Criterios de Pío XI para una economía justa

Por José María Ballester Esquivias

 


En Quadragesimo anno, un gran texto publicado hace 90 años, el Papa Ratti fija reglas sociales y económicas justas en pro del orden moral y, entre otras cosas, aprovecha para definir el salario justo.

 

Elegido Papa en 1922, Pío XI (Achille Ratti en el siglo) tomó nota rápidamente de los grandes cambios, políticos, económicos, sociales y culturales acarreados por la Primera Guerra Mundial. Y constató, a través de una serie de encíclicas –17 hasta 1930, entre ellas Ubi arcano y Quas primas–, la rampante secularización de sociedades hasta entonces cristianas, cuya consecuencia más visible, en su opinión, era la relajación de las costumbres. Sin embargo, tras dudar hasta mediados de la década, no quiso precipitarse para sentar las bases de su magisterio en materia social, principalmente para seguir observando la evolución de una situación convulsa –sin ir más lejos, el desempleo empezaba a dispararse en las sociedades industrializadas–; y también porque seguía apostando por la vigencia de Rerum novarum, publicada en 1891. Pero según se iba acercando el 40 aniversario de esta última, designó un equipo de trabajo –cuya figura más influyente era el jesuita alemán Oswald von Nell-Breuning (1890-1991), posteriormente silenciado por el nazismo– para pergeñar el primer documento social del pontificado.


El resultado fue la encíclica Quadragesimo anno (Cuadragésimo aniversario), publicada el 15 de mayo de 1931. Empieza Pío XI celebrando los logros de Rerum novarum –toma de conciencia de la cuestión obrera por parte de la Iglesia, definición de los papeles respectivos de la propiedad y del Estado, surgimiento de partidos y sindicatos católicos…– para, a continuación, señalar la necesidad de actualizarla. Y lo hace adaptando al ámbito económico y social líneas maestras de su magisterio, como el deber de restaurar un orden moral cada vez más mancillado por las «malas costumbres» y «pasiones desordenadas», cuyo remedio reside en una buena formación de laicos, o el de erradicar la lucha de clases, otras de las causas del mal según el Papa Ratti. Por eso hace hincapié en conceptuar un orden económico justo, regulado por la justicia social y la caridad, y cuyos pilares se ciñen estrictamente a los parámetros de la doctrina social de la Iglesia (DSI).

Como escribe el sacerdote y profesor Arturo Bellocq en La doctrina social de la Iglesia, qué es y qué no es, en el apartado 42 de la encíclica «profundiza en la distinción de los planos económico y moral, que, si bien tienen reglas propias, no pueden desentenderse uno del otro, pues la economía establece fines y medios de la actividad humana dentro del orden económico, pero a ese orden económico en su totalidad le ha sido prescrito un fin por el Dios Creador». Una forma de recordar principios básicos de la DSI.

 

Pero el Papa va más allá –aunque sin traspasar los límites de la DSI, que no es un recetario de medidas precisas– y se adentra en la espinosa cuestión del salario justo, proponiendo tres criterios para delimitarla: sustento del obrero y de su familia, la situación de la empresa y la necesidad del bien común. Subraya otro gran especialista de la materia, el jesuita Ildefonso Camacho, que «detrás de ellos hay una consideración macroeconómica que permite enfocar el salario, no solo como el objeto de un contrato individual entre el trabajador y quien lo contrata, sino como una variable que incide sobre todo el conjunto de la economía, sobre el nivel de empleo y sobre el bienestar de toda la clase trabajadora».

Más polémicas, en cambio, son las propuestas, enmarcadas en la voluntad de acabar con el enfrentamiento entre clases, de Pío XI sobre el corporativismo. En primer lugar, por motivos de orden temporal: la encíclica se publica en pleno apogeo del fascismo italiano, régimen poco cristiano y una de cuyas principales características es la organización, por vía autoritaria, de la vida económica y social en corporaciones. Conviene, además, precisar que Pío XI, a diferencia de Benito Mussolini, deja a las partes la libertad de adherir, o no, a las corporaciones. Concluye Bellocq que «el modelo corporativo en la mente de Pío XI parece más bien una reforma de la sociedad industrial-capitalista que un nuevo modelo de sociedad».

 

Publicado en: Fe y Vida, 20 de febrero de 2021