de éxito.
No obstante, los
movimientos “i-liberales” o “conservadores” que están apareciendo en Occidente,
constituyen la punta visible de un iceberg sociopolítico cuyo cuerpo sumergido
bien vale la pena analizar para entender el fenómeno. Y esto es especialmente
cierto para los países iberoamericanos que, en cierto sentido, han llegado un
poco tarde a la era posmoderna y cuyo marco interpretativo – condicionado en
buena medida por la experiencia de las clásicas dictaduras y “dictablandas”
militares de la región – aun no les ha permitido decodificar completamente la
esencia de los fenómenos europeos recientes tales como los de Vox en España, la
AfD en Alemania, Marine Le Pen en Francia,
Giorgia Meloni en Italia, Viktor Orban en Hungría, y varios otros que, o
bien ya se hallan en el gobierno, o bien representan masas considerables de
votantes.
Lo que sucede es
que, sin una interpretación adecuada del fenómeno posmoderno, tampoco se puede
interpretar el espacio cultural actual. Y, sin una interpretación clara de lo
cultural, tampoco es posible analizar a fondo el espacio político que, en gran
medida, siempre está determinado por valores y criterios culturales. Esta falta
de comprensión de lo posmoderno es lo que favorece a los medios y a los
intelectuales del sistema permitiéndoles caracterizar a los de gobiernos y
movimientos poco dóciles al régimen imperante como nazifascistas,
dictatoriales, antidemocráticos, feudales y otros epítetos que, en la mayoría
de los casos, no son más que intentos de difamación para neutralizar las
oposiciones antes de que adquieran capacidad de resistencia real.
Esta táctica, que
en lo concreto consiste en aplicarle a lo contemporáneo etiquetas
pertenecientes al pasado, pasa por alto el hecho que, si aplicáramos la lógica
histórica más elemental, estas etiquetas son tan falsas que no tienen ni
siquiera un mínimo de credibilidad. En primer lugar porque las ruedas de la
Historia no giran para atrás; por lo que interpretar el presente con esquemas
del pasado es la manera más segura de equivocarse y por mucho. Y, en segundo
lugar, porque todas esas etiquetas hacen referencia a regímenes pasados que,
aun cuando es obvio que pueden ser agrupados bajo algún nombre genérico para su
estudio, fueron bastante diferentes entre sí, dependiendo de las condiciones
históricas, culturales, éticas – y hasta religiosas y étnicas – de los países
en que accedieron al poder.
La táctica de
desprestigiar a la actual oposición incipiente con etiquetas del pasado se
comprende cuando se entienden dos cosas. La primera es que el sistema imperante
necesita imperiosamente evitar que estas oposiciones se conviertan en
resistencias efectivas y deriven finalmente en revoluciones. La segunda es que,
en el fondo, las oposiciones que están surgiendo en Europa están adoptando
precisamente el método político que apareció con el posmodernismo, pero con el
signo opuesto.
El posmodernismo
Deberíamos
entender qué es realmente el posmodernismo. En Iberoamérica estamos un poco
atrasados en la materia. De la época que empezó en 1968 por lo general solo se
recuerda el “mueran las heladeras” y el “prohibido prohibir” de las revueltas
estudiantiles junto con el “hagan el amor, no la guerra” y el LSD del
movimiento hippie que introdujo la droga como vía de escapismo masivo de una realidad
que no gustaba. En círculos más “ilustrados” podríamos agregar los remezones de
la Revolución Húngara de 1956 y el fin de la Primavera de Praga con la invasión
a Checoslovaquia por parte de las tropas del Pacto de Varsovia en agosto de
1968. Todo eso, fue incorporado en el estrato cultural y mediático de nuestra
región con una visión apenas románticamente historiográfica de la Historia. No
obstante, en las capas superiores de la inteliguentsia occidental apareció una
corriente que poco a poco fue impregnando el pensamiento de nuestra cultura con
una subversión de valores de tal magnitud que en los últimos años ha
desembocado en el transhumanismo como inevitable consecuencia.
La forma
románticamente superficial con la que se percibieron los hechos de 1968 ha
llevado a muchos a considerar que el pensamiento posmoderno comenzó como un
movimiento artístico. Sin negar que efectivamente tuvo un aspecto que (con
bastante buena voluntad) podríamos llamar “artístico” – como p.ej. los
productos “psicodélicos” del movimiento hippie – lo realmente importante es que
ese pensamiento terminó siendo articulado de modo consistente muy por fuera del
arte.
La
“deconstrucción” cultural
Uno de los que más
se destacó en esa tarea fue Jacques Derrida (1930-2004), un filósofo que se
propuso enfrentar la cultura occidental desde una posición claramente
antitética algo que, por ejemplo, la investigadora Gabriela Balcarce deja
traslucir cuando afirma que: "La condición de argelino, de extranjero de
una excolonia en el país imperial, y de judío, no ha sido, para la vida de
Jacques Derrida, un elemento sin significado” ([1]) Precisamente, el
“significado” de esa visión antitética de la cultura occidental tradicional
explica por qué Derrida terminó siendo considerado como el padre del concepto
de “deconstrucción” y otras nociones expuestas en una prosa tan forzadamente
abstracta que resultan difíciles de interpretar y a veces hasta hacen sospechar
que son términos que han sido escritos para ser repetidos y no para ser
interpretados. De todos modos, no hace
falta mucha suspicacia para descubrir que ese término de deconstrucción no es
más que un eufemismo por no decir destrucción o bien, si se quiere, demolición.
