51 Congreso
sobre Cuestiones Internacionales
Observatorio Cardenal Van Thuan, 2 ottobre 2018
S. E. Mons. Giampaolo Crepaldi
Dedico esta intervención a reflexionar sobre la
importancia que tiene el tema de la defensa de la vida humana, desde la
concepción hasta su final natural, para la Doctrina social de la Iglesia y, en
general, para seguir permitiendo que la religión católica tenga un papel
público, como necesariamente debe tener[1]. Considero importante situar la
reflexión de la defensa de la vida en el marco de la Doctrina social de la
Iglesia, es decir, en el marco de la relación de la Iglesia con el mundo.
Porque en esto consiste el papel público de la fe católica, que no habla sólo a
la intimidad de las personas, que no es un viático sólo para los fieles ni es
un positivismo católico, sino que manifiesta la Verdad y, al hacerlo, habla a
todos los hombres con el lenguaje de todos los hombres. Sin esta dimensión
pública, la fe católica se convierte en una gnosis individual, un culto no del
Dios Verdadero y Único, sino de los dioses, una secta que persigue objetivos de
tranquilización psicológica ante el miedo de ser “lanzados” a la existencia.
Ante todo, el tema de la defensa de la vida lleva en
sí el mensaje de la naturaleza. Nos dice que existe una naturaleza y, sobre
todo, una naturaleza humana. No hay otras motivaciones válidas para pedir el
respeto del derecho a la vida; y, por otra parte, quien no respeta este derecho
es porque niega la existencia de una naturaleza humana, o la reduce a una serie
de fenómenos gobernados por la necesidad o caracterizados por el azar. La vida,
en cambio, nos reconduce a la naturaleza orientada hacia un fin, como lengua,
como código[2], como vocación. Nuestra cultura ha perdido la idea de fin[3].
Empezó a perderla cuando Descartes interpretó el mundo como una máquina y a
Dios como aquel que le ha dado una patada al mundo, o tal vez antes. Hoy
vivimos en una cultura posnatural, como demuestra ampliamente la perseverancia
de la ideología de género[4], a la que hay que considerar una cultura
posfinalistíca. El principio de causalidad, que en la filosofía clásica estaba
unido al de finalidad, se ha separado. La realidad ya no expresa un plan, sino
sólo una secuencia de causas materiales. Relanzar una cultura de la defensa de
la vida significa también recuperar la cultura de la naturaleza así entendida y
la cultura de los fines.
El concepto de naturaleza lleva en sí la dimensión de
lo indisponible. Si la naturaleza es “discurso” y “palabra”, esa expresa un
significado que nos precede. No sólo somos productores de palabras, sino que
somos también oyentes de la palabra que emana de las cosas, de la realidad, de
la sinfonía del ser. Admitir la vida como don inestimable significa reconocer
que en la naturaleza hay una palabra que viene a nuestro encuentro y que nos
precede. Cada una de nuestras acciones debe tener en cuenta algo que viene
antes: recibir precede al hacer[5]. Hay algo que es estable antes de cada
devenir. Negar la naturaleza abre la puerta cultural a la manipulación de la
vida, porque se reduce la dimensión de la acogida y la gratitud. No se es
acogedor o grato por lo que producimos, sino sólo por lo que viene a nuestro
encuentro y se manifiesta como don de significado. Si esta dimensión es
reducida en la vida que nace, se debilitará también en todas las otras
situaciones de la vida, y la sociedad perderá inexorablemente la dimensión de
la recíproca responsabilidad, como afirma Caritas in veritate en el párrafo
28[6].
Si la naturaleza es un discurso que nos interpela no
es, sin embargo, su fundamento último. La naturaleza no habla sólo en
referencia a sí misma. La vida que nace no habla sólo en referencia a sí misma.
Es un discurso que remite a un Autor. Tampoco en la persona humana ningún nivel
habla sólo en referencia a sí mismo, y no hay nada en el hombre que sea
esclusivamente material. Ningún nivel de la realidad es plenamente comprensible
permaneciendo en su propio nivel. Cuando pretendemos considerar algo sólo a su
nivel, acabamos no considerándolo ni siquiera a ese nivel: «Cuando las cosas
nos parecen que son sólo lo que parecen, pronto nos parecerán aún menos»[7]. La
naturaleza revela al Creador, se presenta no sólo como discurso, sino también
como “discurso pronunciado”, como Palabra. Cuando se siente la tentación de
separar la naturaleza del Creador, se acaba perdiendo también la naturaleza.
