Elisabeth Kübler-Ross: la médica que dice haber confirmado la existencia del “más allá”
Por María Nöllmann
Fuente: La Nación, 27 de abril de 2022
La doctora suizo-estadounidense Elisabeth Kübler-Ross
recibió a lo largo de sus 40 años de profesión 28 títulos doctor honoris causa.
Sus libros -el más conocido es el bestseller Sobre la muerte y los moribundos-
han sido traducidos a más de 25 idiomas.
Una parte
de su reconocimiento mundial se debe a que la médica psiquiatra se dedicó
durante décadas a acompañar a enfermos terminales, aplicando modernos cuidados
paliativos para que afrontaran el fin de su vida con serenidad e incluso con
alegría. Mientras, estudiaba sus comportamientos, a partir de los cuales
desarrolló su teoría sobre las cinco etapas del duelo (negación, ira,
negociación, depresión y aceptación), conocida mundialmente como el “modelo de
Kübler-Ross”, hoy considerada la base teórica de los cuidados paliativos.
Pero lo que más la distinguió entre sus colegas
fueron sus estudios sobre la vida después de la muerte o el “más allá”. A
partir de la recopilación de miles de casos de pacientes con muerte clínica que
vivieron experiencias extracorporales y luego volvieron a la vida, Kübler-Ross
llegó a la conclusión de que la muerte no es más que un nuevo comienzo, y uno
feliz. “El instante de la muerte es una experiencia única, bella, liberadora,
que se vive sin temor y sin angustia”, ha declarado en numerosas ocasiones. A
lo que también ha agregado: “La muerte es solo un paso más hacia una forma de
vida en otra frecuencia”.
Sus
investigaciones sobre el tema han trazado una línea divisoria entre sus
colegas: hay quienes la critican y discuten sus hallazgos con contraargumentos
racionalistas, como también quienes la admiran y la respetan como una eminencia
en su especialidad, la muerte, o como ella la llamaba: “el mayor misterio para
la ciencia”.
Umbral de
la muerte: el primer caso que cambió su vida
Kübler-Ross
se dedicaba a acompañar enfermos terminales en distintos hospitales de Estados
Unidos cuando trató por primera vez a una paciente que vivó la experiencia del
umbral de la muerte. Se trataba de la señora Schwartz, que llegó a un hospital
local de Indiana con un estado de salud extremadamente delicado. Al poco tiempo
de estar internada, dejó de tener signos vitales.
“La señora
Schwartz se vio deslizarse lenta y tranquilamente fuera de su cuerpo físico y
luego flotó a una cierta distancia por encima de su cama. Nos contaba, con
humor, cómo desde allí miraba su cuerpo extendido, que le parecía pálido y feo.
Se encontraba extrañada y sorprendida, pero no asustada ni espantada. Nos contó
cómo vio llegar al equipo de reanimación y nos explicó con detalle quién llegó
primero y quién último. No solo escuchó claramente cada palabra de la
conversación, sino que pudo leer igualmente los pensamientos de cada uno. Tenía
ganas de interpelarlos para decirles que no se dieran prisa, puesto que se
encontraba bien, pero cuanto más se esforzaba en explicarles más la atendían
solícitamente, hasta que comprendió que los demás no la oían. Decidió entonces
detener sus esfuerzos y perdió su conciencia, como nos dijo textualmente. Fue
declarada muerta cuarenta y cinco minutos después de empezar la reanimación y
dio signos de vida después, viviendo todavía un año y medio más”, detalló la
médica psiquiatra en una de sus conferencias sobre el tema, hoy recopiladas en
el libro La muerte: un amanecer (1984).
Kübler-Ross
se dedicó especialmente a los niños con enfermedades terminales, a quienes
consideraba maestros.
Este caso
representó para la psiquiatra el principio de una investigación que duraría
décadas. “Nunca había oído hablar de tal experiencia de muerte aparente, aunque
era doctora en medicina desde hacía tiempo. La señora Schwartz produjo un
cambio en mí”, recordó Kübler Ross en la misma conferencia.
Desde entonces, la especialista y su equipo se
dedicaron a reunir experiencias extracorporales de pacientes con muerte clínica
que volvieron a la vida en Estados Unidos, Canadá, Australia y algunos otros
países. La persona más joven tenía dos años y la mayor, 97. Recabaron casos de
personas de diferentes orígenes culturales -hasta esquimales y aborígenes de
Australia- así como también de diferentes creencias religiosas: hindúes,
budistas, musulmanes, cristianos, e incluso también a agnósticos y ateos. “Era
importante poder hacer el recuento de los casos en ámbitos religiosos y
culturales tan diferentes como fuese posible, con el fin de estar bien seguros
de que los resultados de nuestras investigaciones no fuesen rechazadas por
falta de argumentos”, explicó años más tarde.