El hecho real y
verificable es que la idea de “deconstruir” una cosmovisión cuestionando sus
valores en forma consecuente y sistemática, conduce a la destrucción de toda la
cultura en que esa cosmovisión ha
cristalizado. Por supuesto, en el caso de la cosmovisión occidental, el
destruirla ha llevado su tiempo porque el tradicional pensamiento occidental,
desarrollado principalmente en la Antigüedad y la Edad Media, ([2]) se
fundamentaba en la consecuencia y la coherencia. Precisamente por el poder de
la coherencia misma, a los hombres de Grecia, Roma y el Medioevo ni siquiera les
pareció posible – y menos aún deseable – considerar una forma de pensar
diferente.
El pensamiento
tradicional de Occidente
Una de las
características más destacadas del pensamiento occidental fue su coherencia
intrínseca. Más allá de aciertos y errores provenientes de las posibilidades de
la ciencia de la época, los antiguos y los medievales se preocuparon
principalmente de mantener un pensamiento coherente. Eso explica, por ejemplo,
el trato que tuvo la idea del heliocentrismo en sí, una idea que al principio
se rechazó pero no por una cuestión de fanatismo religioso, ni por una
terquedad científica de defensa del sistema ptolemaico, sino, principalmente, porque Galileo nunca
pudo demostrar, es decir: probar, su teoría. ([3])
Es que el
pensamiento tradicional no aceptaba un agregado nuevo sin antes confirmar que
“encajara” en forma armónica con lo ya existente. Esto, por supuesto, nunca
significó que jamás se aceptara un pensamiento o un hecho nuevo. El conflicto
se producía cuando lo nuevo era demostradamente cierto pero tenía tal alcance
que obligaba a repensar todo o al menos buena parte de una cosmovisión ya
aceptada como válida. Algo que, en ese caso, tenía que hacerse obligatoriamente
para mantener la coherencia de toda la visión integral del cosmos.
Lo que sucede es
que, en Occidente, el pensamiento tradicional responde a una matriz jerárquica
“vertical”, a diferencia de un pensamiento que esencialmente explicativo que
trata meramente de elucidar lo existente de un modo “horizontal” mediante especializaciones
en compartimentos casi estancos teóricamente justificados en y por sí mismos.
Para entender en qué consiste el pensamiento jerárquico podemos recurrir a un
ejemplo algo metafórico y bastante imperfecto pero muy simple
Pregunta : ¿Qué tiene de significativo un martillo?
Respuesta: Que con
él se puede clavar un clavo.
Esto, que quizás
no se entienda a primera vista, implica que la existencia de un martillo se
vuelve significativa para una persona solamente si al martillo le da sentido
algo (el clavo) ubicado en un plano de
existencia diferente al martillo en sí. Y esto es así porque, si no existiera
el clavo, el martillo no tendría un propósito, la existencia del martillo no
tendría sentido, no serviría para nada, nadie se tomaría el trabajo de fabricar
martillos, y el pobre martillo dejaría de existir.
Dentro de este
sistema de pensamiento, no existe, es imposible que exista, una configuración
en la que – para seguir con nuestro pequeño ejemplo – el martillo exista para
ser martillo, es decir, que exista simplemente por sí mismo y para sí mismo. Lo
mismo sucede con el ser humano. La existencia del Hombre solo para y por sí
mismo sencillamente no tiene sentido.
Por medio de la ciencia, una explicación “horizontal” de lo humano puede
intentar dar respuesta a la pregunta de “cómo” pero jamás podrá ni siquiera
aspirar a responder la pregunta de “para
qué” ha aparecido el Hombre sobre el planeta. La existencia horizontal profana
puede tener una descripción; lo que no tiene es sentido. Y no lo tendrá jamás
si no se la interpreta a través de la existencia vertical. En ausencia de una
interpretación vertical jerárquica, cesa toda razón para la acción y hasta para
la existencia misma mientras que la interpretación jerárquica de la existencia
conduce necesariamente del fenómeno físico a la metafísica y de ésta a la
teología.
El fracaso del
materialismo dogmático
Sucedió, sin
embargo, que al final de la modernidad el materialismo dogmático comenzó a
advertir que se había metido en un callejón sin salida. Cada vez hubo – y hay –
más científicos insatisfechos con una explicación meramente descriptiva de la
realidad por más científicamente exacta y confiable que sea.
Para citar un
ejemplo de esto podemos mencionar que – si bien el darwinismo sigue siendo un
verdadero dogma de fe, especialmente en el mundo académico anglosajón – el
intento de explicar el “como” del origen de la vida y del Hombre mediante la
teoría de Darwin y sus discípulos, poco a poco se está volviendo cada vez más
cuestionable toda vez que hasta los más fanáticos evolucionistas deben admitir
que nadie sabe qué ES – en realidad y concretamente – ese fenómeno que llamamos
“vida”.
Una vida que
solamente hemos conseguido describir en forma aproximada y la hemos manipulado
dentro de ciertos límites, pero nunca la hemos podido crear en el laboratorio;
nunca pudimos superar el hecho que la vida en el mundo real siempre surge de
otra vida; nunca pudimos evitar la muerte cuando esa vida llegaba al final de
su ciclo, siendo que hasta el día de hoy ni siquiera la entendemos del todo.
