¿Casuística o prudencia?

 Por Monseñor Héctor Aguer


Los problemas políticos y sociales de la Argentina se multiplican y causan preocupación y angustia; darían argumento para una larga exposición. Sin embargo, prefiero ocuparme de una cuestión eclesial, que considero debe ser aclarada sin tapujos.

 

En una nota publicada por InfoCatólica, yo oponía la clarísima enseñanza del Nuevo Testamento -concretamente, las Cartas paulinas- acerca del fundamento seguro sobre el que se edifica la fe, con las tendencias, sostenidas oficialmente, que descartan ese fundamento como si fuera una regresión temerosa, ante el desarrollo que lleva a la adopción de nuevos paradigmas. El terreno principal de la discusión es la Teología Moral. La fórmula de la evolución homogénea de la doctrina y de las instituciones eclesiales fue expuesta ya en el siglo V por el monje galo-romano y Padre de la Iglesia San Vicente de Lerins. Describe el modo verdaderamente católico del desarrollo diciendo que éste se verifica in eodem scilicet dogmate, eodem sensu, eademque sententia. La expresión no debe traicionar el sentido. Vicente, en su Commonitorium primum afirma que las novedades de lenguaje son propias de los herejes, no de los católicos: aquellas quebrantan la fidelidad a la ortodoxia, ocultando bajo un nuevo modo de expresión (nove) los cambios de concepto, las adulteraciones que vulneran la doctrina de la fe (nova).

 

En materia de Teología Moral, algunos autores han incurrido en la negación, o al menos en la preterición de la ley natural, y de las prescripciones de la Torá hebrea retomadas y ampliadas por Jesús, tal como están claramente expresadas en el Evangelio; más aún, no se acepta el valor metafísico del concepto de naturaleza. Así ha ocurrido en corrientes avaladas por un supuesto «espíritu del Concilio»; que se ha difundido con grave daño de la formación en Seminarios y Universidades Católicas. En mis escritos aludo con frecuencia al así llamado «espíritu del Concilio»; artificio que pretende ser la interpretación auténtica del Vaticano II, y ha amparado todas las deformaciones teológicas y pastorales surgidas en el período posconciliar, que suelen «desempolvar» viejos errores. Romano Amerio dice muy justamente en su libro sobre las variaciones de la Iglesia Católica en el siglo XX, titulado «Iota unum»:

 

«La apelación al espíritu del Concilio es un argumento equívoco y casi un pretexto para alojar en el Concilio el espíritu propio de innovación».

 

Juan Pablo II y Benedicto XVI expusieron reiteradamente las líneas de la ética cristiana y la teología católica sobre la vida humana, según el designio de Dios; la misma inspiración encontramos en la Tercera Parte del Catecismo de la Iglesia Católica. Esta obra representa una tradición amplísima que tiene su fuente en los Padres de la Iglesia y en Santo Tomás de Aquino.

 

El equívoco que actualmente se difunde, con el peso de la autoridad, consiste en descalificar como casuística rigorista la oposición a los planteos del progresismo eclesiástico en Teología Moral; especialmente, en lo que se refiere al comportamiento sexual de personas divorciadas, o separadas, que han pasado a una segunda unión. La discusión se centró en su momento en el texto de la Exhortación Apostólica Amoris laetitia y en concreto sobre la célebre nota acerca de la posible admisión a los sacramentos por parte de quienes, según la doctrina tradicional de la Iglesia, no reúnen las condiciones objetivamente requeridas. Los pedidos de aclaración (los dubia presentados por los Cardenales Cafarra, Burke, Brandmüller y Meisner) no fueron tenidos en cuenta, y no recibieron respuesta.

 

La casuística puede ser, en realidad, rigorista o laxista; el problema no está en el adjetivo, sino en el nombre, que designa una corriente desarrollada sobre todo por autores de la Compañía de Jesús. La cuestión mencionada sobre la célebre nota de Amoris laetitia puede considerar dicho texto como un caso típico de casuística laxista, todo lo contrario de una inspiración tomista del tema.

 

La Suma Teológica del Doctor Angélico ofrece en la Primera Sección de la Segunda Parte (Prima Secundae) una concepción original y exacta de la Teología Moral, centrada en la sabiduría vital de la prudencia, que es todo lo contrario a cualquier género de casuística. Los desarrollos de la Secunda Secundae, sobre los pecados relacionados con la vida sexual, constituyen una equilibrada aplicación de aquellos principios aludidos y han entrado a formar parte de una exposición catequística, difundida abundantemente en la predicación y la enseñanza ordinarias. Cualquier católico sabía a qué atenerse. La casuística de aparición posterior, de inspiración rigorista en el siglo XIX y primera mitad del XX, y más bien laxista en la actualidad, es todo lo contrario de la Moral de Tomás de Aquino. En mi opinión, y dicho respetuosamente, no se puede afirmar que Amoris laetitia sea un documento que refleje, con claridad, el pensamiento tomista.

