por Stefano Fontana
El 9 de mayo de 2019,
en Udine, en la Sala de Palazzo Belgrado, tuvo lugar un congreso para la
presentación del libro Le chiavi della questione sociale. Bene comune e sussidiarietà:
storia di un equivoco. Editado por Stefano Fontana para Edizioni Fede &
Cultura (Verona 2019), el volumen contiene escritos no sólo del editor, sino
también de Danilo Castellano, don Samuele Cecotti, el padre Arturo Ruiz Freites
IVE, Giovanni Turco. En el congreso de Udine intervinieron el presidente del
Consejo Regional del Friuli Venezia Giulia, el Sr. don Mauro Zanin, que dio la
bienvenida a los participantes, y los profesores Castellano, Fontana y Turco.
Publicamos a continuación la intervención de Stefano Fontana.
En esta intervención me propongo poner de relieve la
necesidad y utilidad del libro que presentamos esta noche. Nos estamos dando
cuenta de que también en la Iglesia el lenguaje común ha sido ampliamente
reducido. Términos y expresiones, incluso de uso diario, se comprenden de
manera totalmente equívoca; si un nuevo Sócrates se diera una vuelta por
nuestras plazas planteando la pregunta sobre qué es el bien o la
subsidiariedad, recibiría respuestas muy extravagantes. Este libro nace de la
necesidad de aclarar algunos conceptos fundamentales de la vida pública a la
luz de la Doctrina social de la Iglesia y de la recta ratio. Puesto que uno de
los motivos principales de la confusión conceptual actual, tanto en el mundo
como en la Iglesia, es el uso incorrecto del instrumento filosófico y, por lo
tanto, teológico, dado el progresivo alejamiento de la "filosofía
cristiana", nos hemos propuesto hacer dialogar entre ellos el realismo
metafísico de santo Tomás y la Doctrina social de la Iglesia, al considerar que
el primero constituye la estructura filosófica y teológica adecuada para la
última, como por otra parte afirma la Aeterni Patris que está en el origen de
la Doctrina social de la Iglesia llamada, aunque de una manera que hay que
concretar, "moderna". ¿En qué se convierte la Doctrina social de la
Iglesia una vez que se aleja de la recta ratio y cede al actual pluralismo
filosófico, que se convierte en pluralismo teológico y acaba por ser,
inevitablemente, pluralismo doctrinal? Es una cuestión compleja, pero sobre la
que se puede decir, sin duda alguna, que la conceptualidad propia de la
Doctrina social de la Iglesia, heredada del depósito de la fe y de la razón
correctamente utilizada, está sufriendo una evolución corrosiva de sentido. En
mis dos contribuciones publicadas en este libro[1] intento demostrar cómo en
los documentos del magisterio social se ha verificado una progresiva y lenta
corrosión del espesor teórico de conceptos fundamentales de la Doctrina social
de la Iglesia, empezando precisamente por los del bien común y la
subsidiariedad. Puedo anticipar que en el volumen análogo que, si Dios quiere,
presentaremos de aquí al año que viene, se hará el mismo análisis en relación
con el tema de la ley y el derecho.
Para demostrar el atractivo (intelectual) de este libro y
para evitar entrar en el campo propio de los relatores que hablarán después de
mí, propondré algunas observaciones de nivel más elemental respecto a las que
harán ellos, sacándolas de la crónica de nuestros días, con el fin de demostrar
cómo la corrosión de sentido de la que hablaba antes se ha convertido en lo
habitual, en el aire que respiramos, sin ni siquiera tener que pensar en
argumentar las nuevas actitudes reduccionistas.
Me gustaría, ante todo, hacerles observar cómo se ha pasado
sin ningún arrepentimiento de la teología del qué a la teología del cómo[2], lo
que borra de un plumazo toda la Doctrina social de la Iglesia, atacándola en su
misma posibilidad de existencia. El magisterio, ante los lacerantes problemas
de la vida social y política, invita a acoger, integrar, recomponer, acompañar,
arriesgar, no ceder a los miedos, no erigir muros sino puentes, no juzgar,
soñar, compartir, participar, llegar a soluciones compartidas, convenir,
caminar juntos. No hay quien no vea que todas estas expresiones están vacías de
contenido e indican unas actitudes y procedimientos formales que pueden valer
en cada momento, estableciendo, por tanto, la sustitución del qué (y del por
qué) por el cómo. El bien común, en este contexto, es un hacer sin algo que
hacer y que, en todo caso, surgirá tras precisamente el hacer, por lo que el
principio de subsidiariedad es una solución procesal y operativa.
