RESEÑA BIBLIOGRÁFICA: OIKÍA Y POLIS


Luis María Caballero

 

El cuatro de febrero de este 2024 concluyó su trayecto terreno el Prof. Rafael Alvira. Un amigo bueno y maestro sabio que, con su labor docente, sus escritos y su ejemplo trajo luz a mucha gente. Después de una vida llena de frutos sabrosos y abundantes, partió para el Cielo a disfrutar de la Vida Eterna junto a su Dios y Señor, su amigo Jesús. Fue un verdadero santo que no dudo que algún día veneraremos en los altares. Su devoción sencilla, una humildad que lo llevaba a procurar pasar inadvertido y una voz siempre calma que llevaba paz a las almas de sus amigos y alumnos con sus consejos -siempre certeros-, me hacen pensar que así será.

 

Quienes hemos asistido a sus clases, escuchado sus conferencias y disfrutado de su obra escrita recordaremos por siempre su voz apenas susurrada, su sonrisa llena de afecto y su humor incomparable al hablar de esos temas tan sustanciosos que sabía presentar de manera sencilla y amena. Su filosofía de la vida cotidiana es una joya del intelecto que aún debe ser descubierta y puesta en valor. Familia, hogar, vida ordinaria. Todos esos conceptos permean su obra y el esquema conceptual de su pensamiento.

 

Su labor como pensador es reconocida en todo el mundo y en la Universidad de Navarra, donde fue catedrático de filosofía, será recordado como referente y pionero en diversas áreas del saber. Fue uno de los fundadores y director del Instituto Empresa y Humanismo, desde donde llevó adelante una ingente tarea de concientización sobre la importancia de conservar una mirada ética en todos los quehaceres de la actividad humana. Fue autor de más de doscientos artículos científicos y numerosos libros relevantes sobre distintos tópicos; dirigió más de cuarenta tesis doctorales y fue parte del tribunal examinador en un número similar de defensas de tesis. En el año 2019 presidió el tribunal ante el que defendí en Pamplona mi propia investigación para acceder al grado de doctor en Gobierno y Cultura de las Organizaciones.

 

Su partida nos ha dejado un poco huérfanos y su ausencia física ya comienza a notarse. Sabemos que ha llegado al final del camino y ha peleado el buen combate. Descansa ya en el paraíso, pues Jesús -seguramente- lo ha recibido diciéndole: Siervo bueno y fiel, entra en el gozo de tu Señor. Estoy seguro de que, desde el Cielo, continuará haciendo mucho bien.

 

En el año 2023 tuve el honor y el privilegio de escribir la Introducción del libro Oikía y Polis, que realizó junto con uno de sus discípulos dilectos, Rafael Hurtado. Agradeceré por siempre el regalo que me hicieron al pedirme esta colaboración, en un trabajo que considero un legado intelectual muy importante.

Cuando el libro llegó a mis manos me sumergí en su lectura con premura de entusiasta, procurando beber sorbo a sorbo cada página para alcanzar la riqueza que allí subyace y así hacerla carne en mi propia vida.

 

Mi amistad con los autores comenzó en el año 2006, cuando fui a Pamplona por primera vez. Hacía poco más de un año que me había casado y con mi esposa acabábamos de emprender un viaje que sería el punto de partida de una aventura –así llaman los autores a la vida de hogar- que aún continúa, contra viento y marea.

 

Apenas conocí a Don Rafael Alvira descubrí en él a un verdadero maestro, de esos que escriben profundamente en las almas; y en Rafael Hurtado encontré a un amigo sabio al que procuraré conservar toda mi vida. Con ambos existían visiones semejantes sobre muchos temas importantes, y en los dos encontré también, junto a mi familia, un apoyo muy valioso en momentos complejos que hemos debido atravesar. A veces, estando geográficamente cerca, y otras veces a la distancia, unidos por la cercanía que brindan el cariño y la oración.

 

Las ideas que han trabajado de manera tan profunda en Oikía y Polis son parte de un acervo vital que ellos encarnan cotidianamente de manera sencilla y natural. Sus pensamientos -que vuelan muy alto, aunque sepan expresarlos de manera tan sencilla y coloquial- son fruto y consecuencia de un modo de vivir que ilumina el recorrido terreno de quienes tenemos la gracia de haberlos conocido.

