El teólogo según la Instrucción "Donum veritatis"



Una relectura útil para la Doctrina Social de la Iglesia.

Observatorio Cardenal Van Thuan, 1 agosto 2017

Stefano Fontana

Nuestro Observatorio se ha ocupado en varias ocasiones sobre el método utilizado para enseñar la Doctrina Social de la Iglesia en los Seminarios e Institutos Teológicos, sin esconder su preocupación al respecto. Está claro que al ser la Doctrina Social de la Iglesia formalmente “Teología moral”, su enseñanza depende de qué se entiende por teología moral, por la teología en general y cuál es el papel que tiene el teólogo. Puede ser útil, entonces, recorrer las principales directrices de la Instrucción de la Congregación para la Doctrina de la Fe Donum veritatis sobre la vocación eclesial del teólogo, de 1990. Si el teólogo, cuando enseña, respeta estas indicaciones, la enseñanza de la Doctrina de la Iglesia, allí donde la haya, está a salvo; en caso contrario, está seriamente dañada o deformada.

En el lejano 1972, el teólogo Karl Rahner[1] escribía que si en una diócesis un determinado número de teólogos propone tesis heterodoxas, el obispo no debe intervenir con sanciones o condenas, porque el pluralismo teológico y las exigencias de la investigación se lo desaconsejan. De hecho, a partir de ese momento muchos teólogos han enseñado tesis heterodoxas o, por lo menos, extrañas, sin ser reprendidos por los pastores. Se observa aquí el delicado problema de la relación entre teólogos y pastores que, aún hoy, dista mucho de estar resuelto en la práctica, si bien la Instrucción de la que nos ocupamos aquí se haya expresado muy claramente al respecto.

Por otra parte, el hecho mismo que esta Instrucción, firmada por el entonces Prefecto, el Cardenal Ratzinger, y aprobada por el Papa Juan Pablo II, haya sido ampliamente desatendida -y hayan sido muchos los teólogos que no la han obedecido-, demuestra claramente que el problema de la relación entre teólogos y pastores es real.
Se puede decir que, a partir del Concilio  Vaticano II, el papel de los teólogos pasó a ser preeminente[2], por lo que muchos pastores viven en una especie de sometimiento psicológico y cultural a los mismos. Por consiguiente, es urgente reconsiderar la función eclesial del teólogo.

La verdad que une
A pesar de que hoy se habla mucho de pluralismo teológico, la Instrucción Donum veritatis afirma que la verdad une y libera a los hombres del aislamiento y las oposiciones. La Iglesia tiene el don de conservar y transmitir el don de la verdad y sólo con esta condición puede ser la sal de la tierra y la luz del mundo, es decir, puede desarrollar su acción pastoral.
Se incluye aquí la función del teólogo, que se distingue en «lograr, en comunión con el Magisterio, una comprensión cada vez más profunda de la Palabra de Dios contenida en la Escritura inspirada y transmitida por la tradición viva de la iglesia».

Para desarrollar esta tarea, el teólogo tiene que integrarse correctamente en la relación entre fe y razón. La fe apela a la inteligencia y, por lo tanto, la ciencia teológica es la inteligencia de la fe. Esto tiene claramente también una implicación apologética, porque responde al mandamiento del apóstol Pedro de dar razón de la propia fe. Además, la ciencia teológica debe «reconocer la capacidad que posee la razón humana para alcanzar la verdad, como también su capacidad metafísica de conocer a Dios a partir de lo creado»[3]. Éste es un punto importante. Muchos teólogos enseñan que la metafísica no es posible, niegan el valor de la demostración racional de la existencia de Dios a partir de la experiencia y se remontan a filosofías que no piensan que es posible alcanzar la verdad. Haciendo esto, sin embargo, no sólo no se plantea correctamente la propia disciplina, sino que tampoco se desarrolla una función eclesial. 

Como afirma la Donum veritatis, se pueden asumir sólo filosofías que «puedan ser asumidas en la reflexión sobre la doctrina revelada». ¿Qué se puede decir, entonces, del pluralismo filosófico en teología, tan proclamado hoy en día? El discernimiento de las filosofías «tiene su principio normativo último en la doctrina revelada. Es ésta la que debe suministrar los criterios para el discernimiento de esos elementos e instrumentos conceptuales, y no al contrario». En otras palabras: para discernir si la filosofía de Heidegger es cónsona a la fe, debo partir de la doctrina de la fe y no de la filosofía de Heidegger. Pero, ¿cuántos teólogos lo hacen?
Cuando los teólogos y los docentes en los Institutos de Ciencias Religiosas no cumplen con este deber, desatienden también otra importante obligación que tienen como miembros del pueblo de Dios: «respetarlo y comprometerse a darle una enseñanza que no lesione en lo más mínimo la doctrina de la fe».

Los teólogos deben tener libertad de investigación, pero en el sentido verdadero de la libertad. La investigación debe respetar el método que se corresponde con el objeto de dicha investigación, que es la verdad revelada: «Desatender estos datos, que tienen valor de principio, equivaldría a dejar de hacer teología».