Este paso es muy evidente, por ejemplo, en la modalidad con
la que el magisterio eclesiástico afronta actualmente la cuestión de las
migraciones e inmigraciones. Ya no se utiliza ningún concepto de la Doctrina
social de la Iglesia, y menos aún el del bien común, porque se le asigna a esta
actitud (de caridad sin verdad) un sentido ya en sí, como actitud y como
praxis, sin necesidad de otra cosa. El concepto de bien común, que bien
entendido podría iluminar las políticas inmigratorias, está reducido de esta
forma a un cómo sin un qué y un por qué. Obsérvese que, al quitar la justa
mediación de la Doctrina social de la Iglesia que distingue los niveles
mientras los conecta por analogía entre ellos, la Iglesia acaba por hacer
política directa, hasta el punto de hacer rezar a los fieles durante la misa
por intenciones políticas, como, por ejemplo, la reapertura de los puertos por
parte del gobierno. Con la teología del cómo lo que se consigue es un nuevo
clericalismo, una nueva teología política en el sentido elaborado por Metz
siguiendo la estela de Rahner, una nueva comprensión generalizada de la Iglesia
en la praxis dado el abandono de la teología del qué, que permite juzgar,
evaluar y orientar. La praxis (o pastoral) se convierte en el horizonte
trascendental -en el sentido transcendental moderno- de la vida de la Iglesia y
de su anuncio, por lo que las distinciones de los niveles, por ejemplo entre
sagrado y profano, desaparecen y se pueden organizar en las iglesias reuniones
políticas en vista de las elecciones, como sucede en estos días de elecciones
europeas, o como ha sucedido con el referéndum de la llamada privatización del
agua o el de las llamadas "perforadoras".
Lo que observamos a propósito de las políticas inmigratorias,
lo observamos también en las intervenciones magisteriales sobre Europa y la
democracia. Las referencias a Europa en vista de las elecciones ven a la Unión
como un proceso que vale como tal y del cual debe surgir el bien común, más que
lo contrario. Sorprende la propaganda europeísta llevada a cabo en este momento
por la Iglesia católica oficial y sus instrumentos, su demolición de las
identidades naturales de los pueblos y naciones, criticadas de una manera más
bien superficial como formas de egoísmo soberanista o de nacionalismo miope al
bien común, con la consiguiente superposición entre bien común y globalismo y
con el abandono del principio de subsidiariedad. El proceso de unificación
europea es convalidado y celebrado como proceso y el concepto de bien común es
adaptado a las exigencias del proceso en lugar de guiarlas. Es el cómo el que
dicta la ley al qué y al por qué.
Lo mismo puede decirse hoy de la democracia, que la Iglesia
cada vez sostiene más como proceso de elaboración de soluciones compartidas.
Efectivamente, como proceso del que deberían nacer los contenidos del bien
común cuyo signo de verdad estaría representado por el hecho de compartir.
Obsérvese que la teología moral contemporánea sostiene cada vez con más
frecuencia que la democracia moderna puede ser la nueva condición histórica que
muestra a la Iglesia la importancia de la sinodalidad y que, por lo tanto,
empuja a una revisión de su mismo ser. El profesor Giacomo Canobbio[3], y en
general toda la Facultad de Teología de Italia septentrional de Milán, sostiene
que, del mismo modo que la Iglesia antes se inspiraba por su estructura en el
modelo monárquico, no hay razón por la que hoy no pueda inspirarse en el modelo
democrático. La "conversión sinodal" pedida explícitamente por la
Evangelii gaudium del papa Francisco sería, por lo tanto, la forma eclesial de
una "conversión democrática". Dado que la sustancia de la democracia
moderna es la prioridad del cómo respecto al qué, dicha prioridad es
introducida también en la Iglesia mediante un concepto de sinodalidad entendido
de manera similar al de la democracia, con contornos teológicos muy
problemáticos. De hecho, todos podemos observar que a una sinodalidad
proclamada se añade hoy, en la Iglesia, una tendencia fáctica a delegar el
poder a los dirigentes. El primado de la praxis (también de la praxis pastoral)
siempre necesita ser impuesto de alguna manera, dado que por definición no
puede ser argumentado.
He puesto los ejemplos del inmigracionismo, del europeísmo y
del democratismo en la Iglesia para demostrar que los contenidos (el qué) y los
fines (el por qué) están actualmente subordinados al cómo, lo que hace que,
radicalmente, sean vistos desde un punto de vista histórico. Se hace que el
cómo emerja de la situación histórica y existencial para la que no pueden
existir contenidos previamente ordinativos, sino que cada regla debe nacer de
ella misma: así, sólo pueden ser completamente históricos y sujetos al cambio.
Hablar de bien común como un principio finalista y ordinativo es imposible. Si
no hay una norma que no nazca de la hermenéutica de la situación, en el campo
moral cualquier atenuante se convierte en una excepción, como sucede en la
Exhortación Amoris laetitia. Toda situación existencial sería un conjunto de
condicionamientos atenuantes, pero como de la situación nace históricamente la
norma, los atenuantes se transforman en excepciones a la norma, es decir, en
nuevas normas. Por eso, volviendo a Amoris laetitia, los posibles atenuantes
del divorciado que se ha vuelto a casar no son simples atenuantes que hay que
presentar en la confesión, sino que dan vida a una nueva norma que permite el
acceso directo a la Eucaristía. La norma es así cambiada no por vía normativa,
sino por la praxis. Este es, hoy, el sentido principal de la prioridad del cómo
sobre el qué. En estos días hemos tenido una macro-confirmación a propósito del
proyecto de reforma de la Curia romana, según el cual el futuro dicasterio de
la evangelización estaría situado en posición superior y principal respecto a
la Congregación para la Doctrina de la Fe. Primero se evangeliza y, después, a
medida que se avanza y se camina con los demás, se aclarará qué es evangelizar.