Precisamente por eso es que resulta tan enormemente peligrosa la idea de
manipular la vida. Pretender transformar a un ser vivo sin saber qué es la vida
constituye una receta infalible para el desastre.
En la filosofía
medieval la interpretación jerárquica de la existencia se extendía a todo y
permeaba el pensamiento humano en todo, por lo que también se aplicaba al
Hombre mismo. De allí que, en el esquema del pensamiento tradicional, el Hombre
sólo podía considerar su propia existencia como significativa si podía verla en
una relación jerárquica con otra existencia que trascendía y superaba lo
humano. De allí el concepto del Dios Creador y la relación jerárquica entre el
Creador y su creatura.
Dada la impotencia
del materialismo dogmático en cuanto a explicar el “para qué” de la realidad,
el lento pero progresivo resurgimiento de las concepciones jerárquicas amenaza
cada vez más con derrumbar el edificio construido por la ciencia materialista,
en el fondo tan intolerantemente dogmática como la más cerrilmente fanática de
las religiones idolátricas. Este es el peligro que han avizorado los popes de
la posmodernidad y, precisamente por eso, pregonan la necesidad de frenar este
proceso de regreso a la coherencia jerárquica mediante la “deconstrucción” total del pensamiento
tradicional.
La destrucción
deliberada de la cultura jerárquica
Basta leer una de
las frases más citadas de Derrida con la debida atención: “La época del signo
es esencialmente teológica. Tal vez nunca termine. Sin embargo, su clausura
histórica está esbozada.” Los resaltados son del autor. ([4])
Es decir: si bien
admite – quizás a regañadientes – que la referencia teológica a una jerarquía
natural “tal vez” nunca termine, así y todo anuncia su “clausura histórica”.
No hace falta
mucha perspicacia para darse cuenta que esa “clausura histórica” – con el
concepto de “clausura” resaltado por su propio autor – no significa más que
destrucción lisa y llana de todo lo que puede representar un resurgimiento del
pensamiento jerárquico tradicional. Pero, para no utilizar el término
“destrucción” que tiene demasiado sabor a “demolición deliberada”, se endulza
el concepto mediante el eufemismo de “deconstrucción”. El truco, en todo caso,
es bastante transparente: una cosa es demoler un edificio quitando
pacíficamente ladrillo tras ladrillo hasta hacerlo desaparecer, y otra cosa
bastante diferente es ponerle cargas explosivas y hacerlo colapsar en cuestión
de segundos en medio de un tremendo estruendo y una nube de polvo visible por
kilómetros a la redonda. El impacto en el observador es obviamente diferente.
El resultado, sin embargo, es el mismo.
Lo esencial es que
– aun cuando sobreabundan los fenómenos de decadencia – ya no se apuesta a la
decadencia de Occidente en el sentido que le dio Spengler en su momento. La
apuesta de la postmodernidad es a la destrucción de lo poco que queda del
Occidente auténtico para que una cosmovisión coherente basada en jerarquías y
méritos no pueda volver a surgir.
El posmodernismo
se dio cuenta de que todo el patrimonio metafísico y teológico de la cultura
occidental es incompatible con la cosmovisión científica del materialismo
dogmático. En consecuencia, las
categorías de valores que antes se pensaban evidentes e indispensables – como,
por ejemplo, que la vida humana necesariamente debe tener un significado –
simplemente no deben ser válidas y se declara autoritativamente que una persona
"libre" es aquella que se inventa y se crea a sí misma, siendo que
existe en y para sí misma.
El pensamiento
científico materialista, según su motivación más íntima, no puede conceder de
ningún modo que, para una comprensión realmente completa de la realidad,
sencillamente no basta con considerar tan solo lo medible, lo visible, lo tangible,
lo deducible de observaciones anteriores o, lo que es mucho más peligroso, lo
deducible de deducciones anteriores que terminan constituyendo teorías no solo
indemostradas sino indemostrables. Es bastante obvio que eso solo no es
suficiente. Pero así y todo, el dogma científico materialista, por cuestiones
más ideológicas que estrictamente científicas, pretende tener la capacidad –
actual o, dado el caso, futura ([5]) – de tomar posesión de todo, inclusive del
ser humano. Con esa pretensión, que niega la esencial sacralidad de la vida, el
dogma científico vigente no tiene mayor impedimento para creer en la
posibilidad de la recreación arbitraria del hombre, y esto no es más que el
transhumanismo mismo.
El mito del
“Hombre Nuevo”
Desde el siglo
XVII las ideologías herederas de las filosofías subyacentes a la Revolución
Francesa, hablaban de la propuesta de construir sociedades más o menos utópicas
para las cuales proponían cambiar al ser humano y lograr un supuesto “Hombre
Nuevo”. Todas ellas, desde el liberalismo, el socialismo e incluso el
anarquismo, apostaban por la educación y el mito de la infinita educabilidad
del ser humano para lograr esta pretendida transmutación del Hombre real en el
Hombre Nuevo imaginado.
Después del
colapso de la URSS, en dónde prácticamente tres generaciones enteras fueron
educadas en un ambiente de ideología rígida y
adoctrinamiento sistemático dispuesto deliberadamente para inculcar en
millones de personas los principios del materialismo dialéctico, la
intelligüentsia postmoderna tuvo que admitir que el método del adoctrinamiento
pedagógico no produce resultados confiables. Las escuelas soviéticas y las
alineadas con la filosofía marxista no solamente no fabricaron al famoso
“Hombre Nuevo” sino que ni siquiera consiguieron cambiar en forma sustancial
las características etnoculturales del “Hombre Viejo”. En la Rusia actual, no
por nada los críticos de Putin lo asimilan más a un Zar que a un Lenin. ([6])
En una, o como máximo en dos generaciones más, los efectos de todo el
adoctrinamiento ideológico y cultural
marxista habrán desaparecido de la sociedad rusa.