Cuando se quiere separar el derecho natural del derecho divino, se acaba
perdiendo el derecho natural. Cuando se separa la dimensión física de la
persona de su dimensión espiritual y transcendente, se acaba no tutelando su
dimensión física. Si se piensa que la naturaleza habla sólo en referencia a sí
misma, acaba no diciendo nada. Hoy, la vida que nace corre el riesgo de no
decir ya nada, es decir, de no ser entendida ni siquiera como vida que nace,
sino como simple proceso biológico. Respecto a ella nos comportamos cada vez
más como productores más que como oyentes. Pero ya no es la naturaleza la que
no nos dice nada, es nuestra cultura la que ha perdido el código para
comprenderla. Y este código no es sólo un alfabeto humano.
Entonces, el tema de la defensa de la vida hace
referencia a la naturaleza, a lo que nos precede, y al Creador. Defender la
vida es defender la vida, pero es también llevar a cabo una operación cultural
alternativa a la cultura actual: es volver a empezar a hablar de un orden y no
sólo de autodeterminación. Hay un orden que nos precede deseado por Alguien que
Ordenó. La Creación es un orden, y no un montón de cosas lanzadas al azar. Este
orden es ordenado y ordinativo, es decir, expresa un tener que ser y un tener
que hacer. En otras palabras, es un orden moral. Si el orden ontológico es un
orden, no puede no traducirse en un orden moral[8]. Eliminado el bien
ontológico ya no hay espacio para el bien moral. Al orden moral arraigado en el
orden ontológico pertenece también la sociedad, la convivencia humana. Esta es
la razón por la que el tema de la defensa de la vida es esencial para la
construcción de la convivencia humana digna de la dignidad natural y
sobrenatural de la persona. Esta es la razón por la que -creo poder decirlo-,
en los listados de los llamados “principios no negociables” el principio de la
vida figura siempre en el primer lugar y no falta nunca.
Sólo si existe una naturaleza, y sólo si esta
naturaleza es en sí un discurso, es posible el uso de la razón. Y no me refiero
aquí a la razón que mide los fenómenos, sino a la razón que descubre horizontes
de significado. Sólo si el orden social se funda en una naturaleza así es
posible el uso de la razón pública. En caso contrario, lo único que se tendrá
es la razón operativa o de procedimiento[9]. Se comprende, por lo tanto, por
qué la defensa de la vida tiene una importancia fundamental para reconstruir la
posibilidad misma de un uso público de la razón. Y de hecho, lo estamos viendo,
la negación del deber público de proteger a la vida que nace surge del abandono
de la razón a ser razón pública, reduciéndose a razón privada. La verdad une,
las opiniones dividen. Es significativo que filósofos como Habermas hayan
reconocido recientemente la importancia fundamental del concepto de
naturaleza[10], que aunque es vista aún en sentido no pleno, es ya tal que se
pueden reconocer los límites de una razón sólo de procedimiento.
El uso público de la razón es de importancia
fundamental para el papel público de la fe católica. Esta, de hecho, no
transfiere inmediatamente el derecho revelado en derecho civil, sino que se
encomienda al derecho natural, por lo tanto, al concepto de naturaleza y de
razón pública[11]. A esta última le espera la tarea de reconocer el orden
social como discurso finalístico sobre la convivencia humana. La fe no se
sustituye a la razón, pero tampoco la abandona a sí misma. Si no hay orden
natural, no hay razón pública; si no hay razón pública, no hay diálogo público
entre razón y fe. Si no hay diálogo público entre razón y fe, no hay dimensión
pública de la fe católica. Si no hay dimensión pública de la fe católica, no
hay fe católica. Podemos verificarlo: a medida que la razón se privatiza,
también la fe se privatiza. Si el creyente, cuando salta a la arena pública,
tiene que renunciar a las razones de la propia fe, al final piensa que su fe no
tiene razones. Pero sin razones no sólo se elimina el aspecto público de la fe,
sino también el personal e íntimo. Por esto, el tema de la defensa de la vida
humana desde la concepción es fundamental para mantener y desarrollar el
diálogo entre la razón y la fe. Y, como es bien sabido, precisamente en esto
consiste la Doctrina social de la Iglesia.
