Ratzinger, un hombre incomprendido


por Hernán Olano *

El Papa emérito cumplió el 16 de abril 93 años de edad. Sin duda el rasgo distintivo de su Pontificado y su gran legado es la fe, la que calificó como el elemento más idóneo para la inteligencia.


Juan XXIII decía lo siguiente: “a menudo me pasa que despierto en la noche y empiezo a pensar sobre un problema serio y decidido que tengo que contárselo al Papa, después me despierto del todo y me acuerdo que soy el Papa”. Eso realmente fue lo que le pasó a Benedicto XVI, quien tuvo la gran responsabilidad de continuar con el legado de Karol Wojtyla desde el momento en el que fue nombrado Pontífice, a los 68 años, cuando algunos creían que la probabilidad de que el suyo fuese un corto ejercicio de transición a la cabeza de los mil doscientos millones de católicos romanos de todo el mundo y, en verdad lo fue, porque utilizando en latín para dar la noticia, renunció al trono de Pedro en el año 2013.

El Papa Ratzinger, incuestionablemente antes de ser pontífice, era el funcionario más poderoso de la Iglesia católica romana. Algunos estaban acostumbrados a verlo como el lobo malo de la inquisición, técnicamente vinculado ese apodo a su cargo como Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, pero sorprendentemente obtuvo el primado de la Iglesia el 19 de abril de 2005, con 95 de los 115 votos de los cardenales presentes en el cónclave. Su primer discurso en la plaza de San Pedro hizo referencia al Gran Papa Juan Pablo II, El Magno, y a los cardenales que lo habían elegido como un simple y humilde obrero de la viña del Señor. En sólo unos minutos el mundo quedó obsesionado con la historia del callado hombre de letras alemán que se había convertido en Papa, un hombre del cual poco se sabe de su cariño por los gatos, por el piano y por la cerveza bávara; incluso, en la famosa Taberna Bávara de Roma, dónde he tenido la oportunidad de ocupar la mesa que siempre le tenían reservada, se encuentran las cartas en la pared en las cuales el Papa agradece a los mesoneros por el menú típico alemán, que aún este jueves, día en su cumpleaños, sigue pidiendo a domicilio a ese pequeño restaurante, donde se dan cita cardenales, obispos y laicos, para degustar el menú casero favorito de este hombre sencillo, que llegaba a trabajar mínimo 12 horas seguidas sin comer o dictarle a su secretario 20 páginas sin un solo error.

Sin embargo, lo más revelador en su período pontificio fueron sus declaraciones, que eran una llamada a una nueva era de evangelización católica, una era que debía ponernos constantemente en acción y volvernos inquietos para llevar a aquellos que sufren y aquellos que dudan, la alegría de Cristo, lo cual lo llevó precisamente a escribir esa Magna historia de Jesús de Nazaret, que en tres tomos fue alabada por el propio premio Nobel de literatura Mario Vargas Llosa, quién siendo gnóstico, reconoce en la obra de Ratzinger las mejores letras de los escritores cristianos desde Santo Tomás de Aquino.

Ratzinger ha sido considerado también como el Mozart de la teología, porque como él mismo lo dijo, la música de Mozart no es un simple divertimento, sino que encierra todo el drama de ser hombre, dentro de lo cual se marca claramente su lucha contra la dictadura del relativismo que no reconoce nada como cierto y que tiene como meta más alta el propio ego y los propios deseos. Ha sido algo de destacar esa lucha, porque en su pontificado, bien lo dijo, tanto el Papa como los sacerdotes y los fieles, deben vincularse con obediencia a la palabra de Dios, siendo el pontífice el garante de la obediencia hacia Cristo y su Palabra. No obstante que también se refirió a otras creencias para promover contactos y entendimientos con representantes de diferentes comunidades eclesiásticas, los cuales también buscan la respuesta a las preguntas fundamentales de la vida y todavía no la encuentran. Benedicto XVI hizo que el catolicismo fuese la fuente de un compromiso abierto y sincero y no escatimó esfuerzos ni dedicación para continuar el diálogo promisorio con civilizaciones diversas, atendiendo los encuentros multicelulares y pluricelulares os que su predecesor había iniciado en Asís.

Aunque el Papa en algún momento fue criticado por un comentario inapropiado acerca del profeta Mahoma, reconocía en el mundo islámico el reproche que le hace el occidente de tradición cristiana por la decadencia moral y la manipulación de la vida humana.