A través de éstos
y parecidos fenómenos en todo el planeta, el posmodernismo ha entendido, aunque
más no sea implícitamente, que lo de la infinita educabilidad del ser humano,
tal como se la imaginaba Rousseau y los pedagogos liberal-marxistas
posteriores, no es más que un mito. La educación sirve y debe servir para
transmitir conocimiento. El querer utilizarla como herramienta de
adoctrinamiento ideológico para la fabricación de un utópico “Hombre Nuevo” es
una tarea condenada al fracaso. En consecuencia, lo que los profetas del
posmodernismo se proponen – siguiendo en esto la observación de Gramsci que la
revolución cultural siempre precede a la revolución política – es la
deconstrucción de la cultura misma como fuente de valores y normas compartidas
por toda la sociedad.
Así el objetivo,
expresado en la forma más breve posible, consiste en dejar a la civilización
huérfana de cultura ([7]) en una primera etapa para luego, en una segunda
etapa, crear, una cultura diferente, sintonizada en forma perfecta con una
tecnología carente de auténticos valores éticos y morales. Con una cultura
atada a, y justificada por, una civilización hegemónica y dogmáticamente
materialista, se afirma que sería posible actuar sobre el Hombre, pero ya no
tan solo por la vía de la mera educación y la manipulación psicológica del
aparato mediático, sino actuando en forma directa sobre la estructura
psicofísica del ser humano para lograr, lisa y llanamente, su completa
deshumanización.
Mirando más allá
de la retórica romántica que los anunció, no es muy difícil descubrir el
verdadero objetivo de la propuesta de los “Hombres Nuevos”. Se trató siempre de
una especie de intento de “fabricación en serie” de personas unánimemente
adictas a una determinada cosmovisión y, por lo tanto, totalmente subordinadas
a la ideología, al sistema, y al régimen en el cual esa cosmovisión pretendía
cristalizar. ([8]) Hoy la cuestión es muy diferente. Ya no se trata de
convencer a las personas acerca de las bondades de determinada cosmovisión o
ideología; ahora se trata de manipularlas para que acepten voluntariamente
ciertas innovaciones aparentemente placenteras o ventajosas – o ambas cosas –
para luego, desprovistas de una columna vertebral cultural sólida que les
organice su conocimiento y su pensamiento alrededor de valores éticos y morales
sólidos, acepten cualquier condición necesaria para prolongar esos placeres y
esas ventajas en el tiempo.
La transhumanización
Claus Schwab,
fundador y presidente del Foro Económico Mundial de Davos y miembro del Club
Bilderberg , pone esto en el contexto de una Cuarta Revolución Industrial ([9])
y un “Great Reset” (Gran Reinicio) que deberá conducir “… a una fusión de
nuestra identidad física, digital y biológica”. Esta “fusión” no demasiado
clara, significa concretamente instrumentar una tecnología capaz de operar en
contextos biológicos con funciones de control y/o modificación del
comportamiento de sus sistemas.
En otras palabras
y referido a lo humano: modificar nuestro sistema biológico mediante
componentes digitales físicamente implantados para lograr el control de
determinados procesos fisiológicos y posibilitar la programabilidad de
comportamientos prediseñados. En pocas palabras de esto trata el
transhumanismo: de lograr un “Hombre Nuevo” convirtiendo al existente en un
ciborg. ([10]) Para ello, según Miklós
Lukács que ha estudiado el tema a fondo, el objeto del transhumanismo es lograr
un “Neo ente” mediante “la aplicación de tecnologías como la inteligencia
artificial, la biotecnología, la nanotecnología, la robótica y las ciencias de
materiales”. ([11])
¿Suena a
ciencia-ficción? ¿Suena a teoría conspirativa? Ni lo uno ni lo otro; si bien la
propuesta transhumanista tiene ribetes de utopía científica y se transmite con
una respetable dosis de ingeniería comunicativa, todo es perfectamente racional
y no tiene gran cosa de secreto. Sabemos qué se pretende hacer, sabemos quiénes
lo impulsan, sabemos qué empresas se dedican a ello, sabemos cuáles son los
proyectos en curso, sabemos con qué tecnología se está experimentando. En
realidad, si analizamos la propuesta transhumanista a fondo, la enorme mayor
parte de lo que no sabemos no lo saben tampoco los involucrados en el proyecto.
En primer lugar,
no sabemos si la utopía es posible en absoluto y, en el caso en que lo sea,
cuáles son sus límites. Algunas cosas no son utópicas por la sencilla razón de
que ya las estamos haciendo. Por ejemplo, un marcapasos es un dispositivo
no-biológico que produce impulsos eléctricos que regulan un órgano biológico:
el corazón humano. Mediante un implante, ya es posible conectar un transductor
electrónico directamente al nervio auditivo con lo que personas sordas pueden
oír. De modo que el transhumanismo no se basa completamente en utopías, muchas
cosas ya se hacen pero nadie sabe dónde está su límite. ¿Hasta qué punto se
puede convertir un ser humano en un ciborg sin destruirlo; hasta qué punto es
posible manipular su biología sin que todo el sistema vital colapse y el
individuo muera?