Cuantos más
casos conocía y más profundizaba sobre el tema, más se sorprendía. “Ha habido
personas que incluso nos han precisado el número de la matrícula del coche que
los atropelló y continuó su ruta sin detenerse. No se puede explicar
científicamente que alguien que ya no
En varias
ocasiones, tanto en notas periodísticas como en seminarios y en conferencias,
Kübler-Ross ha mencionado a una paciente en particular, que sentó un precedente
en sus investigaciones sobre la vida después de la muerte. “Tuvimos el caso de una niña de doce años que
estuvo clínicamente muerta. Independientemente del esplendor magnífico y de la
luminosidad extraordinaria que fueron descritos por la mayoría de los
sobrevivientes, lo que este caso tiene de particular es que ella relató que su
hermano estaba a su lado y la había abrazado con amor y ternura. Después de
haber contado todo esto a su padre, ella le dijo: ‘Lo único que no comprendo de
todo esto es que en realidad yo no tengo un hermano’. Su padre se puso a llorar
y le contó que, en efecto, ella había tenido un hermano del que nadie le había
hablado hasta ahora, que había muerto tres meses antes de su nacimiento”.
A partir de
los distintos casos recopilados -todos con grandes similitudes-, Kübler-Ross
llegó a la conclusión de que la muerte es casi idéntica al nacimiento, porque
implica el paso a un nuevo estado de conciencia, donde las personas ven,
escuchan, se ríen e, incluso, en algunos casos, bailan.
“Los ciegos
pueden ver, los sordos o los mudos oyen y hablan otra vez. Una de mis enfermas,
que tenía esclerosis en placas, dificultades para hablar y que solo podía
desplazarse utilizando una silla de ruedas, lo primero que me dijo al volver de
una experiencia en el umbral de la muerte fue: «Doctora Ross, ¡Yo podía bailar
de nuevo!». Las niñas que a consecuencia de una quimioterapia han perdido el
pelo, me han dicho después de una experiencia semejante: «Tenía de nuevo mis
rizos’, detalló la psiquiatra.
Según
Kübler Ross, a lo largo del mundo los especialistas han registrado más de
20.000 casos de experiencias del umbral de la muerte.
Muchos de sus colegas la han cuestionado,
argumentando que lo que ven los enfermos terminales en estas circunstancias no
son más que proyecciones de deseo creadas por su inconsciente. Pero ella les
respondió con más ejemplos, casos de personas ciegas que no tenían percepción
luminosa desde hacía al menos diez años cuando tuvieron una experiencia extracorporal.
“Estos ciegos pueden decirnos con detalle los colores y las joyas que llevaban
los que los rodeaban en aquel momento, así como el detalle del dibujo de sus
jerséis o corbatas. Es obvio que en estos casos no puede tratarse de visiones”,
afirmó en una conferencia.
Según sus
propias estadísticas, recabadas en terapias intensivas de distintas partes del
mundo, del total de enfermos con paros cardíacos graves que han vuelto a la
vida después de una reanimación, solamente el 10% recuerda las experiencias
vividas durante el cese de sus constantes vitales.
La muerte,
tres etapas
Kübler-Ross
dividió la experiencia de muerte en tres etapas. La primera ocurre a nivel
físico y está ligada a la consciencia normal de la persona y a su cuerpo. En
ese momento, el “yo real” emerge de su cuerpo físico y se traslada al segundo
nivel, el psíquico, en el que la persona está completamente alerta, atenta a
todo lo que está sucediendo a su alrededor, como un observador. Luego viene la
etapa final: “La persona atraviesa algo que para ella representa una transición
hacia el tercer nivel, o nivel espiritual. Este símbolo puede ser un pasaje de
una montaña, el río Ganges, un túnel…la percepción de cada individuo de la
transición será determinada culturalmente. En cualquier rango, al final del
túnel o lo que sea, usted verá una luz. Una vez que la has vislumbrado, no
tendrás temor de la muerte. Cuando finalmente falleces, experimentarás la luz
que te dará un inmenso sentimiento de amor y felicidad. Este nivel es el Reino
de Dios y no puede ser manipulado por ningún ser humano”, sintetiza la
psiquiatra.
“Nadie
muere solo”
Kübler Ross
aseguró hasta el día de su propia muerte, en 2004, que nadie muere solo: “Una
vez que estás fuera de tu cuerpo físico, podrás ver a tus familiares y amistades
que te precedieron. Los encontrarás, reconocerás y estarás rodeado por más amor
del que puedas imaginarte”.
