¿Podrá un empresario, un rico, llegar a los altares?

 Por María Florencia Segura

Directora de AgendaRSE



Empecé a estudiar marketing porque me interesaba aprender porque una persona se interesaba por un producto o servicio y no por otro. Ese proceso psicológico que hace que las personas tomen una decisión de compra y en ese viaje me crucé con las teorías de Thorstein Bunde Veblen, sociólogo y economista estadounidense que dice que el comportamiento del consumidor se produce en un contexto rodeado de una familia que comparte un grupo de pertenencia y que tiene un grupo de referencia que corresponde a una clase social que comparte ciertos valores dentro de una subcultura que pertenece a una cultura. Y es que el marketing crea una jerarquía de valores de manera inconsciente, que tienen una profunda repercusión social y por eso la responsabilidad social de todos los actores del sistema que interactúan y lo potencian, pues reflejan lo que nos está gobernando, tanto en el plano social como económico.

Es así como entre los cientos de seminarios de responsabilidad social a los que he asistido, conocí a Enrique Shaw por invitación de una amiga, en el que se tocaba el tema Responsabilidad Social Empresarial organizado por la Corporación de Abogados Católicos. En él escuché a Fernan de Elizalde, actual postulador de la causa, evocar sobre cómo hablaba de Etica del marketing y su proyección social, con prácticas que en la terminología de la responsabilidad social empresaria se denominan Comercio Justo.

A partir de ese momento me puse a investigar y encontré en uno de sus documentos la siguiente frase: "Es un problema de marketing el que ocurre en nuestro país con las papas. Cuando hay mucha producción el precio baja y el productor no gana lo suficiente, a veces ni para terminar de levantar la cosecha y cuando por accidentes climáticos la cantidad producida es poca, el precio sube, pero el productor no recibe lo suficiente para reponer todo lo gastado. Ello quiere decir que es inútil hablar de solucionar los problemas de la producción si simultáneamente no solucionamos los de comercialización".

Está de más decir lo adelantado a su época, dadas las actuales circunstancias por las que está atravesando el campo.

Me llamó la atención también encontrar que Enrique Shaw hacía un perfecto distingo entre la publicidad que informa al público, en forma atrayente, de las auténticas ventajas de los bienes que están a su disposición, o aún estimula un deseo razonable de adquirirlos, de aquella otra que se basa en la sutil excitación de las tendencias más bajas de la naturaleza humana, como ser el orgullo, la envidia y la desconfianza, o en el rebajar lo sexual a una abusiva ayuda de las actividades comerciales. Algo similar a lo que me decía Alfonso Méndiz, Decano de la Facultad de Comunicación de la Universidad Internacional de Catalunya.

 

Psicologismo sin moral

 

En sus documentos también cita la obra de Huxley Mundo nuevo, mundo valiente donde se plantea claramente los extremos a los que se puede llegar cuando las técnicas psicológicas se desarrollan sin ningún objetivo moral. Esta novela exagerada e irónica, deja en claro que, si bien el marketing actúa sobre la macroeconomía, puede destruir no sólo la microeconomía, sino el objeto de la economía que es la persona humana.

Analiza Shaw la influencia del marketing sobre la dignidad del ser humano, la vida en familia y la paz social, tres factores que contribuyen fuertemente al bien común y tienen repercusiones directas sobre la libertad. Menciona que cuando debilita la familia, ya mediante la incitación, fuera de lugar, de lo sexual o el estímulo de compras o a endeudamientos innecesarios, está contribuyendo, sin quererlo, pero no por ello en forma menos segura, a debilitar las condiciones que hacen posible la empresa libre.

Puso incómodo a muchos mencionando que el marketing así entendido afectaba también a la paz social citando las áreas sin aduanas para colocar en ellas los productos manufacturados sobrantes con países bajo regímenes políticos muy distintos que hacen dumping.