En segundo lugar,
lo otro que nadie sabe son las consecuencias de algunas posibles
implementaciones. La pregunta aquí ya no es si el sujeto muere o no. La
tragedia que podría llegar a ocurrir por las consecuencias del manipuleo es
mucho peor que la muerte que, por más trágica que sea, en última instancia es
el fin inevitable de todo ser vivo. Como consecuencia de un proceso de
transhumanización ¿en qué punto y hasta qué punto un ciborg dejaría de ser
humano? Porque un ciborg que dejara de ser humano ya no sería un ciborg. Sería
un robot. Y hay muchas razones para sospechar que, en el fondo y a largo plazo,
ese puede ser el objetivo de mucha gente con mucho poder.
Generalmente se
aclara que ciborg y robot no son lo mismo. Técnicamente es cierto. En
principio, un ciborg es un organismo vivo con elementos cibernéticos agregados;
un robot es una máquina cibernética construida íntegramente de materia
inorgánica. Pero en cuanto a su funcionalidad, su comportamiento y su razón de
ser hay zonas grises que no están para nada claras. Lo mejor que podemos hacer
para ilustrar esto es comparar las reglas que – en teoría – deberían regir el
comportamiento de un ciborg con las que se han elaborado para el de los robots.
Según Zoltan
Istvan Gyurko ([12]) las tres leyes que deberían regir el transhumanismo son:
1. Un transhumano debe salvaguardar la propia
existencia por encima de todo.
2. Un transhumano debe esforzarse por lograr la
omnipotencia lo más rápidamente posible, siempre que las acciones de uno no
entren en conflicto con la Primera Ley.
3. Un transhumano debe salvaguardar el valor en
el universo, siempre que las acciones de uno no entren en conflicto con la
Primera y Segunda Ley.
Si bien es cierto
que este autor no proviene exactamente del ámbito científico (en realidad su
libro es una novela), basta comparar sus 3 definiciones con las 8 establecidas
en la llamada “Declaración Transhumanista” para ver que refleja sumamente bien
la iniciativa de los científicos que desarrollaron la idea. ([13])
Pero lo más
interesante es comparar estas reglas con las tradicionales leyes de la robótica
establecidas mucho antes por Isaac Asimov:
1. Un robot no puede dañar a un ser humano o,
por inacción, permitir que un ser humano sufra daños.
2. Un robot debe obedecer las órdenes que le den
los seres humanos, excepto cuando tales órdenes entren en conflicto con la
Primera Ley.
3. Un robot debe proteger su propia existencia
siempre que dicha protección no entre en conflicto con la Primera o Segunda
Ley ([14])
Más tarde Azimov
modificó la primera ley con una redacción más genérica:
1. "Ninguna máquina puede dañar a la
humanidad; o, por inacción, permitir que la humanidad sufra daños". ([15])
Unos 36 años más
tarde Azimov agrega una “Ley Cero” y reescribe las otras tres como subordinadas
a la misma.
0. “Un robot no puede dañar a la humanidad o,
por inacción, permitir que la humanidad sufra daños. ([16])
Es interesante
analizar las sucesivas modificaciones. Según la primera regla de 1941, un robot
no podría, por ejemplo, hacer la amputación quirúrgica de un miembro humano
gangrenado, ni podría tampoco permitir que la haga un cirujano. En ambas
situaciones el robot estaría ante el caso de “dañar a un ser humano” o,
“permitir que un ser humano sufra daños”. Que el “daño” sea necesario para
salvarle la vida al amputado es algo estaría más allá de la capacidad de
discernimiento de un robot.
Por consiguiente,
un ciborg que dejó de ser humano y un robot tendrían la misma limitación que
obligó a Azimov a modificar dos veces sus leyes, las cuales trataron de adaptar
los transhumanistas haciéndolas más genéricas y ambiguas. El escollo es el
discernimiento entre varias opciones posibles en la toma de una decisión que
resuelve un problema. De hecho, si hay más de una forma de resolver una
cuestión, ¿qué criterio debería adoptar un ciborg o un robot mecánico para
decidir la aplicación de una solución y no cualquiera de las otras igualmente
posibles?
La Inteligencia
Artificial
Pues, sucede que
en la resolución de este dilema hace varias décadas que se está elaborando un
método: se trata de la “Inteligencia Artificial” que, a esta altura de su
desarrollo, parece haber madurado lo suficiente como para hacerla accesible al
público en general, aunque más no sea para que todos nos vayamos acostumbrando
a la idea.
Por el momento la
inteligencia artificial al alcance del gran público es más artificial que
inteligente. Con un poco de ingenio, no es muy difícil llevar las aplicaciones
actuales ([17]) a cortocircuitarse en un círculo vicioso al tratar de responder
a las preguntas que uno les hace. ([18]) Por otra parte, las aplicaciones que
hoy se venden como de Inteligencia Artificial no son sino “juguetes” digitales
en su gran mayoría. Las que superan este nivel, están todas cuidadosamente
sintonizadas para dar respuestas “aceptables” según los cánones de las
ideologías cultural y políticamente hegemónicas.
No obstante hay
que saber que la Inteligencia Artificial, como técnica, no es un juguete en
absoluto. No lo es, porque es una tecnología capaz de “aprender”. Y permítanme
dar algunos ejemplos.