Al seminario a los 12 años

Su vida al catolicismo da inicio cuando fue bautizado en la parroquia de San Osvaldo, donde recibió el nombre de José Aloísio, e hizo parte de una sencilla familia de la región de Baviera el enclave católico alemán. Desde los 12 años, Ratzinger ingresó al seminario y fue obligado a pertenecer a la juventud hitleriana cuando la incorporación era obligatoria, prestando servicios en la unidad antiaérea y siendo desertor poco antes de la culminación de la Segunda Guerra Mundial, no obstante que estuvo preso en un campo norteamericano de prisioneros de guerra para salir en 1946 a estudiar filosofía y teología en la Universidad de Munich, Escuela Superior de Freising, siendo ordenado sacerdote el 29 de junio de 1951, cuando entró a prestar servicios como asistente de pastor en la parroquia de la Preciosa Sangre, poco antes de recibir el doctorado en teología y convertirse en profesor de fundamentos de teología y dogma en las universidades de Bonn, Freising, Munster y Tubingen.

Fruto de su labor Pastoral de aquellos años fue la conferencia titulada “Los nuevos paganos y la Iglesia” en 1959, donde pidió a las personas tener más responsabilidad de la propia existencia como creyentes y superar la incredulidad cómo fuerte estímulo para alcanzar una fe más plena. Pasó a ser el teólogo consejero del arzobispo de Colonia y, en 1969 profesor y vicepresidente de la Universidad de Regensburg, alternando el oficio académico con su participación en las sesiones del Concilio Vaticano II. El papa Pablo VI lo nombró en 1977 arzobispo de Munich y Frisinga, siendo ascendido a cardenal un mes más tarde y participando así en los cónclaves de elección de Juan Pablo I y Juan Pablo II y el suyo propio.


Ni un día sin oración

Sus homilías de la mano de Cristo, siendo cardenal y sus documentos pontificios, son muy importantes, por cuanto siempre ha afirmado que debemos tener la certeza de que para el bien de las personas y las familias para el buen funcionamiento de los asuntos ordinarios y para la salud interior de cada uno de nosotros, es esencial que no haya un día sin oración; que al empezar nuestras mañanas abramos nuestras puertas para dejar entrar a Dios y, que jamás nos despidamos de la jornada sin que le hayamos dedicado nuevamente nuestro tiempo. Si lo hacemos, sabremos quién es Dios, percibiremos su presencia e iremos aprendiendo a ser mejores unos con otros, sin envidia y sin diferencias, que lejos de unificar, lo que hacen es separar. Su crítica al comunismo calificado por Ratzinger como la Internacional de las revueltas y del odio, estaba centrada en que esa ideología únicamente lleva a estados de anarquía, de corazones de piedra y no de corazones de sangre como la había profetizado Ezequiel. El Papa lo había significado en su homilía en la iglesia de los santos Cirilo y Carlos de Roma en 1996, con ocasión de la fiesta de Santa Cecilia, cuando como músico expresó que “los hombres necesitamos cantar ante el Señor”.


Papa Benedicto XVI

Igualmente, en la fiesta de San Corbiniano en 1977, su homilía en la catedral de Frisinga cobra actualidad en este momento de pandemia mundial, cuando muchas personas se encuentran estimuladas por la ola de espiritualidad asiática e hinduista y Ratzinger decía que era hora de saber redescubrir el tesoro tradicional de la visión interior cristiana, que es lo que nos mantiene en la vida, irradia hacia el exterior y modifica el mundo con su fuerza. Esto tiene estrecha relación con sus charlas radiofónicas de 1969, cuando expresaba que el sacerdote que sólo sea un funcionario social puede ser reemplazado por psicoterapeutas y hasta charlatanes, así que es necesario que los pastores católicos deben ponerse a hacer actuar a las personas que van contra corriente, es decir, los católicos que se dejan llevar por el ateísmo práctico.

Hoy en día vemos que, ante la ausencia física de fieles en las iglesias y el retorno hacia la iglesia doméstica que es el hogar de cada cristiano, cobra vigencia su frase que “la religión vuelve a ser una iglesia de los pequeños, porque los seres humanos, a veces solitarios y en un mundo plenamente planificado, experimentarán en su absoluta y horrible pobreza humana, el poder de la oración de la pequeña comunidad de los creyentes que florece y se hace visible a los seres humanos, “como la patria que les da la vida y la esperanza más allá de la muerte”.

Para Ratzinger, el cristianismo sigue afirmando que es una religión con Cristo al centro y camino verdad y vida, unida a la fe, que para él es la forma de permanecer el hombre en toda la realidad y el alimento más idóneo para la inteligencia, e igualmente reconoció que la fe no es una ocupación para el tiempo libre y que la iglesia no es un club junto al cual existen otros parecidos.