 

A partir de ese lejano 2006 mi vida ha tenido numerosos desafíos. Desde muy temprana edad sentí una profunda vocación política, que canalicé con ardor juvenil durante bastante tiempo en mi tierra natal. El sueño de contribuir a transformar la realidad de mi país me llevó a destinar gran parte de mis afanes a esa tarea. Sin embargo, de un tiempo a esta parte, he debido canalizar esas inquietudes de manera muy distinta; en el Tercer Sector, en la vida académica y, primordialmente, en la vida familiar. Gracias a las enseñanzas de estos autores, he visto fortalecida la certeza de que mi vocación política, mi forma de contribuir a la sociedad ES con mi esposa y con mis cinco hijos.

 

En ocasiones Dios permite que una familia viva situaciones difíciles, como una manera de recordarnos que la paz y la felicidad no se alcanzan cuando cumplimos al pie de la letra nuestros proyectos, sino cuando abrazamos con amor los Suyos. La llegada de nuestra hija María del Rosario es la prueba más evidente de ese aserto.

Ella nació en Pamplona, durante nuestra segunda estadía en Navarra -en el año 2015- después de un embarazo en el que los médicos anunciaban muy escasas posibilidades de sobrevida para nuestra bebé. Un médico nos dijo que, si llegaba a sobrevivir, sus días y los nuestros transcurrirían en un mar de tristeza, limitaciones y dolor. Su conclusión era tan terrible que no me atrevo a ponerla en palabras. Sin embargo, hoy Rochi – como la llamamos – tiene ocho años y lleva una vida plena y feliz junto a nosotros y sus cuatro hermanos varones.

 

Cuando abrí el libro encontré una frase de Gilbert Keith Chesterton que fue una invitación a adentrarme en el libro, sin demoras. Allí hallé casa, familia y hogar. Lo que me presentaron Alvira y Hurtado fue –usando palabras de Miguel Cané en su Juvenilia – Un rayo de luz, la manzana de Newton, la lámpara de Galileo, la marmita de Papin, la rana de Volta, la tabla de Rosetta de Champollion, la hoja enroscada de Calímaco. Allí leí por vez primera, de manera clara y sólidamente articulada, una serie de ideas y verdades que, si fueran puestas en práctica por cada familia, podrían cambiar el mundo. ¡Familia, llega a ser lo que eres! Ese es el grito, con claras resonancias wojtyleanas, que se desprende de cada una de sus páginas. La grandeza de la invitación corre paralela a las dificultades del desafío.

 

La familia es sagrada porque implica sacrificio. La familia es el lugar al que se vuelve, porque solo allí podemos ser lo que realmente somos. La familia es el ámbito primigenio del conocimiento mutuo y el sitio más propicio para el desarrollo de la confianza… Tan solo imaginemos lo que podría ser nuestra sociedad si lográramos expandir a su ámbito específico la noción de sacrificio por amor, verdadero conocimiento de unos a otros y confianza mutua… Por lo tanto, retomando la idea del párrafo anterior, merece el esfuerzo aceptar la invitación y afrontar el desafío.

 

Muchos conceptos que allí se vierten ayudan a redescubrir el sentido más profundo de tantos caminos que cada día elegimos como padres y de los rumbos que seguimos de manera apenas intuitiva. En ocasiones podemos perder de vista que la vida en familia no es una decisión de un día para siempre, sino que implica decidir, cada día, la renuncia voluntaria a algunos bienes más pequeños en pos de un bien mayor que puede tener continuidad y trascendencia en el tiempo, a través de las generaciones. Esas decisiones son actuales y conscientes, y el libro nos recuerda que jamás debemos darlas por supuestas. Esas decisiones son actuales y conscientes –decía- porque cada una de ellas está inspirada en el amor.

 

La familia -enseñan con meridiana luminosidad los autores- no solamente es la célula de la sociedad, sino que es también su alma, y, por lo tanto, solamente fortaleciéndola podemos aportar verdaderamente al conjunto social. El panteísmo de estado del que nos habla el escritor argentino Hugo Wast, busca prescindir de esa alma, sustituyéndola por precarios equilibrios, pero esos proyectos no parecen estar dando resultado, si miramos las injusticias del mundo actual…

 

Los médicos que nos atendieron durante el embarazo de nuestra hija tenían la casi certeza de que ella no podría vivir fuera del vientre materno y eso marcó una etapa de nuestras vidas. La perspectiva de perderla tan pronto nos hizo buscar el refugio en Dios, que se manifestó en el cariño de nuestras familias de sangre, en la sonrisa de nuestros hijos, y en la cercanía y apoyo de muchísimos amigos, entre los cuales se cuentan Rafael Alvira y Rafael Hurtado.