Cuando salieron
las primeras computadoras caseras, allá a fines de la década de los 1970 y
principios de los 1980, pude maravillarme jugando al ajedrez contra mi flamante
Commodore 64 cargando el programa Sargon. (Los que trabajan en informática no
se rían por favor). Para un ajedrecista novato como yo no era fácil ganarle al
Sargon pero, a veces, lo conseguía. Más tarde, con el SargonII y la Commodore
128 ya fue muchísimo más difícil. ([19]) Hoy a la aplicación de ajedrez
Stockfish no le ganaría ni consultando un manual de partidas famosas
explicadas. ([20]) Pero aparte de
recordar cosas de los “buenos viejos tiempos” informáticos de hace 40 años
atrás, la moraleja de esta historia es que las aplicaciones de Inteligencia
Artificial pueden “aprender” y con ello ir perfeccionándose en el tiempo. Una
aplicación programada para ser un simple juego, no solo sirve para “amigar” a
las personas acostumbrándolas al uso de una tecnología nueva y “divertida”,
sino para ir mejorando los algoritmos del programa a medida en que van
surgiendo las cuestiones que emergen de su uso.
Otro ejemplo de
esto son los programas traductores. La primera vez que se me ocurrió
experimentar con una de estas aplicaciones – allá por la época del Windows 3.1
– la traducción del castellano al inglés de la frase: “Pase nomás y tome
asiento” dio por resultado: “Pass no more and drink a seat”. Cuando quisimos traducir
“Avenida Perito Moreno 800, Ushuaia; Tierra del Fuego”, nos dio: “The downfall
of the Brown Expert 800, Ushuaia, Land of the Fire”.
Acabo de poner
estas mismas frases en el traductor de Google y me dio, para la primera: “Just
come in and take a seat”; y para la segunda: “Avenida Perito Moreno 800,
Ushuaia; Land of Fire“. Como ven, no se puede decir que la inteligencia
artificial es un mal alumno. En unos 30 años evidentemente aprendió un
montón…
¿Hasta dónde es
posible hacer “evolucionar” un programa de Inteligencia Artificial? La
respuesta exacta no la tiene nadie. Pero imaginemos tan solo el módulo de
control de un ciborg (o incluso de un robot) con inteligencia artificial
integrada y una capacidad de desarrollarse de la misma manera en que se desarrolló
el juego de ajedrez para computadoras desde el primitivo Sargon hasta el actual
Stockfish.
Tengámoslo
presente: hacia mediados y fines de los años 1950 un gerente de IBM pronosticó
que las computadoras jamás sabrían jugar al ajedrez. En 1996/97 la computadora
Deep Blue y su sucesora Deeper Blue construidas y programadas justamente por
IBM, le ganaron partidas al gran maestro Gary Kaspárov. ([21]) Y las
computadoras actuales tienen una capacidad de procesamiento infinitamente
superior a las del fin del Siglo XX.
Conclusión
Hemos recorrido un
camino (bastante tortuoso) desde el postmodernismo, pasando por el
transhumanismo hasta las aplicaciones digitales de la inteligencia artificial.
La
“deconstrucción” deliberada de nuestra cultura posibilita la alteración y el
“reseteo” de los conceptos filosóficos, metafísicos, morales y religiosos
tradicionales, volviendo aceptables comportamientos y prácticas que la
cosmovisión tradicional de Occidente ha venido rechazando desde hace más de
2.500 años.
Las tecnologías
aplicables en los experimentos del transhumanismo posibilitan el control de
organismos biológicos para hacerlos responder a determinados estímulos con
comportamientos previamente programados y automatizados.
Y por último,
mediante los módulos de cibernética con inteligencia artificial incorporada a
los módulos de control implantados en organismos humanos, se abre la
posibilidad de dotar de la capacidad de toma de decisiones inteligentes a
dichos módulos, favoreciendo determinados comportamientos y bloqueando otros
considerados indeseables.
El panorama a
futuro que se abre considerando estos elementos parecería ser macabro; sería
algo así como la posibilidad de una robotización de todos los seres humanos que
no pertenezcan a una selecta élite autoelegida y detentadora del poder real.
Ciertamente, el análisis permite prever una distopía de ribetes apocalípticos.
Pero esa conclusión no es la única posible.
El ejemplo del
marcapasos; las prótesis actuales que permiten sustituir con elementos mecánicos
extremidades inferiores y hasta superiores dañadas en un accidente; “chips”
implantados que permiten oír a los sordos y los desarrollos que permiten ver a
los ciegos ([22]); y cientos y hasta miles de otras instrumentaciones posibles
de la tecnología cibernética; todos estos avances no pueden ser evaluados a
priori como negativos.
Por otra parte,
surge también la pregunta de orden práctico: ¿Se puede detener el avance de la
tecnología? La Historia nos enseña que no. Para luchar contra la mecanización
de la industria se dice que un inglés de nombre Ned Ludd rompió, hacia 1811, un
montón de máquinas textiles y dio inicio a un movimiento llamado “ludita” que
se opuso a todo el maquinismo de la primera Revolución Industrial rompiendo las
máquinas. Demás está decir que el movimiento fracasó. Otro conocido caso se dio
al inicio de la era del ferrocarril. Un defensor de los carruajes a caballos
profetizó que los trenes nunca suplantarían al carruaje porque la velocidad
máxima que soportaría el cuerpo humano era – según él – de 60 km/h. Hoy
circulan trenes a 400 km/h en Europa. La tecnología, si es útil, resulta
indetenible. Y, si es rentable, muchas veces se impone aun cuando sea nociva
porque la propaganda comercial la convierte en atractiva y la codicia logra
hacerla aceptable.