Hay que indicar que todo el pensamiento moderno, entendido
como categoría filosófica, ha sido como una gran sustitución del qué por el
cómo desde que se le dio al problema del método -el cómo- el primer lugar. En
campo teológico, el modernismo ha sido la sustitución del qué por el cómo y,
con el "giro antropológico" de Karl Rahner[4], la penetración de este
perspectiva en la Iglesia, incluidos sus vértices, ha aumentado
exponencialmente en difusión y profundidad.
Entre las consecuencias que implican la prioridad del cómo
sobre el qué está también el proceso de secularización[5]. Es fácil comprender
por qué. El cómo es relativo y cambiable y, por lo tanto, asumido como punto de
vista fundamental, corroe lo absoluto y universal del significado. Dicho
proceso de corrosión es, por su naturaleza, incesante ya que siempre habrá un
significado que corroer dependiendo de la nueva situación. De hecho, si se
examina el concepto de bien común -y también el de subsidiariedad- en la
evolución de los documentos del magisterio social desde la Rerum novarum hasta
nuestros días, se puede observar que ha sufrido un proceso de secularización.
De los estudios del libro que estamos presentando emerge con gran nitidez que el
concepto de bien común es un concepto fundamental, analógico y vertical. Sin
embargo, examinando los documentos, se ve como estas características han sido
expresadas de manera cada vez menos precisa, sobre todo la tercera -la
verticalidad- que implica la necesidad del Bien Supremo para el bien común, con
toda una serie de consecuencias que hoy se han descuidado o abandonado, como la
autoridad que viene de Dios, o como el deber de la política hacia la verdadera
religión. También el reciente documento de la Comisión Teológica Internacional
titulado Libertad religiosa por el bien de todos asume la libertad religiosa
como base del bien común, en lugar de lo contrario. La Libertas Ecclesiae
dependería de la libertad, mientras que es la Libertas Ecclesiae la que funda y
mantiene la verdadera libertad y es fundamental para el bien común. La
secularización de este punto hace que hoy la Iglesia proponga la sociedad
multirreligiosa como fin último del compromiso en la sociedad y en la política,
en sustitución del bien común. El principio de la libertad de religión ha
producido en nuestros días la afirmación del papa Francisco en Abu Dhabi[6],
según la cual la pluralidad de las religiones no sería consecuencia de la
situación de caída después del pecado original, sino que fue deseada por Dios.
Por ello, afirmar que el bien común requeriría un deber de la política hacia la
religión verdadera[7] significaría oponerse al proyecto de Dios sobre la
humanidad, que es lo contrario de cuanto la Doctrina social de la Iglesia ha
dicho hasta anteayer.
[1] Cf. S. Fontana, La nozione di bene comune prima e dopo il
Vaticano II, en Id. (editado por), Le chiavi della questione sociale. Bene
comune e sussidiarietà: storia di un malinteso, Fede & Cultura, Verona
2019, págs. 21-31; Id., La deformazione operativa del principio di
sussidiarietà, en Id. (editado por), Le chiavi della questione sociale. Bene
comune e sussidiarietà: storia di un malinteso, Fede & Cultura, Verona
2019, págs. 111-120. Cf. también: S. Fontana, Paradigma metafisico e paradigma
ermeneutico: le variazioni del Magistero sociale post-conciliare, en “Fides
Catholica”, XIII (2018) 2, págs. 389-403; Id., Les mutations du bien commun,
“Catholica”, n. 143 (2019), págs. 85-89.
[2] Cf. S. Fontana, Il grosso guaio del primato del come sul
cosa, http://www.lanuovabq.it/it/il-grosso-guaio-del-primato-del-come-sul-cosa
[3] Cf. G. Canobbio, Sulla sinodalità, “Teologia”, XLI (2016)
2, págs. 249-273.
[4] Cf. S. Fontana, La nuova Chiesa di Karl Rahner, Fede
& Cultura, Verona 2017; M. Gagliardi, La critica di Cornelio Fabro al
pensiero filosofico di Karl Rahner e alcune conseguenze teologiche, en
“Angelicum”, 94 (2017), págs. 709-740.
[5] Cf. S. Fontana, Il demone della secolarizzazione: ci dimenticheremo
di esserci dimenticati di Dio?, en Id., Chiesa gnostica e secolarizzazione.
L’antica eresia e la disgregazione della fede, Fede & Cultura, Verona 2018,
págs. 42-56.
[6] Véase al respecto: B. Dumont, Dialogues et convergences.
Observations a propos de la Déclaration d’Abu Dahbi, “Catholica”, n. 143
(2019), págs. 4-13.
[7] Cf. S. Fontana, Libertà di religione e doveri politici
verso la religio vera, en “Bollettino di Dottrina sociale della Chiesa”, XI
(2015) 4, págs. 140-144.