Centro de Estudios Cívicos
En vísperas de la audiencia que brindará el Papa al
presidente argentino, nos parece oportuno analizar el tema del título. Al
margen de los agravios que el mandatario profirió contra el pontífice, queda
claro que la entrevista sólo pretende ser un encuentro diplomático, sin que
haya posibilidad de lograr coincidencias de fondo, entre dos personas públicas
que poseen una cosmovisión diferente.
Uno de los conceptos en que difieren es de la justicia
social. Javier Milei, aseguró ante los empresarios del Consejo de las Américas que
el concepto de Justicia Social es "aberrante" y agregó: "Es
robarle a alguien para darle a otro, un trato desigual frente a la ley, que
además tiene consecuencias sobre el deterioro de los valores morales al punto
tal que convierte a la sociedad en una sociedad de saqueadores". (1)
Francisco, por su parte, se basa en la doctrina social
de la Iglesia, que considera a la justicia social un desarrollo de la justicia
general, reguladora de las relaciones sociales según el criterio de la
observancia de la ley, en un contexto en que la convivencia está seriamente
amenazada por la tendencia a recurrir exclusivamente a los criterios de la
utilidad y del tener. (2) En su última encíclica (3) sostiene: “El mercado solo
no resuelve todo, aunque otra vez nos quieran hacer creer este dogma de fe
neoliberal”.
En la concepción
cristiana de la vida (4), la justicia social está ligada al bien común y al
ejercicio de la autoridad. La sociedad asegura la justicia social cuando
realiza las condiciones que permiten a las asociaciones y a cada uno conseguir
lo que les es debido según su naturaleza y su vocación.
La justicia social
sólo puede ser conseguida en el respeto de la dignidad trascendente del hombre.
El respeto de la persona humana implica el de los derechos que se derivan de su
dignidad de criatura. Estos derechos son anteriores a la sociedad y se imponen
a ella. Fundan la legitimidad moral de toda autoridad: menospreciándolos o
negándose a reconocerlos en su legislación positiva, una sociedad mina su propia
legitimidad moral. Sin este respeto, una autoridad sólo puede apoyarse en la
fuerza o en la violencia para obtener la obediencia de sus súbditos.
Ninguna
legislación podría por sí misma hacer desaparecer los temores, los prejuicios,
las actitudes de soberbia y de egoísmo que obstaculizan el establecimiento de
sociedades verdaderamente fraternas. Estos comportamientos sólo cesan con la
caridad que ve en cada hombre un "prójimo", un hermano.
Al venir al mundo,
el hombre no dispone de todo lo que es necesario para el desarrollo de su vida
corporal y espiritual. Necesita de los demás. Ciertamente hay diferencias entre
los hombres por lo que se refiere a la edad, a las capacidades físicas, a las
aptitudes intelectuales o morales, a las circunstancias de que cada uno se pudo
beneficiar, a la distribución de las riquezas. Los "talentos" no
están distribuidos por igual.
Las diferencias
alientan y con frecuencia obligan a las personas a la magnanimidad, a la
benevolencia y a la comunicación. Incitan a las culturas a enriquecerse unas a
otras:
Existen también
desigualdades escandalosas que afectan a millones de hombres y mujeres. Están
en abierta contradicción con el evangelio: La igual dignidad de las personas
exige que se llegue a una situación de vida más humana y más justa. Pues las
excesivas desigualdades económicas y sociales entre los miembros o los pueblos
de una única familia humana resultan escandalosas y se oponen a la justicia
social, a la equidad, a la dignidad de la persona humana y también a la paz social
e internacional.
El principio de
solidaridad, enunciado también con el nombre de "amistad" o
"caridad social", es una exigencia directa de la fraternidad humana y
cristiana. La solidaridad se manifiesta en primer lugar en la distribución de
bienes y la remuneración del trabajo. Supone también el esfuerzo en favor de un
orden social más justo en el que las tensiones puedan ser mejor resueltas, y
donde los conflictos encuentren más fácilmente su salida negociada.
Los problemas
socio-económicos sólo pueden ser resueltos con la ayuda de todas las formas de
solidaridad: solidaridad de los pobres entre sí, de los ricos y los pobres, de
los trabajadores entre sí, de los empresarios y los empleados, solidaridad
entre las naciones y entre los pueblos. La solidaridad internacional es una
exigencia del orden moral. En buena medida, la paz del mundo depende de ella.
(1)
ámbito.com,
24-8-2023
(2)
Compendio
de la Doctrina Social de la Iglesia, pp. 201, 202.
(3) Fratelli
tutti, 2020, p. 168.
(4) Catecismo de la Iglesia Católica