Fuente: Observatorio Cardenal van
Thuan, 10 junio de 2019
El trágico final de la vida
terrena de la joven holandesa Noa Pothoven es una señal innegable del feroz
avance de la cultura de la muerte en nuestra sociedad, que se desarrolla
basándose en el dogma de la autodeterminación psicológica, principio doctrinal absoluto
de la nueva religión de la desesperación. La sociedad y el Estado inducen a la
desesperación, enseñando que todo puede ser verdadero y justo si es el sujeto
el que lo desea, y que nada es verdadero y justo en sí mismo, nada vale la
pena, por lo que eliminan a los desesperados con la excusa de respetar sus
deseos. El principio de autodeterminación absoluta no es natural, está inducido
por la ideología de la muerte y se apela a él como si fuera un principio
natural para, así, infligir la muerte a los desesperados, o para inducirles a
morir, o para abstenerse de ayudarles a vivir.
Según las noticias publicadas
hasta el momento, algunas estructuras sanitarias privadas han prestado su
colaboración a la muerte de Noa, asistiendo en su suicidio para que fuera menos
doloroso en la fase terminal. Dichas estructuras han tomado parte,
efectivamente, en su muerte: la colaboración al suicidio se configura
moralmente como participación en un homicidio. Actualmente no hay pruebas de la
intervención en este sentido de estructuras sanitarias públicas, si bien para
al Estado se configura, al menos, la culpa de omisión, a pesar de que el clima
favorable a la eutanasia, apoyado por la ley, ha hecho su parte.
Desde hace mucho tiempo ya los
Estados se ponen a disposición para matar, en el vientre materno, a niños
inocentes a los que se les impide nacer. Desde hace mucho tiempo, el Estado
holandés colabora con quién pide que le maten en virtud de la ley sobre la
eutanasia. Los datos, despiadados en su desnudez, nos dicen que la práctica
está aumentando vertiginosamente y que los motivos para pedir la eutanasia
pueden ya ser muy débiles, a pesar de lo cual las peticiones son satisfechas.
El caso de Noa no es un hecho nuevo e inesperado. Perturbador, ciertamente,
pero no inesperado para quienes siguen el desarrollo de la lucha entre la
cultura de la vida y la cultura de la muerte en los países de la poshumanidad.
Y como a la adolescente se le había negado la eutanasia por ley, he aquí que
los defensores de la muerte piden su total liberalización. Todas cosas que, por
desgracia, ya hemos visto.
La muerte de Noa, sin embargo,
nos conmociona: por su juventud; por su fragilidad, que implícitamente pedía
ayuda; por la sustitución de esta ayuda humana, moral, material y espiritual con
el apoyo a salir de este mundo; por el estado de perversión de las leyes y del
“sistema” socio-sanitario en su conjunto. Noa es el último y más reciente caso
de un mundo que, revuelto y conmocionado, se sacude de su letargo culpable… ¿o
es el primer caso del mundo invivibile que nos espera en el futuro? Muchas
veces, en el pasado, se ha dicho que
determinados umbrales de no retorno habían sido superados… por desgracia, la
historia siguiente ha confirmado estas previsiones. Se ha dicho en numerosas
ocasiones que, superado ese punto, otros puntos serían superados a
continuación, porque también la cultura de la muerte tiene su lógica interna.
Sin embargo, en muchos de estos casos hemos seguido caminando hacia adelante
sin prestar demasiada atención a las inquietantes novedades a las que, poco a
poco, nos íbamos acostumbrando.
Cada vez más se entiende como un
derecho procurar la muerte y procurarse la muerte; y como el Estado garantiza
los derechos, el Estado procura la muerte cuando es deseada por un sujeto, o
bien no se compromete a ayudarlo para que conserve su vida. Si hacemos un
esfuerzo y no escondemos la realidad, la muerte de Noa es la pieza ulterior que
prefigura este turbio futuro: el mal democráticamente celebrado, contemplado en
la ley, planificado, como se planifica la satisfacción de un derecho.
La pregunta sobre cómo hemos
podido llegar a este punto debería interrogar todas las conciencias. Los
resultados de la historia siempre son los efectos de largos procesos que llaman
a la responsabilidad. Hemos tolerado demasiado. Nos hemos comprometido
demasiado poco. Hemos pensado que la cultura del diálogo podía resolver la
lucha entre el bien y el mal que siempre ha caracterizado a la historia humana.
Hemos discutido sobre la formas de la lucha que hay que hacer más que sobre los
contenidos. Hemos dividido el frente de la vida por motivos marginales. Hemos
ampliado y diluido nuestra atención al tema de la vida, perdiendo de vista las
cuestiones bioéticas y biopolíticas que, en cambio, siguen siendo prioritarias.
Hemos eliminado algunos temas de la predicación eclesiástica, porque los hemos
considerado demasiado duros para el hombre de hoy. Nos hemos dejado atrapar por
una pastoral conciliante también con lo inconciliable. No hemos sido capaces de
unirnos a quienes se manifestaban públicamente sobre ciertos temas.
Con Noa la deriva antropológica
ha hecho un ulterior paso adelante. Pero esta deriva antropológica nos remite a
otra deriva, mucho más importante: la deriva teológica. El hombre no se explica
nunca totalmente a sí mismo, en el bien como en el mal. A la expulsión de Dios
de nuestras sociedades sólo le puede seguir la expulsión del hombre. Es
necesario que nos preguntemos, a este respecto, si no nos estamos equivocando
de dirección: demasiado a menudo los cristianos miramos al hombre para
encontrar en él a Dios, en lugar de mirar a Dios para encontrar en Él al
hombre.
+ Giampaolo Crepaldi
Obispo de Trieste y Presidente
del Observatorio Cardenal Van Thuân.