 

Como ya lo he escrito en intervenciones anteriores, es de lamentar el frecuente ataque contra la serena seguridad de la fe, y la concepción del mundo inspirado por ella. Las posturas tradicionales tienen un valor pastoral indiscutible. ¿Por qué abandonarlas para adherir a los planteos de una cultura universalmente descristianizada, contraria a lo que expresan las cartas de San Pablo? El Apóstol veía con preocupación cómo la cultura pagana penetraba las comunidades cristianas, y estragaba la conducta del hombre nuevo redimido por Cristo. Hoy día, análogamente, una casuística contraria a la tradición pretende imponer «nuevos paradigmas», que responden a los postulados del Nuevo Orden Mundial; en los que no tiene cabida la moral cristiana, según las exactas formulaciones tomistas. La reaparición de una casuística reciclada y autoritaria constituye un peligro de desinformación acerca de la Verdad, con la consiguiente deformación de la vida cristiana.

 

Tengo la impresión de que los jóvenes, que no han sido trabajados por la casuística, son los primeros en advertir el peligro y en cuidarse de él. Este hecho que constato con satisfacción, aunque debe reconocerse como de extensión todavía minoritaria, permite avizorar con esperanza el futuro. La Iglesia no puede quedar entrampada -porque es una trampa del Padre de la Mentira, cfr. Jn 8, 44- en el conflicto que he descrito más arriba; gracias a quienes no aceptan los eslóganes atrayentes, que se difunden equívocamente con el peso de la autoridad, podemos aguardar que la Iglesia reaccione, y se empeñe luminosamente en la salvación de este mundo descaminado. El fenómeno que registro se verifica en diversos ámbitos eclesiales.

 

En tres artículos titulados «La guerra y la paz» he resumido algunos de los testimonios críticos del motu proprio del Sumo Pontífice Traditionis custodes, que el Dr. Peter Kwasnievski reunió en su libro «From Benedict´s peace to Francis´s war». La intervención papal tuvo por finalidad abolir la forma extraordinaria del Rito Romano, habilitada por Benedicto XVI en 2007 mediante su motu proprio Summorum Pontificum. Benedicto XVI hizo un gran servicio a la Iglesia, lacerada por la secularización de la liturgia. Esta tragedia constituye un deslizamiento del Ordo Missae de Pablo VI, inspirado en el humanismo inmanentista; movimiento que se difundió en el período postconciliar. Este es el lugar propicio para recordar que más de 100 personalidades, de todo el mundo, declararon en 1971 con un Memorandum, que la Iglesia contraería una gravísima responsabilidad ante la historia del espíritu humano si no dejase al menos subsistir, en igualdad de condiciones, la Misa Tradicional. Entre los firmantes se encontraban Jorge Luis Borges, Marcel Brión, Agatha Christie, Augusto Del Noce, Henri de Montherlant, Graham Green, Julien Green, Yehudi Menuhim, Maruis Schneider, Malcom Mudderidge, Robert Graves, Bernard Wall.

Han sido masivamente jóvenes quienes han decidido adorar a Dios asistiendo a la «Misa de siempre», sin tomar en cuenta el úkase del actual Sucesor de Pedro. Lo han hecho sin espíritu de sedición; guiándose más bien no sólo por la permisión benedictina, sino asimismo por la Constitución Sacrosanctum Concilium, del Vaticano II. El gesto de los fieles que prefieren asistir al Santo Sacrificio de la Misa, celebrada según el Misal publicado en 1962 por Juan XXIII, es un signo de que la autoridad constituida por el Señor en su Iglesia no es un poder absolutista; sino que está al servicio del pueblo de Dios en continuidad con la Gran Tradición eclesial, y no en su contra. Esos fieles -insisto: jóvenes especialmente- reclaman calladamente que no se contradiga la tradición con un disfraz casuístico. Apelan al tribunal de Dios. Recuerdo que los musulmanes suelen decir «Dios es grande». Lo es, por cierto, el Dios Uno y Trino.


Fuente: Infocatólica, 31/05/22 


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