Los teólogos y el magisterio
La Instrucción Donum veritatis recuerda los principios de la doctrina de la fe que atañen al papel del magisterio en la Iglesia. Su objetivo es «vigilar para que el pueblo de Dios permanezca en la verdad que hace libres». La nueva alianza de Dios en Jesucristo tiene carácter definitivo. El magisterio tutela al pueblo de Dios «de las desviaciones y extravíos y garantizándole la posibilidad objetiva de profesar sin errores la fe auténtica». Esta tarea concierne a la doctrina, pero también la moral y el magisterio pueden expresar, por un parte, juicios normativos para la conciencia de los fieles y, por la otra, juicios infalibles en relación con los actos que no son conformes a las exigencias de la fe. Las tareas del magisterio se extienden, por lo tanto, también a la ley moral natural. Toda esta doctrina, como bien se sabe, fue desarrollada por Juan Pablo II en la encíclica Veritatis splendor.

Si pensamos en el gran número de teólogos que niegan la existencia misma de una ley natural y así se lo enseñan a los jóvenes seminaristas, si pensamos en el trato que muchos de ellos dan a la Humanae vitae de Pablo VI o a la Veritatis splendor de Juan Pablo II, nos damos cuenta de cuán oportunas y actuales son las indicaciones de la Donum veritatis.

El teólogo, por lo tanto, debe servir a esta dinámica de la fe y, en consecuencia, debe tener la relación adecuada con el magisterio de la Iglesia; sobre todo, como subraya la Instrucción de la que estamos hablando, cuando este teólogo tiene también la tarea de enseñar. La actividad de la enseñanza se convierte, entonces, en «una participación de la labor del Magisterio al cual está ligada por un vínculo jurídico».

Con el magisterio puede haber situaciones de tensión. Éstas no pueden tener que ver, ciertamente, con argumentos en los que el magisterio se haya expresado de manera definitiva, sino en todo caso con temas debatidos sobre los que el magisterio se haya pronunciado con prudencia. En estos casos, el teólogo renunciará a manifestar en público sus opiniones e intentará profundizar el conocimiento del problema en cuestión, bien sabiendo que no puede encomendarse sólo a la propia conciencia. Si las diferencias de opiniones permanecen, el teólogo –añade la Donum veritatis– no se dirigirá a los medios de comunicación, sino a las autoridades magisteriales, aceptando incluso sufrir en silencio y orando.

También a este respecto, cuánta distancia hay entre estas instrucciones y la realidad.

 El disentimiento eclesial
La última parte de la Donum veritatis está dedicada al disentimiento, es decir, a una oposición al magisterio no individual de este o aquel teólogo, pero organizada. Antes del Concilio asistimos a muchas manifestaciones de disentimiento que fueron presentadas, posteriormente, como anticipaciones al Concilio mismo. Después del Concilio hemos asistido a muchas formas de disentimientos que han sido presentadas como aplicaciones del Concilio.

Las observaciones de la Donum veritatis sobre el disentimiento son muy importantes porque clarifican el significado del pluralismo teológico que, a menudo, es llamado en causa: «En cuanto al pluralismo teológico, éste es legítimo únicamente en la medida en que se salvaguarde la unidad de la fe en su significado objetivo». El pluralismo se funda sobre la insondable profundidad del misterio de Cristo, pero no puede mínimamente cuestionar las verdades sobre las que el magisterio ya se ha pronunciado. El disentimiento, en cambio, se fundaba precisamente sobre esta insondable profundidad para decir que todas las afirmaciones del magisterio son relativas.

Con mucha frecuencia, en las instituciones académicas católicas el pluralismo teológico es comprendo precisamente en este sentido equivocado. Y sucede que docentes teólogos enseñan lo contrario de cuanto ha sido definido por el magisterio de manera definitiva.
Es de gran interés que la Donum veritatis afirme que es imposible apelar a la concepción moderna de los derechos del hombre para afirmar un supuesto derecho al disentimiento en una supuesta Iglesia plural. La libertad no significa en absoluto libertad de la verdad. En la Iglesia no puede haber una libertad de opinión en el sentito moderno de la expresión, hasta el punto que -recuerda la Instrucción- a un teólogo profesor la autoridad magisterial le puede retirar la misión canónica o el mandato de docencia.

Sin embargo, observamos que estas medidas se toman raramente si las comparamos con la frecuencia con que suceden las incorrecciones teológicas de los docentes; esto evidencia, desde un punto de vista que ya no es el del teólogo, sino que es ahora el del magisterio, que las instrucciones de la Donum veritatis son muy oportunas y hay que recuperarlas.


 [1] Cfr. Stefano Fontana. La nuova Chiesa di Karl Rahner. Il teologo che ha insegnato ad arrendersi al mondo, Fede & Cultura, Verona 2016.
[2] Cf Stefano Fontana, Il Concilio restituito alla Chiesa. Dieci domande sul Vaticano II, La Fontana di Siloe-Lindau, Torino 2014.
[3] Este punto, hoy en día casi totalmente desatendido, es una enseñanza del Catecismo y ha sido explicado de manera autorizada por Fides et ratio (1998) de Juan Pablo II: “Un pensamiento filosófico que rechazase cualquier apertura metafísica sería radicalmente inadecuado para desempeñar un papel de mediación en la comprensión de la Revelación” (n. 83).