Por Dr. Carlos Prosperi*
Desde el comienzo del Libro
Primero de su célebre “Política”, Aristóteles dice: “Es una asociación todo
estado, y las asociaciones se forman solamente con miras a algún bien, dado que
lo único que a los hombres mueve es la esperanza de algo que les parece provechoso.
Indudablemente, todas las asociaciones propenden a un bien preestablecido, y el
más importante de todos los bienes debe ser el motivo de la más importante
asociación, la que comprende a todas las demás, y puede ser llamada asociación
política, ciudad o, más propiamente, estado” (Aristóteles, 1995).
A diferencia de la mayoría de los
políticos profesionales, que usan muchas palabras rimbombantes para no decir
nada, el estagirita dice muchas cosas de gran profundidad en esta sucinta
frase.
Una breve definición de “estado”
la proporciona De Mahieu en su diccionario (1966): “1. Órgano de síntesis,
conciencia y mando de la comunidad. 2. Comunidad políticamente organizada”.
La organización del estado
consiste, según todo lo antedicho, en una asociación basada en la búsqueda del
bien, o para decirlo con mayor precisión, el bien común o bienestar de la
comunidad, que se entiende como la felicidad integral, tanto material como
espiritual, de todos los miembros partícipes de tal comunidad, armonizando, sin
desmerecer a ninguno, el bien individual de los ciudadanos con el bien de toda
la nación en conjunto.
Carlos Sacheri dice sobre el bien
común: “Puesto que por bien común se designa el fin mismo de la sociedad
política, todos los demás conceptos se ordenan a aquel, como los medios se
ordenan al fin”. (Sacheri, 1979).
Dicho de otra manera, ni el
liberalismo extremo que sólo busca el bienestar individual aún a costa de que
muchos queden marginados de la sociedad, ni tampoco el comunismo que llega a
hacer una idolatría del estado, anulando las libertades y derechos de las
personas físicas, a las que se supone debería servir.
Tal concepto está en total
coincidencia con los principios morales que el mismo Aristóteles desarrolla en
sus obras de ética. (Aristóteles, 1995). Para la concepción de los griegos en
general, y también debería entenderse de la misma manera en cualquier grupo
humano que se considere civilizado, la ética y la moral necesariamente deben
dirigir y condicionar a la política.
Platón particularmente
consideraba a estas dos disciplinas, la ética y la política, como dos aspectos
de un mismo estudio, ya que la primera se refiere a las normas de
comportamiento correctas entre los humanos en su conjunto, en tanto que la
segunda se refiere a lo mismo pero entre los humanos que conviven dentro de una
ciudad-estado o “polis” en común. (Platón, 1995).
En los tiempos actuales, en todo
el mundo pero sobre todo en nuestra Argentina, puede parecer un oxímoron muy
extraño esta idea de asociar la ética con la política. Pero por eso se dice
correctamente que la ética es una disciplina que no estudia el “ser” sino el
“deber ser” (Simon, 1968).
Por tal motivo el gobierno de
turno, que temporariamente tiene a su cargo la conducción del estado, ha sido
designado para servir a la comunidad y de ninguna manera para servirse de ella.
De allí que los funcionarios se llamen correctamente “servidores públicos”, o
también “mandatarios”, “administradores” o “representantes”, nombres que
reflejan su papel como personas con un mandato del pueblo a quien representan y
a nombre de quien administran los bienes comunes y ejercen su función en los
estamentos del poder. Es un grave delito que un gobernante confunda sus bienes
personales con los propios de la comunidad, que solamente están a su cargo.
No tiene mucho sentido, en este
contexto, hablar del “hombre contra el estado”, a la manera como lo hacen
algunos autores cuasi-anarquistas, dado que si el estado hiciera lo que
realmente debe hacer según su naturaleza, entonces solamente procurará el mayor
bien posible para todos los ciudadanos. Mientras que, si por el contrario,
coarta las aspiraciones legítimas de los individuos o de las asociaciones
intermedias, entonces no hace lo que debe, o para decirlo de otra manera, la
función del estado se ha “des-naturalizado”, se ha convertido en algo contrario
a lo natural.
Como el estado en si mismo es un
instrumento para lograr la felicidad de los pueblos y su convivencia en armonía
y justicia, surge enseguida la problemática de si el estado debe imponer normas
y leyes rígidas a las cuales se ajusten todos los ciudadanos, tal como ha
ocurrido en los totalitarismos de uno y otro signo, o si cada persona tiene
absoluta libertad para hacer lo que prefiera según sus deseos, como sugieren
algunos liberalismos extremos.
Decía el Papa Emérito Benedicto
XVI al respecto: “Hemos vivido ya la experiencia del totalitarismo, en el que
es el poder quien fija autoritariamente las reglas morales. De este modo, el
relativismo total desemboca en la anarquía o en el totalitarismo”. (Benedicto
XVI, 2001).
Siguiendo con la obra de
Aristóteles, afirma más adelante: “Indudablemente que el estado es antes que la
familia y que los individuos, puesto que el todo es antes que las partes”, pero
también aclara que “Según como es cada uno, así le parece su fin” (Aristóteles,
1995).
De estas reflexiones se desprende
que el bien o el fin de cada uno considerado singularmente no puede, o al menos
no debería, ser establecido o prefijado por otro desde afuera o desde el poder,
sino que cada uno debe determinarse su propio fin, su meta deseada en la vida.