 

La vida 

Toda vida puede ser una historia, aunque algunas vidas pueden ser extraordinarias. Por muchas razones, la de Enrique Shaw es una de ellas.

Nacido en París, en 1921, creció cerca del Plaza Hotel que construyó su abuelo materno. Hijo de los argentinos Sara Tornquist Altgelt, de ascendencia alemana, y de Alejandro Shaw, de ascendencia escocesa, Enrique nació en París el 26 de febrero de 1921. Su mamá Sara murió cuando él tenía 4 años, pero antes de morir, pidió un último deseo, que Alejandro su padre, le diera una educación en la fe católica y Enrique la abrazó desde un primer momento a través de sacerdotes de la congregación de los sacramentinos.

Según Monseñor Santiago Olivera, delegado causa de los santos de la Comisión Episcopal Argentina, desde chico tenía una vocación eucarística en la que se encomendaba a Dios, y cree que sin duda fue por los genes de su madre y también por su tío que era sacerdote salesiano.

Estudió en el Colegio De La Salle de Buenos Aires, donde se destacó como un alumno sobresaliente, y a sus 14 años decidió ingresar en la Escuela Naval Militar Rio Santiago. A su padre no le gustaba la idea de una carrera militar, quería que su hijo se preparara para dirigir las empresas familiares. Pero Enrique tenía un objetivo: quería fortalecer su carácter para cumplir una misión que intuía, aunque todavía no tenía muy clara y sentía que esa experiencia podía ayudarlo. 

Según Fernán de Elizalde, postulador de la causa, en los cursos era una persona destacadísima, dos o tres años menos que los demás y rápidamente los superaba. Fue siempre de los tres mejores promedios de su generación y es en la historia de la Armada Argentina el más joven oficial graduado.

Enrique amaba leer y en 1939, casi por casualidad, se cruzó con un libro del Cardenal Suhard que le cambiaría la vida en la biblioteca del Ocean de Mar del Plata. El libro hablaba sobre el rol y las responsabilidades del hombre cristiano en la vida. Allí conoció la Doctrina Social de la Iglesia y se produjo en él un convencimiento muy profundo sobre cuál debía ser su camino. El siempre llamó a eso su "conversión definitiva".

Según Mr. Olivera, todos los santos se adelantan a los tiempos y la doctrina social de la iglesia iluminó al Siervo de Dios Enrique Shaw para plasmar su trabajo y compromiso social de desarrollo y dignidad para todos.

En 1943 Enrique se casa con Cecilia Bunge, quien sería el amor de toda su vida y en 1945 fue enviado por la Marina a la Universidad Estatal de Chicago en Estados Unidos para estudiar meteorología. Pero fue en ese año, cuando ya su familia estaba constituida y creciendo, cuando se produce la consolidación del rumbo en su vida: comprendió definitivamente que Dios le pedía un apostolado específico. En un principio creyó que debía hacerse obrero, pero un sacerdote, al ver su perfil, lo persuadió para que llevase el evangelio al mundo empresario al cual pertenecía su familia. Pide su baja con el grado de Teniente de Fragata, y, de regreso en Argentina, ingresó como ejecutivo de las Cristalerías Rigolleau y se abocó a lo que su fe le estaba señalando: llevar el evangelio a donde fuese necesario.

Decide ser empresario porque quiere ayudar a su gente. Se pone el overol y aprende el oficio de la cristalería, como un trabajador más. Pero no lo era, estaba capacitado para ponerse al frente de la empresa y llevarla hacia un lugar mejor. Y así paso a paso, escala posiciones. En poco tiempo llegó a ser Director General y a conformar distintos directorios, especialmente de otras empresas familiares. Durante esos años, fue formando una espiritualidad propia relacionada con su vocación de empresario cristiano. Se incorporó a la Acción Católica y al Movimiento Familiar Cristiano. Fue un director particular, que está a cargo de su gestión, pero que está siempre.