¿Cuál es la
solución entonces? La de la estrategia práctica que nos dicta la experiencia
diciéndonos que a los males hay que cortarlos de raíz porque, de otra manera,
de una forma u otra siguen creciendo.
La raíz de la
posibilidad de que el desarrollo tecnológico desemboque en una ucronía
apocalíptica está en las primeras estaciones del camino que acabamos de
recorrer. Por de pronto tenemos que darnos cuenta de que el problema no reside
en la tecnología en sí sino en su posible aplicación. Utilizar elementos
cibernéticos para aliviar desgracias y posibilitar restauraciones en órganos
afectados no es algo malo. Desarrollar módulos de inteligencia artificial para
facilitar los procesos de tomas de decisión puede permitir, entre otras cosas,
la creación de puestos de trabajo para muchísima gente con problemas para
capacitarse en tecnotrónica, del mismo modo en que la línea de montaje
instaurada por Henry Ford le dio trabajo a una enorme cantidad de gente simple,
sin una gran preparación educativa, con operaciones que se aprendían
directamente en la fábrica misma.
¿Dónde está pues
la raíz a arrancar? Está en la deconstrucción cultural que altera nuestros
valores y destruye virtudes y principios. Y está también en la forma de
enfrentar esa demolición; porque no basta con tan solo “oponerse” en términos
generales. Hay que encontrar la forma de resistir.
No se puede – ni
nos conviene – tratar de frenar o limitar el desarrollo tecnológico. No se
puede – ni nos conviene – tratar de frenar el desarrollo de la inteligencia
artificial mediante leyes restrictivas. No se puede – ni nos conviene – tratar
de ponerle límites a la inventiva del ser humano.
Lo que sí se puede
– y nos conviene – es ponerle límites severos a la codicia, al hedonismo, a la
corrupción, a la irresponsabilidad, al egoísmo y a la egolatría, al
materialismo, al utilitarismo extremo, al ateísmo dogmático, a la vulgaridad, a
la hipocresía, al acceso al poder político de ineptos, inútiles, corruptos e
hipócritas. Y para lograrlo podemos – y debemos – utilizar las herramientas que
justamente la tecnología pone a nuestra disposición.
No dejemos de
considerar una gran verdad: todas las grandes revoluciones, todos los cambios
revolucionarios, fueron – para bien o para mal – fenómenos posteriores a una
revolución cultural previa. La Historia nos enseña bien claramente que La
Revolución Cultural precede a la Revolución Política. Precisamente por eso, el
proceso actual se alimenta de la demolición deliberada de todos nuestros
valores culturales tradicionales. Quienes impulsan la deconstrucción de los
valores culturales de Occidente lo hacen en forma deliberada sabiendo
perfectamente que, demoliendo nuestra cultura, toda nuestra civilización queda
a merced de cuanto cambio se les ocurra o les convenga a los actuales
detentadores del poder global.
Hay que usar las
herramientas disponibles para dar la guerra cultural. Entre ellas,
probablemente la principal – o al menos la más útil y masiva de todas – es
Internet con sus redes sociales, sus sitios de publicación de páginas, sus
“chats” y sus múltiples vías de comunicación y posibilidades de intercambio de
documentos. Hay que aprovechar estas posibilidades a fondo, en parte para
reivindicar los auténticos valores y las auténticas virtudes de nuestra
cultura, pero en parte también para dejarles a todos los que comparten estos
valores y estas virtudes el mensaje de que no están solos. Así como cuando
compramos un automóvil debemos aprender a manejar, de la misma forma cuando
compramos una computadora debemos aprender a usarla a fondo para aprovechar
todas sus posibilidades. Si no lo hacemos, una computadora no nos será más útil
que una paloma mensajera.
Y por supuesto que
Internet no es lo único. El compromiso personal, el involucramiento personal y
la capacitación de uno mismo importan mucho. Es más: sin eso Internet y todos
los recursos de comunicación actuales no servirían para nada. Una herramienta
no será nunca mejor ni más efectiva que la persona que la usa.
Son las personas;
es la voluntad de las personas, su entusiasmo, su sentido del deber y su pasión
por las grandes batallas, lo que mueve las ruedas de la Historia.
No seamos una
simple oposición; seamos la resistencia con la voluntad de librar todas las
batallas para ganar la guerra cultural.
Porque no se trata
de una batalla. Hoy ya se trata de una guerra.
Una guerra que
tendrá muchas batallas.
[1↑] )- Cf. Diario
La Nación del 15/07/2020.
[2↑] )- Y que sobrevivió en alguna medida incluso hasta
la Ilustración y la modernidad ↑
[3↑] )- Dejemos ahora aparte el hecho que Galileo nunca
fue encarcelado por sus ideas ya que el papa mismo conmutó la sentencia. Lo
peor que le pasó fue pasar un tiempo como invitado de su amigo el arzobispo de
Siena y luego quedar en arresto domiciliario en su villa de Toscana durante sus
últimos años.