Conocido antes del pontificado también como Il Cardinale coraggioso, expresaba que, para renovar la Iglesia, lo que hace falta son Santos y que a Dios se le encuentra y se le trata en la liturgia, en la oración y en la escritura. Por eso, su lema episcopal y pontificio fueron dos palabras de la tercera epístola de San Juan “colaborador de la verdad”, lo que le permitía estar en la espontánea sintonía de la religión, donde el amor y la razón se aúnan como auténticos pilares de lo real, donde “la verdadera razón es el amor y el amor es la verdadera razón”.

Precisamente, Benedicto XVI, en sus discursos, entre otros, el recordado de Ratisbona, hizo un llamado a la colaboración y diálogo entre fe y razón, expresando que, sin la ayuda correctora de la religión, la razón puede ser también presa de distorsiones, como cuando es manipulada por las ideologías o se aplica de forma parcial en detrimento de la consideración plena de la dignidad de la persona humana.

Para este pensador bávaro, también llamado “el teólogo de Ratisbona”, el mapa de sus ideas y la brújula que nos adentra en la verdad, la bondad y la belleza sobre Dios, es la lógica cristiana del amor, para aprender de nuevo la esperanza de la Iglesia en el mundo en una sociedad pluralista como la parábola que muestra al hombre sin alma y a la sociedad sin espíritu, en medio de un secularismo relativista y del individualismo que nos afecta.

Muchas deudas de agradecimiento se tienen con Benedicto XVI, como haber sido igualmente quién pidió estar más pendientes de la arquitectura que de la decoración y por eso, fue el autor del nuevo Catecismo de la Iglesia católica y del compendio de la doctrina social de la Iglesia. Pero como cada quién contribuye a su vida y a su clima mural para bien o para mal, cómo lo dijo en la fiesta la Inmaculada de 2009, Benedicto XVI no ha sido ajeno a los críticas , por los casos de pederastia encubiertos durante su pontificado y el que le precedió, así también por el escándalo de los Vatileaks I y II, cuando fue traicionado por su propio mayordomo, quién robó de su escritorio importantes papeles, que incluso se dice fueron filtrados por el propio cardenal Paolo Bertoni, su nefasto Secretario de Estado.


En pocas palabras

Haciendo finalmente un resumen de su pontificado y de su vida, sus tres grandes maestros fueron Agustín, Buenaventura y Tomás de Aquino y, entre los teólogos modernos lo influyó John Henry Newman, ese anglicano, luego católico, canonizado en 2019, que defendió la razón y la conciencia.

Los principios que rigen el pensamiento de Ratzinger son Cristo, la liturgia, la escritura, la Iglesia y María y, sus pilares: la persona, el amor, la verdad, la belleza y la esperanza. Sus dos núcleos concéntricos: Cristo y la Iglesia; sus cuatro pilares ontológicos y teológicos: amor, verdad, belleza y esperanza y, sus cuatro actitudes: razón, corazón, creación y adoración.

Entre sus obras más importantes están “Verdad y tolerancia en la eucaristía”; “El corazón de vida”; “Escatología, muerte y vida eterna”; “Construir el templo de Dios”; “Aproximación a la cristología”; “Llamado a la comunión”, etcétera y sus encíclicas Deus caritas est de 2005, Spe salvi de 2007, Caritas in veritate de 2009 y, Lumen fidei de 2013.

Su legado como rasgo distintivo de su pontificado fue el año de la Fe. Ratzinger fue conocido también como un Papa entre una era antigua y una era nueva, a quién lo que menos le gustaba era la parte política de su ministerio pontificio. Él mismo dijo que no le dejó contento no poder tener siempre fuerza para llevar a cabo la catequesis, entre otras, parte de la motivación de su renuncia y, lamentó no haber tenido una voz vigorosa, acallada por oscuras fuerzas en el Vaticano, porque le hubiera gustado profundizar más sobre la revelación la escritura, la tradición y la teología como ciencia; por eso fue un Papa teólogo y profesor, aunque él quisiera ser conocido como un Papa pastor, manifestando que el gobierno práctico no fue lo suyo y expresando ser alguien que todos los días aprende algo nuevo y que quiere como epitafio en su lápida, únicamente tener su nombre y debajo “cooperador de la verdad”.

Dos libros de preguntas y respuestas produjo con el periodista Peter Seewald, el primero de ellos “Dios y el mundo” en el año 2005 y, el segundo libro “Últimas conversaciones” en el año 2016, donde expresó que “creer, no es otra cosa que en la noche del mundo tocar la mano de Dios y así, en el silencio, escuchar la palabra y ver el amor”. Allí mismo, a la pregunta ¿qué le pediría al todopoderoso al estar frente a Él? Contestó: “que sea indulgente con mi insignificancia”.


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*Vicerrector Universidad La Gran Colombia
(Fuente: El Nuevo Siglo, abril 17, 2020)