 

Cuando tiene la experiencia del dolor profundo encuentra más facilidad para elevar la vista hacia lo divino (muchas veces, sencillamente, clamando al Cielo que el dolor cese), pero no es menos cierto que al hacerlo es más fácil percibir también, con mucha mayor claridad, que nuestros semejantes tienen -como nosotros- dolores, angustias y preocupaciones. Ese mirar a lo alto ayuda a sabernos frágiles, a reconocernos débiles y, en consecuencia, a comprender mejor las debilidades de quienes nos rodean. El refugio es la familia, pero en esos momentos la familia se amplía y se descubre que en la sociedad es posible recrear esos vínculos, no solamente a través de la sangre, sino por medio de lazos espirituales. Únicamente logrando esa trascendencia podremos contribuir a la construcción de una sociedad mejor, que no se conforme con “durar”, sino que pueda desarrollarse en el tiempo.

 

La experiencia del sufrimiento obliga a vivir más lentamente, a saborear cada avance, cada mejora, cada aprendizaje, y a poner en una perspectiva más real y profunda las circunstancias de cada día. A valorar mejor la ayuda recibida, y a agradecer a Dios el mismo don de la existencia. En el trabajo que hoy me toca reseñar se muestra la riqueza de esa forma de encarar la propia vida, acompañado, sostenido y enmarcado por un núcleo familiar, donde se rescate lo que es bueno, bello y verdadero.

 

Todo el libro está permeado por una serie de reflexiones que cada uno podrá hacer propias, trayéndolas a su vida. Lo que han escrito estos dos grandes pensadores no es un trabajo teórico, abstracto, lejano, sino un conjunto de ideas y propuestas, engarzadas a la manera de un orfebre, que cada uno de nosotros puede incorporar, sin artificialidades, en la propia realidad.

Un párrafo aparte merece el epílogo del libro. La amplitud del registro intelectual de los autores se hace patente en su capacidad de realizar, sin perder precisión, un análisis sobre el transhumanismo, una semblanza biográfica de Chesterton, o una fábula sobre la vida humana, como es el diálogo entre los dos niños por nacer que encontramos en las últimas páginas. La seriedad, el humor, el sentido común y la ternura se suceden sin solución de continuidad y eso permite al lector seguir la tesis sin perder jamás el hilo del razonamiento, ni el interés. Ese es un mérito indudable de los profesores Alvira y Hurtado, que sabrán apreciar los lectores. Cada uno de nosotros puede sentirse identificado y reflejado –de manera alternada- en los pensamientos de los dos bebés que conversan en el vientre de su madre. La esperanza, la humana inquietud ante lo que aún no hemos visto, la confianza en lo que hemos “oído”, y el temor a equivocarnos son una metáfora maravillosa sobre la vida humana, la vida en familia y -por supuesto- la vida en sociedad.

 

En el libro se presentan los desafíos del mundo moderno, sin conceder nada a lo políticamente correcto y sin eufemismos, como solamente saben hacerlo quienes tienen claro hacia dónde debemos ir. Y cuando el recorrido de un pensamiento es presentado de esa manera, uno pierde el miedo a seguir el rumbo marcado. Como padre, como marido, como amigo, agradezco la guía certera de los dos autores.

 

La presencia de Dios está clara desde la primera a la última página, de una manera muy natural, porque Dios, en Sí mismo, es Familia y los autores lo saben muy bien. El Dios del que nos hablan no es una divinidad ajena a nuestras vidas, sino un Padre Providente que nos conoce y nos ama, y nos invita a la plenitud de la vida, en nuestras familias y en la sociedad en que vivimos, por medio de un amor de agapé, que es entrega confiada y sacrificio voluntario.

 

El dolor no impide la felicidad. El sufrimiento no es lo opuesto a la alegría. Simplemente hay que aprender, incluso en medio de nuestros fallos de cada día, a dejarse llevar de la mano de Dios. Y eso es lo que Rochi, junto con sus hermanos, ha venido a enseñarnos a nosotros como familia, y a muchas personas más que se han visto transformadas por el amor de Dios en este tiempo.

 

Luis María Caballero

Decano de Ciencias del Derecho

Universidad Siglo 21