Pero a la vez, los fines
individuales son inferiores al fin último de la sociedad, o bien común, y no
pueden contrariarlo, de modo que deben armonizarse coherentemente para hacerse
compatibles tanto los bienes individuales como los comunitarios. Ello
implica una organización estatal justa
que garantice y vele por las necesidades de la comunidad como conjunto,
ordenando al mismo tiempo el bien al que tienen derecho todos los hombres de
cualquier comunidad que sean, pero al mismo tiempo con la posibilidad de que
cada uno logre su propio fin particular libremente, en un estado que se lo
permita y se lo facilite con todos sus recursos.
Además, para Aristóteles, el
estado no surge de un “contrato social” arbitrario, como dice Rousseau, ni es
tampoco un “mal necesario” como lo definió Voltaire, sino que el estado es un
hecho natural, entendido según se explicó anteriormente.
En la concepción helenística, al
menos hasta los tiempos previos a Alejandro, cada ciudad o “polis” era en sí
misma un estado. El “ciudadano” es quien vive y ejerce sus derechos en la
“ciudad”, y cuando abandona su naturaleza salvaje para convivir con sus
semejantes en la ciudad o “civitas” para los romanos, es cuando se convierte en
un ser “civilizado”. Por eso dice también que “El que huye de la sociedad es un
Dios o un monstruo”.
La vida política para los
griegos, o sea, el participar activamente en la solución de los problemas y
necesidades de la “polis”, era en gran proporción el medio por el cual el
hombre lograba realizarse integralmente (Jaeger, 1967).
De allí que Platón despreciara al
vulgo que se mantenía indiferente a la política, diciendo que ellos jamás llegarían
a ser filósofos, ni por consiguiente gobernantes, dado que entendía que todos
los gobernantes deben ser ante todo filósofos, definidos como personas con
sólidos conocimientos en la “filo-sofía” o amor a la sabiduría y comprometidos
con la búsqueda de la verdad. (Platón, 1995).
Pericles, por su parte, exaltaba
la retórica y los debates públicos sobre las cuestiones y problemáticas del
gobierno, ilustrando que los atenienses gustaban reunirse en asambleas porque
no temían que la palabra dañase la acción, sino que deseaban que “La luz surja
de la discusión”. (Jaeger, 1967).
Los sofistas y los cínicos, en
cambio, sostenían que el estado era un convencionalismo, adelantándose en mucho
tiempo a Rousseau. Contra ellos, escribió Aristóteles acerca del origen natural
del estado: “Se inicia la primera sociedad con la unión de dos seres que no
pueden vivir el uno sin el otro: el hombre y la mujer” (Aristóteles, 1995).
De tal manera se constituye la
base de toda sociedad, que es la familia, y que el estado tiene el deber de
resguardar mediante leyes que tiendan a protegerla, con servicios sociales
adecuados. Queda entendido sin ninguna duda posible que, aunque la
homosexualidad ya existía desde mucho antes, el estagirita deja bien en claro
que la familia la conforman un hombre y una mujer. De donde se deduce que una
sociedad que no reconozca este principio sino que admita otras formas de unión
llamándolas también familias, no hace otra cosa que ir en contra de la misión
propia del estado.
“Se lleva a cabo bien pronto la
reunión de muchas familias por la necesidad de servicios mutuos, que no son de
todos los momentos, entonces se forma la aldea, que podría denominarse
precisamente colonia natural de la familia”, dice más adelante (Aristóteles,
1995).
Pero la aldea todavía no puede
bastarse a sí misma, no es aún una entidad autosuficiente ni sustentable, y hay
que tener en cuenta que en la concepción aristotélica es fundamental la
autarquía, el gobierno de sí mismo, algo similar a lo que los estados modernos
designan con el nombre de “soberanía nacional”.
Por lo cual las aldeas se reúnen
según sus afinidades y principios compartidos hasta llegar a formar
ciudades-estados autosuficientes. Así la aldea tiene sobre la familia una
ventaja, que destaca Julián Marías: “El fin de una familia es simplemente el
vivir, el fin de la aldea es más complicado: es el vivir bien o bienestar; como
la perfección de cada cosa es su naturaleza, por consiguiente el hombre vive en
una polis que es perfección de la comunidad y es también naturaleza, se deduce
que el hombre es animal político” (Marías, 1971).
Esta vida en comunidad se debe
basar, lógicamente, en principios de justicia, con leyes que se ajusten a la
recta razón: “Justicia, esa es la base de la sociedad, derecho, ese es el principio
de la asociación política”, esclarece debidamente Aristóteles (1995).
*Investigador del CONICET.
Profesor de la Universidad Blas Pascal (Córdoba, Argentina).
Bibliografía consultada
Aristóteles. 1995. Política. The
Greek Philosophers. Laserlight CD Roms. Santa Mónica. (California).
Aristóteles. 1995. Ética a
Nicómaco. The Greek Philosophers. Laserlight CD Roms. Santa Mónica. (California).
Benedicto XVI. 2001. Entrevista
publicada en el diario Le Figaro, el 17 de Noviembre de 2001. Paris.
De Mahieu, Jaime. 1966.
Diccionario de ciencia política. Ed. Book’s International. Buenos Aires.
Jaeger, Werner. 1967. Paideia,
los ideales de la cultura griega. Fondo de Cultura Económica. México.
Marías, Julián. 1971. Historia de
la Filosofía. Manuales de la Revista de Occidente. Madrid.
Platón, 1995. República. The
Greek Philosophers. Laserlight CD Roms. Santa Mónica. (California).
Sacheri, Carlos. 1979. El orden
sobrenatural. Ed. Universitaria de Buenos Aires. Buenos Aires.
Simon, René. 1968. Moral. Ed.
Herder. Barcelona.