Actualmente, desde muchas partes del mundo católico se
piensa que las comunidades cristianas, y sobre todo los laicos, tienen que
limitarse a sembrar valores más que a comprometerse en el ámbito de las leyes
en favor de la vida o de las políticas gubernamentales provida. Se considera
que un compromiso público provida “visible” y organizado constituye una prueba
de fuerza que transforma la fe cristiana en ideología política. Además, se
piensa que ha llegado el momento de difundir el tema de la vida más allá de los
dos momentos del nacimiento y la muerte (aborto y eutanasia,) para afrontar el
tema de la vida en todos sus aspectos. La bioética y la biopolítica tendrán que
ampliar su propio horizonte. A este respecto desearía hacer dos breves
observaciones. La idea que afirmar la verdad en público, incluidos los niveles
políticos y jurídicos, sea un acto de fuerza que trasforma la fe en ideología
es eco de la influencia del pensamiento moderno débil, según el cual la
afirmación de la verdad es fundamentalmente una arrogancia. Nosotros, en
cambio, pensamos que es un deber moral y un acto de caridad. En lo que atañe a
la ampliación del tema de la vida más allá de los temas, digamos, clásicos,
para incluir también a los migrantes, los parados o la defensa del medio
ambiente del calentamiento global, quiero señalar que al ampliar el tema de la
vida y poner todos al mismo nivel, el peligro es disminuir la comprensión y
perder de vista la gravedad especial y trágica del aborto, la eutanasia o del
sacrificio de embriones humanos con la fecundación artificial. El resultado
sería un cambio inaceptable de la agenda de la lucha por la vida.
La fe en la vida es beneficiosa también para la vida
de la fe. Para obtener este resultado es necesario situar el tema de la defensa
de la vida en el marco de la Doctrina social de la Iglesia, como ya hizo el
Magisterio empezando por la Evangelium vitae. Así, no se delimita el tema de la
vida a un ámbito. En realidad, al hacer esto lo estamos situando allí donde la
Iglesia se conecta con el mundo, y donde razón pública y fe pública dialogan
entre ellas dentro de la unidad de la Verdad.
S.E. Mons. Giampaolo Crepaldi
Instituto Nicolò Rezzara – Vicenza
[1] He ilustrado las razones teológicas del papel
público de la fe en el primer capítulo de mi libro Il Cattolico in politica.
Manuale per la ripresa, Cantagalli, Siena 20122.
[2] De la naturaleza humana como “lengua” ha hablado,
por ejemplo, Benedicto XVI en el Discurso a un grupo de Obispos de los Estados
Unidos en visita “ad limina” el 19 de enero de 2012.
[3] Cf R. Spaemann-Reinhard Löw, Fini naturali. Storia e riscoperta del pensiero teleologico, Ares,
Milano 2013.
[4] Cf G. Crepaldi e S. Fontana, Quarto Rapporto sulla
Dottrina sociale della Chiesa nel mondo – La colonizzazione della natura umana,
Cantagalli, Siena 2012.
[5] J. Ratzinger, Introduzione al cristianesimo.
Lezioni sul Simbolo apostolico, duodécima edición con un nuevo ensayo para la
introducción, Queriniana, Brescia 2003, pp. 41. He considerado que tenía que
interpretar la encíclica de Benedicto XVI Caritas in veritate en esta clave: G.
Crepaldi, Introduzione a Benedetto XVI, Caritas in veritate, Cantagalli, Siena
2009, pp. 7-42.
[6] «Si se pierde la sensibilidad personal y social
para acoger una nueva vida, también se marchitan otras formas de acogida
provechosas para la vida social» (Benedicto XVI, Encíclica Caritas in
veritate n. 28).
[7] In margine a un testo implicito, Adelphi, Milano
1996.
[8] Lo explica muy bien J. Pieper en La realtà e il
bene, Morcelliana, Brescia 2011.
[9] G. Crepaldi, Ragione pubblica e verità del
Cristianesimo negli insegnamenti di Benedetto XVI, en G. Crepaldi, Dio o gli
dèi. Dottrina sociale della Chiesa, percorsi, Cantagalli, Siena 2008, pp.
81-94.
[10] M. Borghesi, I presupposti naturali del
poter-essere-se-stessi. La polarità natura-libertà di Jürgen Habermas, en F.
Russo (a cura di), Natura cultura libertà, Armando, Roma 2010.
[11] Benedicto XVI, Discurso en el Reichstag de
Berlín, 22 de septiembre de 2011.