Según Carlos Custer, ex delegado gremial, que ingresó muy joven a Cristalerías Rigolleau, a los 16 años, cuando se conocieron a nivel personal, vinculados también por una línea espiritual, pudieron discutir muchas veces, pero él a su vez tenía un gran deseo de decir, la empresa tiene que ser una comunidad de personas. Según Sara Shaw de Critto, hija de Enrique Shaw, tenía una visión que dicen que es propia de los marinos que quiere decir que, en un barco, todos navegan juntos, todos tienen que remar juntos.

 

Vínculos diferenciales

 

Testimonios disponibles de Liliana Porfini, hija de un obrero de Cristalería Rigolleau, dicen que en los 16 años que entró Enrique impuso pautas, vínculos relacionales en la empresa, que fueron diferenciales.

Según Juan Pablo Simón Padrós, ex-presidente de la Asociación Cristiana de Dirigentes de Empresa, Enrique era muy consciente de que la innovación muchas veces venía desde abajo, de las mismas personas que estaban en el día a día de la fábrica, del proceso, de la máquina.

Bernardo Bárcena, empresario y Profesor universitario, Responsabilidad Social Empresaria es un término que se empezó a utilizar hace no tanto tiempo, ya era algo que estaba muy impregnado en su estilo de liderazgo. Dejaba la comodidad de una oficina para ir a los hornos, para ir a las plantas. Sabía de su vida, de su familia, de los problemas que tenía, los escuchaba.

Enrique sentía que la empresa era una comunidad de vida, en la que todas las personas son importantes. Conocía a todos sus colaboradores, casi 4.000 y sabía escucharlos. Según Simón Padrós, ex presidente de ACDE, que un empleado esté feliz, para Enrique significaba, más allá de su rol como empresario, en su rol como cristiano, que él se sintiera realizado.

Según Liliana Porfini también menciona que muchas veces se decía que era un místico, de traje y corbata dirigiendo una empresa.

En 1946 el Episcopado le encargó organizar con otros empresarios la ayuda a la Europa de posguerra, y en ese momento intentó crear una entidad activa para que los empresarios "fueran más cristianos". Gracias al estímulo del canónigo Cardijn, concretó su aspiración y, en 1952, fundó la Asociación Cristiana de Dirigentes de Empresa, de la cual fue su primer presidente. Desplegó así una intensa acción evangelizadora dirigida a la clase empresaria del país como de América Latina, donde extendió el movimiento empresarial de la UNIAPAC, nacida en Europa pocos años antes.

Enrique fue un empresario que inspiró e incomodó, pero no fue solo eso. También fue un gran hombre de familia, un pensador y un motor imparable. En 1958, con ideas de su participación en cursos en Harvard, ayuda a crear la Universidad Católica Argentina, de la que integró el primer Consejo de Administración. Participó en la fundación de Cáritas y del Serra Club. También llegó a ser presidente de los Hombres de Acción Católica. Organizó una librería a la que llamó Casa del Libro, una iniciativa apostólica para difundir temas de espiritualidad, de la Doctrina Social de la Iglesia y de otras cuestiones éticas y culturales. Dejó una gran cantidad de emprendimientos sociales.

Según Simón Padrós, fue el que logró que gran parte del mundo empresario, entendiera la importancia de desarrollar nuevos dirigentes de excelencia, pero que tenga una perspectiva y una dimensión cristiana y humana del sector privado.

"Que en la empresa haya una comunidad humana; que los trabajadores participen en la producción y, por lo tanto, den al obrero el sentido de pertenencia a una empresa; que le ayude a adquirir el sentido de sus deberes hacia la colectividad, el gusto por su trabajo y de la vida, porque ser patrón no es un privilegio, sino una función".

 

Preso por Perón

 

Según Carlos Custer, ex delegado sindical, Enrique tenía mil preocupaciones, y era capaz de encargarse del problema de un obrero o de una cuestión concreta de la iglesia. Impulsó el decreto ley de asignaciones familiares y hasta estuvo preso en el año 1954 por defender a la iglesia de los ataques del gobierno de entonces.