El papa Juan Pablo
II pidió una revisión sin prejuicios de las teorías de Galileo 1979. La
comisión nombrada al efecto terminó su trabajo con un dictamen según el cual
Galileo no presentó nunca argumentos científicos válidos para demostrar
efectivamente la teoría heliocéntrica. Esa conclusión fue en su momento
compartida por el entonces cardenal Ratzinger y hasta por el filósofo
anarquista Paul Feyerabend.
[4↑] )- Jacques Derrida “De la Gramatología” - (Traducción
de O. Del Barco y C. Ceretti en Siglo XXI, México, 1998. Edición digital de
Derrida en castellano.)
[5↑] )- La pretensión de la ciencia de poder abarcar
mañana lo que no puede explicar hoy no es más que una manifestación de fe
bastante similar a la de cualquier fe religiosa. Y esto es porque la fe, como
fenómeno intrínsecamente humano, sigue estando presente en el pensamiento
occidental a pesar de todas las negaciones al respecto, por lo que se puede
decir sin temor a error que hasta un ateo militante tiene una fe
indestructible, pero no en la existencia sino en la inexistencia de Dios.
[6↑] )- ¡Y eso que estamos hablando de una persona
adiestrada por la KGB!
[7↑] ) Entendiendo por civilización al producto de la
tecnología alimentada por las ciencias “duras” y cultura al entorno de valores
y normas morales creado por las disciplinas “humanísticas” y artísticas.
[8↑] )- Cf. Por ejemplo, Los pronósticos metafóricos de
George Orwell, “1984” y “Rebelión en la Granja” o bien Aldous Huxley, “Mundo
Feliz” y varios otros.
[9↑] )- La secuencia propuesta varía según los autores
pero, en términos generales las llamadas “Revoluciones Industriales” se
clasifican en:
1ª Revolución
Industrial: Vapor, acero, mecanización, hidráulica.
2ª Revolución
Industrial: Electricidad, línea de montaje, producción masiva
3ª Revolución
Industrial: Automatización, control digital programable, miniaturización.
4a Revolución
Industrial: Cibernética, nanotecnología,
biología, robótica humana.
[10↑] )- De “cib” – por cibernético y “org” por organismo.
(O bien Cyborg en inglés)
[11↑] )- Cf. Miklós Lukács de Pereny: “Neo entes”, Ed. Hojas del Sur, 2023, ISBN13
9789878916606
[12↑] )- „The Transhumanist Wager” (2013) – Cf. https://zoltanistvan.com/ y https://zoltanistvan.com/the-transhumanist-wager/
[13↑] )- La Declaración Transhumanista fue elaborada
originalmente en 1998 por un grupo internacional de autores: Doug Baily, Anders
Sandberg, Gustavo Alves, Max More, Holger Wagner, Natasha Vita-More, Eugene
Leitl, Bernie Staring, David Pearce, Bill Fantegrossi, den Otter, Ralf
Fletcher, Tom Morrow, Alexander Chislenko, Lee Daniel Crocker, Darren Reynolds,
Keith Elis, Thom Quinn, Mikhail Sverdlov, Arjen Kamphuis, Shane Spaulding y
Nick Bostrom. Esta Declaración ha sido modificada a lo largo de los años por
varios autores y organizaciones. Fue adoptada por la Junta de Humanity+ en
marzo de 2009.
La declaración
completa actualizada (en inglés) puede consultarse en: https://www.humanityplus.org/the-transhumanist-declaration
La misma
declaración puede consultarse en español en:
https://transhumanismo.org/declaracion/ - Téngase
presente, sin embargo, que la versión en español NO CONCUERDA con la versión
inglesa, por lo que es interesante constatar que existe una notable vaguedad en
las definiciones que, obviamente, permite diferentes interpretaciones según las
necesidades políticas y culturales del momento, sin alterar demasiado los
mismos objetivos y reglas generales.
[14↑] )- “Círculo vicioso” (Runaround en inglés) Isaac
Asimov (1941).
[15]↑)- “El conflicto evitable” (The Evitable Conflict en
inglés), Isaac Azimov (1950)
[16]↑)- “Fundación y Tierra” (Foundation and Earth en
inglés) Isaac Asimov,(1986)
[17↑] )- P.Ej. El ChatGPT, o el reciente Gemini de Google
y hay docenas de otras aplicaciones como p.ej. Murf, Craiyon, Jaspe, Deep
Dream, Sythesia, Night Café, etc. etc.
[18↑] )- Por ejemplo, de las programadas para resolver
preguntas del usuario muy pocas son capaces de salir airosas si uno las somete
a La Prueba de los Cinco ¿Por qué? Y de las que pueden resistir esa prueba en
un tema específico, prácticamente ninguna responde satisfactoriamente si uno
trata de llevarlas a un tema que puede llegar a dar lugar a respuestas
“políticamente incorrectas”.
[19↑] )- Ver la gran variedad de juegos de ajedrez que
existió ya en aquellos “tiempos heroicos” de la computación casera en: https://foro.chesscc.com/viewtopic.php?t=72
Si desean
juguetear un poco con un emulador y juegos para la Commodore 64 descarguen el
archivo de: https://www.mediafire.com/?aatdcudw4hc2xw5
[20↑] )- En la actualidad, Stockfish es uno de los módulos
de ajedrez más fuertes que está disponible para el público. Al ser un módulo de
código abierto, toda una comunidad de personas está ayudando a desarrollarlo y
mejorarlo. Pueden descargarlo gratis de https://stockfishchess.org/