No es una
opinión, dice, es una realidad. Ella misma investigó varios casos de tragedias
familiares en las que un niño seriamente lastimado recobró la conciencia un
tiempo largo después del accidente. “Una vez, un niño que había tenido un
accidente de auto con la familia me dijo: ‘Todo está bien, mi mamá y Peter me
están esperando’. Yo sabía que su madre había muerto. A Peter, su hermano, lo habían
enviado a otro hospital, de quemados. Era la primera vez que un chico en esas
circunstancias mencionaba a alguien que no había muerto. Pero como soy
investigadora, tomé nota, aunque lo que decía contradecía mi teoría. Cuando
salí de la habitación y pasé por cuidados intensivos, me informaron que tenía
una llamada del hospital de quemados. Peter había fallecido hace 10 minutos”,
relató la psiquiatra en Buenos Aires (1991) durante una entrevista con el
diario La Capital, minutos después de su conferencia en el aula magna de la
Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires (UBA). Luego sumó: “En
15 años no he visto casos de niños que no nombraran personas que los hayan
precedido en la muerte”.
Para ella,
morir es solo “mudarse a una casa más bella”.
A los niños, Kübler-Ross les explicaba la muerte con
una metáfora, la de la mariposa. “La muerte física del hombre es idéntica al
abandono del capullo de seda por la mariposa. El capullo de seda y su larva
pueden compararse con el cuerpo humano. Desde el momento en que el capullo de
seda se deteriora irreversiblemente, ya sea como consecuencia de un suicidio,
de homicidio, infarto o enfermedades crónicas (no importa la forma), va a
liberar a la mariposa, es decir, a nuestra alma”.
Durante su
carrera, Kübler-Ross dictó cursos sobre muerte y agonía a más de 125.000
estudiantes en universidades, facultades de medicina, hospitales e
instituciones de trabajo social. En 1970, pronunció The Ingersoll Lectures on
Human Immortality en la Universidad de Harvard, sobre la muerte y los enfermos
terminales.
La
psiquiatra dedicó los siguientes 10 años a fundar más de 50 hospicios en todo
el mundo. Se retiró finalmente a los 70 años, pero nunca abandonó su vocación:
desde su casa, en Arizona, escribió cuatro libros más, incluyendo Sobre el
duelo y el dolor, coescrito con David Kessler, experto en duelo. Su filosofía,
expresada en sus libros, se convirtió luego en la base del actual Movimiento
Hospice, que se dedica al cuidado de personas con enfermedades terminales en el
final de sus vidas.
Más allá de
sus logros, Kübler-Ross debió lidiar en todo momento con las críticas de
colegas que consideraban que sus estudios sobre el “más allá” manchaban su
integridad científica. Por eso, dedicó las primeras líneas de su libro, La
muerte, un amanecer, a cuestionar estas mismas críticas: “Hay mucha gente que
dice: «La doctora Ross ha visto demasiados moribundos. Ahora empieza a volverse
rara». La opinión que las personas tienen de ti es un problema suyo, no tuyo.
Saber esto es muy importante. Si tienes buena conciencia y haces tu trabajo con
amor, se te denigrará, te harán la vida imposible, y diez años más tarde te
darán dieciocho títulos de doctor honoris causa por ese mismo trabajo. Así
transcurre ahora mi vida”.
Pocos años
antes de fallecer, en un reportaje, un periodista le preguntó si la proximidad
de su muerte le generaba miedo. Su respuesta fue contundente: “No, de ningún
modo me atemoriza; diría que me produce alegría de antemano”. En la misma
entrevista, declaró que la vida en el cuerpo terrenal solo representa una parte
muy pequeña de nuestra existencia. Ella siempre repitió la misma frase: “Morir
es mudarse de casa, a una más bella”.
Luego de su
muerte, Ken Ross, uno de sus dos hijos, creó la Fundación EKR en honor a su madre.
La fundación tiene 11 filiales en distintas partes del mundo. “Nuestra misión
es difundir en estas latitudes la obra de Elisabeth Kübler-Ross y continuar con
su legado”, dice Cynthia Frahne, su coordinadora, a LA NACION. “Ofrecemos
charlas gratuitas sobre diferentes temáticas y un encuentro llamado “Un té con
Elisabeth”, que sería como un Dead Café, donde se conversa sobre la muerte,
porque en nuestra sociedad ese es un tema del que no se habla. En breve, vamos
a estar ofreciendo grupos de apoyo en duelo, también formaciones sobre
acompañamiento en duelo y para el modelo hospice”, resume Frahne.