Para Sara Shaw, cuando ella era chica, no se daba mucha cuenta, le parecía que todos los padres eran santos, cuando fue saliendo a otras casas ahí se dio cuenta de que había una pequeña diferencia, porque veía a otros padres con mal humor o enojados. Cuando él llegaba la casa cambiaba porque entraba silbando, y era como que traía una alegría. Su mujer, sus adorados 9 hijos, todos los que lo conocían, sintieron que el mundo se venía abajo cuando supieron que se le diagnosticaba una terrible enfermedad. En palabras de Sara Shaw de Critto, tuvo un melanoma muy joven y ahí ocurrió el episodio de los despidos. Llegó la orden de EE.UU. de echar gente, 1200 personas. Y él dijo, "si echan a una sola persona, yo renuncio y me voy".

Según comenta el ex delegado sindical, él pensaba que la empresa tenía que ser rentable, pues era su primera responsabilidad, pero como decía, nunca sacrificando la dignidad de los trabajadores.

Ese deseo que tuvo de joven de ser un obrero, llega a concretarse al final de su vida, en la máxima expresión en ese profundo cariño que estuvo dado cuando los 260 obreros hacían cola para donar sangre para él. Pero su muerte fue muy prematura.

 

Camino a ser santo

 

Enrique había muerto, pero en ese momento en un remoto lugar del planeta estaba naciendo un empresario santo, alguien que tenía un verdadero compromiso con el país, que consideraba al desempleo como un mal moral, que luchaba contra la corrupción porque sentía que era un fraude a la democracia, que ante las diferencias tendía puentes aunque pudieran perjudicarlo, y que estaba convencido que sin justicia no podía haber paz. Alguien que no tenía superpoderes, pero tenía un propósito y que, a 100 años de su nacimiento, nos sigue interpelando.

Según el testimonio de Fabiana Robledo de Navarro, esposa de Néstor Hugo Navarro, en el año 2002 su marido a los 32 años se enferma con un cáncer que no tenía solución, y le daban muy poquitos meses de vida. Después de rezar a varios santos conoce a Enrique Shaw, a través de su vecina que le trae un recorte de diario. Ese recorte decía que había un empresario que necesitaba un milagro para ser beato, entonces decide hacer un trato con él. En testimonios de Agustina Navarro Robledo, pedían que vuelva a su casa y que los vea crecer. Pasan los días, Néstor hacía 9 meses que no comía, empiezan a rezar y su marido le pide empezar a comer. Hacía más de un año que supuestamente tendría que haber muerto y empieza a trabajar. Vivió 18 años más de los que los médicos decían que iba a vivir. Agustina dice hoy día que tiene la fe de que Enrique intervino para que su padre los pueda ver crecer, gracias a la cantidad de rezos y peticiones que le hicieron en ese momento.

Cuando la iglesia pide un milagro es como algo que trasciende lo meramente humano, donde no haya equivocaciones y el Santo Padre pueda decretar la canonización de esa persona y ahí sin lugar a dudas comienza una causa con la fama de santidad. Según Sara Shaw de Critto, su padre mostró que se puede ser feliz buscando el bien, se puede ser un empresario honesto, sensible y al mismo tiempo, buen padre de familia, y un mejor ciudadano.

El destino de liderazgo de Enrique estaba cimentado en valores humanos, una vida ejemplar. Impactó positivamente sobre toda la gente que lo conoció. Pudo decir en sus últimas palabras que vivía muy feliz porque la gente podía por fin decir que había hecho felices a los demás. Como dicen las escrituras, todos estamos llamados a ser santos. Claramente, Enrique escucho. Su cada vez más frágil salud empeoró en 1962, aunque mantuvo hasta el final su labor como dirigente empresario. Falleció el 27 de agosto de 1962, a los 41 años. 1921-2021.

 

Fuente: La Prensa, 21.02.2021